RESCATE DEL POEMARIO “PAÍS DE LA LLUVIA”, DE JUAN MOLLÁ. POR MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

 

1 El poeta y narrador Juan Mollá

El poeta y narrador Juan Mollá

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar esta reseña-rescate escrita por Manuel Quiroga Clérigo en torno a un poemario de Juan Mollá, publicado en Ávila en 1967. Mollá tiene, entre otros poemarios, Pie del Silencio. Canto al Cares; País de la lluvia; Milenios; Memoria de papeles amarillos o Sombra, medida de la luz

 

 

 

 

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“PAÍS DE LA LLUVIA”, DE JUAN MOLLÁ

(Diputación provincial/ /Institución

“Gran Duque de Alba”. C.S.I.C. ÁVILA. 1967)

A veces los poetas viven con intensidad los fenómenos naturales, las sorpresas de los caminos, las incertidumbres de la existencia. Con todo ello van componiendo sus  poemas, sus reflexiones. Este es el caso de Juan Mollá, eminente jurista, narrador que ha publicado interesantes novelas y activo defensor de los derechos de los creadores, tanto en su calidad de Presidente de la Asociación Colegial de Escritores de España, ACE, de la que actualmente es Presidente de Honor, como en los varios periodos en que fue, asimismo, Presidente de CEDRO, Centro Español de Derechos Reprográficos.

 

Pero, nacido en Paterna (Valencia) el 21 de agosto 19128 e incansable lector y viajero, además de un esforzado activista cultural, interesa aquí destacar su faceta de delicado poeta que ha venido demostrando con la publicación de varios libros de éste y otros géneros como narrativa, (véase “Segunda Compañía”, obra galardonada con el Premio Lengua Española de Plaza&Janés, 1963) ensayo (“Carlos Bousoño en la poesía de nuestro tiempo”, 1989), crítica tegatral (son notorios sus textos en la Revista “El Ciervo” o los de “Teatro español e iberoamericano en Madrid, 1962-1991”, que vieron la luz en Society if Spanish-American Studies, 1993) . En “País de la lluvia”, editado hace más de medio siglo, nos deja un agradable regusto lírico, igual que en otros poemarios como “El jardín sin límites”, “Milenios”, “Memoria de papeles amarillos” con resonancia  los versos de Miguel Hernández, esa delicada colección de reflexiones que forma “Sombra, medida de la luz” o las indagaciones líricas de “Animales impuros” y los ·”Poemas mediterráneos”, que recuerdan las apreciaciones y completo afecto del bello “Adagio mediterráneo” de otro interesante poeta levantino, Antonio Porpetta” , para culminar con antologías como “La selva y otros sueños” aparecida en Els Plecs del Magnànim de Valencia, 2002 y, sobre todo, “Contra el tiempo”, Vitruvio 2011, glosada por William Michael Mudrovic en “Anales de la literatura española contemporánea, ALEC.

 

 

 

3 PAÍS DE LLUVIA, foto interior

PAÍS DE LLUVIA, foto interior

 

 

 

“Contra el tiempo” es un título especialmente significativo pues al compilar en ella gran parte de su obra demuestra la constante preocupación por el paso de los días, por ese enigma con daños laterales que es el tiempo y su constante socavamiento de la existencia. Ahí está la obra de Marcel Proust, los estudios de científicos de todos los tiempos, concluyendo en los trabajos apasionantes de un genio llamado Stephen Hawking, físico teórico, astrofísico, cosmólogo que nos ha dejado varios libros sensacionales, alentados precisamente por juiciosas opiniones de Carl Sagan como “Breve historia del tiempo”, “Historia del tiempo presente”, estudiando el paso de los siglos desde el Big Bang hasta los agujeros negros, además  y decenas de libros de poesía que a lo largo de los tiempo se han dedicada a mirar hacia el infinito, el pasado y los tiempos indeterminados. ”Arena, tiempo triturado, polvo…” escribe Mollá.

 

El libro, con un antecedente en “Pie del silencio” de 1958, consta de tres partes. La primera, “Las alas perdidas”, se abre con “Los pájaros” y el poema “La luz”: “Nacieron con la luz. Eran la luz. Brotaron/con el alba primera, con los voz inicial./Nacieron. Surgieron de la luz, de la voz; era/un abanico inmenso que crecía”. El poeta vive, rememora, vuela con esos seres diáfanos que alcanzan el cielo y son parte de la luz que ilumina el mundo y la memoria. Ahí se materializa la existencia, ese espacio de colores oscuros y de los de algún paisaje rodeado de acebo donde, definitivamente, surgen los altozanos regados por la lluvia y las nubes de fresa. Es el comienzo de todo, el inicio de un viaje por ese país intrépido y sencillo donde se van acortando distancias y suelen remontarse esas ansias humanas que hacen suyo el paisaje. Si, es la luz, como indica el poeta: “Todo creció bajo el batir del ala./Fue la alegría nuestra Ley primera./Una risa nació, cubrió la tierra pura./El silencio escucho. Los pájaros cantaban”. También Antonio Porpetta alicantino (de Elda) escribe “…aterida dormita la  memoria…”.

 

Y así se van sucediendo los versos, las reflexiones, las vivencias. Por ejemplo en “El bosque”: “Esto es un árbol. Crece en pie”. Se nos permite vivir con la explosión de la naturaleza, con los árboles creciendo y los seres humanos viendo hojas y ramas, ese sentimiento poderoso de acercarse al mundo animado de la vegetación que hará posible la pervivencia de los seres humanos hasta llevarnos a “el tiempo sin fin” de que habla el poeta de una manera tan sutil, melodiosa, apacible. Esa isla flotando sobre el mar, “un reflejo de sombras”, versos apasionados como los de “En el principio estuvo Dios creando los números/y sus íntimas relaciones secretas…” o la figura de Adán que “al despertar, en vano tristemente/buscó las alas que perdió el sueño”. Los tres poemas de “la serpiente” nos trasladan a universos de profundas aristas con matiz primigenio, “1-el sueño”: “Mañana seré Dios. La noche es mía”. “2-la serpiente”: “Dadme siquiera/una mujer que me haga compañía”. “3-el miedo”: “¡Podré vivir ya siempre con el sabor del agua…!”. Vamos de la soledad, al egoísmo fácil; de la tristeza al afán de pervivir; de la sed a la sensación de saciedad que permite cierta felicidad capaz de anegar la desgracia y la angustia. Estamos ante versos delicados, bien estructurados, limpios, con un matiz de divinidad capaz de convertir en vitales las creencias y en eterno lo terrenal. 

 

 

 

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Desterrar la angustia y volar con la imaginación a paraísos diversos forman parte de una experiencia lúcida pocas veces conocida. La poesía se vuelve confesión y en poeta Juan Mollá se acerca a nosotros para permitirnos convivir con su propia andadura espiritual.

“Bajo la lluvia” es la segunda parte. El soneto que da título al libro contiene catorce perfectos versos repletos de musicalidad, de ritmo, de intuiciones líricas: “En esta tierra solamente llueve”. Nos lleva a las ideas de otros libros del propio autor, sus andanzas, sólo o acompañado por el inseparable amigo que fue Víctor Alperi, con quien escribió el ensayo sobre “El sentimiento de inseguridad en la poesía española contemporánea” y una interesante trilogía asturiana que vio la luz en Editorial Destino en 1962, por las tierras del norte, por los caminos astures y cántabros al lado del Río Cares y de la versatilidad de un paisaje inmensamente verde y siempre agradecido a esa bendición (casi) diaria de la lluvia. Leemos: “En esta tierra solamente llueve”. Los cuartetos de “ausencia” y los de “aún, la espera” parecen forman parte de un avance biográfico, pues “mi rabia, mi dolor, mi ausencia” o el “silencio” “Que doma las espadas” se confunden con la lluvia plácida, con el devenir a veces esperado de las nubes transformando la vida y las ciudades van diseñando un perfecto territorio de confidencias y una narratividad lírica bien llevada a los poemas. “restos humanos”,  “casi”, “erais niños”, “la sombra del manzano”, “cualquier día” y “domingo” van creando imágenes diversas, testimonios candentes de una historia adulta raramente mostrada a los demás, sus versos rotundos se hacía intensa la historia, se convierte en metáfora el silencio de todo: “¡Qué lejos, la amapola, la espiga, el arco iris;/qué muertas, tus canciones, tu llanto, tu llamada!”. Es como revivir torpes adolescencia, como ir dibujando la ilusión del espejo. “¿Qué se nos ha perdido por entre los jazmines?”.

 

Hay una sensación de vida prolongada, de inminentes secretos escalando desvanes: el ser humano vuelve al dolor inicial, intenta elevarse sobre su propia pena como cuando otro poeta, llamado Félix Grande, venía a preguntarse “¿cómo llamar sosiego/a lo que sólo es desasosiego extenuándose?” y ahora Mollá recuerda: “…Fuisteis niños. Jugabais en la hierba…”, reclama la vuelta de “La luz, la luz…La vida/caracola del aire” pero esa claridad permite ir dejando atrás la angustia, “la luz en medio de las sombra” prometiendo “¡y tú conocerás entonces mi alegría!”, lo que nos lleva a una sencilla pregunta: “¿Por qué no cantan siempre así, los pájaros?” claro que, también, el poeta uruguayo Nelo Curti escribía “A veces da frío abrir los ojos/-ahí acaba el poema-/y hallar sólo postales…”. Pero la poesía no es una fatalidad sino, más bien, un reflejo de nuestro entorno, de nuestras carencias, de esas cuestiones negativas que nos acosan cada día. Tal vez por eso Mollá habla de sí mismo, nos muestra su interior reflexivo, indagador, al menos el de hace más de medio siglo.

 

 

 

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Es algo de lo que, también, hablan otros poetas como Jesús Hilario Tundidor cuando nos dice “Vive, lee, escucha, aprende, calla, calla, calla. Y espera. Y, sobre todo, rebélate ante la falacia, sé tú mismo”. Grande extendía la idea: “Has sido aquí infeliz y alguna vez dichoso”. Seguimos con los poemas de “Bajo la lluvia”, 2º parte del libro. Y ahí está esa “isla lejana” con dos poemas. Advertimos el uso, la utilización de las letras minúsculas y en negrita para denominar cada uno de los poemas, como dando a este tipo de grafía una especial responsabilidad para titular los delicados versos de cada uno de los poemas. En este caso leemos, en primer lugar, “Desde tan tierra adentro, en mi condena/de llanura sin límites, te sueño,/Isla querida y fiel, ardiente empeño/de ser estrella y flor, coral sirena./Tan sólo de nombrarte, se me llena/de dulce mar mi corazón isleño,/y me llevan las olas del ensueño,/hasta varar, extático, en tu arena./¡Quién pudiera tenderse en tus orillas/y girar como tú, con tu tesoro/de anclas y redes, de hélices y quillas!./Giras, vuelas. Ya apenas te avizoro./¡Por el cielo vas ya, sobre el mar brillas,/Isla lejana, memoria de oro!”. Estamos ante el poeta que rememora el lugar preciado, en este caso la isla que parece haber si Ítaca, su camino, su lugar de refugio, como si en este viaje, en esa aventura hubiera existido una especial connotación humana, de esas, precisamente, que dejan en la memoria un regusto amable, una emoción permanente. El autor se encuentra de lleno dentro de la isla, del casi paraíso, que parece no querer siquiera ucompartir por haberle llenado de vida y de apacibilidad. Es un soneto completo, bien estructurado y medio, con una especial musicalidad y ese ritmo que sólo es capaz de infundir un buen conocedor de la métrica y de la ilusión lírica, a caballo de la inspiración y de cierta confianza en que el lugar mencionado podrá seguir formando parte de una eternidad personal pocas veces igualada.

 

El segundo poema con este mismo título está concebido con versos libres, también inspirados en un afecto especial y unos recuerdos latentes, digna rememoración del paraje, de la porción de tierra que, habiéndose abandonado, permanecen en la memoria y la dignifican constantemente: “¿Dónde quedaste, dónde te llevó el viento triste/de aquel anochecer cuajuado por tu aliento?”.

 

 

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El resto de los poemas aquí contenidos son “deja que mienta un poco”, “diálogo imposible”,  “cubil de la caricia”, “ayer siempre”, “los vilanos”, “poniente”, y “ciudad, silencio, nadie”. Todos ellos continúan dando cuenta de esa especial biografía, del mundo anímico del poeta, de su inserción en el mundo y de la capacidad para hacer del recuerdo algo palpable, como si nunca hubiera dejado de tener una cita consigo mismo. Son versos blancos, sonetos, cuartetos encadenados, pero, todos ellos escritos a base de frases cortas, a veces entre exclamaciones, interrogantes, cuestiones negativas a las que asaltan afirmaciones rotundas, como si autor quisiera encadenar sus recuerdos con el mundo exterior, la relación con otras personas, la habitabilidad de lugares concretos o su comunicación con Dios y sus misterios. Todo ello va encadenando ese universo pletórico de Juan Mollá, esa sucesión de metáforas y vivencias que, de una manera elegante y no tan sencilla, quería transmitir hace tanto tiempo: “Llueve y estoy más solo. No quisiera/perderme así, mientras la noche avanza”.

 

Con “El retorno”, tercera parte del poemario, el poeta crea un espacio propio, precisamente, para transmitir de una vez por todas aquellas dudas, vivencias y especiales circunstancias que podría haber omitido hasta la fecha de su publicación y que, seguramente, iría contestando, anotando, caligrafiando en posteriores entregas líricas. En su novela de 1979, ganadora del Primer Premio de Narrativa de la Primera Bienal de Ámbito Literario, “El grito”  Rafael Soler pone en boca de un personaje: “…si la edad me dejara diría que nací de costado”, como si el decidor creyera que este motivo había dado lugar a no tener excesiva suerte en la vida, a no vivir inserto en la felicidad que el poeta chileno Gonzalo Rojas creía que todos merecemos por el simple hecho de haber nacido. “Sueño lejano, vuelvo a ti. Retorno/ a donde no llegué jamás”, exclama Mollá en el primer poema de este apartado pero, luego, continúa: “Llego al clamor secreto de la noche/y al silencio del alba…”.

 

Esta llegada a un lugar inexistente aunque apropiado para saberse encontrar o disfrutar de la plenitud de uno mismo es, sobre todo, la magnífica ilusión de conocer una situación, una realidad, una manera de enfrentarse al mundo que nos rodea; ahí veremos si nacimos de costado o un pan bajo el brazo como dicen los papanatas de la filosofía barata. A veces, realmente, únicamente el silencio y el alba nos acompaña y otras, las más, la noche no hace que más ennegrecer nuestros pensamientos, nuestra aparatosa y negativa realidad.

 

 

 

7 Juan Mollá y Ramón Hernández

Juan Mollá y Ramón Hernández

 

El crítico Santos Sanz Villanueva, refiriéndose a la novelita de Félix Grande, “Las calles”, que también publicó Ámbito Literario, la gran editorial fundada por el traductor Víctor Pozanco adquirida después a bajo precio por Anthropos y prácticamente desaparecida, decía (S.S.V.): “Las calles´ habla solamente de la soledad, del amor, de la indigencia material y espiritual”. Y el propio crítico se preguntaba “¿Para qué más?”. Ciertamente. De esos temas hablan los poetas, habla Juan Mollá, en estos tercetos encadenados llamando “Memoria/de espejismos y redes de raíces” a la confuso sensación de volver a lo primigenio, a lo inicial, a lo que nos permitió llegar al futuro sin (casi) haber disfrutado el presente pues, efectivamente, todos los retornos, como diría el filósofo, no son más que una falsa vuelta a lo desconocido, a los recuerdos que se esfumaron minutos después de haber aparecido en la memoria porque, también, se han hecho humo las situaciones, los amores, las vivencias que tuvieron lugar en un pasado que, en determinadas ocasiones, llegamos a creer que nunca existió o, al menos, que no existió para darnos la felicidad. “Lo que nos empujaba no era el deseo de saber qué había ocurrido…”, escribe Marta López-Luaces. Efectivamente en determinadas situaciones importa poco saber cómo se ha conformado el pretérito porque, indudablemente, al habernos conducido a un presente de lagunas forma parte de una historia que de haber tenido lugar de otra manera habría, también, modificado nuestro futuro.

 

“Estoy maduro y soy lo que me han hecho” escribe Mollá en el poema titulado “hombre” y en “compañía”: “De pronto sé que soy protagonista/de una historia tan nueva como el mundo”. Un hondo humanismo de aleteo cálido sobrevuelva estos versos, estas intenciones, no primeras pero sí definitivas a la altura de los años sesenta cuando todavía España esperaba un santo advenimiento, una era de libertades y una historia compartida, una posibilidad de habitar ese, aquel, “País de la lluvia” que, sin embargo, aún permanecía embarrado, lejos de la frescura del agua y el color suavemente lírico de las nubes.

 

 

 

 

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 “Esta es la noche al fin. Esta es la noche./Se aleja un tren. Un perro, lejos, ladra./Huele a menta y a sombra la espesura./¡Oh, noche como barco abandonado!./Secreto corazón, tormenta ronca/donde el alma se para y se desnuda”, así  se van deslizando los tercetos de “ninguna” y así (“Una mujer, sabedlo, es una torre/a donde vuelan todos vuestros pájaros”) el título “la mujer” que se nos antoja repleto de elevadas reflexiones, magnífico en su talente descriptivo y en sus motivos de respecto y, cierta, adoración por esa parte de la sociedad que es la mujer, madre, hermana, esposa, amiga, hija sobre todo cuando, como escribe Antonio Machado “Aquel amor de fuego era por ti y contigo”, dignificando una relación que puede, y debe, se amable, entusiasmante, efusiva. De nuevo “noche” en el poema que lleva ese título: “La noche suena a ti. La noche suena/a tus cabellos donde el viento canta,/el profundo clamor de tus torrentes,/el mar que sueña el mar en tus oídos”, la noche y la mujer, buena combinación para el amor y la perdurabilidad, para el inicio de todos los futuros si, además, el hombre, como dice Cortázar, la siente “entera y absoluta dentro de su abrazo, con un crecer de felicidad igual a un himno, a un soltarse de palomas, al río cantando”.

 

Por eso mismo reproducimos completo el siguiente poema, “ven”: “Ven a la oscuridad, ven a la noche,/ven bajo el negro resonar del puente,/ven a la gruta donde el mar retumba,/ven al bosque de sombras que no duerme./Será el abrazo oscuro y libre el tiempo./Largos, los besos; el susurro largo/y la caricia al fin sin ataduras./Dame tu boca y duérmete en mis brazos”. Nos parecen unas palabras repletas de ternura, unos versos de amor intenso, de cercanías sin paliativos, de comprensión, de honorables deseos, de certidumbres.

 

Después, ya, el colofón ese largo poema titulado “los hermanos”, una perfecta llamada a la concordia, a la convivencia, de esa necesidad de compañía, de amor fraterno, de la esperada cordialidad de la familia y el mismo techo: “Sabed que os amo, arcángeles heridos”, escribe el poeta Juan Mollá que se dirige a los hombres lejanos, a los desvalidos, a los derrotados, a los hermanos de la sombra y la errancia, a quienes sufren, a quienes están perseguidos o prisioneros tal vez injustamante, a quienes vagan por los bosque…Al final se pone frente a ellos y, como un orador de la bondad intensa, exclama: “Sólo el amor nos salva. Vamos juntos,/hermanos en la muerte, por la selva./seguid, seguid, arcángeles heridos,/el gran retorno hacia la luz primera”.

 

Cumplir 90 años y seguir publicando versos y textos varios es algo digno del mayor aplauso y a ello nos unimos con  el modesto comentario sobre tan celebrado libro.

 

Y ya están sonando los clarines de todos los amaneces, está surgiendo un hermoso arco iris al llegar el sol a este, también, “País de la lluvia”.

 

 

 

 

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