‘NACIMIENTO DE UNA NACIÓN’ (1915), DE D.W. GRIFFITH. CRÍTICA DE JOSÉ ALFREDO PÉREZ ALENCAR

 

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por José Alfredo Pérez Alencar (Salamanca, 1994), aprendiz de jurista y de poeta, pero apasionado al séptimo arte. Cuando niño la imprenta Kadmos le publicó una carpeta de poemas titulada ‘El barco de las ilusiones’ (2002, con 17 acuarelas del pintor Miguel Elías). Posteriormente publicó seis poemas en la antología ‘Los poetas y Dios’ (Diputación de León, 2007) y otro poema en la antología ‘Por ocho centurias’ (Salamanca, 2018). Próximamente la revista portuguesa ‘Cintilações’ (de Editora Labirinto), coordinada por el poeta Victor Oliveira Mateus, publicará un poema suyo traducido al idioma de Camões. También este año dará a imprenta su nuevo libro de poemas, en el que está trabajando, titulado ‘Tambores en el abismo’. Escribe artículos de contenido jurídico y social en su blog ‘Iuris tantum’, que mantiene en el periódico digital SalamancaRTV al día. Formó parte del equipo de apoyo del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que en 2019 rindió homenaje a San Juan de la cruz y a Eunice Odio.

 

 D. W. Griffith

 

‘NACIMIENTO DE UNA NACIÓN’ (1915), DE  D.W. GRIFFITH

 

Días atrás tuve la suerte de encontrarme con un elenco que contenía las películas más polémicas de la historia. Entre ellas destacaba tímidamente este filme de cine mudo, siendo las líneas que explicaban el por qué de su presencia las me hicieron ahondar más. Una profundización que acabó por culminar en admiración, pues esta obra maestra, de una duración de nada menos que tres horas, es una expresión del adjetivo que mejor describe a su creador: pionero. A quién no le gusta el cine de efectos especiales del que gozamos hoy en día pero, ¿dónde está el origen? El cine no llega a nosotros como algo compacto sino que ha sido fruto de una larga evolución.

 

Me recuerda, en lo referido a la duración y a la amistad separada por dos bandos, expresada en el principio de la obra, a Novecento (1976) de Bertolucci, película más que recomendable, compuesta por cinco horas que parecen ser una, y de obligada visión para aquellos que quieran fraguar una idea melodramática del ascenso del fascismo italiano, donde además uno queda embelesado por la conexión de Robert De Niro, Gérard Depardieu y Donald Sutherland ante la cámara.

 

 

¿Genio o racista? Esos son los dos enfoques que he tenido la oportunidad de observar con respecto a la película. Respaldando lo dicho en líneas anteriores, cualquier amante del cine se debe alejar del sesgo de las posibles caracterizaciones y fijarse en lo que aporta el trasfondo. Se hacen grandes contribuciones por parte de su persona, destacando entre ellas la actuación de los personajes, donde surge el actor/actriz propiamente dicho, o sus innovaciones en sede de planos. En definitiva, todo son elogios a su bagaje cinematográfico, si nos desmarcamos del leit motiv de la película.

 

Valiéndose de los escasos recursos existentes en materia cinematográfica, Griffith comienza presentándonos la vida en el sur de ese entonces reciente país que actualmente es Estados Unidos. Es el año 1860 y no quedan en el olvido los ecos de la victoriosa emancipación de las colonias en 1783, en la Guerra de la Independencia americana. Escaso será el tiempo que nos otorga Griffith, pues “aquella bonita armonía sureña se verá mancillada por los terribles abolicionistas”,  dando paso a la Guerra de Secesión que abarcaría un periodo de cuatro largos años. Realmente se trata de una perspectiva de la citada guerra y sus consecuencias (el propio director establece como segunda parte: La Reconstrucción). Una sucesión de hechos históricos que se van tornado en una crítica cada vez mayor hacia ese sector liberado de la población, para culminar con alegaciones que versan sobre el papel de Ku Klux Klan, colocando a los blancos como gente indefensa ante las hordas de negros (como expresa la propia película).

 

 

Se puede apreciar la temática amorosa, lejana al estilo de ese amor confederado de Cold Mountain (2003), o la formación de escuadrones de soldados de color, Tiempos de Gloria (1989). No deteniéndose ahí, pues los estragos del belicismo que quedan reflejados en el dolor de las familias, algo que en toda guerra es unánime, hacen que sea imposible elaborar una defensa que desvincule este filme del tema racial, el cual sigue vigente aunque por suerte sea con una intensidad cada vez menos apreciable. Más bien está orientado, directa o indirectamente, a provocar el sentimiento de pena por el bando confederado: la maldad convertida en víctima. De la misma manera se podría hacer un símil con Kubrick y posteriormente Adryan Lyne, quienes hicieron visible la novela de Vladimir Nabokov, ofreciendo el acto deplorable de la pedofilia desde el punto de vista del culpable.

 

Si antes me refería a lo que para mí entraña este director, no por ello quedo fascinado por el trasfondo sobre el que se asienta la película. La historia no ha de ser solo contada desde el bando vencedor en los conflictos, ni en el cine tampoco. Gracias a ello se puede disfrutar de loables interpretaciones, como la de Bruno Ganz en el Hundimiento (2004). De todas maneras, seguramente el modo de ver las cosas por D. W. Griffith sea consecuencia del entorno en el que se crió: una familia esclavista y acérrima a los ideales del sur.

 

Poco o nada hay que decir de la banda sonora, pues lo es TODO. Si en cualquier película es un aspecto importante, en este tipo de cine puede ensalzar o estropear todo el trabajo. Desde la lectura por una madre de una carta que le notifica el fallecimiento de su hijo en combate, hasta la liberación de una población sureña por parte de una milicia confederada: los acordes esperan su momento justo. A tener en cuenta, Griffith también intervino como parte activa en la composición musical.

 

 

Un dato curioso es que los actores que hacen de gente de color, casi podría afirmar que en gran parte, son gente blanca con maquillaje. Los motivos, quedan en manos del director. Lo que capta mi atención es la consecución de extras, elemento necesario sobre todo en la representación de batallas o escenas con multitudes, en una época en la que ni mucho menos estaba asentado de manera firme el cine, a pesar del gran éxito del que años antes gozaron los hermanos Lumière.

 

Quizás la admiración por estas películas sea algo difícil en la actualidad, ello debido a que puede considerarse incluso un retroceso con respecto a lo que hemos sentido como la realidad del cine en nuestro crecimiento. Mas ninguna de las trabas que pudieran servir como objeto para su conocimiento, las desprovee del potencial que muchas poseen o de su importancia en la historia cinematográfica. Yo mismo espero dar oportunidad a este tipo de películas, comenzando por otra de este mismo autor Abraham Lincoln (1930), que tal vez sea de un calado distinto a la aquí reseñada.  Quién sabe si también este director, al igual que otros como Pier Paolo Pasolini, cambia de parecer a lo largo de su trayectoria.

 

 

 

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