POEMAS DEL SALMANTINO TOÑO BLAZQUEZ

 

 

«Crear en Salamanca», hoy publica tres poemas del salmantino Toño Blázquez, poeta, rapsoda, hombre de teatro y persona activa de la cultura salmantina a través de sus publicaciones en Salamanca rtv al día y su trabajo como programador en el Ateneo salmantino.

En los años 90 publicó tres librillos de versos, La copla que está en mi boca y otras lindezas, Fábulas y ripios y Besos de tierra. Otras publicaciones fueron: la novela  La caricia del día y en 2016 La suavidad del erizo (poemas) y un libro de memorias titulado El veneno del toro y otras bajas pasiones en el año 2018

Participante en  infinidad de actividades culturales, Escribe de casi todo y trabajo y su trabajo está relacionado con la fábrica de sueños.

 

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El poeta Toño Blázquez

 

 

POEMAS

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Foto José Amador Martín

 

EL PODER DE LA TRISTEZA

 

Siempre es posible la huida hacia atrás,

es inherente a la condición humana:

regresar a la sangre más noble

por la que navegaron tenues e ignorantes

el más blanco conocimiento

y las primeras nieblas.

Siempre es posible un cambio de sentido

en la autovía de este proyecto

que construimos al respirar.

Sólo es necesario que nos acaricie la tristeza.

 

 

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Foto José Amador Martín

 

MI CASA TIENE MI PIEL (El desahucio)

 

Mi rostro por casa esquina, y mis amuletos, las sirenas

que arrullaron la melodía olfativa de mis muertos.

Tiene la fórmula para que aniden los pájaros en mis cuerdas vocales.

Tiene la sangre que desperezan mis desayunos y el trigo de mis sueños.

La luz bendita de mis padres ya enmarcado en sepia su retrato,

el soliloquio amable de las horas  eternas

y los pasos dudosos de mis hijos breves. Tiene la feliz arquitectura

del calostro de sus balbuceos y el laurel que premia el cofre de su crecimiento.

Mi casa tiene mi piel y mi agonía y en su pasillo se fue de súbito mi hombre

amado, mi otro corazón, hondo y severo pilar, la encina misma de mi vida.

Mi casa guarda el humo de la hoguera de aquel día. El borbotón del llanto

y la semilla inerte de los geranios no nacidos para cuando volvió la primavera.

Y los vértigos de las desdichas tiene. ¡Tantos y tantos desagües rotos!.

Y la demencia de la abuela coja, desarmado el intestino y rubicundo el genio.

Tiene la adolescencia de mis niños y sus novias gacelas.

Y tiene la primera regla de mi nieta, abandonada al susto.

Y tiene el sueño lloroso en el vientre de su abuela…son muchas las pieles de mi casa.

También tiene el trabajo y la alegría y tiene funerales y un mantón lleno de heridas.

¡Y cuándo se rompió la lavadora y volaron mil peces de su horonda barriga!.

Charcos, charcos, charcos, son ahora mi piel. Treinta años de piel…

Se arrancan, se devoran, atronan con estacas la mente.

Mi cama, mi almohada, mi cuchara y mi brasero, la manta, mi perrita, la cocina,

las cazuelas, mi vestido de novia, ¡las fotos, Dios, las fotos!.

Abrir la ventana, como todos los días, y gritar, ¡gritar!.

 

Y en esta piel espero otra vez, dicen que otro recodo en el camino.

Hay, dicen, otra noche por delante, otra noche más esperándome

y luego ya vendrán a despojarme, como a Cristo, y a colocarme

la túnica de la burla porque dicen que mi piel no es mía.

Todo cruje en la casa ahora y las heridas van vertiendo líquenes

en los vasos comunicantes que forman nuestros lazos.

El grito regresa a mi garganta, virgen aún, sin la fuerza gutural del terror.

 

Abro de nuevo la ventana la ventana y miro al cielo y me dejo caer.

Es hora de irse ya.

Con mi casa, con mi piel.

Es hora de volver al sueño.

De empezar de nuevo.

En mi casa, en mi piel.

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¿QUIÉN DA LA VEZ?

 

En algún momento de este vagar diario por el suelo

me pregunté: ¿y dentro del escalafón establecido,

a mí cuándo me toca?.

Y me salí de la fila,

puse la mano en la frente, como visera mismamente,

y vi que aún había cola delante.

–        Aún quedan, pensé.

Y volví al desayuno con churros,

y a besar la clorofila de las flores.

También a llorar por los que iban delante.

–        Aún queda para el invierno, dije.

Y abracé más aún la almohada, sin más.

 

 

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Foto José Amador Martín

 

 

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