KIDS (1995), BULLY (2001) Y KEN PARK (2002), DE LARRY CLARK. CRITICA DE JOSÉ ALFREDO PÉREZ ALENCAR

 

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar una nueva crítica de cine de José Alfredo Pérez Alencar (Salamanca, 1994), responsable del blog ‘La palabra liberada’. Aprendiz de jurista y de poeta, además de apasionado del séptimo arte. Cuando niño la imprenta Kadmos le publicó una carpeta de poemas titulada ‘El barco de las ilusiones’ (2002, con 17 acuarelas del pintor Miguel Elías). Posteriormente publicó seis poemas en la antología ‘Los poetas y Dios’ (Diputación de León, 2007) y otro poema en la antología ‘Por ocho centurias’ (Salamanca, 2018). Próximamente la revista portuguesa ‘Cintilações’ (de Editora Labirinto), coordinada por el poeta Victor Oliveira Mateus, publicará un poema suyo traducido al idioma de Camões. También este año dará a imprenta su nuevo libro de poemas, en el que está trabajando, titulado ‘Tambores en el abismo’. Escribe artículos de contenido jurídico y social en su blog ‘Iuris tantum’, que mantiene en el periódico digital SalamancaRTV al día. También publica críticas de cine en la revista literaria digital ‘Crear en Salamanca’. Formó parte del equipo de apoyo del XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, que en 2019 rindió homenaje a San Juan de la Cruz y a Eunice Odio.

 

El director Larry Clark

 

KIDS (1995), BULLY (2001) Y KEN PARK (2002),

DE LARRY CLARK

 

Si comencé mis críticas con Pink Flamingos (1972), ¿por qué no volver de nuevo sobre mis pasos y hacer un sucinto análisis de este director y tres películas suyas que guardan un estrecho vínculo?  Tengo la firme creencia de que el cine de culto tiene un lugar destacado en la esfera del séptimo arte, porque al final todo se reduce a la tolerancia o la predisposición para ver sus contenidos.  El cambio de aires que supone, virando de lo convencional a otras formas de enfocar lo que se va a ofrecer al espectador, es el núcleo donde reside su fuerza.

 

Se trata de obras que están lejos de acompañarse del adjetivo “maestras”. Ahora bien, el hecho de que en el cine se aborden temáticas controvertidas o se hagan tratamientos chocantes de ellas, no implica que deban ser calificadas negativamente. Más allá de esta trilogía, me gustaría dedicarle también un lugar importante a la figura de Larry Clark y de algunos otros, en tanto que son representantes de un “género” de directores que se caracterizan por aparecer en momentos puntuales y presentar al mundo los frutos de sus ideas. La polémica que traen consigo deriva en sensacionalismo, pues parece ser que para ellos no existe la mala publicidad.

 

No es pionero en esta técnica. Un ejemplo bastante inspirador para comprender el concepto, es el de Ruggero Deodato con su “Holocausto Caníbal” (1980). En todo caso, merece más la pena leer los comentarios que se han hecho del seguimiento de la película tras su estreno, que ver la propia película: ello es así porque a este director se le ocurrió que sería buena publicidad para su trabajo hacer firmar a los actores un contrato que les prohibía formar parte de la vida pública durante el año después de que se emitiera; este hito dio lugar a que la gente y los medios se formularan si no solo habían muerto animales durante el rodaje (curiosidades de la vida, este director participa en la película Hostel 2 (2007) de Eli Roth, como un extra en el papel de caníbal). Puede parecer un caso extremo, pero es inevitable establecer una analogía con este tipo de cine independiente y de culto. Por el contrario, la antítesis sería la figura de Tom Six y su saga “The human Centipede”, que consta de tres partes: él es ejemplo del tornar de la polémica en algo aberrante (fue censurada en varios países). Por ello no es para sorprenderse que un proyecto de tal calado haya obtenido financiación, viendo la devaluación de algunas cintas que en la actualidad circulan por el mercado. No dedicaré ninguna línea a hacer un resumen, ya que la sinopsis haría estremecer más que cualquier película de terror que se haya realizado en los últimos tiempos. Estaría siendo injusto si llegados a este punto no menciono Saló (1975) de Pasolini, que comparte atributos con la anterior, aunque entre ambos directores no puede establecerse un símil en cuanto a logros: en el caso de Pier Paolo se puede indultar su transgresión e incluso procurar buscar un sentido, por difícil que sea, a lo que reflejó en su película.

 

Clark, de hecho, no logra ni asimilarse a uno de los máximos exponentes: Lars Von Trier. Este director es inigualable, lo cual no está dicho como un halago, pero en cierto modo recuerda a Tarantino por el modo en que organiza la trama en algunas de sus películas, a modo de capítulos o episodios. Al margen de sus problemas con alguna actriz o del rechazo de sus películas por algún festival, temas que, a pesar de guardar relación con lo cinematográfico, no son realmente parte de la esencia, este director es sinónimo de cine de culto. Además tiene un especial talento para contarnos una tara de la manera más enrevesada posible, si no es en los dos volúmenes de Nymphomaniac (2013), debo reseñar que Diario de una ninfómana (2008) resulta de buen gusto comparada con la citada anteriormente, también saca a relucir sus peculiaridades en La casa de Jack (2018), de la que lo más destacable -en mi opinión- es la participación de Matt Dillion y, sobre todo, Bruno Ganz (mantienen un diálogo en bastantes períodos del filme). Quizás me estoy excediendo en mis palabras, ganando el sesgo que profeso a sus proyectos, porque me he dado cuenta de que no conozco gran parte de su trabajo, aunque debo esgrimir en mi defensa que las películas de las que puedo hablar pertenecen a la etapa más reciente (Anticristo, 2009, Dogville, 2003), y es en lo que baso la concepción que tengo de él. En lo que sí tengo certeza es que no soy afín al modo en que manejan la cámara en cuanto a planos.

 

Hay más directores (Kubrick, Bertolucci, Paul Verhoeven y otro, del que todavía no he podido ver nada, que es Michael Haneke. En concreto, su película La pianista, 2001, que podría ser buen acicate para justificar su pertenencia a esta categoría) que coquetean con la frontera de los límites, pero no de manera tan llamativa y en trabajos puntuales.

 

 

 

 

Centrándonos ya en el legado del director, en las tres películas veremos un pilar fundamental, por no decir único: la juventud norteamericana. Son básicamente dramas juveniles, ¿realmente quiere Larry Clark hacernos una crítica de ello? Bueno, se ha de comenzar diciendo que falla estrepitosamente en la forma en que lo lleva a cabo, pero aún le avala aquella frase de “el fin justifica los medios”. Si me refiero a la forma es porque hay infinidad de películas que desarrollan las diversas circunstancias a las que se enfrentan los jóvenes y, de igual forma, existen millones de instrumentos para ejecutarlas ante las cámaras. El director adolece de seriedad en el desarrollo de las mismas. Kids es una sucesión de imágenes llenas de drogas, insultos y contenidos sexuales, una trama llana que solo nos da toques de atención en el cambio de seguimiento de los personajes, pero al final saca a relucir el tema del sida. He ahí su gran “estocada”, porque es obvio que no resulta un tema tabú en el cine ni en ningún ámbito, pero el momento lo es todo. Mis palabras no están vacías de argumentos, ya que una de las protagonistas, Chloë Sevigny (Zodiac, 2007, American Psycho, 2000, Dogville, 2003, o Lovelace, 2013) se convirtió en un icono de la lucha contra la enfermedad, aunque como actriz no prosperó mucho, sino que ha participado en mayor medida en papeles secundarios, al contrario que otra de las protagonistas, Rosario Dawson, la cual ha tenido un bagaje un poco más amplio y algo menos apagado (Death proof, 2007, Siete almas, 2008, o Trance, 2013).

 

 

 

 

Si vengo preguntándome acerca de las intenciones de Clark, en Bully parece despejar cualquier duda. Este filme trata un caso real y, además, debo dejar constancia de que sigue fielmente los hechos reales que tuvieron lugar, entiéndase en la medida de lo que es posible en el cine.  Una historia que conmocionó a Estados Unidos por la brutalidad del crimen o, más bien, por quienes lo perpetraron, puesto que eran adolescentes.

 

En esta ocasión incurre en error en lo referido a la caracterización física de los personajes: no es que se requiera un cambio tan drástico como el de Christian Bale pesando cuarenta kilos en El maquinista (2004) y al año siguiente, a las órdenes de Christopher Nolan en Batman begins, más de cien kilos. Y esto sin rebuscar en personajes secundarios, el propio Nick Stahl (aquel niño de El hombre sin rostro, 1993, de Mel Gibson) que encarna a Bobby Kent, está rozando lo famélico, lo cual para quienes conozcan el caso real pueda dejarles atónitos, siendo la corpulencia del fallecido Bobby Kent lo que infundía temor en el resto de componentes del grupo de amigos. Junto a él, en el reparto hay algún rostro más o menos conocido, como sería Brad Renfro, el encargado de dar vida al personaje de Martin Puccio, el mejor amigo de Bobby Kent que -tras el enjuiciamiento del asesinato- fue condenado a la pena capital. Este actor tenía una prometedora carrera, dándose a conocer en películas como El cliente (1994), Verano de corrupción (1998) o Sleepers (1996), pero no supo explotar su potencial debido a sus adicciones (un ejemplo más de los estragos que puede causar la industria cinematográfica en actrices y actores que comienzan a temprana edad, tal como también les ocurrió a Sue Lyon y Dominique Swain, que protagonizaron las versiones de Lolita de Nabokov; o Macaulay Culkin, famoso por las películas de Home alone). Bijou Philips (Ali Willis), Michael Pitt (Donny Semenec) o Rachel Miner (Lisa Conelly) completan el equipo de artistas.

 

 

Acierta el director en el desenvolvimiento de los personajes: nos muestra a Bobby Kent como una persona sin escrúpulos, un abusón, pero no se olvida de Martin Puccio y los demás, mostrándonos su estilo de vida sedentario en cuanto a la ausencia de perspectivas en la vida y envueltos en la sordidez del consumo de estupefacientes. El resultado no admite prueba en contrario, tanto en la ficción como en lo sucedido: la “justicia” que avaló, momentáneamente, las mentes de estos jóvenes, no encuentra ninguna justificación en la conducta de la víctima.

 

Como culmen, nos encontramos con Ken Park. Es indudable que hay películas que resultan desagradables o cómicas, dependiendo de la perspectiva, lo cual lleva a que nos parezca irrelevante verlas una segunda vez. En esto me recuerda a Bad boy Bubby (1993). Quizás hace falta reflexionar después con motivo de lo que se ha visto, pues estoy seguro que un alto porcentaje de quienes tuvieron esa experiencia no generó más que aprensión o carcajadas. Este filme de historias cruzadas nos trae varias complejidades que forman parte de la vida misma: abusos sexuales paternos, el maltrato de padres alcohólicos, el suicidio, experiencias sexuales, el trastorno antisocial de la personalidad, la infidelidad de una mujer casada con un menor, el extremismo de los principios religiosos que guían a una familia, etc. Con este elenco casi podríamos decir que estamos ante un verdadero drama social.

 

 

 

Se autoimpone, a lo mejor sin pretenderlo, un lastre en su intento de alcanzar el máximo realismo en algunas escenas. Esto ocurre de manera continuada en el cine, sin rebuscar demasiado, en La vida de Adèle (2013) hay dos escenas de sexo que tienen una duración de tres o cuatro minutos, las cuales no son innecesarias en las películas, pero en este caso el director se excede de una manera que raya la pesadez, del mismo modo que Clark dedica un largo momento con la cámara a una masturbación: se puede ser sugerente o explícito, pero no errar con detalles que enturbian los momentos previos y posteriores, aún más cuando es irrelevante.

 

Es llamativo el suicidio porque podría ser el modo en que el director nos transmite en que desemboca esa especie de nihilismo que trae de la mano la juventud (por supuesto sin generalizar, pero sin reducir la atribución del problema a un único estrato de la sociedad). Las tres películas juegan con ese leitmotiv, el no tener nada en mente para el futuro es lo que lleva a hacer en las drogas para evadirse, o el vacío en las aspiraciones trae consigo consecuencias desastrosas. Con menor intensidad hace referencia a la pasividad de la familia más cercana, en cuanto a factor con influencia sobre los adolescentes.

 

 

 

En esta ocasión mi intención va más allá de recomendar las películas, sino que pretendo incitar a que nos deslindemos en la creencia de que existe una estructura definida en el Séptimo arte. No se pueden fijar barreras a la creatividad, aún menos si persigue una finalidad legítima, y ello se vuelve difícil, pues dependiendo del contexto en el que uno crezca, se imponen unos u otros principios preconcebidos. Es preferible una película que cause una ruptura con los convencionalismos a otra que se dedique plasmar banalidades en la cinta, lo que me conduce a pensar que la polémica que envuelve estos filmes está por encima de nuestras ideas de lo que es mejor o peor, de la misma manera que se fracciona la sociedad ante la justicia o no de una norma jurídica como la que recoge la interrupción voluntaria del embarazo o la presencia/ausencia de pena de muerte en un país. Esto es componente de un todo más amplio, porque incluso las pautas sociales imperantes flaquean en algunos aspectos: entonces nos podríamos preguntar si la religión debe ser una fuente preponderante en lo que se nos ofrece en el concepto de moral. Sería interesante detenerse en esta cuestión, pero requiere un tratamiento exhaustivo.

 

En definitiva, el cine entraña mucho más que historias adornadas y efectos especiales: se disfruta en mayor medida cuando no nos quedamos inmersos en un encasillamiento.

 

Larry Clark, en la galería Espaivisor de Valencia, rodeado de sus fotos (2019, foto de Mónica Torres)

 

José Alfredo Pérez Alencar (foto de Joao Artur Pinto. Castelo Branco, Portugal, 2019)

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