OLIVAS, MATA Y BONILLA: TRES POETAS COSTARRICENSES CON EUNICE ODIO. XXII ENCUENTRO DE POETAS IBEROAMERICANOS

 

 

 

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar los poemas con los que tres paisanos suyos rinden homenaje a Eunice Odio. Dichos textos saldrán publicados en la antología ‘Eunice, cien veces cien’, coordinada por A. P. Alencart y dentro del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos

 

 

 

 

Juan Carlos Olivas (Turrialba, Costa Rica, 1986), hizo estudios de Enseñanza del Inglés en la Universidad de Costa Rica (UCR) y actualmente trabaja como profesor. Ha publicado los poemarios La Sed que nos Llama (Edito­rial Universidad Estatal a Distancia; 2009) ; Bitácora de los hechos consumados (Editorial Universidad Esta­tal a Distancia; 2011) por el cual obtuvo el Premio Nacional Aquileo J. Echeverría de poesía 2011 y el Premio Academia Costarricense de la Lengua 2012; Mientras arden las cumbres (Editorial Universidad Na­cional; 2012), libro que le valió al autor el Premio de Poesía UNA-Palabra 2011, El señor Pound (Editorial Universidad Estatal a Distancia, 2015; Instituto Ni­caragüense de Cultura, Nicaragua, 2015) acreedor del Premio Internacional de Poesía Rubén Darío 2013, Los seres desterrados (Uruk Editores; 2014), Autorre­trato de un hombre invisible (Antología Personal) (Edi­torial EquiZZero, El Salvador; 2015), El Manuscrito (Editorial Costa Rica; 2016) Premio de Poesía Eunice Odio 2016, En honor del delirio (El Ángel Editor; 2017) Premio Internacional de Poesía Paralelo Cero 2017 en Ecuador, La Hija del Agua (Amargord Ediciones; Madrid, 2018) y El año de la necesidad (Ediciones Di­putación de Salamanca; Salamanca, 2018) Premio In­ternacional de Poesía Pilar Fernández Labrador 2018, entre otros.

 

 

 

 Placa de la Bibliteca dedicada a Eunice en la universidad Americana de San José

 

 

ESTA ES LA CASA

DE LA MUJER QUE YACE MUERTA…

 

 

Esta es la casa

de la mujer que yace muerta

en la Calle Río Neva.

Estos son sus pies,

su corona de espinas que se inscriben

contra el cuerpo que silva una tonada.

Esta es la carta que se responde a solas

cuando la dicha nos esconde

sus miles de ciudades,

los gendarmes que posan

para la eternidad en un triciclo,

en la insensatez de una puerta,

en un sillón en llamas.

Esta es la dirección

que no supo la alegría,

el piso donde el agua corre con tranquilidad

por todo el aposento

y desde la bañera insiste en lavar

todo trazo de tragedia:

Los cabellos nefandos,

los brazos verduzcos y ateridos,

las piernas que no podrán correr hacia la lluvia

y sobre todo las palabras.

No poderle ordenar al sol que salga,

no poder nombrar el beso

en la mejilla del amigo,

no pronunciar aquel último verso

en ese cuaderno de papeles amarillos

que caen y se mojan y donde estaba escrito:

Dichosos los que pueden

decir adiós a los suyos,

los que antes del vuelo

son llevados en silencio de la mano

a contemplar el agua clara de las lágrimas.

Dichosos los que comen el pan del perdón

cuando en su paladar se guarece

una mentira o un ángel.

Dichosos son aquellos

que no son encontrados

diez días después de su deceso

y tienen que ser enterrados de emergencia,

sin decoro alguno,

en una fosa prestada

y en un país ajeno.

Dichosos son quizás,

aquellos para quienes hay un lugar

más allá de la muerte,

y son recordados

y reciben visitas en un lecho

con epitafio a gusto

y letras sobre mármol.

Eso decían aquellos papeles amarillos

pero hay cosas peores,

están quienes heredan tan solo

los tatuajes del viento y la risa de la calavera,

los que tratan de gritar aferrados a un retrato

cuyos ojos nos persiguen en la noche,

los que se hunden en una bañera

y respiran el agua de la desfloración

y se desbordan

ante la vista precaria de los dioses.

En esta casa

hay una mujer que yace muerta

mientras los automóviles

calcan su tránsito vacío en las afueras,

y los detectives se tapan la boca con un trapo

y buscan números telefónicos

o algún indicio de una ligadura de una poeta con la tierra.

Pero ya solo hay tiempo para la desesperación

y el entierro en el cual no hubo oraciones.

Hasta el día de hoy,

el río sigue corriendo

quizás con la intención de conocer el mar,

o tenderse sobre al alma de Eunice,

como decir un sol,

y evaporarse.

 

 

 

Álvaro Mata Guillé en la Plaza Mayor de Salamanca (Foto de Jacqueline Alencar, 2016)

 

 

 

 Álvaro Mata Guillé (Costa Rica, 1965). Poeta, gestor cultural y director teatral. Es director del Corredor cultural ‘Poesía en tránsito’ que integra festivales de México, Costa Rica, Argentina, El Salvador, Guatemala, España, coordinando además los encuentros en Costa Rica, México y España. Director de ‘Aire en el agua editores’ (Costa Rica) y Director general del proyecto literario ‘En el lugar de los escudos’ (Chimalhuacán, México), buscando renovar los vínculos sociales desde la literatura. Ha publicado cinco poemarios.

 

Mata Guillé ha estado invitado a varias ediciones del Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca.

 

 

Retrato de Eunice Odio, obra de Miguel Elías

 

 

LA OQUEDAD DE LOS VASOS

 

a Eunice

 

la monotonía,

abrazada a la niebla, 

se mece escondida en la ramas,

en lo oscuro, en lo alto,

      en las vigas,

             en los rieles, 

como sueño

,

 

cubre el cuerpo de Eunice

que duerme en la tina del baño,

tratando de escapar del ahogo,

de un cuerpo que no es cuerpo

,

 

camina, se evapora, 

regresa al tránsito de fuego,

perseguida por los gatos, por palabras obsesionadas

de sí mismas, corroída por ellas, por ellos, 

por el susurro de gritos que reposa junto al polvo,

en la oquedad de los vasos, junto a las sobras

y los libros desperdigados por el piso,

en la basura que cubre el amarillo pálido de las paredes,

de las pinturas, en la cama, en el silencio

y las sombras de los cuartos, junto al agua,

que como un martilleo,

golpea una y otra vez la boca,

los dientes,

     la cabeza, 

como la lluvia,

que insiste, sin descanso,

en aporrear las ventanas,

el techo, la calle,

los charcos,

el furor

 

 

 

Carlos Bonilla Avendaño en Granada (Foto de Jacqueline Alencar)

 

Carlos Bonilla Avendaño (Heredia, Costa Rica, 1954). Estudió Teología y Derecho, y trabajó con comunidades campesinas y con migrantes nicaragüenses, en un acompañamiento legal, organizativo y pastoral. Posteriormente fue diplomático, representando a su país en Nicaragua, hasta su reciente jubilación. Sus poemarios publicados son: ‘Alguien grita mi nombre y yo me escondo’ (1996), ‘Puerta de los ciegos’ (2000), ‘Tren sin retorno’ (2001) y Campanas bajo el mar (2019). Poemas suyos están incluidos en varias antologías latinoamericanas. ‘Como el beso de un ángel’ fue finalista del Premio Rey David de Poesía Iberoamericana’, y se publica para ser presentado en el XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, a celebrarse en Salamanca del 14 al 17 de octubre de 2019, en homenaje a San Juan de la Cruz y a Eunice Odio.

 

 

LA SOLA

 

Eunice Odio, grabado de Fabio Herrera

 

 

Quizás estás sola,

muy sola,

hoja otoñal mecida en la oscuridad del Universo.

 

Quizás

merodeás por océanos a la par de Alfonsina,

ataviada con algas y medusas,

o con la Pizarnik vas persiguiendo al viento,

o incinerás banderas desde la libertad cautiva de Sor Juana.

 

Quizás Yolanda Oreamuno te aternura,

Emilia Prieto te acuna con su arrullo

y Virginia Grütter susurra el poema de una Patria,

la Patria que soñaste,

la que nunca fue tuya.

 

Hoy te escondés en los anchos territorios del alba;

ahí donde en tu pecho estallan palomas y desnudos,

y parpadea tu voz, sencilla como el mar cuando está solo

como sola estás vos,

en la soledad de todas aquellas que alcanzan victorias, Eunice.

 

Eunice la nuestra;

Eunice la ajena;

Eunice la sola.

 

 

 

 

 

 

 

 

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