POEMAS DE LA COSTARRICENSE PAOLA VALVERDE ALIER, FINALISTA DEL PREMIO PILAR FERNÁNDEZ LABRADOR 2018

 

 

  La poeta costarricense Paola Valverde Alier

 

“Crear en Salamanca” tiene la satisfacción de publicar estos poemas de Paola Valverde Alier (San José, Costa Rica, 1984). Poeta y gestora cultural. Por 4 años dictó el taller literario del centro penal C.A.I. La Reforma (2002-2006). A finales de 2010 Editorial La Cartonera Tuanis de Costa Rica publicó su libro de poesía La quinta esquina del cuadrilátero, reeditado por Editorial ARLEKIN (Costa Rica, 2013), Editorial Lápices de Luna (España, 2016), Cartonera Tica (Costa Rica, 2019) y Nueva York Poetry Press (EEUU, 2019). En 2014, su libro Bartender fue finalista en el premio Jaime Gil de Biedma; publicado por Editorial Perro Azul (Costa Rica, 2015) y obtuvo la Mención de Honor en el Premio Nacional de Poesía Aquileo J. Echeverría de Costa Rica. En 2017 publicó Las Direcciones Estelares (Amargord, España), Nocaut (Trabalis, Puerto Rico) (La Chifurnia, El Salvador), De qué color es el verde (Poe, Guatemala). En 2018, su libro El Entrenador de Palomas fue finalista en el Premio Jaime Gil de Biedma y Pilar Fernández Labrador, publicado por la EUNED (Costa Rica, 2019) donde obtuvo el primer lugar en la Selección Anual de Poesía. En 2019 publicó Cuando florecen los cactus (Amargord, España). 

 

  Plaza Mayor de Salamanca (foto de José Amador Martín)

 

Valverde Alier quedó entre los finalistas de la V edición del prestigioso Premio Internacional de Literatura ‘Pilar Fernández Labrador’ (2018), que se convoca y concede en Salamanca. Todos los poemas aquí publicados se han seleccionado del libro  “El entrenador de palomas”, el mismo que fue presentado al Premio PFL con el título de “Cronología del viento”.

 

 

  Foto de José Amador Martín

 

 

 

LA VENDIMIA DEL POLVO

16 de octubre de 1900, Castrovillari

 

Un pulso raquítico me atormenta.

He alucinado con alimento para mis hijos,

banquetes en hojas carcomidas

por donde resbala la luz.

 

Las  gotas desatarán la primavera,

convertida en piel

y pequeñas rajaduras de arcilla.

 

¿De qué me sirven estas manos

si no puedo cultivar la tierra?

 

Cosecho el polvo sumergido en la feroz enredadera.

Me tumbo a esperar a que caigan las uvas.

 

Esta patria que parió viñedos frente al lago

hoy me expulsa como un diente de león.

 

Mis hermanos renacieron en los pechos de una loba.

Su vientre nunca los contuvo.

Veo el hundimiento de mis zapatos.

Caminaré descalzo.

La química de los pasos me pertenece.

Probaré sus colores como en un experimento.

 

 

 

 

PALABRAS PARA TERESA

01 de enero de 1902, Puerto Limón

 

El aguacero ataca el tejado.

 

Persigo las gotas.

 

¿Cuántas serán suficientes para acortar la distancia?

 

Quiero improvisar tu aroma.

El aceite esencial de tu corteza en mí.

 

No me pidas ser paciente.

No vuelvas a escribir esa palabra.

 

He aprendido a seguir tus instrucciones

para encontrar la lágrima en la manzana

o el esqueleto en la semilla de durazno.

 

Hazme caso. Si cierro los ojos cae un alud. 

Si los abro, la soledad se estanca.

Tienes que vender lo poco que hay en casa

y confiar en esta tierra que germina.

 

No insistas en un campo que niega sus cosechas.

 

En este ejercicio de serenidad

que me enseñó la ausencia

ha saltado una idea

que nos hará salir de la pobreza.

Trae el invento de Manzetti.

Trae a mis amados hijos.

Pregunta en el pueblo

cuándo zarpa el próximo vapor.

Date prisa.

 

 

 

HERRAMIENTAS DEL BOLERO

 

I.

 

Colocaron el taburete de madera,

el betún y el trapo.

Dieron brillo al cuero

hasta ver sus dientes reflejados en él.

 

Domenico y Antonio lustraban zapatos

mientras sus padres ideaban la receta

para un nuevo destino.

 

La clientela creció como levadura.

 

Todos en la ciudad querían reposar sus pies

en la caja de los limpiabotas italianos.

 

II.

 

Quizá por la i que siempre pronunciaban

al hablar en plural,

o la confusión de tantos transeúntes

que se comunicaban con ellos por señas,

los hermanos Musmanno

se convirtieron

en los hermanos Musmanni.

 

 

III.

 

Aunque esta no es una película de Vittorio de Sica,

también soñaron con cabalgar largas distancias.

 

 

IV.

 

Observo la fotografía en que Domenico

le da de comer a unas palomas.

 

Quiero besar sus manos,

entrar en la imagen para limpiar sus botas,

escribir un poema que prolongue la infancia,

para que nunca más

vuelva a trabajar un niño.

 

  Domingo Musmanni, El Entrenador de Palomas

 

TERESA Y LA BARRERA DEL IDIOMA

 

No tiene alas
la victoria terrestre:
tiene pan en sus hombros,
y vuela valerosa
liberando la tierra
como una panadera
conducida en el viento.

Pablo Neruda

 

La palabra entra en el horno

como un rumor que se perdió en el trigo.

 

Regreso a mi piel.

Traigo en el canasto

un mensaje de primavera con olor a pan.

 

Estas líneas endurecidas en mi mano son blancas

y desmoronan la ausencia.

Me acuesto entre montañas. 

Los troncos colisionan contra el distante paisaje que fui.

 

 

Atrás quedaron las muñecas y los pantalones cortos.

Ahora las máquinas dominan el movimiento,

motor con que tejí ajuares para mis hijos.

 

Voglio imparare questa lingua,

le digo a las palomas que circundan mi delantal.

 

Para todos ha sido fácil aprender este idioma,

pero a mí no se me adhieren las palabras.

 

Las palomas me escuchan

y se largan exhaustas

hasta el palomar que ha construido Domingo

en las afueras de su habitación.

 

Luego comprendo:

solo vinieron a custodiar las migajas.

 

Voglio imparare questa lingua, repito

mientras se alejan tranquilas.

Foto de José Amador Martín

 

 

 

EL CLAVEL

 

 

La mujer que sostiene el clavel

camina sobre la cúspide

de sus zapatos flamencos.

 

Su blanca espalda está cubierta

por un chal de cachemir.

 

Abre su bolso,

coloca la flor encima del tablero.

El vendedor roza su mano

cuando le entrega la pasta

y en ese instante dos cometas

comprenden su luz.

 

Ella se desliza por debajo de las sombras.

Los párpados unen su respiración.

 

El silencio electrocuta los cimientos.

Ella da media vuelta

y cruza la puerta apresurando el paso.

 

Cuando llega a casa, descubre que olvidó el clavel.

 

 

 

 

ARRULLO PARA EL PADRE DORMIDO

 

 

Cargo un caballito de coral en los ojos del horizonte.

 

Levanto los platos de esta mesa, bajo la escalera.

 

La muerte no repara entre ruiseñores o poetas,

pero ambos se alejan en el mismo barco estelar.

 

Parece que llueve, la nostalgia son estas gotas

que nos golpean débilmente

y nos deshacen como papel.

 

Está servido el café y yo no estoy ahí

para balancearme junto a la gaviota de madera.

 

El tiempo elástico es un pozo donde quiero construir.

 

Mi padre sale a caminar dos horas a la montaña,

y en la sombra solo encuentra un pino. 

La tarde está oscura. Duerme su respiración.

 

 

Foto de José Amador Martín

 

 

CIERRO UN LIBRO EN LA MESA ANTIGUA

 

 

Con cicatrices en los brazos

–por haberlos dejado ir, tantas veces,

a un costado de las máquinas– 

los hijos se secaban las lágrimas.

 

Vino la muerte y tuvo sus ojos.

 

Teresa despidió a Nicola

con la esperanza de zarpar

en el próximo vapor.

 

Foto de José Amador Martín

 

 

 

PALOMAS MENSAJERAS

 

 

Entreno palomas mensajeras.

 

En su ojo derecho

la brújula

guía el vuelo de retorno

hacia su palomar.

 

Sé muy bien dónde se oculta el sol,

unas alas agitan el horizonte

y los pichones viajan

con las miradas abatidas.

 

Abro las compuertas de sus jaulas.

 

Pronto romperán la inocencia

y yo refugiaré mi silbido

en la dilatación del  tiempo.

 

Volarán en círculos

hasta convertirse en lluvia.

 

 

Son tan distintas a mí,

yo viajé desde otro continente

y aprendí a volar hacia una latitud desconocida.

 

              Por eso

sigo el corazón de las palomas.

 

Siempre regresan al lugar donde probaron el alpiste

y vieron por primera vez un amanecer.

Foto de José Amador Martín

 

 

EL ALTO DE LAS PALOMAS

 

 

Sobre esta roca abro los brazos:

aquí quiero mi nido.

 

La roca está por encima del océano

y yo, sentado en la cumbre,

invento el trayecto.

 

Los halcones no pudieron arrebatarnos la dignidad.

Volví a instaurar los palomares

en la azotea de la fábrica.

Me gusta ver sus relevos,

la rapidez con que cruzan mi montaña

para llegar a la ciudad.

 

Soy un hombre que cree en el viento.

He vuelto a enlazar sobres

con el pago de los trabajadores

a sus pechos.

 

El aire siempre ha sido un territorio seguro.

La mente, otra forma de volar. 

 

 

Domingo Musmanni, el abuelo de la poeta

 

 

 

ÚLTIMO VUELO

 

 

Un camastro de troncos desnudos sostuvo la caída,

el chaleco de lino, la cadena sin tiempo

y el clavel rojo

que nunca marchitó.

 

En la puerta de la fábrica

un lazo negro marcó en el calendario

que un 17 de enero de 1967

Domingo Musmanni partió a las estrellas.

 

Zarpó de la agonía hacia una carroza transparente.

Sus caballos escoltaron el desfile

y las mujeres de su familia,

abrigadas con velos,

encarnaron la ópera.

 

Cuatro pájaros blancos posaron las extremidades

en la tapa de aquel féretro

            para elevar su espíritu

a las bergamotas del Sur.

 

 

 

Foto de José Amador Martín

 

 

Foto de José Amador Martín

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