MIGUEL MARCOTRIGIANO: OCURRE A DIARIO. COMENTARIO DE ALBERTO HERNÁNDEZ

 

 

1 Miguel Marcotrigiano

Miguel Marcotrigiano

Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por Alberto Hernández (Calabozo, Venezuela 1952), poeta, narrador y periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay, realizó estudios de postgrado en la Universidad Simón Bolívar (Caracas) en Literatura Latinoamericana. Fundador de la revista literaria Umbra, es colaborador de revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria. Ha representado a su país en diferentes eventos literarios: Universidad de San Diego, California, Estados Unidos, y Universidad de Pamplona, Colombia. Encuentro para la presentación de una antología de su poesía, publicada en México, Cancún, por la Editorial Presagios. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo, Venezuela. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua, Venezuela. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano y al árabe.

2

 

 

 

1.-

 

Seis son los libros de Miguel Marcotrigiano que respiran en las páginas de “Ocurre a diario” (poesía reunida 1991-2005) publicadas por Ediciones Mucuglifo (Mérida, 2005). Se trata de Concierto vegetal a la luz de la luna, De arcanos y otros signos, El mismo juego, Dípticos, Esta sombra que nos habita y De sombras y otras especies.

 

La poesía de Marcotrigiano vive anudada al hecho humano. El yo de quien teje esta invención verbal habita en cada vibración de unos versos finamente construidos. Quien escribe se mimetiza, se hace imagen y suena al arbitrio de una presencia terrenal. En Hábito de oficio lo encontramos hecho serpiente entre los vocablos de una duda permanente: “He estado formulando súplicas/ para poder franquear tus veladas/ y nada// no sé de respiraciones/ ni de vértigos/ ni siquiera del tímido ofidio/ que me figuro”. He aquí el ahogo, la búsqueda de quien desde a ras de la soledad le imprime un tono acechante a la vigilia, a la vulnerabilidad del humano ser. He aquí quien habita a plena intemperie, a plena desnudez de un “cuerpo de reptil”, cerca del “penoso crecimiento/ de las ramas de tus piernas”. Y como toda culebra, no es nada inocente. La carne tibia e interior se revela eros sin “paraísos”. La imagen de Eva -escondida entre las ramas de su propio deseo- modela ante quien la imagina.

 

2.-

 

(Llego descuidado a la página 62, donde “Ahora es tiempo de abandonar los árboles/ del olvido vegetal de esta tierra sin abono/ de la infancia los hombrecitos los estanques/ y los helechos”. ¿Qué impulsa al poeta a tratar de borrar el impulso primigenio, la niñez de la historia, el devenir del recuerdo?)

Sigue: “La puerta blanca se entreabre// A lo lejos/ sólo se escucha el llanto de las flores/ y la risa ocre de las hierbas desdentadas”).

La sierpe quedó atrás. La imagen de quien habitaba los árboles es la misma imagen de quien –un cualquiera fuera del poema- mira por una ventana desde el piso 35 de un edificio. ¿Cuántas puertas, cuántos visillos será suficientes para a mucha distancia entender que el paraíso ya no es, que las flores y las hierbas son asunto olvidado? Un poema puede ser la confusión, la hecatombe, el olvido. Un concierto vegetal podría aportar suficientes voces a la luz de la luna.

3

 

 

3.-

 

Códigos, barajas, intentos de adivinación, el Tarot, las profundidades, los ecos, la misma superficie de la mirada. De arcanos y otros signos concita la ausencia, la reprime a través de numerosas imágenes o figuras entre interrogantes sin respuestas aparentes. La referencia, la búsqueda de significados. Una poética, el trasunto del misterio verbal: “Juega con las letras/ las combina/ y crea/ finalmente/ de una masa informe/ al portador de la palabra// Pero éste/ no las usa/ Tan sólo las esconde/ detrás de sus dientes” (Poeta-Golem).

 

La constante animal, la prefiguración del tiempo, la convulsión de quien viene del mismo árbol genésico. Marcotrigiano viaja hacia él mismo, bajo la piel de quien lo obsede: “Precisamente/ allí pienso quedarme// en nadie// persistiendo en mi oficio/ de animal forjado en secreciones ventrales/ de ser oculto en otras pieles/ infinitamente más suaves/ que la tuya”. ¿El abandono, la mimesis, el dolor de la ausencia, de la soledad, “en nadie”?

¿Qué mandala frecuenta esta voz, este rigor de lo profundo, este empeño?

 

 

 

4.-

 

Nuevamente, como quien recoge los pasos, el poeta insiste en las mismas claves: “Esperaré por ti/ todo oscurecido/ todo hondura/ todo fisura en la piel// Reconstruiré el vértigo/ a las grietas// porque lo único que salva/ es esta extraña vocación de la memoria// el preciso itinerario de quien desanda los recuerdos// Esperaré por ti// Estoy dispuesto”. ¿No son cotidianos, no ocurre a diario, el recuerdo, la pérdida, la ausencia, el vértigo, la profundidad o la memoria? Alguien se asoma al poema, lo lee en silencio, vierte luz sobre sus sonidos. Se extravía.

 

Una confesión lo advierte, lo coloca en esa diaria precisión: quien hace poesía siempre regresa o vuelve la cara hacia la destrucción, desde los ojos de la mujer de Lot. El amor sacrifica el pecado, al orden de no mirar el incendio. Quien hace poesía lleva una alforja plena de vacíos, de “planetas callados”. El hombre, poeta o Golem, rebusca entre los significados.

4

 

 

5.-

 

Un largo poema inédito cierra este empeño. La prosa y el verso se combinan para consolidar las imágenes, un mensaje donde quien se ahoga, sale a flote. Estos textos inadvierten, desenlazan, aturden. La ausencia de signos de separación señalan el vértigo, la falta de aire, una pausa riesgosa. Allí, entre la luz y la sombra, la mujer, el vientre, la misma señal de los poemas anteriores, el mismo animal husmeando.

 

“Todavía caen las tardes y se hunden en tus mejillas mientras

yo –recostado a un mal sueño- me cercioro de las miradas

tristes que me acosan

de rodillas frente al bosque

abro las puertas que ocultan las fuentes

y bebo

-animal sediento-

de las primeras aguas

que manan en silencioso arroyo

desde el cálido vientre

y aún cuando no alcanzo la muerte disfruto un instante de la

noche viva del aroma que desciende a esta página de luna que

no me atrevo a doblar semejante a dulces olores de olvidadas

lluvias que adormecen la sonrisa de invierno del niño que ago-

niza en el lecho de mi peor poema”

 

Este adentro biográfico, esta fuente que no cesa de manar, nos revela la fuerza de esta poesía, entregada en cuerpo y verbo a sobrevivir ante las sombras. La muerte es el vértigo, el precipicio, el “ocurre a diario” de este instante de la poesía.

 

5

 

Aún no hay ningún comentario.

Deja un comentario