LA PASIÓN DE CRISTO (2004), DE MEL GIBSON. CRÍTICA DE JOSÉ ALFREDO PÉREZ ALENCAR

 

 


Crear en Salamanca se complace en publicar una nueva crítica de cine de José Alfredo Pérez Alencar (Salamanca, 1994), quien dirige blog ‘La palabra liberada’. Aprendiz de jurista y de poeta, pero apasionado del séptimo arte. Cuando niño la imprenta Kadmos le publicó una carpeta de poemas titulada ‘El barco de las ilusiones’ (2002, con 17 acuarelas del pintor Miguel Elías). Posteriormente publicó seis poemas en la antología ‘Los poetas y Dios’ (Diputación de León, 2007) y otro poema en la antología ‘Por ocho centurias’ (Salamanca, 2018). Próximamente la revista portuguesa ‘Cintilações’
 (de Editora Labirinto), coordinada por el poeta Victor Oliveira Mateus, publicará un poema suyo traducido al idioma de Camões. También este año dará a imprenta su nuevo libro de poemas, en el que está trabajando, titulado ‘Tambores en el abismo’. Escribe artículos de contenido jurídico y social en su blog ‘Iuris tantum’, que mantiene en el periódico digital SalamancaRTV al día. También publica críticas de cine en la revista literaria digital ‘Crear en Salamanca’. Formó parte del equipo de apoyo del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que en 2019 rindió homenaje a San Juan de la cruz y a Eunice Odio.

 

 

LA PASIÓN DE CRISTO (2004), DE MEL GIBSON

 

Después de haberla visto repetidas veces a lo largo de dieciséis años, sigue resultándome una exaltación del sufrimiento, aderezado con una puesta en escena de la violencia y las vejaciones extremas que llevaron a cabo tanto los judíos como los romanos en la persona de Jesucristo. Eso sí, bravo de nuevo por Mel Gibson. En primer lugar porque quizás como director no iguala el talento y el bagaje que tiene como intérprete, pero es referente en cuanto al cuidado de sus películas (Apocalypto, 2006), sea la trama mejor o peor (El hombre sin rostro, 1993). Pero, sin duda, su película más completa, su seña de identidad, aquella en la que no hay bifurcación entre las cámaras y él, es Braveheart (1995). En segundo lugar, el director merece reconocimiento puesto que logra tocar la “fibra sensible” con su obra en una era en la que puede que las imágenes sean mucho más contundentes en contraposición con las palabras que se puedan leer. No es pionero en abordar la temática, pero no cualquiera dispone sus herramientas para orientarlas a lo religioso en términos cinematográficos y dar una respuesta visual a la Biblia.

 

Pero, ¿qué hay de la historia detrás del filme? El hecho de ser antiguo estudiante de colegio católico y también asistente, desde los ocho años, a una iglesia evangélica, me ha permitido estar en contacto largo tiempo con la materia. En los Evangelios encontramos los parámetros para el contraste entre lo escrito y lo filmado. Tomando como referencia el evangelio de Mateo desde el capítulo 26 hasta el final, el guión es una copia bastante exacta de las escrituras. Logra que lo visionado sea como estar leyendo el pasaje bíblico que, aunque morbosa o sensacionalista, se configura como una extensión de lo narrado en la Biblia. Como antes mencionaba, se han hecho muchas versiones para la gran pantalla acerca de la vida de Jesús, pero ésta capta la atención como ninguna otra. Siendo así, en una escala de realismo, seguramente encabezaría el podio. El propio protagonista del filme (Jim Caviezel) hablaba en una entrevista de que, a pesar de ser criado en el seno de una familia católica, le ayudó mucho la formación de Gibson. El actor sufrió dificultades en la duración del rodaje pero salió fortalecido, fue una experiencia que, seguramente, le hizo conectar de manera más directa con las penurias de los últimos días de su personaje. Podemos sentir el filme como una llamada de atención, quizás en lo impactante de las escenas se halle el aliciente que provoca un sentimiento de tristeza y, al final, de regocijo. El principio con el versículo de Isaías que dice: “Fue traspasado por nuestras rebeldías, triturado por nuestras culpas. Por sus llagas hemos sido curados.” nos vaticina el final, la salvación hecha por el hijo del hombre, ¿acaso no es ese el éxito que se celebra en la semana santa? Ese triunfo extendido por generaciones, estropeado en no pocas ocasiones por la acción de personas que decían estar avaladas en sus actos por lo divino, imperecedero a pesar de la dificultad que traen consigo metáforas y lagunas, convirtiéndose a su vez en el acicate de la Fe de cada uno.

 

 

 

Fiel a ambos “guiones”, Gibson aborda el mensaje con un acusado dramatismo, ¿o no? A mi parecer queda patente el sufrimiento de Cristo: no creo que nadie pueda decir que el director ha sido austero en ese aspecto, pues se ha encargado de explotarlo en los momentos clave, aunque no se puede pasar por alto que, en algunas escenas, como la del principio en Getsemaní, al cortar Pedro la oreja al soldado, la motivación del director adquiere tintes innecesarios.  Por ello, independientemente de quien se siente al otro lado de la pantalla, la película sin duda crea un efecto en cualquiera. El efecto, sin embargo, no será el mismo para todos, pues las personas más cercanas a la Fe la verán desde una perspectiva diferente, la cual radica en ser más impresionable ante lo visualizado. Impresionable como analogía de sensible y no de aprensivo, pues las creencias traen consigo la belleza del mensaje y su inquebrantable contundencia.

 

En los detalles está el éxito. Parece que esta fue una de las consignas del director al realizar su proyecto, ya que desde la música hasta el idioma utilizado, nos hacen sumergirnos en el contexto. El filme está subtitulado (al menos si se quiere ver en castellano, aunque a mi parecer el doblaje en latino debería englobarse en la categoría anterior), ya que se utilizan el hebreo y el latín en los diálogos. El desarrollo está perfectamente calculado, manejando los saltos temporales en el momento exacto y en su justa medida. Prueba de esto es la contraposición entre el trato dado por la gente a Jesús cuando está siendo juzgado para, acto seguido, hacer un breve retroceso a su entrada en Jerusalén.

 

El guión es obra del propio Mel Gibson junto con Benedict Fiztgerald. Hago reseña de los autores del mismo, pues parece que en este proyecto sería el cargo más sencillo teniendo en cuenta que ya viene escrito, pero realmente constituye un elemento crucial, toda vez que para edificar una base sólida era necesario ser fiel al testimonio de los Evangelios, evitando alteraciones que pudieran desdibujar la línea imperante.

 

 

 

En el reparto las dos caras más conocidas son las de Jim Caviezel y Mónica Bellucci. Caviezel, quien representa la figura del nazareno, es un actor bastante notable que ha participado en trabajos que no han tenido una enorme repercusión pero que no desmerecen ni un ápice: El conde de Monte Cristo, 2002; Toda la verdad, 2002, o bien Mentes en blanco, 2006. El actor tuvo un rodaje difícil. Sin ir más lejos, recibió algún latigazo de verdad (escena en que los romanos están castigando a Jesús). Otra cosa que llama la atención es el esfuerzo para las labores de maquillaje: hablamos de una magnitud como la de John Hurt en El hombre elefante (1980), en torno a siete u ocho horas de trabajo. Mónica Bellucci, la cual tiene una extensa filmografía: la saga de Matrix, Spectre, 2015; Bajo sospecha, 2000 y otras, encarna el personaje de María Magdalena. Contraposición o acierto del director, en el registro, al seleccionar a la actriz que cuatro años antes llevó a cabo el papel clave en Malena (2000). No menos importante, como tampoco lo son los restantes  miembros del reparto, quienes no adolecen en ningún caso de demérito (muchos de ellos tuvieron eco con la repercusión de la película).

 

Es una película para verla en cualquier momento (más aún en estos tiempos de pandemia, puede invitarnos a la reflexión, profundizando más ya sea para fortalecernos en algunos aspectos o para forjar un cuestionamiento), no sólo con motivo de fechas religiosas, pues su esencia resulta “oportuna” con la asiduidad que cada uno reclame. Es la mencionada esencia la que hace que no estemos ante un mero conjunto de aspectos técnicos sino que evoca a sumergirnos en lo profundo de nuestro interior.

 

Resulta increíble la difusión de la película, empezando por las personas que constituían el equipo, que quedaron empapadas por el “aura” del ambiente (los buenos actores tienden a imbuirse en sus personajes), para posteriormente, a través de los designios de Gibson, transmitir estos pasajes a escala mundial. La divulgación y el calado que tenga en cada uno son cosas independientes, pero esté claro que -en cualquier ámbito- el permanecer en círculos aislados o recónditos no es buena respuesta si se quieren trascender los límites del olvido.

 

José Alfredo Pérez Alencar

 

 

 

 

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