‘ONCE VISIONES SOBRE EL AMOR’, DE ENRIQUE VILORIA VERA. PRÓLOGO DE CARMEN RUIZ BARRIONUEVO

 

 

 

Enrique Viloria vera en salamanca (foto de José Amador Martín)

 

Crear en Salamanca tiene  el privilegio de publicar el prólogo escrito por la prestigiosa catedrática Carmen Ruiz Barrionuevo en torno al último libro de ensayos del polígrafo venezolano Enrique Viloria Vera, residente en Salamanca desde hace tres años pero vinculado a nuestra ciudad desde el año 2002. ‘Once Visiones sobre el Amor’ saldrá muy pronto de imprenta bajo el sello del Centro de Estudios Ibéricos y Americanos de salamanca, entidad que también lo tiene incorporado  como investigador invitado.

 

 

‘ONCE VISIONES SOBRE EL AMOR’

 

Es este un libro en el que el poeta venezolano Enrique Viloria Vera ha concitado muchas presencias, el tema lo merecía, y es una excelente idea la concurrencia de tantos autores, especialmente poetas, que han escrito en estas últimas décadas, verso y prosa, sobre el tema amoroso. Es conocido que Viloria ha ido publicando estos trabajos en revistas y ahora, para publicarlos en libro, los rodea de otras compañías no menos memorables, es el caso de las citas de Borges, Jaime Jaramillo Agudelo y Pablo Neruda, que en el comienzo nos encaminan hacia el centro de su lectura, sin olvidar el brillante y expresivo motivo de la cubierta de José Amador Martín.

Portada del libro de Viloria

 

 

 Hablar, escribir o comentar el tema del amor presenta abordamientos diversos, desde los más banales y próximos a la sensibilidad de los amantes, a los más alejados y en apariencia más rebuscados, pero tal vez menos consistentes. Esas once visiones en su variedad de sentidos ejemplifican la dificultad de llegar a un acuerdo de qué sea el amor, y tal vez, esa incertidumbre, es decir, esa propiedad que lo convierte en exclusivo de cada persona que lo experimenta, es lo que lo hace misterioso y casi imposible de fijar como concepto. Desde la concepción de Platón expuesta en Fedro y El banquete, donde, previa la atracción física o sexual y la admiración mutua de los amantes, se proponía el amor, vinculado a la belleza, como un objetivo para llegar a completar el ser ansioso de inmortalidad, la formulación platónica del amor ha permanecido entre los clásicos y se ha extendido por las literaturas occidentales. No cabe duda de que puede considerarse la más excelsa y amplia concepción del amor. Quizá sea conveniente traer en este momento el recuerdo de un autor excepcional de la literatura colonial peruana, el Inca Garcilaso de la Vega, quien tradujo en 1590 los Diálogos de amor de León Hebreo, adaptación del platonismo al pensamiento cristiano. Garcilaso expresa una dimensión universal del amor, pues el universo fue producido por Dios como un acto amoroso, en el que no cabe el gozo personal, sino el intento de alcanzar el mayor grado de perfección. Para Garcilaso, como para León Hebreo, el amor rige el universo en tanto en cuanto cada elemento está encajado jerarquicamente dentro de las dos posibilidades que tienden hacia la materia o hacia el espíritu. Así, mediante este vínculo,  las criaturas se unen entre sí por el amor material o espiritual. Para ambos, sin el amor no se explica el Universo. Pero si avanzamos hasta este tiempo nuestro, Denis de Rougemont en El amor y Occidente (1939, edición definitiva en 1972) lo consideró “célula social original, cuyas fuerzas constitutivas son dos seres con leyes singulares, diferentes, pero que eligen componer una ‘fusión, sin separación y sin subordinación’”. Décadas después, Octavio Paz analiza este tema en La llama doble (1993) partiendo de la conexión íntima entre el sexo, el erotismo y el amor sin que pueda olvidarse alguno de estos elementos en la exploración del sentimiento amoroso. Pero si dejamos intervenir a los psicólogos, el amor pasa a ser regido, no ya por el corazón y los sentimientos, sino por el cerebro, y los componentes fríos de su proceso se ejemplifican en la pasión, en la intimidad y en el compromiso establecido entre los seres que aman. Así, y según el grado de estos componentes aparecerían todas las variantes de amor, en las que se conjugan los sentimientos, la proximidad física, y el grado de implicación de los amantes. Numerosas teorías han surgido a lo largo del tiempo y volverán a trazarse, pero realmente el amor debe ser sentido y vivido. Esto es lo que, sobre todo, encontraremos en los textos que aparecen en este libro de Vilora Vera.

 

Distintos tipos de amor aparecen en estos ensayos, desde los que valoran el amor familiar y el amor de pareja, pasando por los amores varios, llegando al amor general e indefinido. La mayoría proceden de una subjetividad masculina, la única experiencia de mujer aparece al comienzo y destaca por su singularidad. Quizá por eso mismo el autor ha tenido la necesidad de colocarla al comienzo del libro. Añadamos además, que aparte de los versos citados de los distintos autores, Viloria Vera se introduce a sí mismo como autor de dos poemarios de tema amoroso, con los que clausura ese recorrido que se abre y se cierra poéticamente.

 

 

 

Decíamos que la única visión del amor por parte de una mujer aparece en el comentario que Viloria Vera ofrece sobre el libro de la mexicana Elvia Ardalani  (1963), que plantea los lazos del amor familiar y conjugal en el seno de dos culturas enfrentadas, la cristiana y la árabe. De cruz y media luna, que apareció en 1996, aborda ese asunto en un entorno trasculturado, y no solo eso, sino que el sujeto femenino trae otros temas como la maternidad, la sensualidad y la transmisión del mestizaje al hijo. Ardalani contrajo matrimonio con un kurdo iraní con el que formó una familia. Viloria marca bien la exclusividad de ese sentido amoroso y cómo su poesía se carga de una serie de percepciones centralizadas en el amor, su verso es “Poesía sincrética, mestiza, híbrida, conciliatoria, viene del amor y a él se debe”. Pero sobre todo advierte que la poeta percibe que no solo se había casado con una persona sino con una cultura y una religión ingresando en una familia distinta a la de su origen. Los versos de Ardalani surgen de este entorno, de la conciencia de haber traspasado a un mundo distinto para cuya comprensión necesita del apoyo del otro. La abundancia de citas de versos contribuye a que tengamos una completa visión de este sentido amoroso que parece haber atravesado fronteras prohibidas. El poemario incluye versos eróticos y de amor que la amante dedica a “un compañero en la luz, compañero en la sombra”, que pronto arribó desde el Oriente persa para colocar entre sus piernas “la espada de esmeraldas / que matará el dragón”. Tolerancia y esperanza son los elementos que emergen también de estos versos, al ir descubriendo las vidas de los otros marcadas por la persecución y la guerra. Viloria destaca la “vocación ecuménica de su poesía” y el “contenido tolerante de sus más íntimas palabras” cuando “le comunica al hijo de dos razas, religiones y culturas, la de la Cruz y la Media Luna”.

 

Gastón Baquero por Miguel Elías

 

A este singular concepto del amor en la familia y la vivencia cotidiana planteados por una sensibilidad femenina, le siguen otros ensayos sobre poetas y libros que plantean el amor desde la perspectiva masculina. Hay dos autores, ya fallecidos, especialmente venerados por Viloria Vera, y son Gastón Baquero (1914-1997) y Salvador Pániker (1927-2017). El primero es considerado por el poeta venezolano como el que ofrece en sus poemas un “Amor sin término” porque el amor aparece en su obra como “plural, diverso, disímil, heterogéneo”. La poesía es para el poeta cubano un acto de amor que cubre su mirada, y aunque no presente poemarios volcados en el tema amatorio, tal y como en occidente se ha ido ejerciendo en la línea del amor cortés, su poesía rezuma este sentimiento. En cambio contiene textos en los que hace referencia a la seducción y la importancia del amor, como en el titulado “Canciones de amor de Sancho a Teresa” de Poemas escritos en España (1960) o “Para Berenice, canciones apacibles” de Memorial de un testigo (1966) o el impactante “Manos” (“Me gustaría cortarte las manos con un serrucho de oro”) de Magias e invenciones (1984), sin olvidar que en este libro está incluido “Brandenburgo 1526” al que Baquero traslada el erotismo y el mestizaje del Nuevo Mundo. El poeta de Banes tiene una concepción del amor, pues, como destaca Viloria, “Amar  es ver en otra persona el cirio encendido, el sol manuable y personal  / que nos toma de la mano como a un ciego perdido entre lo oscuro”.

 

 

 

Frente a esta concepción amplia de lo amoroso tenemos la figura de Salvador Pániker, al que define con el título de “La Mujer…las mujeres … otra vez la Mujer” intentando expresar su concepción varia y poliédrica del amor. No creo equivocarme si pienso que el ensayo sobre Salvador Pániker, es uno de los más queridos por el poeta venezolano, pues lo ha estudiado en profundidad como revela su libro Comprensión de Salvador Pániker (2015). Viloria destaca la importancia que le daba “a la mujer en abstracto, [y] a sus mujeres en concreto”, pues su obra está llena de mujeres plurales a través de las cuales se implementa una concepción de la mujer como subsanadora del vacío de la otredad, a la vez que conlleva la capacidad de ser lo uno. A través del conocimiento que tiene de su obra reflexiona sobre detalles de su trayectoria personal, con lo que el autor es capaz de entrar en su historia amorosa, aunque “no se trata de hacer el Catálogo de las Mujeres del escritor”, pero sí la historia de sus encuentros a lo largo de los años.

Enrique Gracia Trinidad y un Quijote de Miguel Elías (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

El amor como pasión y juego erótico y sexual aparece en varios de los autores incluidos, como en el madrileño Enrique Gracia Trinidad (1950), José López Rueda (1928), Joaquín Marta Sosa (1940) y Guillermo Morón (1926).  El primero es definido como “El amor, una escaramuza”, pues en su poesía aparece el “amor presuntamente duradero, el flirteo deliberado, el ligue ocasional, el idilio pasajero, la ilusión fugaz” que suelen desembocar en la ruptura. Lo que queda es “Ese primario y patético himno de soledad y tristeza que luego transmuta, bienaventurado y agradecido, en salmo permanente y optimista”. La dificultad de cumplir el amor aparece en los versos del autor, en sus idas y venidas, en la aceptación de la cotidianidad, y la inevitable llegada del  desamor. Pero lo característico de su poesía es que “El poeta juguetea, bromea, se entretiene, retoza con las damas, y a fuer de tanto jaleo crea y patenta su propio y muy personal Juego de damas [2015] en el que participa un variopinto y fenotípico universo femenino”, llegando a crear diversas categorías de mujeres en las que el humor convierte en seria broma la relación amorosa. Viloria hace una larga enumeración de todos estos tipos de mujeres en las que el yo masculino plantea a la vez el amor, el erotismo y la venganza, a veces haciendo gala de voyerismo. Despecho desprenden los versos frente a las sucesivas derrotas de las damas, son versos expertos, con soltura y gracia, en los que el amante tiene la sensación de pérdida.

 

José López Rueda y su esposa Adelina, en la Feria del Libro de Madrid

 

Constata que José López Rueda “está hecho para amar”, en él el amor es necesidad vital, por eso el título de “Cuerpo en otros cuerpos”, porque el poeta presenta actos en ardientes lechos y traza con  la imaginación trayectorias del sexo tan poderosas como la realidad misma. Como en otros casos, la amistad con el poeta permite conocer la historia de la relación con su compañera, Adelina Martínez, y los distintos avatares de la espera de la realización amorosa cuando tuvo que contraer matrimonio por poderes. Amores reales y posibles, pero también pasionales se conjugan con la errancia del poeta, así “va sumando nombres quiméricos, cuerpos distantes, labios forasteros, calificativos que sólo se pronuncian con la pasión del lápiz sobre frenéticas páginas”. Sus pasiones erótico – literarias aparecen enumeradas y descritas como la “tórtola viuda”, “La criolla rubia” o “Grace”. Son miradas masculinas, gozadoras, de externas generalizaciones, en las que se aprecia el juego literario y la herencia de ese tipo de literatura cuyas lejanas raíces están en el Arcipreste de Hita. Pero al fin ese ejercicio literario se desvanece en el regreso a la costumbre del amor cotidiano, “a los besos y a los senos habituales, al regazo solidario de su Adelina de siempre y hasta la muerte de verdad”.  En cambio en Joaquín Marta Sosa encontramos el amor-pasión que Viloria identifica con “Amares”, porque para él “el amor es inevitablemente una pasión encarnada, un sentimiento con nombre y apellido, una mujer ‘de cuerpo hermoso’ que despierta en el poeta sensaciones desconocidas”. Amor único pero “polisémico, inagotable en imágenes y metáforas”, de cuya presencia llega a reconocer: “llegaste cuando menos lo esperaba, / por eso me perturbas y te pido / que me salves de este desastre que provocas”. Se trata de la pasión cotidiana, pero también de la dificultad de la convivencia diaria, en la que manifiesta un amor posesivo, “que le enrostra a su amada la certidumbre de que sin él, ella, nada ni nadie es”, aunque llegue a conceder que vive para ella por “que eras la única mujer para ese amor”.

 

 

Alencart, Cadenas, Morón y Montejo, en Salamanca (1994 Foto de J. Alencar)

 

Guiado por las obras de Guillermo Morón, Historias de Francisco y otras maravillas, (1981), El gallo de las espuelas de oro (1986) y Los hechos de Zacarías (1990), Viloria traza el concepto del amor que surge de la ficción de la prosa. De ahí viene el título del apartado, “El gallo seductor y las mujeres seducidas”. Como se trata de novelas, es otro el nivel del amor y, en este caso, el erotismo fluye en gestos y palabras del lenguaje elaborado que reviste a los personajes. Viloria celebra el poder de seducción sin el cual no tendría sentido la vida, comenta al hilo del narrador que “hombres y mujeres que sólo se reconocen mujeres y hombres en la cópula bienvenida, en el orgasmo compartido, en el coito que diferencia e integra a la vez”. Como era de esperar, se centra en la persona de Francisco “sin metáforas pudibundas, sin parábolas puritanas, sin alegorías mojigatas, a una sexualidad ajena y personal que pone sobre la página saliva, sudor y semen cuando de sexo puro y simple se trata”. Aventuras eróticas y variadas imágenes que rozan lo pornográfico se conjugan con el lenguaje, las creencias y las costumbres populares, lo que le lleva a concluir que “al final, hay sólo dos categorías de hembras en el mundo: las que están muertas y las que se dejan seducir”.

 

Alencart y Muñoz Quirós en salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

 

Otro tipo de amor aparece en la poesía de José María Muñoz Quirós (1957), Alfredo Pérez Alencart (1962) y José Pulido (1958). En ellos se concentra el amor de pareja fundamentado en una única compañera. Es el caso de Muñoz Quirós que titula  “Vigencia del amor”, en cuya exposición acude a la biografía amorosa del poeta, a su esposa, Ascensión García Jiménez, “la inseparable y solidaria Choni, con quien José María comparte ya largas y fructíferas décadas de vida conyugal”. “Dulce e inteligente, Choni se erigió en el leitmotiv de la poesía amatoria de Muñoz Quirós”. El poeta recuerda “el encantamiento experimentado en los albores del bienvenido enamoramiento” y lo despliega en insistentes imágenes. Aunque se llega a reconocer que el “Amor con mayúscula no existe en la vida real, es más un tema de telenovela, de novela rosa o de folletón”, “su amor lo construyen carpe diem, minuto a minuto, hora a hora, día a día”. Y matiza la “cotidianidad del amor, rescatando para la historia del suyo y el de su amada, momentos, instantes, episodios, situaciones” que convierten esos momentos de la vida doméstica y rutinaria en la realidad del amor. 

 

Antología y manos de A. P. Alencart (fotografía de José Amador Martín)

 

Dedica a la poesía de Alfredo Pérez Alencart dos ensayos, el que titula “Una mujer en alma y cuerpo”, y el que desarrolla bajo el título de “El amor cortesano”. Ambos   profundizan en la poesía de su amigo para el que “El ser humano es la pareja” y en su caso tiene como estímulo a su esposa Jacqueline. Porque ha sido su amor de siempre, y “ha compartido las penas y las alegrías, las angustias y las tristezas, los triunfos cotidianos y las frustraciones motivadoras de un poeta”. Además “Es su mujer sonriente, alegre, entusiasta, la que empuja al aventurero de la poesía, al caballero andante del verso, al inusitado protector de poetas de diferente origen y diverso verbo, a emprender proyectos personales y colectivos”. Viloria enfatiza que es un “Amor comprensivo, tolerante, amistoso, conocedor igualmente de los estremecimientos de la pasión”. Aunque ello no lo exime de momentos de altibajos, como expresa: “Voy replegándome cuando te siento lejana / y planeas por encima de los sueños. / Corre, arranca, pero no escapes.” En el segundo abordamiento Viloria elogia al  poeta en sus múltiples facetas, desde la personal hasta la de promotor cultural, pero en especial este trabajo está dedicado a su libro  Una sola carne (Antología amorosa 1996 – 2016), publicado en 2017, donde incluye los “poemas amatorios y eróticos dedicados a Jacqueline, su mujer de siempre, con la que celebra veinticinco felices años de comunión carnal y espiritual”. La considera en toda su amplitud “ángel encarnado, compañera en todo, mujer de ojos extremos de seda y acero, perla, gema iridiscente, patria verdadera, dama del palacio del escritor, pero sobre todo es la morena, la gacela, la princesa del poeta”. Motivo si no único, prevalente, en su poesía.

 

José Pulido en el Encuentro de Poetas Iberoamericanos, en Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

 

El último acercamiento que completa esta visión del amor de pareja es el titulado “José Pulido: Un amor kilométrico”. Para Viloria, su poesía “compite en igualdad de condiciones con su poética urbana”, porque “buena parte de la poesía urbana de Pulido es una excusa para expresar el fervor, su pasión, por su mujer homenajeada”. El poeta expresa vivamente su amor aunque se lamente de su forma de amar, definiéndolo como “frenético” porque procede “de un escritor enamorado hasta los tuétanos”, que busca el merecimiento de ella, sus sonrisas, “presta para ser la motivación de admirativos versos”, en los que nos dice: «Ante la eternidad dejo constancia / de que usas como yesca / el toque de tu risa / yo que apenas soy / un querosén de sensaciones derramado”. Viloria observa cómo en su poesía se halla “el bálsamo de una felicidad sanadora de cualquier quebranto vital”. Son estas últimas lecturas sobre todo, visiones del amor salvadoras, plenas, realizadoras de una trayectoria vital.

 

Enrique Viloria Vera saludando a la Reina Sofía, en Salamanca

 

A estas lecturas de versos de poetas amigos y cercanos, se suman dos libritos poéticos del propio Viloria Vera que se titulan Otredad y Libro del adios. Ambos constituyen un destacado cierre, porque son una muestra de su poesía y también porque ofrecen el haz y el envés del amor. La mujer es el otro accesible o inaccesible, el ser que se abre o se cierra, ese otro con el que hay que enfrentarse consciente de su necesidad o pertenencia. Los poemas cortos, y de verso corto, de ambos libros cumplen  distinta función. En el primero las percepciones se emiten como chispazos planteando la dependencia y necesidad de la amada, aun en la pérdida de los sentidos; se destaca la importancia del sentido de la vista que favorece su visión y su placer; el amor, dice en “Atrevimiento” no puede analizarse sino sentirse, es “esa emoción que nos diluye” en el vivir cotidiano que se elabora con la costumbre. Los distintos matices del amor van surgiendo en sus versos con un énfasis en la corporalidad, que sella la continuidad de la unión. Y como en la concepción platónica son dos identidades que aspiran a la unidad: “Hoy somos / un poco tú  más yo”, un ejemplo puede ser también “Amor inicial”.  El paso del tiempo y sus destrozos aparecen en “Vejez”, aunque perviva “el espíritu tan jovial” como la primera vez. Son poemas que se afianzan en la corporalidad, no solo del cuerpo sino de los gestos y el alma de la amada; ambos van juntos por el camino, y aún pasado el tiempo pugnan por mantenerse. Preguntas, certezas e inquietudes surgen en “Preguntas”, en “Sentencia”, y es un remedio al insomnio cuando echa de menos su cuerpo en “Ojalá”. La presencia de los temores y los pequeños celos asoman en “Importancias” en un presente que desea que prevalezca. “Insuficiencia” plantea la imposibilidad de nombrar el amor, no alcanza la gramática, pero son los pronombres los que ayudan a entender la suma de los dos. Amor gozoso por tanto, aunque no exento de los temores que alimenta el propio sentimiento.

 

El Libro del adiós plantea el fin de amor, es decir el desamor con sus heridas, pero también la imbricación del sentimiento con el poema, al fin y al cabo el amor se muestra y se conserva en la escritura. El primer poema, “Utopía”, resume el propósito, pues surge de la amada misma, y construye “Poemas indelebles / que tus besos / acaban de borrar” como también en el titulado “Futuro”. Pero a partir de aquí se proponen los distintos matices del desamor, un ejemplo puede ser “Adiós”, donde se constatan los reproches a la amada, o “Abracadabra” que construye las engañosas alegrías que al final rebotan en el amor no correspondido. La amada es lo inaprehensible, o la amada que se aleja y cumple su destino en otro cuerpo. “Diez poemas del adiós” traducen en su brevedad de pareados la incredulidad, tristeza, o el desconcierto del amor desvanecido. Uno de ellos sentencia: “Inmensidad no fuiste / Intensidad tampoco”. No dejan de aparecer los rescoldos del amor en “Hambre”, “Abolengos”, “No fue así”, y después del provocativo “Herejía”, el cierre de “Loco”, donde intenta resguardar alguna señal de aquello que hubo entre los amantes.

 

De este modo el libro de Viloria Vera realiza un destacado recorrido por una serie de escritores que matizan, de acuerdo con sus personalidades y experiencias propias, la obra relacionada con el tema amoroso. El lector disfrutará esta materialización en la escritura de un sentimiento que fundamenta la vida y la literatura del mundo occidental.

 

Carmen Ruiz Barrionuevo

Universidad de Salamanca

 

Alfredo Pérez Alencart, Carmen Ruiz Barrionuevo y Enrique Viloria en Salamanca (foto de Alberto Prieto)

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