«SE LLAMA ENRIQUE VILORIA VERA Y ES VENEZOLANO», SEMBLANZA DE ENRIQUE GRACIA TRINIDAD.

 

 

Fotografías de Jacqueline Alencar

 

 

1 Enrique Viloria Vera en Salamanca Enrique Viloria Vera en Salamanca

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar esta semblanza que el escritor Enrique Gracia Trinidad ha escrito sobre el polígrafo venezolano Enrique Viloria Vera (Caracas, 1950), especialmente vinculado a nuestra ciudad por su pertenencia al Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de Salamanca (CEIAS), entidad que acaba de publicar su libro ‘Suma de España’. Hace años también fue columnista de Tribuna de Salamanca. Viloria es abogado, poeta, crítico de arte, ensayista de temas económicos o literarios… Posee una maestría del Instituto Internacional de Administración Pública (Paris, 1972) y un doctorado en Derecho de la Universidad de Paris (1979). Ahora jubilado, hasta hace unos meses era profesor titular de la Universidad Metropolitana, donde desempeñó los cargos de Decano de Economía y Ciencias Sociales, y Decano de Estudios de Postgrado, así como el de Director fundador del Centro de Estudios Latinoamericanos “Arturo Uslar Pietri”. También fue profesor invitado por las Universidades de Oxford, St. Antony’s College, Cátedra Andrés Bello, (Inglaterra 1990-1991) y por la Universidad de Laval (Canadá 2002).

 

 
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Dicen que Octavio Paz acuñó la frase “los poetas no tienen biografía” pero se equivocan. Se equivocan porque eso, antes que Paz lo dijera hablando del gran Pessoa, lo había dicho el magnífico León Felipe introduciendo al enorme Walt Whitman. El premio Nobel mexicano se limitó a plagiar con toda su cara dura intertextual al poeta de Tábara. En todo caso algún otro pudo afirmarlo antes y muchos más lo han repetido después. Y yo, como soy un iconoclasta irredento, quiero llevar la contraria a los grandes de la poesía y digo que eso de que «los poetas no tienen biografía, tienen destino» —así es la frase completa— es una frase muy impresionante, pero es un camelo.

Claro que los poetas tienen biografía, si no, de qué diablos van a escribir. Cualquier escritor, y los poetas mucho más, escriben de su vida, de lo que viven, de lo que inventan que viven, de lo que sospechan que es la vida. Remedando a algún otro: “todo es biografía”. En el caso de Enrique Viloria mucho más. ¿Por qué? Pues porque este caraqueño es un vitalista enorme. Todo en el es fuerza vital aunque a veces se recuesta hacia atrás, mira de frente con sonrisa pícara, entorna los ojos y parece que pasa de todo… Pero no es verdad, es que está tomando distancia como los buenos pintores (de eso sabe mucho) para observar el resultado del lienzo de la vida inmediata

Su condición de polígrafo total también apoya la condición vital porque ha escrito de todo lo que su vida es, ha sido y hasta será. Se definió así una vez: “Gerente diverso y petrolero estricto; mal atleta, académico por vocación, lector impenitente, polígrafo complacido, coleccionista de arte apasionado, admirador de los Mercedes Benz y alérgico certificado.”

Para que luego venga algún insulso malintencionado y desinformado a decir que los poetas están en las nubes. Como no sea en eso que ahora se llama «la nube» de Internet, ya me contarán en cuál puede andar este correcaminos caribeño que, contrario a la fama de tranquilos que tienen, es capaz, desde esa aparente tranquilidad, de poner en marcha hasta al lucero del alba.

Dice su voluminosa nota biográfica que es o ha sido: Abogado, Master del Instituto Internacional de Administración Pública de París, Doctor en Derecho por la Universidad de Paris, Profesor titular de la Universidad Metropolitana, Investigador emérito del Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de Salamanca (CEIAS), Académico de la Nacional de Economía Venezolana, Decano de Economía y Ciencias Sociales, Decano de Estudios de Postgrado, Director fundador del Centro de Estudios latinoamericanos “Arturo Uslar Pietri”, Profesor invitado por las Universidades de Oxford (Inglaterra) y Laval (Canadá), director, asesor, presidente y lo que ni se sabe de distintos estamentos oficiales y privados relacionados con el petróleo, los fondos de inversiones, los estudios fiscales, los seguros y fábricas nacionales diversas. También profesor de más materias de las que podríamos recordar entre todos, y hasta asesor del museo de Arte Contemporáneo.

 

3 Viloria, Miguel Elías y Alfredo Pérez AlencartViloria, Miguel Elías y Alfredo Pérez Alencart

 

 

Premios, reconocimientos, delegaciones oficiales, encargos culturales… No sé ustedes, pero yo a estas alturas estoy ya agotado y empezando a pensar que hay algo de superhombre en este tipo. No en vano, cuando lo presenté en la Biblioteca Nacional Española, como gran representante de la cultura y la poesía americana, le regalé en público y a la vista de todos un Superman de goma. No era una broma, era un reconocimiento.

Autor o co-autor de más de 130 libros de todos los géneros habidos y por haber, El libro misceláneo, «Suma de España”, que hoy nos reúne aquí da muestra de sus variados estilos y las diversas temáticas que abarca.

O sea que insisto en que eso de que los poetas no tienen biografía será muy poético pero es una chorrada o, como dirían en Venezuela, una vaina que no tiene ni pies ni cabeza.

Más allá de lo dicho, les cuento brevemente cómo le veo yo, que para eso soy su amigo y su lector devoto: Veo al hombre hiperactivo y memorioso desde que era un crío (somos estrictos coetáneos del año 1950). Como el nieto del abuelo Tomás y de la abuela Berta, tan generosos que los vecinos llamaban a su casa “La casa de Dios”. Como el hijo de María Enriqueta, que le dejó los genes una voluntad de trabajo infatigable.Como el vecinito del señor Manrique, el matador de toros jubilado —al que nunca vio vestido de luces— cuya esposa intercambiaba con la abuela majaretes, cachapas o polvorones; intercambio gastronómico de puertas y ventanas abiertas y generosas que ejercían las mujeres en los años cincuenta, en Venezuela y en España, y que ahora está perdido para siempre con tanto portero automático, tanta obsesión por la seguridad y tanto mal llamado progreso.

Veo al hombre que recuerda sobre todo al niño feliz y dice textualmente «que no hay trauma que exhibir ni psiquiatra que alimentar». Veo muy claro a aquel mozalbete que recuerda con sus propias palabras cuando habla del callejón donde vivía:

“Del callejón atesoro valiosas e insustituibles imágenes de amigos, panas, compinches, cuyos nombres y apellidos verdaderos o completos nunca conocí: el Buitre, Ratón sucio y percusio, Gorilón, Canuto, el Flaco, Ezequiel, Julio, Daniel, conmigo y mis hermanos jugaron chapita, la infaltable pelota bateada con la mano, fútbol con el aplastado envase de cartón de chico-malt sirviendo de balón de la FIFA, a la vez que construíamos futuros inventados y alentábamos enamoramientos no correspondidos en tertulias sin fin hasta bien entrada la madrugada, protegidos por cobardes valentías adolescentes”.

 

 

4 Enrique Viloria  y Alfredo Pérez Alencart, en el Fonseca Enrique Viloria y Alfredo Pérez Alencart, en el Fonseca

Veo en este poeta al venezolano convencido descendiente de navarros, aragoneses, vascos y castellanos. Veo en este hombre al niño que tenía su propio olimpo de héroes en aquellas comiquitas que se intercambiaban (tebeos los llamábamos en España): Hopalong Cassidy, El Llanero Solitario, Cisco Kid, Batman y Robin, y sobre todo su preferido, el hombre de acero, Superman (por eso le regalé uno). Todo eso, hasta que «Bambilandia —son sus propias palabras—, aquel país donde los niños ramos felices, fue quedando en el olvido”. Veo a este poeta en sus recuerdos. Los del muchacho de La Salle que diera por bienvenido (aunque fuera después) el castigo que le pusieron —no sé si el Hno. Francisco “el chivito” o el Hno. Jorge “rojo como bombillo de burdel”— por pegarse de tortas con un compañero: aprenderse de memoria el poema de Andrés Eloy Blanco “Giraluna canta y canta la luna sobre las estrellas”. Con castigos así se sale rebotado o amante de la poesía y escritor para siempre. Salió lo segundo y cum laude, por eso estamos aquí, festejando su escritura. Lo veo con los recuerdos de aquel joven que entró a la universidad becado y precoz con sólo 15 años.

Con los recuerdos de aquel jovencísimo universitario que lo mismo daba una vuelta a la manzana (cuadra dicen ellos) con un minúsculo coche lleno de muchachos, piropeando a las carajitas que escribía sus primeros artículos polémicos.

Le veo pasando de los periódicos universitarios en papel al de la vitrina vertical y móvil que les permitía fijar con tachuelas sus mensajes y jodederas (son palabras suyas) Aquel modesto mural que llamaban El Digesto fue una verdadera conmoción en una universidad pacata, conservadora y burguesa. Frases del Che Guevara, junto a frases de Juan XXIII y su espíritu del Vaticano II, planteamientos de diálogo entre marxistas y cristianos… hasta llegar a provocar un cruce de cartas en el periódico nacional entre el obispo inmovilista y retrógrado y aquellos mozalbetes cristianos a los que les había dado (grave delito) por pensar y contarlo.

Tengo en cuenta los recuerdos de aquel joven que viajaba por la gran sabana de Santa Fe a Bogota con el Padre Olaso para asistir al viaje del papa Pablo VI, en un Fiat trotamundos, con algunos amigos y sacerdotes, en un desplazamiento de tono religioso y social; kilómetros y kilómetros, mientras engullían huevos frescos, hormigas tostadas y tragos de leche de cabra. El mismo joven que en el 67 se organizó con otros para ayudar a los damnificados por el tremendo terremoto caribeño y que entonces como siempre-después, dedicó esfuerzos a la lucha contra la pobreza, la ignorancia y la alienación de los barrios marginales. Esfuerzos que, por cierto, merecieron una defenestración por parte de las autoridades más dedicadas a inaugurar plazas que a atender a la gente (triste es pensar que los políticos de aquí y de allí siguen en las mismas).

Lo cierto es que fue pasando del compromiso cristiano a la acción política con aquel movimiento que se llamó “los astronautas” (aquí donde le ven, nuestro poeta ha sido astronauta), un grupo que pretendía recuperar la política para basarla en el servicio, la solidaridad, la honestidad. Debían ser astronautas, si… porque eso es estar en la luna tal y como acaba siendo siempre el ejercicio del poder, sobre todo si se intenta dignificar.

En fin, amigos, no quiero cansarles. El recorrido vital de este hombre daría para mucho y no es el momento. Iré terminando con mostrarles mi afecto incondicional y mi gratitud de amistad por este personaje que no suele andarse por las ramas en cuanto escribe y va directo al corazón o a la yugular, si se precisa.

 

 

5 Viloria, cinco años atrás, en Salamanca Viloria, cinco años atrás, en Salamanca

 

 

 

Aquí lo tienen: Desde el París donde estudió, bohemio y dandy a la vez, interracial y cariñoso; desde aquellas canciones revolucionarias de los años 60 que en Venezuela como en España se prodigaban entre los jóvenes comprometidos —Hasta siempre Comandante… Gracias a la vida… Víctor Jara, Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Soledad Bravo— ; y hasta aquellos fandangos que en España cantábamos al tomate

«Qué culpa tiene el tomate
que está tranquilo en su mata
si viene un tío malaje
y lo mete en una lata»

Y ellos al petróleo:

¡Qué culpa tiene el petróleo,
que está tranquilo en su lago,
si viene un yanqui marico
y lo mete en un barril
y lo manda a Puerto Rico!
Aquí lo tienen. Todo eso está en su biografía, en sus libros, en su amor y conocimiento de España que me emociona siempre, aunque algunos con un punto de mala intención y derecho al enfado la llamen en vez de Madre Patria, la Tía Patria.

Todo está en su activa memoria: la de la siestecita en las arenas de Nimes escuchando cantar a Montserrat Caballé; la del “no nos moverán” de Chile mientras intentaba salvar a gente de la mano asesina de Pinochet; la del perseguido en coche por las calles de Caracas en épocas de confusa política antigua, tan confusa y torpe como la actual; la del joven que pidió a su mujer que se casara con él por teléfono y nada menos que desde Croacia…

Ya les decía yo: Absolutamente todo es biografía, palabra de la vida, palabra de la necesidad de vivir. Detrás de este libro y de todos sus otros libros, hay un niño, un joven, un hombre que no se puede meter en una lata como el tomate ni en un barril como el petróleo

Un hombre del que espero que cualquiera termine siendo, como lo soy yo, lector, cómplice, amigo, hermano.

Se llama Enrique Viloria Vera y es venezolano.

(*) Palabras de Enrique Gracia Trinidad, con motivo de la presentación en Madrid del libro «Suma de España», de Enrique Viloria Vera. Salón de Actos de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles. 26 de octubre de 2015.

 

 

6 El poeta Enrique Gracia Trinidad El poeta Enrique Gracia Trinidad

 

Enrique Gracia Trinidad (Madrid, 1950), Accésit del Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador 2014.. Es poeta, divulgador cultural y actor. Sus libros de poesía son -1972 a 2013-: Encuentros, Canto del último profeta, Crónicas del laberinto; A quemarropa; Restos de almanaque; Tiempo de Apocalipsis; Historias para tiempos raros; La pintura de Xu-Zonghui (bilingüe chino-español); Siempre tiempo; Contrafábula. Poesía reunida 1972-2004; Todo es papel; Sin noticias de Gato de Ursaria; La poética del vértigo (Antología, estudio y selección de Enrique Vitoria); Pentimento (2009); Hazversidades poéticas (miniantología); Butaca de entresuelo (2011), Mentidero de Madrid y Ver para vivir. Además ha publicado libros de prosa, artículos y dibujos. Le han concedido, entre otros, los siguientes premios: Vicente Gerbasi, por el conjunto de su obra (Venezuela), Accésit de Adonais, Premio Feria del Libro de Madrid, Accésit Rafael Morales, Premio Blas de Otero, Premio Bahía, Premio Juan Alcaide, Accésit Ciudad de Torrevieja, Premio Emilio Alarcos, Premio Juan Van-Halen. Parte de su obra se ha traducido a varios idiomas y figura en antologías y publicaciones de catorce países.

 

 

 

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