LIBROS DE TRES POETAS ESPAÑOLAS COMENTADOS POR MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

 

1 Fotografía de José Amador Martín

Fotografía de José Amador Martín

 

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar estos comentarios escritos por Manuel Quiroga Clérigo (Madrid, 1945), poeta, narrador, autor de teatro, crítico literario y periodista de la cultura, ha centrado su actividad en la labor poética y sus versos figuran en diversas antologías, revistas y trabajos colectivos, habiendo editado hasta la fecha dieciocho libros de poesía, entre los que están  Homenaje a Neruda (1973);  Fuimos pájaros rotos (1980); Vigía (1997); De Morelia callada (1997); Los jardines latinos (1998); Versos de amanecer y acabamiento (1998); Íntima frontera (1999); Desolaciones tardías. Aristas de Cobre (2000); Las batallas de octubre (2002); Mudo mudo (la aventura de Manila),  (2004); Leve historia sin trenes (2006); Crónica de aves. El viaje a Chile (2007); Páginas de un diario (2010) o Volver a Guanajuato (2012), entre otros. Actualmente es Consejero de la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE).

 

 

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Seguramente los grandes editores no se han dado cuenta del poder de lectura que engendra la poesía, o tal vez no les resulte tan rentable como los grandes títulos, a veces importados. Lo cierto es que la poesía se sigue escribiendo, se sigue editando, incluso en malas condiciones y con  aportación económica de los propios autores. Pero ahí está aunque los agentes literarias tampoco tengan interés en promocionarla y, generalmente, menos los libreros aunque sí las ferias del  libro y determinadas revistas y páginas literarias; los críticos de altura, menos. Para mínima constatación  de que la poesía sigue viva y que la escriben igual mujeres que hombres, de todas las profesiones y edades, ahí queda una muestra, es decir el comentario sobre tres poemarios de escritoras que siguen escribiendo sus versos por suponer que los demás los merecemos.

 

 

2 Blanca Morel

Blanca Morel

 

 

BLANCA MOREL: “SALIR VIVOS DE LA FELICIDAD/ESO NUNCA…”

BAILE DEL SOL EDICIONES PUBLICA “PÁJARO SANGRE”.

TEGUESTE, 2016.

 

 

“Este es un poemario mestizo en el que las aguas, las dulces y las saladas, las limpias y las turbias, las nacientes y las murientes tienen su espacio y su cauce en mí. Pájaro sangre es el símbolo guía por todos estos trayectos vividos en los que hay seres que aparecen y desaparecen marcándome con fuego y luz. Vivo; estoy llena de mi devastación y mi victoria. Una niña canta la revelación, la niña cósmica que me habita tiembla ante un hallazgo”.

 

Seguramente con esta presentación que hace Blanca Morel de su libro “Pájaro sangre”, bellamente editado en la Colección Sitio de Fuego de Baile del Sol Ediciones, sería suficiente para comprender (parte) de las intenciones líricas de su autora. Pero hay más.

“Todo lo que hay es una mariposa”, escribió el poeta chileno Gustavo Rojas. En este libro de Blanca está la existencia, algo más amplio pese a su finitud que un claustro o un beso, la memoria de los tiempos no vividos y la sensación de estar a un dedo de ser dichosos. O no. A veces la juventud es exaltada, impertérrita, valiente. De ahí nacen, por ejemplo, versos como los de este libro. “Salir vivos de la felicidad/eso nunca/pero sigues caminando/¿recuerdas?/no debiste sobrevivir”, escribe la autora madrileña, Licenciada en Ciencias de la Información, que ya publicó en 2008 “Bóveda” (Editorial Amargord) y es integrante del proyecto colectivo de creación poética “Hypnerotomachia”.

 

Como diría el poeta de Minas de Río Tinto Juan Cobos Wilkins parece una ironía que veamos al mundo derrumbarse y que alguien siga escribiendo versos. Pero ante la estulticia, el latrocinio, los políticos torpes, las Bolsas de Comercio instigadoras, el Tercer Mundo sucumbiendo en el Mediterráneo o en los cayos de Florida el poeta no tiene más armas que su intención, sus buenos deseos de contemplar una mañana limpia y un mar en calma, la concordia habitando los corazones…:”…el pájaro sangre/cayó del cielo/murió en mis manos/y desde el fondo de mí sin fondo/me alcé al crepúsculo/contemplé al dios pájaro/de tu pico tomé la luz/ahora cosecho el néctar de la alegría/mas en el jardín/crecen ortigas hambrientas/…ahora que cosecho el néctar de la alegría/pero hay caminos que no existen”. Tal vez por eso siga la búsqueda.

 

“Pájaro sangre” se divide en tres cantos, ambos igual de rotundos y de interesados por la existencia y la belleza, que tal vez exista todavía. De “Canto de las piedras vivas” son los versos últimos del párrafo anterior. Y también: “Miénteme/voy a abrir tu jaula/que salga el pájaro sangriento de tus fauces/que salgan las palabras/y yo misma/que salga de allí”, ese deseo de libertad incontenido, esta exclamación de sobrevolar la memoria de las gentes y alzarse a cielos inundados de ternura, dejando atrás cierta irónica presencia de maldad voluntaria, fraudulenta, enfermiza, anémica como si anheláramos hallar un espacio de música y afecto. La poesía hecha pensamiento y voluntad va más allá de la creación lírica, de la reposada conciencia .”Llegó a un paisaje y se detuve un instante/o toda la vida…” anota la escritora cántabra Rosario Gorostegui.

 

3

 

 

“Canto de la niña de carey” nos lleva a paraísos infinitos, a una adolescencia de dulces aristas. Tiene una cita, o entradilla, de Pedro Salinas: “Miedo temblor en mí, en mi cuerpo:/temblor como de árbol cuando el aire/viene de abajo y en él por las raíces,/y no mueve las hojas, ni se le ve./Terror terrible, inmóvil./Es la felicidad. Está ya cerca”. Cerca están esas imágenes, de mar, de lentitud prosaica, de caparazones que esconden una dicha a veces ignorada. Blanca escribe: “no sé si escapar/o correr hacia ti” y ahí aparece una música de Mozart o los compases feroces y nunca nebulosos de sus Satánicas Majestades, o sea esos rincones para compartir donde la duda puede atenazar cualquier pasión o descubrir, sin presentirlo, el espacio lírico en que inventar el minuto más placentero de la carne o del espíritu, antes repleto de dudas o corrompido por cierta violencia: “se abren las puertas/del fondo de mí”. Este canto lo compone un largo poema (casi) angustiado, pleno de promesas y de certidumbres. O tal vez del espacio en que habita la esperanza.

 

Todo el libro es “Para Rodrigo, después o antes de todo”. “Canto del pájaro sangre” es la tercera parte del poemario donde la adolescencia, una incursión en determinadas soledades, el amor a escondidas, la plenitud de las madrugadas, el canto de las aves no nombrado o la alegría de todas las estaciones se convierten en adagios plenos de vitalidad, en melodías suaves, etéreas, en agradables volutas de un territorio a veces a la deriva y otras en espacio capaces de ir superando los más agrios precipicios. La mujer no se conforma con existir sino que mira a la cara a su propio presente, reflexiona ante los devenires, mantiene una intensa relación con ese entorno enmohecido en el cual, sin embargo, respira: “Mira/la luz te pertenece/el vacío de la luz/mira el clavel blanco/de tu mirada/mira el clavel sangre/de su sangre/mira cómo la luz”.

 

Es como ascender a esos universos de continua distorsión, de ciertos fracasos ante las escasas posibilidades de tener una opción en las que superar tanta tristeza o melancolía. “Hay mensajes grabados en vísceras”-leemos en el último suspiro o poema-/la verdad es profunda como el aire/la verdad es profunda como el aire/la carne ha sido abierta/¿ves sobre su corazón la Palabra de Oro?/¿ves el portador de tu dios?”.  Son poemas de 2011, parte de una madurez reflexiva, de un acercamiento permanente a la palabra, de esas indagaciones capaces de conducirnos a los continentes de la realidad. “La poesía es la verdad”, decía Tomás Segovia. A ella se aferra Blanca Morel ya convertida en ave itinerante, a lo peor, herida, distanciada de los ríos transparentes y de las sombreadas alamedas.

 

Su poesía, así, se hace cauta, precisa, ardiente; recorre las laderas de la certidumbre y las enramadas capaces de cobijar presencias ajenas o de, simultáneamente, hallar cobijo en otros corazones habitados por la bondad. El poeta nunca decepciona, y este es el caso, pues es capaz de cautivar con la misericordia y la comprensión, síntesis, también de todos los panoramas afectivos. De todo ello tenemos mucho en estos versos claros, concisos, elevados, leves, grandiosos, balsámicos, en este “Pájaro sangre” entrañable.

Preciosa la ilustración de cubierta de la propia Blanca Morel.

 

4 Lourdes Hernán Pérez

Lourdes Hernán Pérez

 

             LOURDES HERNÁN PÉREZ: “CAMINAREMOS CON LA VERDAD…”

                   SIEMPRE VIDA, Editorial Liber Factory, Madrid, 2015, 119 págs.

 

Un primer libro, sobre todo si es de versos, nos causa una inesperada emoción. Pero esa emoción, enseguida, se traslada al lector pues ambos, autor y lector, van a participar de idéntica fantasía, del mismo fervor ante ese mundo que abren las palabras y que, sobre todo, tratan de explicar el mundo, los afectos, la realidad.

 

Ese es el caso del poemario de Lourdes Hernán Pérez, titulado “Siempre vida” que en más de medio centenar de poemas nos lleva a conocer los afectos, fantasías y vivencias, amorosas o no, de una mujer que habita el mundo de los deseos y, también, el espacio limpio de alguna adversidad o los territorios del olvido. Ciertamente, pues la autora en un delicado prólogo, explica: “A través de estos versos, pretendo compartir muchos de los momentos vividos; claro que no existirían si no hubieran sido compartidos con ciudades, personas, paisajes…”.

 

En el largo y lírico poema titulado “Libertad” que se nos antoja eje central del libro leemos: “Caminaremos con la verdad,/siendo dueños de nuestro presente…/admirando la ansiada felicidad”. Y ese que al perseguir la libertad se hace necesario enfrentarse con los universos sucios de la mentira, la insolidaridad y el menosprecio. Por eso se precisan poetas valientes, mujeres y hombres, que elijan la verdad, la sinceridad y al amor. Ese, decíamos, es el caso de Lourdes Pérez Hernández, escritora vocacional, amable, apacible. A través de sus palabras nos llega la serenidad, la amistad y la certidumbre de que, seguramente, el mundo se hace mejor a cada paso. Armas como las de la poesía, el diálogo y la sinceridad, forman parte de esos territorios donde suele sucumbir la adversidad y la duda.

 

5

 

 

En “Energía” Lourdes escribe: “Desvelaste mi sueño;/sacudiendo mis párpados/en la oscuridad callada,/llevándote este viaje/a otra dimensión./Envuelves mi habitación/de susurros indescifrables,/paralizando los sentidos,/acelerando la respiración…/atrapando este cuerpo,/que es sólo un transporte”. Y es que ya la portada del libro, con ese torbellino de color y naturaleza, nos lleva a gozar de los presentes, de la existencia, de esa “siempre vida” por la que la poeta aboga, como si a partir de ahí todo fuera posible, o sea el amor y la felicidad. El rincón de la soledad se oscurece, se vuelve torpe, se encierra en sí mismo, ¿por qué?, pues porque los seres humanos son capaces de reinventar su propia alegría, de renovar las intensas primaveras, de olvidar los siglos oscuros del odio y de la vileza. De eso, sin nombrarlo, habla Lourdes Hernán Pérez: “Te posas/como mariposa,/sigilosamente/en mi piel;/deslizando/el tacto ondulado,/por el tobogán/de mis deseos,/sucumbiendo/a un encanto,/que alborota/el imán,/de nuestros labios”.

 

Es el poema titulado “Una caricia”, que lleva un pie de imprenta donde se dice: “Las caricias hablan”. Si, es cierto. Y también hablan las madrugadas, y el espacio maravillado de las selvas donde trinan las aves, y las calles en que ríen los niños y los parques de la noche en que se adormecen los enamorados. Tal vez el amor sea el motor que mueve el mundo aunque a algunos, sacrílegos y mercantilistas, les parezcan más hermosas las bolsas de comercio donde sucumbe los ahorros de la gente sencilla y se incrementan los beneficios de los criminales y los aborrecibles. Pero los poetas suelen estar más cerca de los niños, de los enamorados, de los cervatillos, de los saltamontes y de los trenes de algodón que de los parlamentos o de las estatuas de los dictadores.

Cuando te falte el aire,-escribe nuestra autora-el ánimo se desgaste,/te venza la tristeza/y la fuerza te abandone/porque todo lo intentaste…/mira hacia el cielo/admira su inmensidad/pensando que la vida/te regala un día más,/para volver de nuevo a crear…/¡Lo has conseguido ya!”. ¡Qué humildad, que bondad ante los hechos luctuosos de la existencia!. La poesía, así, se convierte en un bálsamo, en un recorrido de bondad, en un cúmulo de vivencias donde se permite conocer algo más intenso que el dolor. Se trata de un hermanamiento con los mejores sentimientos, con la vida que se abre cada mañana a días hermosos y, con ello, quiere dejar sentado que es necesario buscar los resortes del entendimiento, del amor, de los afectos, de esa intimidad de la que nacen todos los fervores porque, sencillamente, es la pasión humana.

 

Así que saludar este primer libro no es más que desear que su autora, y todos los poetas del mundo, sigan transitando por esos caminos de la concordia que las sociedades del siglo XXI parecen haber olvidado.  En la página 75 hay unos versos excepcionales: “ Quisiera vivir en ti,/cubriéndome, de tu libre verde;/sin ropa, sin ataduras…/vestida con tus vivas hojas,/abrazada por tu energía”. No es un mal deseo, no son malos augurios los que Lourdes Hernán Pérez, deja casi al final de su libro que, queremos creer, es el principio de más libros, de más deseos, de más amor.

Por ahora parece suficiente.

 

6 María Luz Melcón

María Luz Melcón

 

 

MARIA LUZ MELCÓN: “NO CABÍAN LAS PREGUNTAS/

EN AQUEL SILENCIO”.

 

“POEMAS DEL SIGLO XX (1965-1970):

MIENTRAS OCCIDENTE AGONIZA”.

 

Mujer inquieta, Guionista titulada por la Escuela Oficina de Cinematografía (EOC) y Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, María Luz Melcón nacida en Pola de Lena (Asturias), pero de ascendencia leonesa, ha vivido desde joven en Madrid. Es notoria su labor como periodista, su dedicación a Cervantes y su mundo y su incursión en la novela con obras como “Celia muerde la manzana” (I Premio Barral de Novela, ex aequo 1971”, una irónica visión de la educación religiosa femenina que antes de ser publicada por Barral Editores fue severamente recortada por la censura franquista de la época, y “La guerra en Babia”, excelente documento en torno al conflicto creado por la insurgencia de 1936 en los preciosos, y doloridos, paisajes de esa tierra leonesa siempre castigada.

 

“Poemas del siglo XX (1965-1970): Mientras Occidente agoniza”, pulcramente editado por Ediciones Libertarias, Madrid, noviembre de 2015, ofrece más de doscientas páginas de inspirados momentos de una escritora preocupada por su mundo y su propia incursión en una sociedad siempre preocupada por las crisis existenciales de todos los tiempos, aunque sus versos tengan unas fechas concretas: (“Los niños”: Están ahí, frente a mí./Me miran y se preguntan./Ellos-pobres pequeños,/abocados a un horizonte sin respuestas-/no saben lo que yo hago. Me miran/y se preguntan./¡Pobres pequeños,/arrojados a un sueño/del que han de despertar nunca!”). Los suyos son versos nítidos, llenos de ritmo, musicales, vehementes. En ellos apura su dolor, indaga en las conciencias, analiza el entorno, sufre. En la introducción, después de recordar que los ha “tenido guardados, en el cajón del olvido”, manifiesta que transcurrido medio siglo de su iniciación poética en Madrid y menos desde que en 1970 terminara este recorrido lírico precisamente en París, pienso que estos versos quizá merecían ser publicados…”Ser publicados como testimonio poético de un tiempo histórico muy significativo de aquel agónico Occidente, precedente de este mundo occidental nuestro del momento actual, en el que, aunque por razones distintas a las de entonces, quizá debamos aún pensar que estamos viviendo mientras Occidente agoniza”.

 

Y en eso estamos, acompañados por esas sutilezas capaces de despertar algunas conciencias, sólo algunas: “Los pájaros/que antaño/alegraban/el parque/huyeron/con sus trinos/a la región/del sol./Huyeron…/El parque/ está triste./(Sin pájaros,/ni niños,/ni flores.)/El alma/-si es que el alma existe-/se quedó vacía”, escribe en “Los niños de ayer vacíos”. Su poética, cercana a de otros creadores preocupados por su historia y por el futuro de todos, recuerdan la orfandad en que todos nos encontramos gracias a las indignidades de políticos torpes, banqueros hijos de Satanás, empresarios desaprensivos y corruptos de todo tipo. ¿Qué puede hacer el poeta en este panorama?

 

 Todo lo demás denunciarlo: “Una mañana despiertas con revolucionarios deseos entre las cejas y descubres que podrías ser una asesina/que podrías clavarle al tirano un puñal en el corazón/sin que te tiemble el pulso/y degollar con placer/las cabezas descollantes que se cruzan en tu camino”. Desheredados de todo tratamos de “Volver al pasado”, como recuerda María Luz Melcón, y lo hacemos seguramente para no recordar un presente imposible, un devenir enfangado: “Estoy sola/y no soporto la soledad/pero aún así no quisiera volver/al vientre de mi castradora madre/ya no estoy sola/y no soporto a quienes me rodean/y me evado cerrando los ojos/negándome la realidad/y veo el mundo frío y materno/que me acusa desde el fondo de mis párpados/y siento un desabrigamiento en la piel/comparable a la desnudez del invierno” (“Regresión”).

7

 

 

 

Es que muchas veces la escritora pretende incluso huir de su entorno, buscar el mejor refugio en el todos seamos capaces de edificar sociedades más justas, entornos apacibles:”Era un ansia/de destruirse contra el Cosmos,/de integrarse en la vorágine del Universo./Era el intento feroz de la carne por hacerse eterno”, escribe la fémina siempre presente en los universos editoriales, en los exilios de la cultura. Ella recuerda que “en el Occidente ultra pirenaico en el que me autoexilié en 1967, si bien sus regímenes políticos sí eran formalmente democráticos, en cambio en el ánimo colectiva occidental tampoco habían calado lo suficiente todavía ni el espíritu científico- al que nos exhortaba Bertrand Russell-; ni el humanismo evolucionista- tras un siglo darwiniano y relativista-; ni tampoco la libertad de pensamiento, ésta sobre todo como antídoto del adoctrinamiento, e incluso como vacuna contra el pertinaz virus del marxismo-leninismo, ya estatalizado e internacionalizado, cuyos tanques totalitarios, llegando luego a las calles de Praga, a las mentes occidentales iba a llenarlas de zozobra”. Aunque hemos avanzado poco en cuanto a sentido común y aunque las democracias no son capaces de acoger a los proscritos del mundo, herencia de guerras instauradas por los poderosos, mantenidas por el fanatismo o auspiciadas por las bolsas de comercio, la poesía sigue teniendo su lugar, su espacio para cierta protesta, pese al abandono de editores o capitalistas del mundo unidos.

 

María Luz Melcón, por ejemplo, escribe: “A veces me pregunto/por qué he tenido que nacer/y vivir y soñar/y vagar por el mundo/como un perro perdido y sin amo”. Esas conjunciones copulativas, ese dolor por el entorno, ese pensamiento repleto de angustia forman un tablero repleto de ansiedad y de zozobra. El suyo es un alegato a favor de la piedad, algo que rara vez escucharán los forjadores de este siglo XXI desamparado: “Una mañana despiertas con revolucionarios deseos entre las cejas y descubres que podrías ser una asesina/que podrías clavarle al tirano un puñal en el corazón/sin que te tiemble el pulso/y degollar con placer/las cabezas descollantes que se cruzan en tu camino”. La poesía no es sólo un estado de ánimo. A veces se trata de abrir una ventana al mundo, a los sentimientos, a la concordia. Seguramente si la poesía entrara en los presupuestos de algunos estados Occidente respiraría mejor. María Luz Melcón dice “Sembraron el odio donde la tierra daba sólo tempestades y recogieron tempestades sólo./Ojo por mirada; por mordisco, diente./Diente de plata o colmillo de elefante./Estrella enterrada en el desierto./Fuma la pipa de la discordia/y con el humo/haz señales de paz a lo lejos:/el enemigo va a asustarse/y abandonará su lecho de faquir”. No nos equivoquemos, ser poeta puede convertirse en una biografía innecesaria, sí, pero llena de humanidad y vitalismo.

 

8 Manuel Quiroga Clérigo

Manuel Quiroga Clérigo

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