ESTA TIERRA ES MÍA, DE LA ESPAÑOLA ITZÍAR LÓPEZ GUIL. COMENTARIO DE RAFAEL MORALES BARBA

 

 

 

1 Itziar López Guil

Itziar López Guil

Crear en Salamanca se complace en publicar el comentario que, sobre el poemario ganador del II Premio de Poesía Nicanor Parra, ha escrito Rafael Morales Barba, poeta, profesor Titular U.A.M, doctor en Filología Española. Profesor de St. Lawrence University U.S.A), es especialista en poesía española, hispanoamericana y europea de los siglos XIX y XX. Como ensayista destacan La musa funámbula (2009) y Poéticas del malestar (2017), entre otros muchos. Como poeta destacan Canciones de deriva (2006-2014) y Climas (2013). La obra poética se ha reunido en Manual de nocturnos (2014).

 

 

 

ITZÍAR LÓPEZ GUIL, ESTA TIERRA ES MÍA

SILTOLÁ POESÍA, SEVILLA, 2017

 

 

No parece casualidad. Esta tierra es mía (2017), último libro de poemas de Itzíar López Guil (1968), coincide en el título con el de la película de Jean Renoir. Si recuerdan el film, el protagonista es el amedrantado Albert Lory, el gordo maestro de escuela interpretado por Charles Laughton, frente al golfo impostor de El General de la Rovere, de la célebre película de Rossellini. El paso de villano a héroe a través del verbo (Laugthon), o de la acción (Vittorio de Sica), no deja de tener su tradición literaria en la expiación, pero no es el caso de Itzíar López, menos épica y más susurrante, tal y como corre el tiempo.

 

La palabra o el alegato en defensa de la dignidad parece ser desde esa tradición el sentido del libro desde el fraternal abrazo entre el título y el poema inicial. Es decir, desde la denuncia y la complicidad con el dolor ajeno, la pobreza en lo fundamental, de la que no se desentiende. No parece un simple guiño, como para apaciguar el sentimiento de culpa, sino un marchamo en la intención del libro. El marco es explícito: “¿62:3.600.000?”, o la denuncia de cómo el capital de unos pocos equivalga al de tantos. No hacen falta comentarios. Poesía del modelo de vida o de la conciencia. La de Alicia Bajo Cero fue alternativa, donde Enrique Falcón cantó similarmente (o Jorge Riechmann), con una implicación radical de la época próxima a la insurgencia podemita actual. Aquí prima, me parece, la larga trayectoria del humanismo español comprometido.

 

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En cualquier caso, no deja de ser llamativo el segundo espléndido poema del libro “Ascenso”. Es decir, la poesía de la sospecha desde la intimidad, o la puesta en brete del sentido del progreso, desde lo personal, y a veces desde el tiempo y lo existencial. En efecto, falta el sentido de la denuncia de lo ecológico político, en la tradición iniciada por Manuel Sacristán, y donde el siglo XXI se ha conformado. En cualquier caso, el libro responde al diario personal público y no al político, a pesar de la mirada comprometida con los desheredados desde lo emocional. La sospecha del progreso, desde lo propio, nunca hecho hiperestesia, se puede leer no solo en “Ascenso”, sino en el tono del libro. Una propuesta del yo maduro en sus complejas y, sobre todo, distintas circunstancias. No se busque univocidad, sino complejidad, como hemos dicho.

 

Sin duda es el del título uno de los asuntos (“Gurugú”, “Frente alta”, “Permacultura en Occidente” o la denuncia de los mundos paralelos), pero hay más paisajes en un libro complejo en sentido etimológico, “que abarca”, compuesto, amplio. O si prefieren, temperaturas en el ramillete de asuntos de quien parece contarse en un continuo, desde la melancolía y la poesía de la edad en la rememoración de inquietudes, “Playa” o el delicioso “Referente”. Sensibilidades o/y preocupaciones de la madurez: deseos, realidades como sarcasmos, también entusiasmos personales, reconvenciones, “Ortografía básica” y el deseo de “encontrar un asidero”. O el amor, el deseo, frente a un otoño que se avecina, o el dolor por cierto sentido del equívoco desde la madurez “Un hombre invisible”. El yo reencontrado “Whisky y gloria”, los padres, o la reivindicación de género “Nosotras”, mientras lúcidamente se desea el descanso “Chicharra”, o se recuerda, pues ese sentimiento habita profusamente el libro, entre tantas urgencias.

 

Reflexiones en definitiva de Itzíar López Guil advertidas y tristes a veces, piadosas, en los espléndidos “Un hombre invisible” y anhelantes de luz, amor (reconvenciones también), en otros (pues no es un libro desolado, ni obsesivo en ese sentido, sino variado en su inventio), en uno de esos poemarios donde una generación se lee en su pulsión, vivencia y malestar desde un clasicismo ajeno al fragmento de los nacidos hacia 1980. Conviviendo con ellos. O en ese equilibrio que sortea hermetismos en su afán de acompañar al lector desde un saber decir, diría Ángel Gabilondo, o saber sentir un momento desde una perspectiva íntima, desconfiada de los grandes relatos.

 

 

3 Rafael Morales Barba

Rafael Morales Barba

 

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