GAUDEAMUS: CELEBRACIÓN DE LA HOSPITALIDAD. COMENTARIO DE JULIO COLLADO

 

 

1 El poeta Alfredo Pérez Alencart (foto de José Amador Martín)

El poeta Alfredo Pérez Alencart (foto de José Amador Martín)

 

 

Crear en Salamanca tiene tiene el privilegio de publicar el comentario que, sobre la antología ‘Gaudeamus’, de A. P. Alencart, ha escrito Julio Collado (Muñopepe, Ávila, 1949), poeta, columnista del Diario de Ávila, conferenciante, coordinador de talleres literarios en institutos abulenses y en la sede de la Fundación Caja Ávila, así como guionista y presentador de Campañas de Animación a la Lectura en diferentes radios y televisiones de su ciudad. Como escritor tiene publicados cuatro libros de literatura infantil en la Editorial Edelvives, además de haber participado, con cuentos, poemas y relatos, en varios libros colectivos (Rutas literarias por Ávila y provincia; Una métrica diferente; Chile en el corazón, Arca de los afectos, Palabras del Inocente, No Resignación, por citar algunos). 

 

2 Alencart dedicando Gaudeamus a Pilar Fernández Labrador (foto de Jacqueline Alencar)

Alencart dedicando Gaudeamus a Pilar Fernández Labrador (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

GAUDEAMUS: CELEBRACIÓN DE LA HOSPITALIDAD

 

 

El poeta Alfredo Pérez Alencart ha vuelto a deleitar a sus lectores, entre los que me encuentro desde que conocí su amor por las palabras y las gentes, con estas páginas de su Gaudeamus. Desde el título deja claro que sus versos quieren celebrar la alegría de ser y estar entre las piedras de su Salamanca. Y en especial, entre la vida que late y latió durante 800 años en su Universidad. Esta antología, que recoge poemas de diferentes tiempos y escritos con variados pretextos, tiene una unidad en su estructura y en su tema principal. Es toda ella un homenaje a la hospitalidad de los que le recibieron hace 33 años al poeta en la Universidad y, como anverso, la gratitud impagable del poeta que viene de allende los mares, desde su Perú natal. Los que le acogieron con los brazos abiertos, como el entonces Decano de Derecho, Carlos Palomeque, a quien dedica el libro, siguieron el sabio consejo del Deuteronomio (10,17): “Ama al emigrante porque emigrantes fuisteis en Egipto”.

 

Y no se equivocaron. Alfredo Pérez Alencart, lector y amante de la Biblia, ha correspondido generosamente con los versos de esta Antología. Pero no sólo de palabra sino de obra. Tiene bien presente el saber popular: “Es de bien nacidos, ser agradecidos” y lo ha sido y lo es con todo su intenso vivir por y para Salamanca y su Universidad. Así le gusta decir que es peruano y salmantino o salmantino y peruano. Y yo pienso que es de todas partes y, por eso, desparrama sus versos por el mundo porque sabe que las palabras nunca pueden ser neutrales. Y las suyas se afanan por llevar la alegría de vivir y la comunión entre todos, sean de aquí o de allá; hermanos al fin del Amado galileo, como él gusta decir.

 

Como todo decir es, en el fondo, una confesión de lo que uno es y lo que desea, en esta antología queda plasmada desde el comienzo, la persona que es y quiere ser Alfredo. Por eso, escribe:

 

“Soy un bienaventurado:

vivo entre voces

que nadie pudo enterrar”.

 

Esas voces que nadie pudo enterrar son las de Unamuno, Vitoria, Fray Luis, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Aníbal Núñez, Pedro de Osma, Francisco de Salinas, Torres de Villarroel, Antonio de Nebrija y todos los que hicieron revivir  las inertes piedras universitarias. Voces que ama el poeta por  heterodoxas e inconformistas, siempre en la búsqueda de la verdad. Y siempre malquistas por los que detentan el poder (sea político, económico o religioso) y se creen dueños de la palabra. No leyeron los versos clarividentes de León Felipe:

 

“Franco, tuya es la hacienda,

la casa

el caballo

y la pistola.

Mía es la voz antigua de la tierra…

y ¿cómo vas a recoger el trigo

y a alimentar el fuego

si yo me llevo la canción?”

 

 

 

3 Pilar Fernández Labradror y A. P. Alencart, durante la rueda de prensa (foto de José Amador Martín)

  Pilar Fernández Labrador y A. P. Alencart, durante la rueda de prensa (foto de José Amador Martín)

 

 

 

Pero, el escritor también admira las voces de los más cercanos. Su admirado Palomeque, “maestro en leyes y en la práctica de hospitalidades de propios y extraños”, de quien escribe el encomio mejor que puede un discípulo decir de su maestro:

 

“Pienso en ti,

en tu gustable lección,

bosquejada a viva voz

y sobre lo blanco”.

 

En el mundo de Alencart, todas las personas tienen la misma categoría porque, como pensaba Teresa de Ávila, “en su interior tienen un diamante”. Por eso, cuando Victoria Muñoz, trabajadora de la limpieza, se jubila le dedica estos delicados versos de agradecimiento:

 

“Victoria, tan temprano,

ya limpiaste los despachos…

Siete lustros, Victoria…

Ahora te toca el sosiego

y las horas más libres”.

 

Desde que con sus 23 años y su licenciatura en Derecho recaló en Salamanca, el poeta no ha dejado de oír, de mirar, de pasear y de conversar, sobre todo conversar, con las cosas y con los hombres y mujeres que va encontrando. Así, puede pararse a la puerta de la Universidad y entrar en ella viéndola como un “cáliz anhelando saberlo todo”. Otra vez, el símbolo religioso, tan caro al poeta. Y puede orar al “blasfemo” (para otros) Unamuno y decirle identificándose con el vasco:

 

“Evangelíceme;

hágalo sin estampitas ni mentecadas. ¿Que

habrá excomunión? Gracias a Dios…”.

 

O dedicarle esta genial descripción:

 

“Este anciano escribió

desde las raíces del Verbo,

con el Amado galileo

siempre presente

mientras protestaba como un antiguo profeta”.

 

Y el lector del poema, enfrascado en las entrañas de las palabras, no sabe si es el poeta retratado o el que lo retrata quien ama más al Galileo y es profeta protestón. Suenan en esta forma de entender la creencia, los versos de Teresa de Jesús y de Juan de la Cruz, tan amados y tan aptos para los “tiempos recios” de entonces y de ahora.

 

Con Fray Luis, el poeta se solidariza; al igual que con todos los que hoy sufren destierro y se ven obligados a dejar a familia y amigos y siempre vagan por los caminos “un poco huérfanos” a pesar de que los acojan. Y le interpela con la amistad del colega para que vuelva:

 

“¡Bájese de las cumbres en las alas de un estornino!  

¡Véngase a este reino, don Luisito!…

Guardad vuestro destierro,

que ya el suelo no pude dar

contento al alma mía”.

 

 

 

4 Portada de Gaudeamus

Portada de Gaudeamus

 

 

 

Con Pedro de Osma y con Aníbal Núñez se conjura en el compromiso social para cambiar el mundo y erradicar la injusticia. Así puede escribir:

 

“Pedro de Osma nos alumbra

desde antaño, nos enseña

a plantear reformas, a avanzar

en sentido contrario”.

 

Y al poeta “maldito” salmantino de nuestro tiempo, le anima en su empeño:

 

“Te quedan

más días rebeldes, Aníbal

y también alguna mirada que

hiela”.

 

Por eso, no es extraño que recale en el Patio de Escuelas y recreando de nuevo a Juan de la Cruz (“quedeme y olvideme”), afirme:

 

“Aquí encontré un último rincón

donde me he demorado”.

 

Y ciertamente, el poeta se demora en los versos de esta Antología por estatuas, lápidas, aulas y piedras salmantinas. Nada le es ajeno y a todo presta atención. Sea grande o pequeño. Hasta la estatua del genial músico Francisco de Salinas llevaría el órgano para que pueda tocar para él y se embelese con su música callada: 

 

“Sólo percibo un confuso eco,

escasas notas que el viento desordena.

Y es que le falta el órgano al príncipe de la música”.

 

Como curiosea y quiere conversar con todos para apropiarse de la palabra más enjundiosa, puede dirigirse a Torres de Villarroel, de quien le atrapa su vivir aventurero y libre así como su escritura lejos de escuelas literarias. Y confesar: “Todavía ignoro cómo entablar charla con él y preguntarle de sus almanaques, matemáticas y papeles nacidos entre cabriolas o guitarras, entre chanzas y puyas de de caleseros y caminantes”.

 

Después de este no encontrar la palabra que pudiera entrar en el mundo villarroelano, vuelve a ser el internacionalista que se une a los desfavorecidos de la tierra y canta con Francisco de Vitoria, padre del Derecho Internacional:

 

“De aquí salió una voz para calmar

los nítidos quejidos de otros semejantes…

Un hombre con los ojos puestos en el Supremo

no debe hacerse cómplice de torpes abusos…

¿Cómo hacerle saber que vengo empapado de su aliento”?

 

 

 

5 A. P. Alencart y Carmen Cardona

A. P. Alencart y Carmen Cardona (Foto de José Amador Martín)

 

 

Otro dominico como Vitoria y contemporáneo suyo, Antón Montesinos salió del Convento de Santo Tomás de Ávila para ir a Hispanoamérica. En Santo Domingo, aplicando parecido razonamiento  para defender a los indios, predicó por encargo de fray  Pedro de Córdoba y su comunidad religiosa los sermones del 21 y 28 de diciembre de 1511. En ellos, denunció los abusos y malos tratos que se estaban cometiendo en el sistema de encomiendas con estas duras palabras:

 

“¿Estos no son hombres? ¿Con éstos no se deben guardar y cumplir los preceptos de caridad y de la justicia? ¿Estos no tenían sus tierras propias y sus señores y señoríos? ¿Estos hannos ofendido en algo? ¿La ley de Cristo, no somos obligados a predicársela y trabajar con toda diligencia de convertirlos?… Todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”. Después de 500 años, para vergüenza nuestra, estas palabras sirven para denunciar parecidas situaciones en muchos países de la tierra. Está bien que Alfredo nos lo recuerde con sus versos porque bebió en las fuentes de la Universidad salmantina e intenta como Nebrija, a quien también recuerda en su Antología, usar las palabras precisas para remover corazones.

 

Y sobre todo, porque como apunta en otro poema dedicado a Domingo Becerra, excluido del Colegio Mayor San Bartolomé allá por 1561 por no ser castellano viejo, se rebela contra los fanáticos de la limpieza de sangre, de antes y de ahora. Y en este sentido, escribe:

 

 “Las vertiginosas travesías de la sangre

nos hacen mestizos a todos.

Los torpes inventarios de la fe

nos hacen conversos a todos”. 

 

Ahora que en el mundo triunfan los políticos xenófobos, los que creen en razas superiores y puras, los que levantan fronteras con las palabras y con las alambradas, es imprescindible la voz de poetas que vuelvan a recordar lo que ya otros dijeron, que vuelvan, como los profetas, a clamar aunque sea en el desierto. Es lo que hace A. P. Alencart en cada una de las páginas de esta Antología que es una celebración de la vida y, al mismo tiempo, un clamor para que la vida no se convierta en un quejido. Por eso, al invocar a Teresa de Ávila, escribe:

 

“De por vida nos une un reino fuera del tiempo…

 adobe y tapial contra el exterminio”.

 

De los materiales más humildes, surge la fuerza para luchar contra las diversas inquisiciones a las que molesta la libertad humana y, por tanto, el amor. Como apunta al hablar con Juan de la Cruz:

 

“Pero para que todo sea cierto

me hago pájaro o me hago alma

hasta alcanzar al Amado

cuando la noche se adensa”. 

 

En fin, alegrémonos leyendo esta Antología para espantar a la noche y para reconciliarnos un poco más con el mundo y con nuestros semejantes. 

 

                                                                                              Ávila, 29 de Octubre de 2018

 

6 Jacqueline Alencar, Pilar Fernández Labrador y A. P. Alencart (foto de Eelena Díaz Santana)

 Jacqueline Alencar, Pilar Fernández Labrador y A. P. Alencart (foto de Elena Díaz Santana)

7 El poeta y ensayista abulense Julio Collado (foto de jacqueline Alencar)

El poeta y ensayista abulense Julio Collado (foto de jacqueline Alencar)

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