LA POESÍA ENCANTADA DE LA ARGENTINA GRACIELA ARÁOZ. COMENTARIO DE MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

1 Graciela Aráoz en La Cibeles (foto de M. Q. Clérigo)

Graciela Aráoz en La Cibeles (foto de M. Q. Clérigo)

 

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar el comentario que Quiroga Clérigo ha escrito en torno a dos poemarios de la argentina Graciela Aráoz, nacida en Villa Mercedes, Provincia de San Luis. Ella es profesora de Letras, Presidenta de la SEA (Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina), asesora de Cultura y Educación en el Senado de su país y Directora del Festival Internacional de Poesía de
Buenos Aires, entre otras actividades. Aráoz fue galardonada con el I Premio Tiflos y el I Premio de Poesía “Vicente Aleixandre” y el 2º Premio “Carmen Conde”; en el año 2014 obtuvo el Premio Internacional “Poesía en el Laurel”, en el que había sido precedida por Rafael GuillÉn y Félix Grande.  Además de los libros ahora comentados, ha dado a la imprenta los poemarios “Equipaje de silencio”, “Itinerario del fuego”, el ensayo “Ángel García López: una renovación de la lírica española” y el prólogo a la edición argentina de “El Amor y los Ángeles” de Rafael Alberti. Su participación en congresos, encuentros literarios y poéticos, actuación como jurado y participación en emisiones de radio y programas de divulgación es amplia. En 2013 fue declarada Ciudadana Ilustre por la Municipalidad de Villa Mercedes en el marco de la Feria del Libro.

 

 

 

 

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LA POESÍA ENCANTADA DE LA GRACIELA ARÁOZ:

“DIABLA”, “ESCRIBO ESTE LIBRO SIN ESCRIBIRLO”

Y “EL PROTEGIDO DEL CIERVO”

 

La poesía, a veces, corre al lado del deseo. Los poetas lo saben. Y también lo suponen tantos enamorados. La poesía, luego, se avecina de mirlos casi blancos y nubes elevadas, tan delicadas siempre, sobre todo cuando a media mañana dejan su lluvia tenue en los campos de agosto y recorren los cielos buscando su horizonte. Ciertamente los martes los versos infinitos suben a limbos blancos. Y otros días, domingo por ejemplo, es dable encontrarles cerca de los amantes de pasión rigurosa, confusos sin quererlo al lado de las fuentes donde niños de avena, con su cara de ángel, juegan a las cometas, a globos amarillos con carga de propano para elevarse pronto hacia mundos etéreos, a esas colecciones de cromos y suspiros, a aventuras de nada en esquinas de seda.

 

Luego, al caer la tarde, ya los enamorados  van ocupando pérgolas, se llenan de caricias, se prometen sin prisa alegrías eternas, se olvidan del dinero, del frío de diciembre y embarcan, libremente, en los barcos de besos. Al final se despiden con el amor a cuestas y se van a soñar a sus desvanes tristes, al suyo cada uno, donde miran sus libros, huelen las flores secas con sabor a pasado, espían a los pájaros o construyen leyendas, tal vez algo inocentes y, todo hay que decirlo, sufren lo indescribible hasta que llega el lunes o, puede ser, el miércoles.

 

De estas raras cuestiones nos hablan los poetas, las mujeres y hombres, que echan mano del verso para inventarse un mundo que nadie más conoce. Descubren los zaguanes o sábanas de Holanda donde suelen amarse, en verano, los jueves con esas compañías perniciosas u ocultas de Mozart, de Bach, Beethoven, de los mirlos cercanos, de una realidad al final superada.

 

Los versos van cayendo, como una granizada, en la pantalla dócil de los ordenadores y con clics de suspiro, fugaces e instantáneos, llenan las din A cuatro, ese nombre fenicio para guardar los sueños. Sin ir más lejos, luego, los versos sentenciosos se convierten en libros, vuelan en autobuses, habitan bibliotecas, discurren por jardines, dibujan arboledas o, muy plácidamente, descansan entre espejos (solitarios incluso) y en escaparates, igual que las gaviotas en los faros de otoño o cisnes como nieve en la Ría de Oyambre.

 

 

 

 

CULTURA FESTIVAL DE POESÍA Fecha y hora: 2018-06-06 19:00:00 Lugar: CCK Apertura a las 19. Espectáculo a las 19.20. LO MAS IMPORTANTE: Entrevista a Ida Vitale a las 19.50 FOTOS MARTIN BONETTO


                                     

Luis Chitarroni, Graciela Aráoz e Ida Vitale, durante el Festival de Poesía de Buenos Aires (junio).

(Foto de Martin Bonetto)

 

 

 

 

 

Dos de esas colecciones, de libros sigilosos, como espíritus núbiles llegan a nuestra mesa a las diez menos cinco cuando jueces con toga andan entre hipotecas y Mónica Bellucci, de belleza excitante y hermosa cual aurora, podría visitarnos, aunque no suele hacerlo. La autora primorosa de esos libros de versos es argentina, alegre, vivaracha y viajera, hábil indagadora de apasionados verbos, creadora inquietante de universos perfectos. Madruga con la lluvia, visita los extremos, de China al horizonte; romántica a su aire menciona el paraíso en leyendas discretas, cita el sexo de paso convirtiéndolo en vida, repite horas felices, no olvida viejos dramas, tragedias renombradas y horas fulgurantes.

 

Tiene un nombre. Es Graciela Aráoz y de ella dice Marosa (di Gregorio) que es
“una mujer, transparente, invisible, casi invisible, una visitante que viajó de rosa en rosa, de cedro en cedro, a traer el plato donde vive una luciérnaga…”. Y sus libros son varios, y varias sus hazañas, biografía, andanzas. Pero ahora interesan sólo dos poemarios: el titulado “Diabla” y “El ciervo protegido”, invasión de disfraces para vivir “su” mundo de dispersos afanes.

 

Ella mira al jardín, al lugar de los prunos, donde la lluvia asalta los senderos de grava y hay mirlos escondidos en el centro del sauce.

 

Y cuando suenan músicas de ritmo delicioso alguien abre sus libros y habla de ellos, hablamos.

 

Ediciones Último Reino publicó estas dos vidas, los regueros de estrellas que alimentan la tarde. “Diabla” de 2001, dedicado a Víctor Redondo, se abre con cierto erotismo depurado, esa fémina mágica que es, tan sólo, un “Desnudo sentado con medias púrpuras y ligas verdes”, obra de Egon Schiele, con tenaz colorido que en la primera página se acerca en blanco y negro con su pezón orgíastico. Lo demás es también un homenaje cálido a la vida sencilla, al verbo alborotado. ¿Para qué decir más cuando sigue sonando, por ejemplo, un buen Mozart y ya irrumpen los versos de la página nueve, o digamos novena:

 

                                   “Escribo este libro sin escribirlo

                                     porque este libro está escrito bajo el agua”.

 

Treinta y nueve poemas consiguen acunarnos, revivir los misterios de una existencia mágica. Y, al final, se despide: “Invicta sea tu muerte, diabla”. Pero antes de ese fin la existencia se abre, se convierte en testigo de tiempos infinitos donde, también, la muerte se une a los dolores y visita las casas, otea en los rincones, hiere los corazones, amenaza minutos o desfigura estatuas.

 

 

 

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Gonzalo Rojas, el chileno de El Torreón del Renegado de Chillán, en “Las hermosas” escribe: “Ni rosas/ni arcángeles: muchachas del país, adivinas/del hombre….”.Una de estas muchachas, elocuente y sincera, tal vez incandescente, dice en versos de Graciela: “Rezo y soy una con mi cuerpo./Lo secuestro. Lo violento./Y también mis lágrimas lo lavan”. Es la fémina abierta a las sensaciones, oteadora de nuevas inquisiciones, perfecta caminante en senderos de espinas, aunque busque las rosas del jardín más cercano. Es la diabla incitando permitiendo a su cuerpo invadir nuevos cauces. Entre tanto observa, vive, razona, se esclaviza tal vez con algo cotidiano. “Me desnudo analfabeta en la lluvia,/sin el diccionario/que suelen usar los hombres con su lengua lábil”. Se habla de un nuevo lenguaje femenino, de la posibilidad de ir ocupando unos espacios, incluso verbales, que les habían sido vedados, arrebatados, casi prohibidos. Esta autora lo consigue a fuerza de tenacidad, de laburo diario. Ahí está, completo, el poema IX:

 

                                 “Lavo mi desnudez y quedo

                                  aún más desnuda.

                                  Se interna el dolor por mi sexo,

                                  ocupa esos espacios en que las mujeres

                                  solemos gritar sin grito.

                                  Escucho a los jazmines un secreto decirme,

                                  me extiendo y nos apretamos

                                  la mirada,

                                                 como dos pájaros

                                  cuando mirándose

                                                                se preñan”.

 

Es la mujer, la fémina confesando, confesándose, sabiendo objeto propio, y apropiado, para el sexo pero, también, para la vida, para los inconvenientes del mundo diario, la limpieza, la soledad del cuerpo, la inutilidad de la belleza escondida. Por eso dice, en el poema siguiente “Estoy dentro de una mujer extraña/que no soy yo”.

 

Pero también la creadora se muestra, a veces, alegre, confiada, con la ilusión diaria que da la existencia. Entonces se muestra batalladora, cercana a la realidad que, a cada momento, nos acosa: “Esta noche me pongo ese sombrero/visitado por luciérnagas./Aún oigo la luna a través de la ventana/Me paso por la cara pulpa de pomelo/para que desdibujen las líneas de inclemencia./Me dejo lavada y voy/hasta ese árbol donde me esperan/no sé si otra luciérnaga/o una canción que duerme para nunca ser dicha”.

 

 

 

 

5 Graciela Aráoz, directora del Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires

Graciela Aráoz, directora del Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires

 

 

Marosa di Gregorio recuerda, en sus aleccionadoras palabras de la contraportada: “La que parla, la que da las perlas, no es quien se ve, sino una mujer extraña ocultada dentro de ésta. Una que puede entenderse sólo con jazmines. Porque no son del todo de este mundo. (Y puede expresar de su fe profunda en el amor. Allí está lo que eriza los pétalos y los deja plenos. Ese amor salvador capaz de saltar al vacío para encontrarle y respaldarla. Y que puede comprar granos de maíz para que ella convide a las palomas)”.

Pero hay más, esta diabla va por el mundo indagando en lo que está rodeándola, apresándola, persiguiéndola, como si en este devenir la vida fuera algo que se encuentra cerca aunque parezca algo etéreo, así, leemos: “Soy esta sombra que en su misma sombra/persigue lo oculto la luz”.

 

Graciela Aráoz ha escrito un libro diáfano, con versos repletos de ritmo, como esas melodías encadenadas que no quisiéramos ver nunca acabada, como si estuviéramos ante una denuncia de este universo carente de milagros y ante esa manera de escribir un libro sin escribirlo y, a la vez, sin dejar de hacerlo. Y todo ello es lo que le da valor de testificación, de denuncia de obviedad, lo que, en fin, justifica esta labor gratuita de ser poeta de una autora que lo hace con la alegría de poder seguir comunicándose con los demás, aunque sea a través de esa diabla: “Qué extrañas la vida y la muerte/entre la melancolía y el desdén”, exclama la autora.

 

En la misma editorial Aráoz nos regaló otro hermoso poemario, este de 2012, dedicado “A María Zanotelli, mi madre” aunque el recuerdo de su progenitor aparece enseguida en el primer apartado del libro, el titulado “El beso que se deja”, “Quedar dentro de los ojos de mi padre,/leerle la cabeza./Me he quedado ciega sin el lago de sus ojos”. El ejemplar se denomina “El protegido del ciervo” y de él, o de ella (la autora) escribe la también excepcional creadora lirica Luisa Futoranky algo que merece conocerse, al menos en parte: “La singularidad de la poesía de Graciela Aráoz reside en la fuerza de su mirada. Espacio sin concesiones donde transita una rara intensidad; esa, que no se ahorra desolladura alguna. Graciela se aventura, sin miedo aparente, en los bosques del desorden y la pasión. O, entre tierra y ciego juega a una rayuela de lo más peligrosa. Aráoz es alguien que viene de los grandes espacios, por eso sabe tanto de horizonte y de soledad. También de utopías y vientos radicales. La paradoja es que al mismo tiempo la acosa la consecución de la armonía”. Bien, y es de esta armonía de la que queríamos hablar, pues en los versos de este libro todo parece ordenado, pleno de sentimiento, aligerado por esos momentos de radicalidad con que otros poetas impregnan las páginas de sus libros. Seamos libres para decir lo que sentimos pero hagámoslo de manera adecuada, razonada, vitalista. De esta primera parte nos quedaríamos con el poema titulado “Búhos y lechuzas”:

 

                        “Sin sedas para cubrirme ni encajes que se deslicen

                         pidiendo un día.

                         Sin la mansedumbre de las amapolas

                        que el pasado desconocen

                        ni visitan tumbas en el cementerio.

                        Sin puertas que se abran

                                                             sólo búhos y lechuzas

                        que leen el aire”.

 

 

 

 

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La segunda parte, “Gozne en los labios”, goza de momentos apacibles, de versos nítidos en que la vida nos asalta con vehemencia y donde cierto aire erótico nos va envolviendo de manera elegante y lúcida, como en “Mansión secreta”: “Después de amarnos, después/del después/respiré hondo./Él también lo hizo/luego/con sus labios/recorrió secretos/de un cuerpo./Temblé./Volvimos a amarnos./En el después/que en los ojos queda/me fusiló”. Hay una especia de satisfacción insatisfecha, una situación como aquella que nos señalaba el semanario humorístico “La Codorniz” cuando alertaba “Tiembla después de haber reído”, como recordando que tras el amor, tras el acto sublime también puede llegar la decadencia, la frialdad menos deseada.

 

En su precioso poemario titulado “Cuándo todo ya es póstumo”, dedicado a su fallecida esposa Emilia, Ángel García López nos deja poemas repletos de dolor, de tensión, de esa violencia permanente que nos embarga ante la desaparición de los seres cercanos: “Convocada por nadie/la puerta de estos días gira alerta en su gozne”. Similares referencias aparecen en los versos de Aráoz, en el apartado denominado “La cicatriz de que un día que, precisamente, dedica a Luis Futoranksy. Aquí se habla de dolor, de lejanías, de abandonos, de melodías que fenecen: “Sale del cuarto y se apoya en el vidrio/es/aquel hombre de sombrero gris,/con quien hicimos el amor hasta el amanecer/un par de ocasos, un par de años y nos fuimos”. Es esa capacidad de penetrar en la soledad, de vivir casi a ciegas en el mundo que llega a mostrarse desolador aunque impetuoso, siempre rodeado de misterio, de negaciones, de rumores inicuos. “De velorios y resacas”, último capítulo que agrupa seis poemas, se emparentaría a su vez con las lejanías y los despojos de los afectos, con esa palabra que se queda dentro de nosotros porque no encuentra interlocutor con el compartir alegrías y fracasos. Recordamos “Habitación felina”, tal vez parte de la propia biografía de la autora: “Una mujer habitando en los ojos/del gato,/volviendo a escribir el río/en la ceremonia de cuerpo presente/del amante./Ya no existe el cuerpo/sólo queda el trazo/de una escritura/que ahora escribe/en el lomo encrespado/del tigre”.

 

 

 

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De clara intencionalidad erótica son las ilustraciones del libro, obra de Marijose Tobal, a todo color la portada y con lirico grafismos en negro los interiores.

 

El admirado Gonzalo Rojas dejó escribo: “Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida: la muchacha/es herida, el olor a su hermosura es herida…”. En los versos de Graciela Aráoz también aparecen, quedan, se elevan esas heridas de la difícil convivencia, de los amores postergados, de los afectos barridos por el viento de la soledad. Hablar de ello, ofrecernos esas situaciones de intranquilidad, esa música a veces dolorida, nos permiten, a la vez, penetrar en una poesía clara, limpia, repleta de insinuaciones y de verbos en los que ejercitar la dulzura del afecto, el dolor por quienes nos dejaron o la esperanza de nuevas cercanías que puedan llegar a forman parte, infinita de la labor del poeta, de ese cúmulo de sensaciones, indagaciones, reflexiones que, al fin y pese a todo, nos permiten vivir cada día con la intención y el deseo de seguir viviendo. Así que proteger a un ciervo o mantener la mente abierta es una manera de acercarnos al futuro. En un poema dedicado a Luis Gusmán dice Graciela: “Estoy muerta, pero ni muerta/he perdido mi nombre”.

 

 

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9 Manuel Quiroga y Graciela Aráoz en la Escuela Diplomática de Madrid (noviembre de 2018)

Manuel Quiroga y Graciela Aráoz en la Escuela Diplomática de Madrid (noviembre de 2018)

 

 

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