ENSAYO Y POESÍA DEL ARGENTINO GUILLERMO LOPETEGUI. COMENTARIOS DE MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

 

1 El escritor argentino Guillermo Lopetegui

  El escritor argentino Guillermo Lopetegui

 

Crear en Salamanca se complace en publicas estos dos comentarios escritos por manuel Quiroga Clérico en torno a dos obras de Lopetegui. Nacido en Montevideo el 26 de septiembre de 1955, Guillermo Lopetegui es un autor prolífico que ha publicado más de diez libros de cuentos, poesía y ensayo, además de haber visto algunas de sus obras vertidas a idiomas distintas del español o castellano. Ha tenido una especial dedicación en relación con la obra de su paisano Horacio Quiroga como los “Cahiers d´etudes romanes”, “Horacio Quiroga por uruguayos” además de haber escrito un prólogo para “Cuentos de amor, de locura y de muerte” en edición oficial de la Universidad del Trabajo del Uruguay. En diciembre de 2016 obtuvo el Premio Nacional de Literatura, categoría de ensayo inédito, otorgado por el Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay, precisamente, por “La Aventura Quiroguiana-Una navegación vital y literaria”. La relación de comparecencias universitarias, conferencias sobre literatura y doctas intervenciones en torno a la literatura uruguaya impartidas en su país, Buenos Aires, Viena, París, Sao Paolo, Ayacucho, La Habana o Madrid es amplia así como su participación en coloquios internacionales, concursos literarios oficiales y no oficiales y asistencia a cursos de literatura y festivales literarios es amplia.  Mantiene su amplia relación con el periodismo así como su actividad de viajero y creador cultural.

 

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GUILLERMO LOPETEGUI Y “LA AVENTURA QUIROGUIANA

 

 

“Adentrándonos en la aventura de su vida y obra, tarde o temprano Horacio Quiroga nos invita a que salgamos a vivir y crear nuestra propia aventura, que es una de las formas más efectivas y saludables-si no la más saludable-de sacarle partido al paso, por este mundo tridimensional, de cada uno de nosotros”, escribe Guillermo Lopetegui al dar fin a su biografía del inmortal escritor uruguayo. Con ello nos deja, además, de una interesante semblanza del autor de “Las sacrificadas”, “pieza dramática escrita por el cuentista, estructurada en cuatro actos” y que muestra también el carácter entre filosófico y crítico de los escritor del propio Lopetegui. Esos fueron los motivos por los cuales, aquí y ahora, parecía necesario dar a conocer tanto sus poemas originales como “La aventura quiroguiana (Una navegación vital y literaria)” sobre aquel a quien Ezequiel Martínez Estrada denominó “El hermano Quiroga”.

 

“La Aventura Quiroguiana-Una navegación vital y literaria” es el ensayo sobre el uruguayo inmortal que fue Horacio Quiroga por el cual Guilllermo Lopetegui, su autor, obtuvo el Premio Nacional de Literatura en la categoría de Ensayo otorgado en diciembre de 2016 por el Ministerio de Educación y Cultura de la República Oriental Uruguay.

 

Recibí un ejemplar del libro a través de nuestros amigos comunes Pilar S. Tarduchy y Oskar Rodrigáñez y Lopetegui me lo dedica dejando entre otras las siguientes palabras: “Esperando un encuentro cuando el tiempo y las Musas lo permitan”. Con el recuerdo de mi recorrido por su paisito, de sur a norte y de este a oeste, penetrando dos veces en Brasil y disfrutando de lugares tan hermosos como Tacuarembó o habiendo indagado a fin de encontrar la casa donde nació, en Paso de los Toros, el admirado Mario Benedetti, disfrutado preciosas tardes poéticas en  Punta del Este, los divertidos recorridos hasta Colonia de Sacramento para viajar en el buque-bus hasta Buenos Aires, el hospedaje en el Hotel Argentino de Piriápolis, los viñedos que José Piria encomendó precisamente al enólogo Benedetti, padre del gran narrador/poeta, las horas líricas y musicales en Jaguaraô/Yaguaron cruzando el puente internacional con los polis dormidos (o durmiendo), las preciosas mujeres que se hospedaban en el Hotel Crystal Palace de la Avenida 18 de Julio cuando en las terrazas de sus bares elegantes parejitas japonesas bailaban tangos sin parar a golpe de bandoneón o esos momentos de buen yantar con deliciosas carnes y mejores vinos, con esos recuerdos, digo, he leído y releído ese libro sobre mi homólogo Quiroga, tal vez pariente en ancestrales momentos de pasados siglos, a fin de comentar el ensayo del periodista Lopetegui.

 

Guillermo Lopetegui comenzó a trabajar como periodista en el año 1974 en el periódico “Los Príncipes” de San José, pasando  posteriormente a ejercer la misma actividad entre noticiera y cultura en los diarios “El Día”, “Lea” o “El Observador” y en la revista “Noticias”. También ha colaborado en notorias revistas culturales y ha sido productor del programa de radio “De aquí y de allá” entre los años 1995 y 1997 y en el año 1998 realizó esos mediometrajes en formato video, los titulados “Una mujer, una voz” e “Hildegard-Los caminos a la santidad”. En la actualidad sigue siendo un enérgico activista en las redes sociales, viajero y comunicador en todos los ámbitos de la cultura y la actualidad literaria.

 

Este ensayo  sobre el gran narrador Horacio Quiroga, “pretende explorar a un escritor para nada desconocido aunque nunca terminado de conocer”, según se anota en la contraportada del libro, publicado, por cierto, por Rumbo Editorial de Montevideo en Diciembre de 2017. En un mundo perezoso donde priman los deportes de masa, la aventura del alcohol, las delicias del doce far niente o la quietud del reposo tras el agotamiento de manejar teléfonos móviles por las calles, ordenadores en el domicilio o escuchar las necedades y mentiras de los políticos o los famosos de turno queda, verdaderamente, poco tiempo para la cultura, para el sencillo hecho de abrir un libro y, muchísimo, menos para hablar de quienes escriben esos libros y nos ofrecen las historias del mundo conocido o por conocer. Por eso es doble el agradecimiento a quienes, novelistas, poetas, ensayistas, biógrafos, filósofos o dietistas dedican su  tiempo a la escritura en todos los terrenos. Y ese es el caso de Guillermo Lopetegui al hablar de su paisano Horacio Quiroga.

 

3 Horacio Quiroga

Horacio Quiroga

 

Un libro de unas 186 páginas da mucho de sí cuando se trata de hablar de un escritor y así comienza  Lopetegui en la primera parte, denominada “Primeras reflexiones de una navegación” : “Toda vida está llamada a ser una aventura; toda aventura vital supone la posibilidad de que nos adentremos en las múltiples direcciones interpretativas de la historia humana”. Y esta historia es la de Horacio Quiroga, nacido en Salto en 1878 y fallecido en Buenos Aires en 1937, corta vida atenazaba por los problemas, las preocupaciones, los considerados fracasos literarios y las muertes de sus familiares cercanos. Se dice que determinados sucesos precipitaron el suicidio de Quiroga, por ejemplo el obligado cese como “cónsul uruguayo en Misiones decretado por el Ministerio de Relaciones Exteriores Arteaga a poco del golpe de Estado de Gabriel Terra, a lo que se suman las primeras dolencias del escritor a raíz de lo que más tarde se diagnosticará como cáncer de próstata”. Atrás quedan las muertes de su padre, su padrastro, su mejor amigo y su primera esposa, a lo que se une el abandono de la segunda esposa “quien regresa a Buenos Aires llevándose a la hija que tuvo el matrimonio; casi olvidados las relaciones con féminas como “María Esther Jurcowski, Ana María Cires, Ana María Palacios, María Elena Bravo y muchos hablan de un casi notorio romance del narrador con la poeta Alfonsina Storni”, también suicida como lo fue la argentina Alejandra Pizarnik: “En el eco de mis muertes/aún hay miedo”.

 

Señala Lopetegui la relación de Quiroga con Ezequiel Martínez Estrada a quien consideraba “el hermano menor” y a quien escribió muchas cartas en las que “expresará su eterna duda con aquellos escritores que pautaron sus primeros años como creador y donde se destaca una clara influencia de los franceses”. Fueron precisamente Estrada y Emir Rodríguez Monegal quienes rescataron, o pusieron a disposición de los lectores, varias obras importantes del autor uruguayo como “Diario de viaje a París”. De todas formas considera como un autor fracaso a Horacio Quiroga yerran, pues, además de sus viajes y su vida política, dejar una serie de cuentos que forman parte del entramado literario de este género en todo el mundo, dos novelas, algo de teatro, un texto para las escuelas  y una intensa obra crítica y divulgadora, como señala Lopetegui, no es vano testamento.

 

En el segundo escueto capítulo de su libro (“Hacia las regiones del navegado) Lopetegui hace únicamente unas reflexiones en torno a la época en que le tocó vivir a quien nació en el noroeste de Uruguay en una época difícil para al continente donde, los intelectuales como el propio Rubén Darío o el peruano César Vallejo, tenían puesta la mirada en la Europa de las promesas. Así es como H.Q, “saboreó  frustraciones en París, siguió buscándose en Buenos Aires y se terminó de encontrar en Misiones”, pero teniendo ocupaciones como la crítica de cine algo novedosa por entonces en Argentina para ir despidiéndose de la literatura cuando ingresa en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires por su enfermedad.

 

La tercera parte, que ocupa gran parte del libro, sirve al ensayista para hacer una verdadera radiografía literaria y personal de Horacio Quiroga. Vamos a ello: las noticias en torno al esplendor de “Salto, el cariñosamente llamado Salto Oriental” junto a otras publicaciones y a la profusión de actividades literarias  y de “un grupo  llamado, con el tiempo, a integrar los anales de la historia y hasta la leyenda literarias del Uruguay”,  cerca de la veintena de autores de los textos que fueron publicados en la Revista del Salto, de la cual Quiroga fue el principal animador. Éste ya había tomado contacto con la literatura francesa, pues, dice Lopetegui, “Las lecturas de Baudelaire, Nordau, Maupassant y Dumas calarán hondo en el novel creador, y a ellas seguirán las de Balzac, los Goncourt, Víctor Hugo en menor medida y viajando a París durante su estadía en Francia Alphonse Daudet y Emile Zola respectivamente”. Además “será gracias al autor de Les Fleurs du Mal que Quiroga tomará contacto con otro escritor, oscuro, y misterioso: Edgar Allan Poe”. Es también la época en un grupo de amigos imbuidos por los afanes literarios forman un  grupo de amigos, bautizándose con los nombres de los célebres mosqueteros de Alejandro Dumas. Todo ello dará lugar, o posibilitará, la escritura del uruguayo en, por ejemplo, sus “Cuentos de amor, de locura y de muerte”.

 

4 Horacio Quiroga en Misiones, hacia 1926

Horacio Quiroga en Misiones, hacia 1926

 

Y ya estamos en París, está en París, quien “se propuso hacer del arte de escribir una tarea primordial en su existencia”, aunque Lopetegui hable de la “profunda diferencia entre la actitud de Herrera y Reissig, que fue poeta de excepción del principio al fin, y la de Horacio Quiroga, en quien la poesía es una excepción” mientras “entiende que no es fácil volver la espalda a un movimiento estético- el Modernismo- que el mismo ayudó a forjar en el Río de la Plata” aunque puede extraer del Decadentismo-fundamentalmente lo insólito y lo raro” algunos apoyos para su futura obra narrativa. Pero la idea, la ilusión, del viaje a París ya había nacido en Salto. “La travesía de veinte días ya lo empieza a inquietar: se imagina un viaje con visos románticos y avatares conradianos; no hace más que pensar en cierta novia-Sara-en sus amigos “mosqueteros”…”. Entra en Europa por Génova y desde Módena “prosigue en tren-otra experiencia negativa” para llegar a la capital francesa el 24 de abril de 1900, siendo el motivo principal, o aparente según cita Lopetegui, la “4ª Exposición Universal”,  de la que “había prometido enviar algunas notas”.

 

Es notorio el asombro que causa en el viajero París, sus monumentos, sus gentes, su arte e, incluso, el ciclismo que, dice, “sigue siendo el deporte de moda”. (Precisamente en estos momentos la televisión nos ofrece las inmensas llamaradas del incendio de la Catedral de Notre-Dame, símbolo de Francia), Se aloja el salteño en el Hotel de la Place d´Odéon, comienza a frecuentar la tertulia del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo aunque luego va a distanciarse de los americanos cercanos a Darío, pasea en bicicleta con la camiseta de su Club mientras ver como escasea su dinero, descubre el impresionismo con Renoir y el realismo de Daumier y “refiere su pasión por el ciclismo, (aunque) en el futuro montará una moto, conducirá un auto, remará una cano construida por él o hasta se lanzará a pilotar un biplano”. Junto a su decadencia económica aparece una mujer, “Le petit jolie arabe”, se deja barba por no poder pagar al barbero y al ir despegándose de Gómez Carrillo ve como “Un mes después de la llegada sólo restan el fracaso y la humillación, y más humillación.-aunque aliviadora- cuando el Consulado uruguayo en la capital francesa le proporcione pasaje y viático hasta Marsella, para de ahí retornar a América”. El saldo del viaje a París es, pues, negativo. El Diario de viaje al final lo recibe Martínez Estrada quien lo cede al Instituto Nacional de Investigaciones y Archivo Histórico Nacional perteneciente a la Biblioteca Nacional siendo Emir Rodríguez Monegal quien propuso su posterior publicación. Al fracaso, sin embargo, le permite u obliga a nuevas dedicaciones como son, dice Lopetegui, “las experiencias como fotógrafo, fabricante de jabón, empresario de yerba mate o plantador de algodón” y le lleva a la crítica de cine y a incursiones literarias en varias revistas. “París- escribe G.L- marcará el antes y el después; porque si bien Quiroga retorna con un sentimiento de fracaso, ese fracaso en lo “exterior” le resitúa en su contexto”. Quedan las influencias de lo francés y ello dará lugar a gran parte de sus cuentos: “Cuentos de la selva” (1918), “El salvaje” (1920), “Anaconda” (1921), “El desierto”(1924) y a su segunda novela “Pasado amor” (1929). La juventud va quedando atrás pero los recuerdos permanecen y así se lo menciona en una carta a Estrada: “¿Es usted, como yo, víctima del recuerdo?. ¡De qué modo permanezco ligado poéticamente a lo que he vivido!…”.

 

5 Quiroga en un bote

Quiroga en un bote

 

“El Modernismo”, es el siguiente apartado del libro de Lopetegui. (Cuando hablamos de un escritor suicida se nos vienen a la memoria otros seres que han optado por ese camino de autodestrucción, desde las mencionadas Storni y Pizarnik hasta el alcohólico y taurófilo, además de brigadista internacional, Ernest Hemingway. Pero también en otros terrenos el suicidio se manifiesta como una secuela terrible de la anormalidad humana. La televisión nos anuncia ahora mismo la muerte del dos veces Presidente de Perú Alan García, discípulo de Manuel Fraga Iribarne, que firmó penas de muerte siendo ministro del dictador Paquito. García hasta ayer mismo hablaba de su inocencia en un caso de corrupción y acaba de disparar hacia si mismo). “Los uruguayos, cansados de la política y de sus luchas y patriotismo se dejaron subyugar por los melodiosos  sonidos de la lira. Desde este feliz momento aquel país se convirtió en un jardín poblado de inspirados poetas, que, seguidos de sus discípulos y adeptos celebraban fiestas diarias para honrar a las Musas”, escribe Federico Ferrando, compañero de Quiroga en correrías en el Club Ciclista del Salto.

 

Esas celebraciones, que podrían haber contado con el mismísimo Bécquer, o Rubén Darío, Gómez Carrillo, Lugones, Herrera y Reissig, etcétera, y que dieron lugar a un movimiento con el apego a y la morriña de la vitalidad, costumbres y deslumbramiento de la Ciudad Luz, París, el objeto abandonado o del que, el mismo Horacio, fue expulsado el poeta, el artista, el enamorado de esa luminosidad, parques, mujeres, edificios, escaparates que, habiéndose querido refugiar en Buenos Aires, recuerda Lopetegui, buscó su refugio en Montevideo, ciudad que “estará llamada a ser la cátedra en la que este joven  inquieto consolide las bases de una primera experiencia vital y literaria, a partir de un movimiento estético que ya había abrazado con pasión en el Salto natal adelantándose nuevamente a sus contemporáneos: el Modernismo”, eso sí nutrido, o como resumen triunfal de tres vertientes, como tambén indica el escritor uruguayo, que son “el Romanticismo y sus dos opuestos, el Parnasianismo y el Simbolismo franceses”, con toda su cohorte de inspirados, algunos tan admirados y despreciados como Baudelaire, el poeta maldito que ”se paseaba, dicen, con el cabello teñido de verde”. Total que esta influencia francesa se dio también en el ensanchamiento y embelleciendo de la ciudad de Montevideo, dotándola de nuevos jardines, plazas, nuevo puerto y trazados urbanísticos llevados a cabo por ingenieros o paisajistas galos y por empresas europeas diversas, al tiempo que se olvidan los rencores de la descolonización, siendo el año 1900 el inicio pleno en adelantos para la ciudad en todos los órdenes, “como lo son-dice Lopetegui-el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono, el gas, el vapor y la electricidad”, además del esplendor de los teatros y todas las contribuciones artísticas inherentes como es la llegada al paisito de la mismísima Sarah Bernhardt o la bella Lina Cavalieri. Por entonces unos jóvenes “se encuentran en un pensionado de la calle 25 de Mayo 118, en cuyo segundo piso acabarán alojándose y en donde recibirán al resto de los amigos salteños con quienes las horas comienzan a prolongarse entre mates y declamaciones de indefectible factura poética decadente, como prueba de que el grupo en cuestión se atiene a los principios de ese Modernismo que rápidamente ha ido ganando los sectores de un arte vanguardista que se desarrolla paralelo a lo que todavía es fervor creador en la generaciones anteriores”. Así, más o menos, nace el Consistorio del Gay Saber, al tiempo que “en esa ciudad conviven autores y obras”  de muy diversa etiología, es decir, desde Juan Zorrilla de San Martin hasta una serie de nombre, entre los cuales destacan el propio Herrera y Reissig, o “la poética femenina de una Delmira Agustini(1886-1914) a la que se le sumará la angustiante soledad que trasmutan los poemas de M.ª Eugenia Vaz Ferreira (1875-1924) en medio de los días y las noches de esa ciudad que palpita el surgimiento de tantas voces nacidas para esa que será dable en llamarse Generación del 900”. Un mundo, cuando menos, pintoresco adornado con el mate uruguayo y el hachís internacional que supone una verdadera epopeya literario, incluso con los escarceos de Horacio Quiroga en el ámbito poético antes o al tiempo de llevar a cabo su obra narrativa. Raras historias como un duelo, una pistola que se dispara y una guerra que asola Europa y contagia de pesimismo al mundo entero suponen, ya en 1918, que el movimiento “se irá desviando cada vez más de sus propósitos iniciales e internándose por un camino en donde del otro lado sólo aguarda su desaparición a partir del desembramiento del grupo y el posterior traslado definitivo del Pontífice a la vecina y a la vez lejana Buenos Aires”.

 

6 Casa de Horacio Quirroga

Casa de Horacio Quirroga

 

El apartado dedicado a Misiones, la provincia del norte argentino que fue protagonista de alguna novela de Horacio  Vázquez Rial, y donde, según Lopetegui “ lo fantástico se vuelve real, pero lo fantástico que se conoció una vez queda o desaparece bajo la presencia de la vegetación subtropical, que ese ancho río Paraná divide en dos partes otorgando nombres arbitrarios: Argentina, Paraguay…” abre los caminos de Quiroga tras el abandono de su grupo en el cual, no olvidemos había un Arcediano, un Sacristano, un Campanero (Alberto Brignole) y dos Monagos, uno de los cuales era Asdrúbal E. Delgado. Y son éstos Brignole y Delgado quien escribieron un libro en torno a “cómo fue, es o deberá ser ese arribo que a todo epígono le espera tarde o temprano para adentrarse en una parte del universo real e imaginario de ese escritor que tal vez, desde sus vivencias y creaciones, pautó, pauta o pautará une época particularmente significativa de quien lo descubre, lo lee, se asombra, lo admira y lo navega”, y ahí es donde aparece Quiroga, quien se enrola en una expedición a Misiones. Es “hacia 1903, cuando el Gobierno argentino encargó a un poeta, Leopoldo Lugones, que organizara una expedición hasta el mismo Iviraromí o lo profundo de unas ruinas jesuíticas que nadie sabía en qué estado se hallaban”.

 

Quiroga consigue ir en la con los expedicionarios y ya en San Ignacio, o sea Iviraromí, ocupa varios cargos, como el de Juez de Paz en un lugar que se ha ido transformando, para peor, gracias a los furtivos, depredadores o quienes van restando espacio a la selva por diversos motivos, aunque también llegue a habitar en Posadas, la capital de la provincia. Pero es ese entorno todavía medio salvaje el que, ya lejos su actividad como poeta, va llevando a sus narraciones, a los cuentos que le hicieron imperecedera como escritor argentino, misionero o uruguayo, ¡qué más da!, de obras como “Los desterrados”. “El  crimen del otro”, “Los Perseguidos”, “Cuentos de amor, de locura y de muerte” o “Cuentos de la selva”, “Anaconda” y “El regreso de Anaconda” quedarán como obras maestras de H.Q, aunque, según Lopetegui, sean “cuentos como “El vampiro”, “La mancha hiptálmica”, “La muerte de Isolda”, “El conductor del rápido” o el extraño “La meningitis y su sombra”, por mencionar algunas de las piezas narrativas en donde sus personajes acaban protagonizando situaciones muchas veces rayanas en el delirio” y que, leemos después, llegan a anticipar “lo que luego se daría en llamar el realismo mágico latinoamericano” y que la agente literaria catalana Carmen  Balcells supo apoyar y mercantilizar en su beneficio, aunque también en beneficio de la literatura escrita en español o castellano. Es cierto que se dice, y explica Lopetegui, que “Gracias a Horacio Quiroga San Ignacio entró en la literatura- y en el conocimiento intelectual del mundo- y su materia de ficción fue la base de lo que los estudiosos posteriores identificarían como realismo mágico del que fue su precursor, así como la última etapa de Gauguin en Tahití estaba prefigurando el expresionismo plástico de principios del siglo pasado” y también puede identificarse con un “Joseph Conrad (que) en incansables travesías marítimas y en la adopción de la lengua inglesa para la escritura de novelas como “El corazón de las tinieblas” o cuentos como “El duelo”. Desde aquel lugar de Misiones Quiroga siguió ejerciendo su labor de escritor o periodista, de todas formas dedicado a la literatura, escribiendo “muchas veces, artículos sobre flora y fauna, pero también sobre temas relacionados con la literatura”. Sus textos fueron llegando a publicaciones como “El Territorio” de Posadas, “Caras y Caretas”, “Nosotros”, “Atlántida”, “La Nación” o “La Prensa” de Buenos Aires.

 

7 Daniel F. Corchs entrevistando a Lopetegui

Daniel F. Corchs entrevistando a Lopetegui

 

 

Avanzamos en la lectura de “La Aventura Quiroguiana” mientras llueve torrencialmente en Cantabria, en Sevilla y en gran parte de España, suspendiendo así las procesiones de Semana Santa y en las noticias se anuncia a bombo y platillo que, gracias a las peticiones del Presidente Macron y la Alcaldesa de París, ya se han reunido hasta este momento más de mil millones de euros, algo muy loable que denota el buen corazón de personas físicas y empresas, para restaurar el patrimonio gótico del vecino país que ha sufrido el aparatoso incendio de la Catedral de Notre Dame pero, asimismo desgraciadamente, olvidándose de los cientos de niños que mueren cada día en decenas de países abandonados a su suerte por una civilización egoísta y olvidadiza y, también, la miseria que se cierne sobre los habitantes de los campos de concentración de todo el mundo, los rohingyas despreciados por varias naciones, los refugiados saharauis expulsados de su tierra por la prepotencia medieval marroquí, los combatientes del Yemén contra la oligarquía saudí, los chechenos aplastados diariamente por Rusia, los kurdos perseguidos sin piedad; los cubanos, venezolanos, nicaragüenses, malienses, somalíes, guineo ecuatorianos, etcétera, etcétera, viviendo bajo el umbral de la pobreza o, simplemente, muchos niños andaluces que van al colegio sin haber desayunado. Y lo mismo da que haya un gobierno socialista que una rara coalición de otro tipo Quiroga, que había dejado de afeitarse en París por no poder pagar al barbero, conserva su barba, ya picuda, su  cuerpo enflaquecido, su asma y sus ilusiones literarias cuando Lopetegui titula el siguiente apartado de su libro “La ciudad”, recordando que ésta “como escenario subyacente o atomizado en seres y objetos en la mayoría de sus textos, estuvo presente en la obra de H.Q., ya desde su primer título: “Los arrecifes de coral” () que, años después, el autor querrá quitar de su bibliografía”.

 

Así que tras abandonar el territorio subtropical de Misiones el autor uruguayo comienza a indagar en los aspectos más característicos del mundo ciudadano citando Lopetegui, al efecto, “Los fabricantes de carbón” “en donde lo que se pone de manifiesto es el tesón, el empuje y una voluntad casi delirante porque funcione una caldera destinada a fabricar carbón que se exportaría a la Europa de la Primera Guerra, empresa que queda relegada frente a la imprevista fiebre de la hija de Duncan Dréver, uno de los personajes a quien acompaña Marcos Rienzi no sólo en la empresa de fabricar carbón sino en la más arriesgada de procurar que la niña no muera consumida por la fiebre”, con historias de hijos de emigrantes y datos como el amor paternal y “el terreno de los sentimientos”. Otra vez la ciudad es protagonista en “Historia de un amor turbio” con “situaciones que van pautando que van pautando determinado catálogo de costumbres, de hábitos, pero también del deseo, en parte, del personaje masculino por intentar, con su actitud modificar, alterar o directamente dar por tierra con esas costumbres y con la moral general de la época”, comparando esta escritura con la de Marcel Proust, además de dedicar  apartados a la mujer y a Montevideo y donde se han visto referencias a cuentos anteriores como “Rea Silvia” y “Corto poema de M.ª Angélica”. También aparece el tema del amor aunque no se olviden aquellos cuentos “ambientados en una Naturaleza hostil a veces, en donde ya no hay lugar para el amor en aquellos ex hombres que la habitan” y “el añorar desde la ciudad la vida salvaje del hombre de las cavernas”.

 

“Espectros” comienza recordando los inicios del cine, tanto del invento de los Lumière como la introducción de Edison para comentar como Horacio Quiroga se convirtió “en el primer crítico propiamente dicho del séptimo arte en el Río de la Plata”, con artículos publicados entre 1918-1931 en “Caras y Caretas”, “El Hogar”, “Atlántida” y “La Nación” incluso esgrimiendo determinadas facetas de humorista que podrían ser los antecedentes de cuentos como “El espectro”, “El puritano” o “El vampiro” y dejando interesantes opiniones sobre films, actores o directores. “El cine universal está haciendo en cierto modo arte por el arte, en Rusia están haciendo arte por la vida”, escribe entonces Quiroga que, escribe Lopetegui, “Lo que sí se cuestionará el prestigioso escritor y no menos prestigioso e inquieto crítico cinematográfico, es la validez del cine sonoro”.

 

8 Horacio Quiroga

Horacio Quiroga

 

“El amor”, siguiente apartado, relata las complicadas relaciones de Quiroga y la trágica realidad de su familia. Su padre muere trágicamente, su padrastro se suicida con un disparo de escopeta, su primera esposa se suicida igual que su segunda hija…Su biógrafo Rodriguez Monegal, también lo fueron otro escritor llamado Orgambide y el profesor Walter Rela, es citado por Cecilia Zokner cuando estudia “Pasado amor” y cita otros textos de Quiroga relacionados con el tema donde, además, “surgen concluyente la imagen de “La madre viuda”. Y llegamos a conocer como el salteño conoce a M.ª Esther Jurcowski “con cruce de miradas y sonrisas” aunque se casa con Ana M.ª Cires, que había sido alumna suya, cuando era profesor de Castellano, y madre de sus hijos Eglé y  Darío, a quien se lleva a Misiones, sucediéndose los romances con Ana M.ª Palacios y M.ª Elena Bravo, amiga personal y compañera de clase de dicha hija, con quien tiene a su hija Pitoca que también siguió el camino del suicidio. Quedan atrás otras mujeres, “como la misteriosa “Sara” que el viajero a París menciona en su diario, o “la chica de Lomas”  y la presunta relación con Alfonsina Storni.

 

Vemos que la vida amorosa de H.Q. se plantea más en el terreno ilusorio que en el de la completa felicidad pues, admite Lopetegui, en sus sesiones de cine habitaba “esa región poblada por rostros femeninos, sonrisas, abrazos y besos prometidos o recuperados, a la que sólo se llegaba, se llega y se llegará siempre, a través de la evocadora mirada del amor, sea por una mujer o por una diosa…”. En “Suicidios, tragedias…y una revelación” comienza precisamente con una cita de la Storni: “Gracias. Adiós. No me olviden. No puedo escribir más”. Las Jornadas  de relaciones culturales franco-uruguayas en la Sorbona del 3 al 5 de diciembre de 1987 “ratifican la vigencia de de ese único tema inagotable llamado Horacio Quiroga”. El relato de las muertes que acompañan al uruguayo es tremendo, desde “la que él mismo provoca a Federico Ferrando”, la de su primera esposa “ocasionada por haber tomado sublimado: líquido que (el) utilizaba para revelar fotos”, y esa  amargura que supuso para el escritor se cierra con cierta controversia en relación a la fechas de la muerte de Ana ª Cires y las repercusiones que tales circunstantes tuvo en la producción del escritor.

 

“De la soledad de la muerte y de la resurrección” resume la vida de Quiroga. Si a Misiones fue como aventurero, luego es allí nombrado Cónsul; los avatares políticos le privan de ese cargo y sus pequeños ingreso; tras determinadas gestiones de amigos es restituido pero, entonces, aparece la enfermedad (cáncer de próstata) terminal. Los ríos, Paraná, Uruguay, las cataratas cercanas, la Casa de Piedra que logró construir, la vuelta de su esposa e hija para cuidarle, la correspondencia con Estrada y finalmente el ingreso en el Hospital de Clínicas con el apoyo del deforme Battistesa. Consumir cianuro es su manera de dejar el mundo de las ingratitudes de alguien a quien la vida, como a César Vallejo y otros poetas y escritores, no trató nada bien.

 

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“Segundas reflexiones de una navegación” es un breve capítulo cuarto donde Guillermo Lopetegui dice que “Horacio Quiroga es, con seguridad, el escritor con más alcance universal que dio Uruguay. A la lista de su famoso Decálogo del perfecto cuentistas, en donde el ilustre salteño, uruguayo, rioplatense, menciona entre otros a Edgar Allan Poe, Guy de Maypassant, Fyodor Dostoievsk y Rudyard Kipling como paradigma de lo que son cuentistas consumados” y también “Horacio Quiroga no creó una escuela, pero tanto lectores como escritores, en determinado momento vital y literario, se acercan a su narrativa dejándose llevar por los temas y las imágenes que la misma desarrolla, y tarde o temprano se tornan permeables a esa tan particular manera de contar y de hacer vivir la historia…”, reseñando como “sucumbirá al magisterio de Kipling, al de Dostoievski y muy especialmente de Poe”, llegando a compararle a escritores como Jack London, Marcel Proust, F. Scott Fitzgerald y Malcolm Lowry, sin olvidar la atención que el propio Malraux le dispensó en algún momento.

 

Obras como ésta, que recomendamos vivamente aunque no esté publicada en España, son insustituibles para conocer a los escritores que han tenido nuestra lengua como medio de expresión y que, como en el propio caso de Horacio Quiroga, no han tenido la difusión que merecen.

 

Gracias, pues, al notable creador Guillermo Lopetegui, uruguayo de pro y muy activo en las redes sociales, por ofrecernos “La Aventura Quiroguiana-Una navegación vital y literaria”. Gracias.

 

 

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          -II-

                  “EL PASCUALENSE ERRANTE”, TODO UN MUNDO POÉTICO

 

 

En la colección Búho Búcaro Poesía, a cargo de Pilar Sastre Tarduchy y Oskar Rodrigáñez vio la luz una plaquette en 2018, que lleva impresas varias ediciones, titulada “El Pascualense Errante” la cual contiene quince hermosos poemas que dignifican el espacio lírico de nuestra lengua y, con ello, la incisiva labor de un autor tan preocupado por el mundo del verso como magnífico vehículo de comunicación y de concordia. “Allí el resplandor/cayendo sobre ramas dormidas/ratifica silencios/que son promesas de sonidos nuevos/surgiendo a instancias/del despuntar prometido/en el efluvio ondular arribaje/trazando en las orillas/policromías que inauguran/la huella profunda/las certezas imprevistas/El rumbo posible./Alfa y Beta Centauro/señalando la linea entrevista/separación y encuentro/de lo acuoso con lo etéreo/de una a otra orilla/el sueño instaura los momentos/nácar y tacto/espuma y encuentro/refugio en lo indiviso/del enigma solitario/allí la idea edificada/el otro cosmos concebido/allí las voces que cantan/lo imprevisto y verdadero”, escribe Lopetegui en su primer poema, titulado “Suite pascualense”.

 

En un prólogo a esta colección de versos el propio Rodrigáñez dice que se trata de “un poemario donde el amor y el desamor están presentes, hilo conductor para saber dónde están nuestras huellas, y la sociedad es un ave fénix, que sobrevuela la vida que va y viene en el texto de cada verso”.

 

Y es que la diversidad de temas, de inspiradas re-creaciones, es amplia favoreciendo así una no dispersa imagen de la poesía como método de observación y cercanía al universo de literario: “Volver solo al seno de las Tinieblas/(¡Cuán lejos ha quedado la Alegría!)/El alcohol te depara esta Tortura/sepultándote en la burla de mil quimeras./¿Acaso tú, pobre alma desgarrada,/no has visto de la noche al Poeta Oscuro,/arrastrándose por un sendero indiferente/envuelto en el manto del Delirio?/Sin embargo, en  el vidrioso resplandor/de sus pupilas desconcertadas,/, es aquel perseguir cierta mínima cordura,/aún existe el arraigo de tu imagen./Largo  viaje a la Medianoche/en medio de alucinaciones vagas/y del recuerdo de aquella Juventud Heroica/vuelta ahora un Fantasma Amenazador”, escribe en su poema titulado/dedicado a “Poe”. Luego llega la dedicatoria a Marlene Flores: “…Y la mascarada se hizo realidad”.  El entrañable zamorano Jesús Hilario Tundidor ha escrito: “Miro el espacio azul. Me crecen alas…”

 

El libro contiene una serie de fotografías e imágenes obra de Lopetegui y los editores, el mar apacible de la contraportada es de Pilar Sastre Tarduchy sobre unos versos de la misma delicados y esclarecedores: “La soledad perversa/de las voces/desfiguran el esqueleto./Cada mañana gris de Otoño/hablo con tus mensajeras/gotas de lluvia./Ahí veo el reflejo de tu cara/y desguazado/el esqueleto de este nido/en tierra. En esta foto/me miro hoy/al atardecer”. Y en el poema titulado “Convivencias” anota: “Lo susurrado era testimonio de inspiración/frase bienvenida marcando el alegre tono de los días” para llegar a ese “Cósmico vacío” donde leemos “…la palabra/nace de las ausencias/y la compañía/vive en soledad” o a “El refugio” que, según el autor, “es ahondar/en el misterio de los días/estableciendo los contactos,/demarcando las distancias”.

 

Interpelar al mundo de más allá de las páginas de un libro suele ser el oficio, gratuito, de los poetas (féminas y varones) y por eso creadores como Guillermo Lopetegui nos susurra: “Son los mares de esa memoria/que a veces me aventuran/en la titánica tarea de reconstruirte/a pesar del espejismo lunar/recorriendo los altamares del sueño”. ¡Ah, el universo de la realidad, de las cercanías (o de las carencias)!. El poeta becqueriano Rafael Montesinos dedicaba unas líneas “Al primer verso” que nos permitimos reproducir aquí y ahora: “Poesía, que vienes de los cielos,/cópula del poeta y la palabra,/revolcón sideral, fugaz estrella,/muchacha fiel, mas siempre inesperada”.

 

11 Lopetegui en el bar La Poesía

Lopetegui en el bar La Poesía

 

Llega ese “Enigma de la amada” a quien se dirige directamente para decir “En mi silencio está tu voz”, igual que Octavio Uña se consuela/nos consuela advirtiendo “Nos queda el mar, amor” o la colombiana Angélica Hoyos Guzmán cuando reclama en su cercanía sentimental “Pon tu oído sobre mi pecho,/allí se arrulla un silencio con tu nombre” y Ángela Reyes cuando explica “Cae tu  amor por mi cuello…”. Aunque tampoco deben desmerecer otro tipo de confidencias como esas de “Estación del recuerdo”: “¡Maravilloso otoño!…/Encantado te fuiste mis días,/dejando en tu camino amarillento/el sabor de unas últimas horas./¡Estación del recuerdo!…/ donde sucede lo que nos adelantaba Tomás Segovia: “La verdad pura sólo existe en poesía”, porque aunque el mundo de los poetas sea ignorado no por eso hemos de dejar de expresar nuestras ideas, nuestras opiniones o hablar sobre nuestras pasiones en todos y cada uno de los momentos en que sea posible llevar esas expresiones al papel, al estrado o al diálogo con los demás.

 

En “Jean” Lopetegui habla de “la mano comprensiva, la caricia habitable” y en su/nuestro viaje a “Florencia” confiesa “eras tú en su lugar/aguardando sin saber/siempre fuiste tú”. En “Las bicicletas de Monet” nos descubre como “la soledad se vuelve/buscadora y temerosa” y al referirse a “Habana agobiante y maravillosa”  nos conduce a la inmensa ciudad de todas las carencias y de la extremada belleza en ese poema de andariego observador e ilusionado vate: “Día andariego por entre el son de los rincones/Habana agobiante y maravillosa/de rítmicos lenguajes secretos/tan cultivada y tan en crisis/tradicionalista y revolucionaria/resignada y optimista/por alguno de tus rincones/renaciendo me encontré/en ráfaga de noches antillanas/de café de parís despachando música/en el misterio de las calles coloniales”

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Volvemos al pórtico o prólogo de Rodrigáñez para anotar unas palabras que integran la opinión que ya nos había dejado anteriormente: “Lopetegui es como un farol de la piedra de sol o cristal de cuarzo, en cuyo interior brilla una luz infinita, que ilumina por las noches el camino y ahuyenta las sombras que danzan a su alrededor”. Está hablando, efectivamente, de una poesía limpia, elocuente, sutil. La contraportada de ese colección de versos se cierra con unos de, precisamente, Pilar Sastre Tarduchy, diáfanos bajo la imagen un mar que va llegando a la playa bajo un cielo multicolor: “La soledad perversa/de las voces/desfiguran el esqueleto./Cada mañana gris de Otoño/hablo con tus mensajeras/gotas de lluvia./Ahí veo el reflejo de tu cara/y desguazado/el esqueleto de este nido/en tierra./En esta foto/me miro hoy/al atardecer”. En esa foto nos miramos.

 

“Amor, cuántos caminos/hasta llegar a un beso,/¡qué soledad errante/hasta tu compañía!”, leemos en la cita de Pablo Neruda que abre el poemario, el lugar de los versos. En “Waikiki Beach, Miraflores”  las descripciones son otras, o las mismas: “Te pedí la pureza y fuiste resuelta/hundiendo las manos en la entre luz marina/entregándome con sonrisa evocadora/(de la Pampanini, de la Rossi Drago, de la Vitti/y otros nombres de esa Belleza/que tu fresca expresión sintetizaba)/minúsculas cataratas de diamantes/disolviéndose en la bronceada plegaria de tus manos…”.

 

Pese a cuestiones variopintas la hermandad del idioma viene a suponer la gran posibilidad de compartir sueños y vivacidades, de vivir similares expresiones y luminosas realidades. De eso, seguramente, habla el poema que da título a toda la plaquette: “El Pascualense Errante aventura nuevos derroteros/lanzándose sin temor en bosques petrificados/por entre los días y las noches vislumbrando la Nada/desde proas de barcas sin velámenes/ni timón/ni mar”. Es decir una promesa de mantener con firmeza la idea, las ideas, de expresarse a través del verso y hacer que éste llegue a todos, no sólo como medio de expresión o de meridiana confidencia, para permitir ese diálogo entre poetas, culturas y páginas en blanco.

 

Lo esperamos.

 

12 Manuel Quiroga Clérigo

  Manuel Quiroga Clérigo

 

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