Santiago Redondo (España) . XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos

Retrato realizado por Miguel Elías

 

Santiago Redondo (Villalón de Campos, Valladolid, 1958). Hizo estudios de Derecho y forma parte del Grupo Poético Sarmiento, de Valladolid. Tiene publicado el poemario Naturaleza viva (2009), además de estar incluido en varias antologías. Ha obtenido numerosos premios y reconocimientos en certámenes poéticos de España, como los de Medina del Campo, Alcorcón, San Sebastián de los Reyes, Palma de Mallorca, Valladolid, Murcia, Dueñas, El Burgo de Osma, La Fregenada (Salamanca), Barbastro, Lasarte-Oria (Guipúzcoa) o el Accésit del XIX Premio Nacional de Poesía de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca), entre otros.

 

SUPIMOS QUE EL SILENCIO ERA UN PAISAJE

de niebla y decepciones
anclado a la obviedad premiosa de los ojos
al decirnos la piel adiós de golpe
y oxidarnos la rabia
de aquéllos mil atrases que en noches de solsticio
endulzaron de herrumbre mi boca y tu regazo.

Cadenas, libertad,
eslabones con lengua que se abrazan al cuello de los días
y alientan, desde el nunca y para siempre,
la mitad del dolor con que dolernos tanto.

Dos mitades de un sueño a contraluz
de naranjas y enebros,
engarzado en acero de palabras
que ahora engulle –sobre una playa extinta-
la irremediable química del óxido.

DE UN AYER MINERAL SURGE MI CASA,
de un percutor de sueños. Nadie
piense de mí que –ingrato-
cubro de albúmina el ventanal que añoro.
Porque ansío la luz para este almario
de insensatez o calma
que irrumpe en sociedad desde mi ombligo.
La luz es un metal
que se oxida o malea con el tiempo,
y la mente se aferra, por encargo,
a enfatizar en sepia nuestra más blanca infancia.
Esos límpidos años
exoneran los próximos destierros
y hacen dulce la hiel que nos empapa
del vacío esencial
que hará nuestra estatura mentalmente convicta
de tan agreste y cuestionada inopia.
Y es que aún somos los niños
que ayer contorsionaban el alba con sus juegos.

EL COLOR DE LA TIERRA

Tierra de pan llorar, mezquino censo
de brazos, que a diario se vacía.
Tierra para esconder la valentía,
tierra para gritar, páramo inmenso…

ANDRÉS QUINTANILLA BUEY

I

CORTÉ TU BLANDA LUZ CON UN DESTELLO
de noches avarientas,
camino de la greda de mi instinto.
Trepé hasta la orfandad
que viste de prudencia la lujuria
alimentada en ti;
y me asomé a tu piel
a hacerme árbol
a comulgar tu abrazo por entero
hasta engendrar mi sien con tus raíces.
Luego el silencio –amor- se volvió cárdeno
como un erial nuboso y consentido
y me obligó a partir
hacia otro otoño
deudor de mi futuro en tu corteza.

II

ME DEVUELVE EL VERDOR LA LEJANÍA
de un abismo de acanto
y esta breve mañana que me crece
confabulada en ti:
niebla y vacío.
Amo
tu insobornable invierno
azuzado en el ascua de la nieve
promiscua de tu embozo.
Helor, latido, alma
confesa de aire y fuego.
Surcos
involuntarios de agua
tozudamente viva; lechos
de cereal sin honra
en regueros de azul dilapidado.
Calme mi voz tu herida –tierra-
como la mano abierta templa la sed y el duelo.

III

CABIZBAJA LA FLOR BESA EL ESCORZO
del ardid de la ortiga,
de la usura del cardo,
de la hiel del espino. Nunca
mienta el hambre el alud de la belleza
insobornable y roja
de este tiempo inusual que entre gris nos agrede.
Ni se someta el verbo a la penumbra
obediente y sumisa
plena, erguida la voz, hecha poema
desde un beso robado, malnacido e intruso.

IV

OCRE Y VERDE ADICCIÓN LA DEL PAISAJE
de esta herencia de viejas y castillos
que hacen del hombre padre,
hijo, marido, hermano,
amante o pueblo.
Niega el sol el marrón de la distancia
convaleciente  y nubla
donde el amor arraiga, se arrincona
o, con dolor, emigra.
Ya han madurado –marzo- los almendros
y tu ayer sigue en pie
como tus calles
-primaveras de azumbre-
resabiadas del blanco más estéril.

V

LATEN DE ALBUR PIADOSO LAS CAMPANAS
confesando sus miedos a una tierra
de poblada intemperie.
Los vencejos denostan el azar
y se agolpan, se erizan,
malgastando los fastos de su vuelo
por herencia de siglos.
Torna un hombre pretérito al redil
con su incierto rebaño.
Y en la albura
pestañea un dios triste
contra búhos, lechuzas y mochuelos
que adormecen la tarde de un verano de inquina.
Las mujeres avientan el hogar
a la puerta piadosa de la calle.
Todo es nada en la herida de este páramo;
y en mitad de un silencio atronador
calla, hambriento, el crepúsculo.

VI

LA LIBERTAD ES LABIO DE UN ENCENDIDO PÉTALO
donde el añil se extingue.
El aire es la certeza insoportable
de un azul quebradizo.
La vida, un arco iris de inmaculado tempo,
malgastado y promiscuo.
El alba es la emoción terca de un cielo
de sustrato incoloro.
El amor, la tersura convicta de lo inútil
cuando el deseo es carne.
La intuición es la piel hecha girones
sobre un abril lejano.
La soledad, desdén con nomeolvides
de vacío incurable.
El color de la muerte es amarillo
-pretencioso amarillo-
renegrido y perverso.
Y la palabra es,
al fin y al cabo,
esa blanca pasión que te amortaja, te alancea o te abisma.

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