HAMLET, OFELIA Y LILLIAM MORO. ENSAYO DE SERGIO DE LOS REYES

 

 

Lilliam Moro leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar este ensayo sobre un poema de la destacada escritora cubana Lilliam Moro. Ha sido escrito por Sergio de los Reyes (La Habana, 1978), quien vivió en Madrid y Miami. Desde  2005 radica en Toronto, Canadá. Ha publicado los  poemarios Elsewhere (Editorial Silueta, 2013) y Queen Street West (Editorial Silueta, 2015). Ganador del concurso de Literatura Infantil-Juvenil Verbum 2019. 

 

 

 

 

HAMLET, OFELIA Y LILLIAM MORO

 

 

Sabíamos que Ofelia moriría joven. Estaba en su destino. Sin ese sacrificio, Hamlet no se hubiese “salvado” de su locura y de su terrible tormento. Ella era el símbolo de la ingenuidad del príncipe de Dinamarca, el lado demasiado cándido y virginal que ensombrece la toma de conciencia. Lo sabíamos. Ella debía morir como símbolo de resurrección.

 

Al principio de la obra de Shakespeare, vemos a un príncipe atribulado por la muerte repentina de su padre, el rey, cuyo fantasma recorre las murallas del castillo. Una conversación entre padre e hijo nos dice que el monarca ha sido asesinado y pide venganza.

 

Hamlet sufre: está dormido. Algo en él tiene que arder, morir, para resucitar y actuar antes de que sea demasiado tarde. Ofelia es la rosa que arde. Ella es llama, fuego y amor. Es la chispa que acabará con la duda de Hamlet, ofreciéndole la fuerza del despertar.

 

Ofelia flota sobre las aguas verdes,

 

Esto nos dice la poeta Lilliam Moro en la estrofa inicial de su poema llamado “Ofelia flota sobre las aguas verdes”. Esta imagen nos coloca de inmediato frente a dos elementos femeninos de gran importancia para penetrar en el conocimiento del sí-mismo y alcanzar la toma de conciencia plena: el alma y las aguas.

 

La primera –el alma— es lo que flota livianamente y no se hunde, Ofelia misma; la segunda son las aguas verdes; es decir, oscuras, turbias, que nos abren las puertas del inconsciente donde Hamlet debe sumergirse como en un Hades para hallar la luz de las tinieblas: la intuición y el valor, la voluntad.

 

Todo el que ha indagado en el alma humana, sabe que la intuición es un atributo femenino mientras que la razón es una virtud masculina; pero la razón no puede nacer sin haber sido gestada por la intuición. Ambas son causa y efecto, maduración que debe alcanzar el joven Hamlet para levantarse sobre su propia debilidad.

 

su cabello enredado entre nenúfares,

los juncos de la orilla.

 

 

 

La poeta, para acentuar el vértigo y el descenso, usa la imagen de cabellos enredados y, de repente, vemos una especie de espiral o de mándala que gira y nos atrae hacia el fondo del estanque. Hamlet comienza a hundirse junto al espíritu de Ofelia; no obstante, como para salvarlos, Lilliam incorpora el llamativo verso: los juncos de la orilla. Y aquí ocurre un imprescindible equilibrio de los opuestos:

 

Toda búsqueda en las profundidades del infierno no puede extraviar su ancla objetiva, la cual debe permanecer enterrada en la orilla de la realidad. La redondez, el círculo arquetípico o el matrimonio espiritual, consiste en la unión entre el alma y el cuerpo, el espíritu y la materia; los juncos aquí parecen representar una dimensión que no debe perderse de vista. De lo contrario la fe —lo subjetivo— se esfumaría, como le sucedió a Orfeo, que tras de sí desapareció su amada. Estos elementos naturales son lo que el hilo de Ariadna es para Perseo. Hamlet necesita de esos juncos para reconstruir luego, a través de la emersión, su largo camino de regreso, el proceso de individuación, la madurez.

 

Los pececillos de colores entran en sus oídos

con su batir de aletas diminutas

reproduciendo el perenne murmullo

de la alucinación.

 

Aquí Ofelia está muerta ya, pero está viva al mismo tiempo. Se halla colmada de pececillos de colores. El pez es uno de los símbolos más antiguos y misteriosos de la historia humana. Lo femenino es pez. Las sirenas son mujeres con cola de pez. Melusina es un ser medieval que vive en las aguas y tiene cola de serpiente. El pez es vida. Representa a Cristo, quien nació bajo la Era de Piscis y multiplicó los peces para alimentar a sus seguidores. Desde épocas mesopotámicas, el pez es símbolo de renovación cíclica.

 

La poeta también nos habla de colores como dándonos a entender que esos peces murmuran sabios presagios en los oídos de Ofelia; son puentes auditivos con el príncipe dormido, que sueña y escucha las voces desde lo oscuro, el inconsciente: el perenne murmullo / de la alucinación. Se está gestando la comunicación entre la muerte y la vida. El sueño profundo y liviano de Ofelia provee a Hamlet de imágenes coloridas, vivas.

 

Ofelia flota y está inmóvil.  

 

Este verso solitario parece brindarnos la calma crepuscular previa al amanecer. Es un verso de reposo como los amplios descansos en las escaleras. Toda flota y está inmóvil, en silencio, semi oscuro; pero el sol se acerca, deviene.  Nos recuerda el instante en que el Dios bíblico está a punto de decir: “hágase la luz.” A partir de ahora comienza la resurrección, el movimiento, la imagen y su recuerdo.

 

Bajo sus párpados conserva la imagen última:

el fugaz pajarillo, la abeja sobre el lirio,

las ojeras del príncipe de Dinamarca.

 

 

 

Hamlet escucha a Ofelia, que le habla desde la muerte. En la obra de Shakespeare, Hamlet está precisamente en el cementerio –esto no es accidental–. Este lugar representa el fondo del descenso, el límite oscuro donde se conversa con la muerte. Ve el cráneo de Yorick, el bufón de la corte con el que el príncipe se divertía en su infancia. Es el momento de la duda y el despertar: Ser o no ser, he aquí la cuestión. ¿Qué es más elevado para el espíritu, sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar armas contra el piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas? Seguidamente llega el cadáver de Ofelia al cementerio y Hamlet inclina su balanza a favor de hacer frente a las calamidades de su espíritu.

 

Lo consciente se desvanece lentamente con su cerebro

que ya se descompone.

 

En estos versos, Ofelia muerta, que es Hamlet dormido, ha llegado los terrenos que traspasan la conciencia. Más allá no hay penumbra y la noche se vuelve clara: ¡Oh noche que guiaste! / ¡oh noche amable más que la alborada! / ¡oh noche que juntaste / Amado con amada, / amada en el Amado transformada!, nos dice San Juan de la Cruz casi al final de su Noche oscura. El alma de Ofelia se une, como en una boda alquímica, al espíritu de Hamlet. Es un instante de plenitud mística.

 

Pero no habrá descanso para la dulce Ofelia:

la locura no es alimento de la muerte

y flotará –como ella ahora–

sobre los ruidos del cuerpo reventándose,

sobre el hedor de sus emanaciones

y aun cuando todo esto haya pasado

persistirá en los órdenes desconocidos,

en los recuerdos que en los demás pervivan,

en el remordimiento del ojeroso príncipe. 

 

No puede haber descanso para Ofelia. Se está descomponiendo y está emanando hedores. Está, en otras palabras, ardiendo, dando a luz a un ser nuevo. En su ánima se está fundiendo el animus del príncipe. Su alma y su cuerpo se están purificando, cruzando los umbrales de la muerte definitiva para transformarse en luz y voluntad. Ofelia se ha sacrificado para salvarse en Hamlet. Ahora es cuando ella está penetrando, verdaderamente, en el corazón de su amado, quien también está ardiendo desde afuera hacia dentro y desde adentro hacia fuera. Carl Jung usa el mito de Heracles para describir este fenómeno:

 

El mito de Heracles tiene, en efecto, las características de un proceso de individuación: las expediciones en dirección a los cuatro puntos cardinales, los cuatro hijos, el sometimiento a lo femenino (Onfalia), que simboliza lo inconsciente, y el auto-sacrificio, causado por la túnica de Deyanira, y el renacer.

 

 

 

Incluso es llamativa la similitud de los nombres: Onfalia y Ofelia. ¿Coincidencia? Pero Ofelia es también el manto de Deyanira y tal vez Deyanira misma (ambas se suicidan). Como en la alquimia, es el fuego o la muerte (el amor que existe entre Ofelia y Hamlet) lo que hace despertar al joven príncipe de su somnífera ingenuidad.

Hamlet ha despertado en el dolor tras la muerte necesaria de Ofelia. Es el momento de luchar por su trono, aunque muera físicamente en el intento. Es el llamado de la responsabilidad y de la conciencia plena. 

 

Sabíamos que Ofelia moriría joven. Lilliam Moro nos lo dice también en su poema.

 

Así es la buena poesía. Cuando inconscientemente se ha alcanzado la silenciosa voz del símbolo, la poesía se vuelve sutil y conmovedora, tocando las fibras del corazón humano; pero, como milagro al fin, se revela sólo a muy pocos privilegiados. Es, como diría otro poeta cubano de la generación de Lilliam Moro, Reinaldo García Ramos: Tu conversación la sostendrás / con un cuerpo radiante, pero imaginario […] y todo estará ocurriendo en tu silencio.

 

 

 

 

 

OFELIA FLOTA SOBRE LAS AGUAS VERDES…

 

 

A Sir John Everett Millais

 

 

OFELIA FLOTA SOBRE LAS AGUAS VERDES,

su cabello enredado entre nenúfares,

los juncos de la orilla.

Los pececillos de colores entran en sus oídos

con su batir de aletas diminutas

reproduciendo el perenne murmullo

de la alucinación.

 

Ofelia flota y está inmóvil.

 

Bajo sus párpados conserva la imagen última:

el fugaz pajarillo, la abeja sobre el lirio,

las ojeras del príncipe de Dinamarca.

 

La conciencia se desvanece lentamente con su cerebro

que ya se descompone.

Pero no habrá descanso para la dulce Ofelia:

la locura no es alimento de la muerte

y flotará —como ella ahora—

sobre los ruidos del cuerpo reventándose,

sobre el hedor de sus emanaciones

y aun cuando todo esto haya pasado

persistirá en los órdenes desconocidos,

en los recuerdos que en los demás pervivan,

en el remordimiento del ojeroso príncipe.

 

 

Sergio de los Reyes

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