Poemas de José Antonio Valle Alonso


 

Maestro del soneto, el zamorano Valle Alonso es un poeta al que no se le desfondan los versos. Lo suyo en Poesía no cojea porque conjuga Amor y sueño entero, vida e inocencia cobijadas largamente en los salones del silencio. Y si sus comienzos ya fueron maduros, en lo de ajustar el oído a la emoción, los últimos años muestran una obra preñada de ávida humildad propicia para el instante eterno o el destello de la dicha. Así, sin contiendas insulsas, sin manifiestos mediocres: lo grande no es aquello que vocifera o arponea; lo grande es no dejar la palabra al garete. Y José Antonio Valle Alonso, de Zamora y de Valladolid, concede realidad a ternuras indecibles, pero también a sus lágrimas de viejoven: humanísima poesía deshojando estremecimientos y demás querencias. Orbitemos unos instantes bajo la rueda afortunada de sus versos.

(Alfredo Pérez Alencart)

 

 

¿QUIÉN DIJO QUE CASTILLA…?

 

¿Quién dijo que Castilla

no florecía a tiempo?

Señor de las alturas.

Tú que del llanto hiciste

la floración de besos.

Hasta la más humilde

flor del espino

sabe alzarse a tus cielos.

Por ti la avena loca

del sufrimiento

va espigando en las lindes

el sueño al viento.

¿Quién dijo que Castilla

no florecía a tiempo?

Mirad los corazones

ya floreciendo.

LAS SIMAS DEL AMOR

Hoy me sabe a mañana todavía

cuando tengo tus labios en los míos,

rendidos al amor dándonos caza

en un coto de fiebre hasta el desmayo.

Ay, y las rosas de tu pecho brotan

el fuego en erupción –volcanizadas–

hambrientas de la noche de los tiempos

para seguir ardiendo eternidades.

Los ojos de la noche y de la luna

las simas del amor han horadado,

vigías de la sangre enamorada.

Y bebemos el fuego de los besos

para saciar la sed de la locura,

la luz de nuestro amor, la luz del alba.

NOCTURNO

Por los acantilados de la noche

he dejado caer toda la herida.

Pasan las aguas turbias de la muerte,

y al otro lado sangran los tapiales

el silencio encogido de las sombras.

Pasan las nubes y la vida pasa

lentamente deprisa en un desvelo.

Con retraso el amor, con la distancia

que llevo junto a mí, de aquel que olvida.

Pasan también los ríos de la pena,

y vuelven a pasar, siguen pasando,

tienen fiebre en la voz, rompen el eco…

Ha amanecido al fin, en flor la nieve.

Hoy, saldré de mi mano, y sonrío.

HAY UN AROMA…

                                                   Hay un aroma de tierra

recién llevada a las manos.

Otoño vuelve a la pena

triste de los campanarios.

Y yo busco la mañana

surco adentro tras las nubes

que van llevando mi vida

por los aleros del alma.

A la deriva, amor mío.

A lo mejor es el viento

que me llama equivocado

sin saber lo que yo siento…

Amores de enamorado.

UN SILENCIO DE ROSALES

En este corazón de escalofríos

guardo una soledad acumulada,

la sangre en flor y un ramo de poemas,

y una noche de invierno y una copa

de sueño desvelado. Una nostalgia

creciéndose hacia mí, haciendo nido.

Y una oración, acaso entristecida

por la niebla velándome el recuerdo,

y una herida quemada hasta los ojos,

y un racimo de llamas desgranado

y una boca de llanto en la garganta

y una huella gastada de cenizas.

Y en esta calle adentro hacia el olvido

voy dejando un silencio de rosales.

DAME LA MANO…

Dame la mano, amor, pasemos juntos

el umbral de la noche, los dos solos

hacia esta oscuridad de lejanías

donde la soledad tiende sus alas.

Donde podamos ser donde el olvido,

donde el amor eternamente queda

en la absoluta levedad del tiempo

más allá de la estela de los astros.

Dame la mano, amor, llega conmigo

al infinito anochecer, al sueño

de sabernos los dos eternamente

en la rueda del mar de la locura

donde queden selladas las palabras:

Eternamente amor en nuestros labios.

HAZME BUENO

 Hazme bueno, mi Dios, que no me aparte
 de tu mano tendida de ternura
 en esa noche interminable, oscura,
 donde a la parca vi desafiarte.

 Tengo miedo, mi Dios, de no encontrarte
 si la vida me engancha y me tortura
 y la sangre me enciende la locura
 de caminar sin Ti, a cualquier parte.

 Que mis ojos se cieguen y el camino
 lo haga sin tu amor, y que el destino
 me dé la soledad, y desamado

 yerre en mis pasos sin hallar tus ojos.
 …Cuando al final te lleguen los despojos,
 abraza mi dolor y mi pecado. 

HE DE SALIR AL CAMPO OTRA VEZ, MADRE

Es el mes de las flores

y yo también he de coger un ramo;

pero no cultivadas para ofrenda.

He de salir al campo

como cuando era niño, ¿no te acuerdas?

La margarita pobre: la gamarza.

Amapolas sangrando.

Y esa flor amarilla,

pamplina me parece que es su nombre,

y es luz en los trigales

al remolino en brazos de la brisa.

Y otras flores al paso

completaban mi ramo,

que con fervor de niño te ofrecía:

¡Qué alegrías, sin pinchos en el pecho!

El corazón de amor golpeó aprisa.

He de salir al campo otra vez, madre.

Y he de llevar tu soledad, que es mía.

Y vamos a buscar las mismas flores:

¡Bueno, no! no las mismas.

Pero no importa, madre,

pues tu sonrisa sí, es tu sonrisa,

que florece de nuevo ante mis ojos.

Primavera de ti vuelve deprisa.

Que se aclara tu voz en mis oídos

y en mis pupilas prendes tus pupilas.

Y el manantial de ti se crece arroyo

por el barbecho encinta de mi vida.

Las márgenes regadas con tu ausencia,

senderos de tu huella siempre viva.

He de salir al campo otra vez, madre.

Es el mes de las flores, nuestra cita.

2 comentarios
  • Rafael Mulero Valenzuela
    noviembre 27, 2012

    Por fin, en la Red se encuentran verdaderos y auténticos poetas. Una delicia leer a José Antonio. Mi felicitación personal para el junto a mi reconocimiento.
    Felicidades, igualmente, a Crear en Salamanca.
    Un saludo

  • Santiago Redondo Vega
    diciembre 1, 2012

    Para José Antonio Valle Alonso, mi amistad personal y mi admiración poética. La educación en el verso clásico siempre alienta el bagaje poético que hace al autor mecerse sobre el posterior verso blanco, o libre, o libérrimo.

    Un súeño y un abrazo.

Responder a Rafael Mulero Valenzuela