POEMAS DEL VENEZOLANO LÁZARO ÁLVAREZ. FOTOGRAFÍAS DEL SALMANTINO LUIS MONZÓN

El poeta Lázaro Álvarez en al Casa de las Conchas (2002)

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar una muestra de la poesía del venezolano Lázaro Álvarez (San Felipe – Estado Yaracuy, 1954). Profesor de Filosofía, de Literatura y de Lengua y Tradición Cultural en la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy. Es Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, Magíster en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar y asistente durante dos años de la Cátedra Internacional de Literatura venezolana J. A Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca, España, donde realizó estudios doctorales. Fue Director de la Colección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Venezuela. Ha desarrollado un trabajo literario diverso en distintas publicaciones e instituciones de su país (como coordinador de talleres de creación verbal y asistente de proyectos editoriales) y ha publicado traducciones del francés y el portugués y textos de poesía y de crítica literaria en revistas y periódicos de Venezuela y otros países. Ha participado en congresos de literatura y lecturas poéticas en España, Brasil y Venezuela. Coordinó el Taller Literario del CELARG en el año 1998. Fue redactor de La Oruga Luminosa y Vertientes. Colaborador habitual en revistas, suplementos culturales de periódicos nacionales e internacionales, como Verbigracia de El Universal, Papel Literario de El Nacional, Tal Cual, donde escribió reflexiones políticas y culturales, etc. Entre sus libros de poesía publicados están: Asidua Luz (1982), Vivir afuera (1990) y Paisaje Reunido (1993). También el libro  Ensayos (1986).

 

Lázaro Álvarez participó en el V Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca en octubre de 2002 y dedicado a homenajear a José Hierro. También el IV y en el XXI, dedicado a los ocho siglos de la Universidad de Salamanca. Los textos, escogidos por A. P. Alencart, se han tomado del libro ‘Paisaje reunido’, y de las antologías publicadas en Salamanca: ‘Otras voces, Nuevas voces’ (Salamanca, 2004), ‘Maestros del sagrado oficio’ (2003). ‘Salamanca, azul y oro’ (Fotografías de Luis Monzón, Salamanca, Caja Duero, 2001) y ‘Por ocho centurias’ (2018).

 

 

 

POESÍA

 

Aquí es

siempre de noche.

Alrededor

de estas palabras.

 

Nombramos cada cosa,

la besamos,

para reconocerla

o abrazarnos a ella.

 

No hay por qué abrir tanto los ojos

para ver si es sueño

ni para despertar

un poco más.

 

Y no para iluminar

a nuestras manos,

sino por calentarnos,

nos acercamos

al silencioso fuego.

 

Solo por calentarnos.

 

Bajo la vasta noche

donde se dobla la sombra de las cosas

y en cuyos bordes

nuestra memoria

parece que alborea.

 

 

 

Por ocho centurias, antología del XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos

 

 

ESTUDIANTE EN LA NOCHE DE ANAYA

 

 

                               (Para Paco Bautista y  Octavio González)

 

 

Cuando en el abandono vuelvo a ti

sin casa ni familia

por la calle fría de la noche

ha sido siempre para repetir la palabra olvidada

 y por buscar la flor de invierno que nos iluminaba.

 

Yo no tuve el canto de un ángel que me guiara.

Y fui a buscarte y regresé más perdido.

 

Vuelvo así al pavor inmenso en que se eleva la vieja catedral

y me deja ante la puerta como un niño sin casa.

 

Supe entonces que nadie sacia la sed  de aguas inmóviles.

Pero yo bebí el azul de tu cielo

dichosa inmensidad terrible en la distancia

que nos hace más pobres.

 

Perdí los libros y te busco siempre: por las noches

un hombre se pregunta en una calle solitaria

y lee sin saber sobre los muros

las palabras secretas del exilio futuro

como conchas marinas

y no nos deja respirar el tiempo detenido.

 

Dos amigos que también te buscaban

me dieron de beber el hada verde junto a otros juglares.

Me condujeron allí por la puerta de atrás

de la entrada de la Facultad.

Nos aficionamos a las viejas bibliotecas

donde nos embriagábamos hasta el amanecer.

 

Y solo cuando desde su balcón despertaba

el alba sobre el Tormes

comprendíamos que nuestras almas

estaban a salvo todavía.

 

Como me salva ahora

en el nuevo cielo del jardín

el imprevisto

el fino silbido del azulejo al mediodía.

 

 

Alba de invierno, poema de Lázaro Álvarez

 

 

SUEÑO DE INVIERNO

 

Para la nueva lluvia

el mundo es nuevo.

 

Un viento sin origen

se refugia en los árboles de afuera

y una perdida lejanía

hace cantar sus gallos.

 

Como las hojas secas

rotos diálogos giran.

Ruido de imágenes a través de los años

en los ventanales empañados.

 

Lo que pasó engendrando destinos

vuelve a estar en nosotros

como un fruto repetido del porvenir.

 

Y cae por primera vez

la nieve lenta de todos los exilios.

 

 

ANTES DE IRNOS

 

Nadie diría que un viaje así

es elegía callada por la vida.

Ritual sereno para los hombres que meditan

mientras pasan ciudades

aldeas de la infancia

o árboles inocentes que el viento alegra.

 

Mudos adagios de las rutas

por no estarnos quietos en un solo sitio.

 

Viajes que nos arrancan de donde empezamos a querer,

aire tibio que nos retiene sobre la madera vieja de los bancos

 

donde esperamos junto a otros

y entre desconocidos

nos fumamos el miedo, el agobio de irnos.

 

Escucha el triste desorden de las despedidas,

mira a las pobres gentes que se aman,

la mirada de sus rostros brillantes

que no quiere olvidar

ningún recado, ninguna pertenencia

en el breve instante en que se apuran a amarse.

 

Y en el nuevo frío de otra ciudad

mientras en la madrugada vuelven a partir los autobuses,

sentirás todavía

el sueño de las pobres aldeas,

el diálogo roto de las despedidas

y el breve ruido de la vida distinta

que no pudo vivirse.

 

Lázaro Álvarez retratado por Miguel Elías

 

 

 

LOS AÑOS

 

Como la herida endurecida de un niño

a cada juego, distraído,

abierta nuevamente.

 

Como el amante loco

girando alrededor

del monótono canto de su noria.

 

Como el pequeño cují

bajo la dura lluvia

que ya nunca puede

ni morir ni envejecer.

 

Así el ciego deseo,

todavía no curado,

de vivir en el mundo

de nuestros lentos años.

 

 

 Lázaro Álvarez leyendo sus poemas en el salón de recepciones del Ayuntamiento de Salamanca

 

 

 

EL VISITANTE

 

 

Vine a estos pueblos para dar una vuelta

lleno de veleidades.

Recorrí esta autopista como a un pensamiento interminable.

Recorrí el asfalto humeante.

Observé pasé por pastizales

y espesuras donde nada es igual.

Vine confuso a este lugar

con una camisa de ciudad golpeada por la brisa

a escuchar estos ruidos

a frotar mi cuerpo contra las asperezas

de este paisaje inesperado.

Tomé esta carretera con un viejo entusiasmo

con esta luz quemé mi piel y el cuerpo de mis hábitos

y recogí del suelo un trozo de tela de la infancia.

Vine lleno de pensamientos de pedazos de ideas

quebré ramas en mi atajo

fui golpeado por el fuerte olor de la escobilla

pasé el alambre que me rasgó en el pecho

tropecé y enderecé mi paso y me alejé.

Pasé por este sitio aturdiéndome de novedades.

Entré en las aguas de este río

y reposé en su pozo como un muerto que no quiere pensar.

Vine a este pueblo sin ninguna razón

y sin apuros

reí como las piedras con los amigos íntimos

y al voltear vi la figura del camino que hicimos

jamás igual a ningún otro camino de este mundo.

Vine aquí a pasear

y ahora me alejo aturdido y extraño.

Ahora recorro la autopista monótona

mirando las rayas blancas del asfalto

como un desconocido que retorna.

Regreso ahora y fumo y no deseo palabras y miro la ciudad

en el final de un día donde no podría haber más maravillas.

Veo la ciudad

apenas ensombrecida desde lejos.

Llegué sin ninguna razón y así regreso

sintiendo en el asiento las bajadas violentas

la cabeza lavada el viento de la noche

sin equipajes sin ideas el puro cuerpo

y sin deseos de hablar

y sin pensar en nada ni en el triste

ruido interminable del motor.

 

 

 

Salamanca, azul y oro

 

ÁNGELES

 

Estalla muy lento

el cálido sentido

de este día.

 

El viento repentino

mueve amorosamente la cortina

que revela tres veces

en el patio

la ropa tendida que se eleva.

 

Y desde mi se va

un claro aroma de aves

hacia el cielo.

 

 

 

 La magnífica soledad del cielo, poema de Lázaro Álvarez para foto de Luis Monzón

 

 

RUMORES

 

 

Cerca de mí

han ocurrido crímenes.

Pero al día siguiente

nadie halla la sangre.

 

Sobre el lugar de la hierba pisoteada

rueda el periódico que ya dijo la noticia

y se alejan los curiosos

que murmuran desde la balaustrada.

 

Yo prefiero esconderme

desviar mi ruta de costumbre

y tirar mi ropa sucia en un río nocturno.

 

Cerca de mí

han ocurrido crímenes,

pero no hay marcas, cuerpos,

huellas de un forcejeo disimulado.

 

Yo camino entre sombras

sin poder escuchar lo que se dice

la gente que cruza también

el puente de esta noche.

 

Cerca de mí

se ha cedido a traiciones.

Yo escucho el ruido indistinguible

de pequeñas violencias.

Escucho como si lloraran

y escucho el rumor como de un nombre.

 

Pero al abrir la puerta

nunca hay nadie,

el pasillo está solo

y en la distancia oscura

apenas suena el río con sus aguas podridas.

 

Yo regreso a mi casa, sin dolor,

apaleado, quizá, por el desvelo,

lavo mi cara, recojo mi ropa de trabajo

y espero un poco para estar más tranquilo.

 

Hasta que cesa el tráfico de las oficinas

y salgo un rato a las calles apacibles

otra vez agotado, sin dormir,

otra noche más con el sueño perdido,

entre las luces silenciosas

de los carros que cruzan

y el ruido de los tordos en los árboles.

 

José Antonio Funes, Carmen Ruiz Barrionuevo, Pilar Fernández Labrador, Lázaro Álvarez, Alfredo Pérez Alencart, Horacio Vázquez Rial y Jesús Hilario Tundidor (IV encuentro)

 

NOCHE

 

La luna
Esclarece una ternura sobre mí.
La llevo como un don.
No debida a nadie ni dirigida a nadie.
Se oscurece para volver a ser radiante.
Se fuga como el agua cuando quiero beberla.
Tan sutil.
Una palabra más y la pierdo.

 

 

UN DÍA

 

Ningún viento

podrá apagar

la llama

que en nada se sostiene.

 

Cada día

dura un rato más

la luz

de la misteriosa permanencia.

 

Pero quizás

un día se apague

para siempre.

 

Y llegue un día

un otro viento

inesperado

que no viene

de ninguna parte.

Otras voces, nuevas voces, antología del V Encuentro de Poetas Iberoamericanos

 

 

LA AMANTE

 

 

Ella dice estar sola bajo su llanto oscuro

y a su lado se mueren las flores del domingo.

A su lado se abaten bajo la necesidad

deseos todavía turgentes

mientras solloza sobre el desastre de las sábanas

nuevamente arruinada, satisfecha,

perdida nuevamente.

Bajo la bella claridad lunar de su abandono

germinan otra vez las ansias de perderse o morir

de confesar o de seguir amando.

Sabe que pertenece

a los amargos besos furtivos

tan anhelados, cada vez más dulces.

Sabe que su cabeza está entregada

al dolor de la cruel luz de los días siguientes.

Pero no entiende cómo en la noche se distienden los cuerpos

para los cambios que la vida quiere.

«A esto llaman dolores, a esto llaman placer»

piensa y en la mortal cercanía

de la quemante entrega

poseída, sin respirar y sin desear palabras

no preguntará a su amante «qué será de nosotros»

siempre derrotada por la sed de sus labios,

siempre traicionada por la imprevista fuerza

de un deseo de vivir apenas un instante

para después morir en el resto de las horas infames.

Para después pensar

en la absurda belleza de los días

y en el dolor de amar que ilumina y ahoga

como un calor indócil que calienta su pecho

como un don que teme y que no acepta

con los ojos cerrados huyendo a nuevos besos.

 

José Antonio Funes (Honduras) y Lázaro Álvarez, durante el IV Encuentro de Poetas Iberoamericanos

 

 

VIVIMOS TANTAS COSAS

 

 

Hoy tampoco me visitas, palabra poesía.

En el vivir con otros bajo el peso del mundo

¿qué imprudencia cometí en mi pasión?

¿Con qué te herí? ¿qué olvidé de nuestro

íntimo pacto de amor sin condiciones?

Ahora no pertenezco a nada y estoy sin un centavo.

Tomo mi desayuno agraz

reviso de nuevo mis noticias

y apoyo otra vez mi frente en mis labores.

En un banco una anciana

aprovecha en sus manos un solo rayo de luz

para bordar un poco.

Y tú no estás: vivimos tantas cosas.

Éramos uno solo: tu dicha, tu dolor, tu oscuridad de oro.

Me dejas solo ahora

para recordar

en la terrible sequía del abandono

la ya perdida vistosidad de aquella grama verde

donde me diste amor

sin importarnos nadie.

Sino tus besos puros

bajo la mirada de las leyes inútiles

en esta plaza pública

donde se aburren todos.

 

REFLEJOS

 

A cada paso nuestro

nos sigue arriba

la luna en que pensamos.

Entretanto paseamos

sin que tengamos cerca

ninguna satisfacción.

Malos sueños todavía nos turban.

y, así, recién despiertos,

pedazos de recuerdos,

cuerpo incompleto de los deseos,

pensamos en las cosas

que al instante olvidamos.

Hablando para sí

de lugares no visitados nunca

somos en el paseo cada cosa que vemos

y nos llenamos de la misma decadencia

con la que anochece en la ciudad.

Nada pensamos de la crueldad humana

que gira en los periódicos sucios de la calle

ni de la soledad que oprime el pecho

como una rara enfermedad.

Y nos acercamos un poco a la pared

para no perder sobre la cara

el aire fresco y suave de algunas veces.

Nuestro paso es lento

junto a otras

figuras de la calle

que cruzan meditantes.

Frente a las vitrinas mal iluminadas

donde nos reflejamos,

en otra calle,

desvanecidos,

lentamente.

 

 

Alfredo Pérez Alencart, Celso Medina, Carmen Ruiz Barrionuevo, Lázaro Álvarez y Octavio González, en la fachada de la Casa de las Conchas

 

 

 

CACERÍAS

           

Dones de la violencia:

Dormir o despertar.

 

Caer y recobrarse

Y otra vez recobrarse.

 

Luz y lluvia de los aburrimientos.

 

Reinos diminutos

Sentidos a cabezadas.

 

Dulce violencia

De la frente contra el abismo.

 

Tormenta suave que no se apaga

En la boca despierta.

 

Sombra que nos rescata

Desconocidos

Como amargo sabor.

 

Pero nada sucede.

 

Recuerdo del relámpago.

Rayo que aniquila

Lo que más ama.

 

Nada aparece.

 

Truenos del sueño.

Ráfagas de dudas.

 

Ni adelante ni atrás:

El cazador hundido

En una charca del amanecer.

 

Ni dormir

Ni despertar.

Lázaro Álvarez  en el patio de la Casa de las Conchas

 

 

EL OLVIDO

 

 

Una lluvia diminuta

y pertinaz

cubre otra vez el agua reposada

y la piel se eriza de germinaciones.

 

Demasiado

para los pobres ojos.

 

Tiembla

en el charco

el mudo resplandor del cielo

recomponiéndose otra vez.

 

Quien viene hasta su orilla

nada puede encontrar.

Nada perdido:

 

La lluvia pura

de una plenitud

sin rostro y sin imagen.

Una mirada ciega.

 

Maestros del sagrado oficio, antología del IV Encuentro de Poetas Iberoamericanos

 

 

 

PAISAJES

 

 

La luz solar sobre el cemento

y la desnudez de un niño en el colchón del piso.

Un pollo pasa rápido por encima de la raída sábana.

La señora

con una pierna gruesa como una raíz

nos regala un melón.

Se disculpa y nos acerca sus sillas arruinadas.

Se disculpa y sonríe.

Tras un poco de agua y unas breves palabras

ella queda en su puerta.

Nosotros nos borramos en el duro paisaje.

Pero ella queda apoyada sobre su viejo umbral

mirando hacia la calle.

Pensando, no en nosotros.

Mirando, hacia lo lejos, quizá ya no a nosotros,

perdidos,

desde su antigua puerta.

 

 

Alfredo Pérez Alencart y Lázaro Álvarez en la Casa de las Conchas (2002)

 

 

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