Escribo para ti, para ellos, para todos…, del ecuatoriano Jorge Dávila Vázquez. Pinturas de Miguel Elías

 


Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar un poema de largo aliento escrito por el destacado poeta ecuatoriano Jorge Dávila Vázquez, y publicado en su más reciente poemario, “Personal e intransferible” (Cuenca, La noche cúbica, 2014, pp. 69), el mismo que será presentado este lunes 17 en la Feria Internacional del Libro de La Habana. Dicho poemario cuenta con pórtico y epílogo escritos por los poetas Laura Solórzano (México) y Felipe García Quintero (Colombia), respectivamente. Y ha estado al cuidado de otro poeta, Cristóbal Zapata, con exquisito gusto para la edición.

 

  El poeta Jorge Dávila Vázquez

 

Alfredo Pérez Alencart, poeta y profesor de la Universidad de Salamanca ha escrito este breve texto introductorio al texto que ahora publicamos: “Poeta cuencano (Cuenca, Ecuador, 1947), Dávila Vázquez es amante y amador de Eulalia, compañera en un tránsito que suma cuarenta años. Pero Jorge también tiene otro connubio que ya dura siete lustros: La literatura, en sus más variadas formas, bien el ensayo, la novela, los relatos, el periodismo literario y, especialmente, la Poesía. Con esta comparte lecho apasionadamente; a esta profesa la mejor de sus querencias: pero también intenta razonar el por qué de este ardor, cómo de necesaria le resulta su escritura, qué le hace decir lo suyo y lo de los demás… Jorge Dávila Vázquez no sólo es un poeta de fe indoblegable, sino que esa fe se mantiene intacta en cuanto a la Poesía, en cuanto al Verbo genésico que implanta su reino en el corazón humano: Dávila trasplanta al papel la médula de su palabra, siempre dispuesta al voltaje que propicia las resurrecciones. Aprecio el valor de lo que escribe, porque de cierto que sus palabras no se vuelven escombros tras pasar la página”.


Amplísima, de varios folios, es la bibliografía de este doctor en Filología por la Universidad de Cuenca y también profesor universitario. Cito sólo algunas de sus obras y reconocimientos:  María Joaquina en la vida y en la muerte  (novela) y  Este mundo es el camino  (cuentos), Premio “Aurelio Espinosa Pólit” 1976 y 1980, respectivamente;  Los tiempos del olvido  (cuentos, premio CCE, 1977);  Con gusto a muerte y Espejo Roto  (Teatro, premio CCE, 1990);  De rumores y sombras  (novelas cortas,1991);  Cuentos breves y fantásticos y Acerca de los ángeles  (ed. Trilingüe,1995);  César Dávila Andrade, combate poético y suicidio  (ensayo,1998); La vida secreta (novela breve, 1999);  Memoria de la poesía  (Poesía, 1999), 1999;  Piripipao  (novela breve, 2000);  Historias para volar, Entrañables, Libro de los sueños  (Cuentos, Premio Joaquín Gallegos Lara, 2001);  Río de la memoria  (Poesía, 2004);  La luz en el abismo  (antología de cuentos, 2004);  Árbol aéreo  (Poesía, 2008);  Temblor de la palabra  (antología poética, 2009) o La voz diminuta (Poesía para niños, 2013). Su obra figura en antologías ecuatorianas y de otros países, con textos traducidos al francés, inglés, alemán, portugués, italiano y hebreo.

 

 

 

 

 

Aquí transcribimos  “¿Qué es este libro?”, apreciación del propio poeta respecto a su libro al completo: “Un largo canto sobre la palabra y sus revelaciones. Entorno a su presencia y su tormentosa ausencia. Un vasto poema marco en el que se van insertando otros poemas, ya breves, ya más o menos extensos, hasta formar una sola voz coral. Una meditación sobre el ser humano y lo que Dávila Andrade llamó la “presencia”. Un texto gozoso, que, sin embargo, se torna, de pronto, amargo, oscuro. Una evocación que quiere rescatar, por obra del verbo, emociones, recuerdos, olvidos, el prodigio del arte, las memorias amadas, dibujar los rostros, las figuras, evocar las voces, todo aquello que ha ido destruyendo el paso implacable del tiempo. Un tributo a la poesía, parte esencial de la vida y de mi vida; la poesía, que para mí nunca ha sido discurso hermético, expresión indescifrable, si no forma de comunicación, declaración de amor, modo de estar en el mundo, solo o acompañado; canto y lamentación, exultación de alegría y tiniebla de dolor, que se hizo siempre, milagrosamente, y por sobre todas las cosas, PALABRA”.

 

 

 

ESCRIBO PARA TI, PARA ELLOS, PARA TODOS…

 

 

ESCRIBO para ti, para ellos, para todos…

y escribo

para mí mismo,

antes de que me asalten las sombras

del olvido.

Escribo con mi sangre y mis pestañas,

con el dolor, con los sueños

que se hicieron

más sueño

y con las pesadillas

que se volvieron grito;

pero también escribo

con el amor que une nuestras vidas,

multiplicándolas,

con la alegría compartida año tras año,

día tras día,

tal vez hora tras hora,

y con las penas que se hicieron lágrimas

y con las lágrimas que imprimieron

ecos en las rocas del corazón,

en su paisaje,

y que un día logramos mirarlas

a lo lejos.

como se mira al sol inalcanzable,

como se mira el vuelo

del insecto, y las sentimos ya tan, tan distantes,

como se escucha la canción

que eleva la voz enamorada

en la callada sombra,

inmortalmente.

Escribo para ti, para ellos, para todos…

Para quien quiera leer estas palabras

surgidas desde el fondo de la tierra,

nacidas de la carne y el espíritu,

como todo lo que hace que seamos

seres humanos, en medio de ese caos

que viene con nosotros desde siempre

y dentro del que vamos, alumbrados,

por la antorcha perpetua del poema.

Escribo para ti, para ellos, para todos

los que quieran poner el corazón

como pantalla, a que persista

el fuego de lo escrito, y no se apague

jamás su débil llama.

Sí, escribo para que en mí,

en nosotros,

en los nuestros,

en todos, hasta en los más distantes,

nunca se extinga la llama del poema.

 

ESCRIBO,

sin embargo, desde la soledad,

la compañía,

el ruido y el silencio.

Escribo desde el ayer, el presente

y, quién sabe,

el futuro.

Solo sé que escribo.

 

 

 

ESCRIBO…

A veces dudo, sobre lo que fue,

lo que es,

lo que podría ser.

Y, sin embargo, escribo.

Escribo, no selecciono temas,

no busco los motivos,

evoco, pinto, velo,

hablo de los orígenes remotos

y de los sueños del ser humano

entero,

todo está aquí,

yo estoy aquí,

no sé por cuánto tiempo,

ni hombre ni escritura,

pero escribo.

 

 

 

 

 

ESCRIBO desde el silencio y el sonido,

desde la música que hizo humano

al humano,

desde el rumor, la suave cantilena,

el coro que alza su múltiple voz

hacia los cielos.

Escribo desde la voz del hombre

y el manantial sonoro de la voz femenina,

desde el arroyo de cristal del niño

y el balbuceo débil,

secreto,

de la voz del anciano.

 

ESCRIBO esos poemas que tuve

ya en la mente, una vez, hace tiempo,

y los dejé partir como bandadas

de aves que emigraron hacia ninguna parte.

Y escribo los poemas que no esperé escribir,

pero que estaban, sin yo saberlo,

latiendo, germinando,

corazón adentro.

Escribo poemas extensos,

que algún maestro llamaría

“de largo aliento”.

¿Vanidad, la mía?

Y escribo poemas breves,

un suspiro, apenas;

solo un esbozo, dos líneas,

cuatro líneas,

¡una línea!,

pese a la crítica de cierto gran poeta,

que los desconocía,

abominaba de ellos, mesándose las barbas,

gritando que eso no era poesía, ¡no!,

y parecía olvidarse

de Emily Dickinson,

de Ungaretti, de Juan Ramón, la Yourcenar,

Carrera Andrade y tantos,

que dejaron esos leves fragmentos

de su alma,

esas manchitas de vida,

esas sombras del árbol de lo eterno,

en el desierto de la hoja en blanco.

 

 

ESCRIBO desde el arte y sus milagros,

muchos de ellos surgidos de la noche,

la más oscura, la más desesperada.

Escribo desde la luz del arte

que ilumina la pasión por lo bello

de quienes fueron heridos por el rayo,

y reciben cual viático en su muerte,

el consuelo de la palabra pura,

el hermoso remanso de la imagen,

la dulce calma de la canción amada.

Escribo desde el arte y desde el alma,

para ti que en las sombras te debates,

en esa lucha eterna y sin medida,

entre el anhelo y la obra de tus manos,

entre lo que quisieras que alumbrase

el mundo,

la cara oscura del dolor humano,

los seres en su niebla sin medida,

y que en tu angustia solo te parece

ensombrece aún más la vida.

Escribo desde el arte y desde el alma,

con una fe profunda, inconmovible

en el poder del hombre frente al mundo,

que transforma este caos doloroso,

aunque no sea más que por momentos,

en un prodigio efímero y volátil,

que sin embargo es parte de lo eterno.

 

ESCRIBO desde el dolor ajeno que carcome

los cuerpos y las almas.

No escribo desde mi propio dolor,

mis pesadillas, las oscuras visiones de la noche.

Llevo las cicatrices y el recuerdo,

pero son nada frente a esas llagas

que todo lo laceran.

Para ellos, los insomnes y los atormentados,

los que esperan ya sin esperanza,

los solitarios que ansían una mano

que ha de estrechar la suya en el momento

del estertor supremo;

para ellos escribo estas palabras

que algo llevan de mi alma y que quisieran

ser la voz de consuelo en esa noche

implacable que cubre su agonía.

 

 

 

ESCRIBO desde la no-palabra y su callada

angustia que se agita sin sonido.

Escribo desde el ansia impotente

de querer decir algo y no poderlo.

Escribo y trato de atrapar vocablos,

que huyen como pájaros cautivos.

¿No vendrás hasta mí, palabra hermana?

¿No vendrás a quedarte en este canto

que entono en el secreto de mi espíritu?

 

ESCRIBO desde el recuerdo y la memoria.

Siempre temo

que la delgada niebla

del olvido

cubra todas las cosas,

las deforme,

confunda los perfiles

de los seres amados,

los falseé.

Siempre temo

el tenue paso de la desmemoria

borre todo momento inolvidable,

me prive

de esas imágenes queridas,

del perfume elevándose

en la noche, la melodía,

el gusto de una fruta,

la sutileza del tacto

o la palabra.

A veces cuando escribo

y evoco los rostros,

las figuras y los gestos

de los que seres que amé

y que me amaron,

siento que se me escapan los matices,

que la sombra los cubre

lentamente.

Y, sin embargo, escribo

desde esa misma sombra,

buscando la claridad de una sonrisa,

aunque la sienta disolverse

en el tiempo;

el gesto de una mano,

el mechón que caía sobre el rostro,

el cansancio como un espejo opaco,

la alegría fugaz,

el amor de la madre o de la hermana,

la caricia del padre,

la amistad reflejada

en un abrazo,

la ternura por el pequeño perro.

Escribo desde el gorrión

que acompañó mi infancia,

con su plumaje humilde

y gris de anacoreta;

desde los mirlos y sus largas patas,

saltando en el tejado,

mientras hablaban su lengua incomprensible.

Escribo desde el altísimo vuelo

de los gavilanes,

que se lanzaban

-flechas, rayos mortales sobre

sus indefensas,

tiernas presas.

Escribo desde el zureo innúmero

de palomas

cubriendo el pavimento

o el pisoteado polvo de una plaza,

sea en la Venecia de San Marcos,

o algún remoto pueblo

de los Andes.

Y evoco cuando escribo

el rítmico ir y venir de las gaviotas

circunvalando

las playas de mi infancia,

con su volar hipnótico y sin tiempo.

Escribo desde la transparencia

de alas de libélulas

posadas al borde de los charcos,

como si el cielo hubiese bajado

en un zumbido

a quedarse un instante

en los arbustos.

Escribo desde la seda irisada

y veloz del colibrí.

Escribo desde los ojos del niño,

fascinados,

abiertos ante el mundo.

Escribo

desde la infancia inocente y desolada,

pero también feliz y soñadora;

desde la juventud,

rescatada por los libros ,

tablas de salvación en el naufragio

del abandono y el ensueño roto.

Escribo desde cada poema, cada cuento

y desde la novela que junto a mí dormía,

desde los dramas,

que me llevaron lejos

de las limitaciones cotidianas,

y las comedias

que hicieron el milagro

de innumerables risas;

desde el milagro que hizo en mí

la Palabra, instante tras instante.

Gracias a ella,

a veces me colma la claridad perfecta,

cual si una Voz dijese

“Hágase la luz” y esta se hiciera,

corazón adentro.

Y miro, con asombro,

los rasgos nítidos de la madre, los tíos,

los hermanos, en su niñez perfecta,

las vecinas con su penar a cuestas,

los amigos que se llevó la muerte

-algunos, tan temprano-,

los pequeños compañeros de escuela,

nada puede borrarlos

en este instante puro,

libres están de toda desmemoria,

libres de la penumbra irremediable.

 

 

 

Lo que debí escribir,

escrito está,

porque para el poeta

su escritura

es deber.

Lo que pude escribir,

escrito está,

porque para el poeta

su único poder

es la palabra.

Lo que quise escribir,

escrito está,

porque para el poeta

el deseo de escritura

es su deber ser,

su voluntad y su existencia.

¿Volveré a intentar un viaje

por la estrella de mi canto,

por las praderas del sueño,

por la suave caricia de lo amado?

¡Quién lo sabe!

Parafraseando a Borges

diría que quizás esta mano

que escribió el poema

era apenas la sierva, el instrumento

de la Mano de Aquel que quiso usar

de mis palabras,

y ese verbo que me dio

la sombra,

me ha dado por igual

la luz del día,

enhebrada en mis versos,

con el ritmo

infundido en mi palabra

por el Dueño

de la música eterna de los astros,

que es quien logró infundir

su melodía en estas líneas

escritas para ti, lector benigno.

 

 

 

2 comentarios
  • pilar nuñez
    febrero 14, 2014

    Largo poema, pero hermoso ,y con sentimiento, mi enorabuena para Joge Davila .Que sigua con esos buenos pensamientos ,que tanta falta hace en estos tiempos tan desumanizados,un abrazo

  • Eduardo S. Casanova
    febrero 15, 2014

    Me ha encantado la propuesta poética de Dávila Vázquez, este testimonio lírico sobre lo que significa la palabra y la escritura en su vida, algo que puede extrapolarse para muchos. Mi enhorabuena.

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