“ÉXODO”, DEL VENEZOLANO ALBERTO HERNÁNDEZ. COMENTARIO DE JOSÉ PULIDO

 

 

El poeta Alberto Hernández

 

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar este comentario escrito por  José Pulido (Caracas, 1945). Periodista, poeta y narrador venezolano. Fue director de las páginas de arte de El Universal (1996-98), El Diario de Caracas (1991-1995) y El Nacional (1981-1988). Entre otros reconocimientos recibió el Premio Municipal de Poesía Distrito Libertador, 2000, por el poemario Los Poseídos. Actualmente vive en Génova (Italia).

 

 

 

 

 

ÉXODO”,  DE ALBERTO HERNÁNDEZ

 

“Lo que el hombre ha hecho al hombre, en una época muy reciente, ha afectado a la materia prima del escritor —la suma y la potencialidad del comportamiento humano— y oprime su cerebro con unas tinieblas nuevas”.

 

Eso ha escrito George Steiner como si hubiese estado pensando en lo que iba a ocurrir en nuestro país. Aunque a decir verdad la maldad se multiplica a lo largo y ancho de la geografía mundial como lo hacen los sismos, las inundaciones, los calores.

 

W.H. Auden, el poeta portentoso que ha sido y sigue siendo referencia trascendente, dijo algo que también vale la pena citar aquí: “La poesía no es un adorno que acompaña la existencia humana, ni solo una pasajera exaltación ni un acaloramiento y diversión. La poesía es el fundamento que soporta la historia, y por ello no es tampoco una manifestación de la cultura y menos aún la mera “expresión” del alma de la cultura”.

 

Las dos citas expuestas me ayudan para dar inicio a este vistazo sobre un poemario de Alberto Hernández. Es muy complejo y difícil escribir sobre Alberto, porque cada verso suyo supera todo lo que uno pudiera decir. Pero esa es una de las características indescifrables y amadas de la poesía.

 

Como todo poeta auténtico, Alberto Hernández posee la palabra esencial, la palabra que nombra y hace vivir lo nombrado. En este tiempo que viven Venezuela y sus hijos, Alberto nombra los hechos, menciona el país como escenario y como personaje, ilumina y perfila. Es imposible ignorar lo que ocurre, porque su poesía hace que florezcan las preguntas y las respuestas. Todo cobra la forma que el alma siente, que el espíritu exige sentir.

 

El país, nuestro país, en su metamorfosis de estos veinte años, ha sido objeto de ensayo, información, opinión, investigación; ha sido historiado, articulado, fotografiado, pintado, novelado, conversado. Ha sido llorado miles de veces y en eso estamos. Los venezolanos llevamos luto, cargamos dolor, coleccionamos tristezas, impotencias y también, lamentablemente guardamos rencor. Y ese rencor a veces se disuelve en el esfuerzo de soñar que un día habrá justicia. Menos mal. Justicia.

 

Estos veinte años han convertido en igual de dolorosos el acto de quedarse y el acto de despedirse. Se han desatado los dolores de toda índole; tragedias inverosímiles antes las cuales el mundo es a veces, tan indiferente como indolente. Pero entre nosotros persiste el deseo de mostrar la verdad de lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo. Se continúa tratando de retratar en todo su horror y tamaño el deterioro sufrido, todo lo precioso perdido. El derrumbe físico y humano.

 

 

 

Aunque nunca deja de repetirse el terrible instante, el momento en que se gira como en un carrusel que no está fijo en un sitio. Es un carrusel que cae. He ahí el horror: constatar que aún no se ha llegado al fondo, que todavía hay más. Que se puede descender infinitamente en el infierno de una dictadura.

 

Se ha escrito mucho de todo esto, textos valiosos para cuando la gente del futuro quiera saber por qué gime el pasado. Pero creo que la poesía de Alberto Hernández es la representación verdadera de lo que nuestras almas han sentido en el transitar de esta penuria histórica.

 

He leído el poemario EXODO, de Alberto Hernández, y he sentido que nuestro poeta ha conseguido la perfecta radiografía, el canto justo.

 

¿Qué ha escrito Alberto Hernández sobre estos días tan duros? Un poemario que ha titulado con el dolor de la gente yéndose, de la gente quedándose, de la gente separándose de sus nutrientes espirituales. Con solo meditar en ese título se recorre la existencia del país en los últimos años y se piensa en la obra que viene desarrollando Alberto, sufriendo junto a todos, convirtiendo ese drama en poesía. El dolor que no cesa, que no se agota, pero trasciende.

 

Porque Alberto convierte en poesía todo lo que escribe, todo lo que habla y todo lo que vive. Tiene ese toque de un modo natural. Pero en definitiva eso es ser poeta. Y tener una mirada que escudriña en el más allá de las cosas.

 

El asunto revela las diferencias que el dolor enfatiza porque al leer EXODO se percibe que no hemos imaginado bien, que aun conociendo de primera mano, de primera fila, en carne propia toda la tragedia que vivimos en Venezuela, ni siquiera nos acercamos a los niveles de expresión que este canto trágico ha conseguido. El poeta logra señalar todas las heridas apenas mencionando el incordio durante unos cuantos capítulos.

 

Ver la obra de Cruz Diez y partir, llorar con esos colores que se agitan como si se hubiesen revuelto con llanto los amaneceres y los atardeceres. Y saber de qué manera, con qué dolor inmenso y silencioso, toman el camino de regreso los familiares y amigos que se quedan, aquellos que retornan a casas menos habitadas, desandando un paisaje más opaco. Percatándose que la conversación en un tramo así, también se oscurece, sufriendo la impotencia del eclipse familiar.

 

En el aeropuerto los ojos de Alberto notan que el arte y la vida lloran al mismo tiempo. Y que después de cada despedida los ojos ya no son lo mismo. Los ojos del poeta observan y lloran junto a las miradas desprotegidas de los demás.

 

Con Harry Almela

 

COMO UN SEÑOR

 

Cada vez que leo un poema de Alberto Hernández lo siento más elevado y no sé cómo mencionarlo, definirlo. Pienso que es un poeta mayor, pienso que es un poeta extraordinario y mágico, pienso que es un señor curtido de tanto sentir la poesía. Un caballero que tiene mucho que contar, usando su música particular de artista llanero, universal, solitario y bondadoso.

 

Es un abuelo que ve partir a sus nietos. Es un árbol que tiene conciencia de que se van las hojas, los frutos, la clorofila. El abuelo se queda vuelto raíz, esperando.

Es un ciudadano que mira al militar, al uniformado, al militante de la dictadura y sabe que esos verdugos representan la podredumbre de la equivocación. Esos verdugos que escupen, que humillan, que matan. Y hay que buscar un nuevo idioma para cuando se necesite un país renacido en alegría y moral. En justicia y moral.

 

Alberto Hernández es un señor. Es el señor que siembra poesía.

 

En cada orilla del vivir esos ojos de poeta captan el naufragio, iluminan la oscuridad de los cadáveres para que se definan y la pátina del olvido no los recubra. La tierra prometida es la tierra que se ha perdido y que se intenta recuperar. Las aguas juegan su papel en el drama del ser humano, las aguas como frontera. Y los muertos van apareciendo a manera de huellas… han dejado tantas huellas los paisanos.

 

El señor Hernández, el señor Alberto, dice que los verdugos siempre están cerca. Motivados por el botín. Siempre el botín, siempre el atraco, la agresión.

 

La multitud camina con los pies llagados, con las maletas aporreadas, con la desesperanza y los colchones terciados, en ese desierto que nunca parece terminar. Atrás quedaron las casas con las puertas abiertas y adelante los paisajes parecen enormes portones que se cierran cuando la noche se desploma.

 

 

 

El poeta dice que los libros son sospechosos, pero nadie se los roba: solo los acusan.

 

El poeta dice: en un avión que parte solo puedes mirar desde la ventanilla y pensar que allá abajo estuvo Reverón.

 

Alberto escribe todo aquello que es tan difícil escribir; porque la persona que muere al otro lado de cualquier frontera ya no tiene país. Y pierde su voz. Pero Alberto escribe como un renacido con palabras frescas, para que renazcan los  exiliados, aquellos que enmudecen. Él proporciona resonancia a los sufridos que se convierten en piedra cuando miran hacia atrás.

 

El señor Alberto Hernández define con una frase al que se queda sin patria, sin sus olores, sin sus conocidos, sin sus paisajes, deambulando por carreteras extrañas. Porque él es un abuelo que habla con sus nietos por computadora. Porque él es un poeta enflaquecido, sin electricidad, sin gasolina, sin medicinas, sin alimentos, pero con los ojos más abiertos que nunca. Porque todos los ojos de sus seres queridos, de sus familiares y amigos, de sus paisanos vivos y muertos están concentrados en su mirada. Como la gente en los ríos fronterizos, como la gente en las lanchas asustadas, como la procesión de los puentes.

 

El señor poeta Alberto dice: Veo la frontera como un espejismo./Ella me ve como un reflejo./Estoy en la otra tierra./Alguien me confunde con un árbol./Y la cabeza se me llena de pájaros.

 

Alberto es un poeta. Es decir: Alberto es la voz que clama por nosotros. Ya he tratado de buscar el país como tantos otros: el país se ha ido y se ha quedado y es difícil saber dónde está, en cuál de sus fragmentos respiramos. Por eso Alberto Hernández y su palabra esencial es de un inminente amor futuro. Él es padre y es abuelo y es poeta y dice: Los que se marchan y los que se quedan son los mismos. /Sólo los separa una raya./ Un trozo de tierra. Un pedazo de dolor. Un instante.

 

José Pulido

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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