Encuentro de poetas y lectores salmantinos con el poeta Álvaro Alves de Faria.

 

Retrato pintado por el Pintor Miguel Elías

 

El Centro de Estudios Brasileños de la Universidad de Salamanca y la Sociedad de Estudios Literarios y Humanísticos de Salamanca (SELIH) han organizado este lunes una lectura de poemas del escritor brasileño Álvaro Alves de Faria, traducidos de su libro ‘Residuos’.
La presentación y lectura en español corrió a cargo de Alfredo Pérez Alencart (profesor de la Usal y traductor de Faria). En la velada poética participaron, además, los poetas y lectores salmantinos Verónica Amat, José María Sánchez Terrones, José Amador Martín, Miguel Elías, Luis Gutiérrez, Juan Carlos López Pinto y María Ángeles Moreno Plaza.

Álvaro Alves de Faria (São Paulo, 1942) es uno de los más notables periodistas y poetas brasileños actuales. Ha obtenido los premios más importantes de poesía del país iberoamericano, como el Nacional de Poesía. Salamanca, a través de su Ayuntamiento, le brindó un homenaje en el año 2007 en el marco del XI Encuentro de Poetas Iberoamericanos y le declaró Huésped Distinguido y publicó una antología de su obra bajo el título “Habitación de olvidos” (Edifsa, 2007)

Poemas traducidos por A. P. Alencart

37 AÑOS

Debí haberme matado a los 37 años.

De allá para acá poca cosa sucedió
que merezca ser recordada.

Tomé algunas fotografías,
hice algunos viajes imaginarios,
amé mujeres tristes
y compré dos relojes antiguos.

Hice mal
en no haberme matado a los 37 años.

De allá para acá
las cosas se repitieron
con la frecuencia de siempre.

Tuve dos puñales
y una espada japonesa.

Debí haberme matado a los 37 años.

De allá para acá sólo sucedieron
ausencias y distancias,
como un vaso que se rompe,
un jarrón de remembranzas
que no sé recordar.

Escribí algunos poemas
que después olvidé en algún lugar.

Es que debí haberme matado a los 37 años,
al abrir la ventana
para la que sería mi última mañana.

Tal vez un disparo en el corazón,
para no dañar el rostro.

Tal vez una tacita de veneno
que me hiciese adormecer.

Hice mucho mal a mí mismo
en no matarme a los 37 años.

No vería las cosas inútiles que vi
ni habría orado tanto para salvar mi alma.
De ella, nada sé
y ella nada sabe de mí.

Tampoco habría inventado
tantas historia para vivir
ese tiempo que finalmente
pasó sin que yo lo percibiese.

No habría sangrado tanto
si me hubiera matado a los 37 años.

Pido disculpas a los amigos
y a los tres ángeles que hoy viven conmigo
y conmigo hablan en silencio
en medio de las noches y de las tempestades.

Debí haberme matado a los 37 años.

De allá para acá fueron años que no conté,
sólo andé perdido de mí,
como si ya nunca existiese.

(Leído por José Amador Martín)

AL REVÉS

Cuando comencé a andar de espaldas
aun no sabía que ya había enloquecido.

Las cosas
comenzaron a andar hacia atrás,
pero todo me parecía normal.

Los relojes marcaban las horas al revés,
sólo porque comencé a andar de espaldas,
sin saber que había enloquecido.

Los días seguían, jueves – 15,
miércoles – 14,
martes -13,
lunes – 12.
domingo – 11.

El domingo 11 fui a misa,
pero llegué el sábado – 10
por la mañana.

El Dios que me esperaba
ya se había marchado hacia otro paraíso,
reprochándome al sacerdote,
que tampoco ya no estaba allí,
sólo porque comencé a andar de espaldas
sin saber que ya había enloquecido.

Las ventanas no se abrían más,
sólo se cerraban
por un viento contrario,
y la lluvia salía del suelo hacia lo alto,
arrancando los árboles enterrados
con flores de raíces en las copas.

Cuando comencé a andar de espaldas
los años fueron volviendo en el tiempo.

Mi rostro también cambió,
no era más el mío,
y el perro que me seguía siempre
todavía no había nacido.

La mujer libertina que me mató
tomaba hostias sagradas
frente a altares antiguos,
pero antes que me matase
dormí con ella siempre saliendo de ella
en una cama que aun no existía.

Después me puse esmalte en las uñas
y coloque un velo en la cara,
recé oraciones desesperadas,
busqué a los ángeles expulsados del cielo,
siempre andando hacia atrás,
al contrario de mí mismo,
con zapatos cambiados,
el derecho al lado izquierdo,
el izquierdo al lado derecho,
mis pies puestos hacia atrás,
viendo en mi sala
las pantallas que se apagarán.

Hasta que en la tarde del día 25 de abril de 1852,
que aún no había llegado,
yo desaparecí para siempre
con mi chaqueta abotonada en la espalda.

(Leído por José María Sánchez Terrones)

AQUEL HOMBRE

Soy aquel hombre que no volvió,
que al amanecer salió de su casa
y se perdió para siempre.

Soy aquel hombre de la fotografía en la pared
de la casa cerrada por dentro.

Soy aquel hombre que inventó la tarde,
pero no vio el anochecer.

Soy aquel hombre que se perdió sin saber.

Aquel que no supo nunca,
soy aquel que no supo.

Soy aquel hombre que desapareció,
aquel que creyó,
y al ausentarse de sí mismo
sintió el vacío absoluto de todas las cosas.

Soy aquel hombre que se fue
y que cuando pensó en volver
ya no tenía tiempo
pues sera demasiado tarde.

Soy aquel hombre que se deshizo
después de enloquecer
y que, enloquecido,
intentó rehacer su destino.

Soy aquel que se tragó
un río
y se ahogó adormecido.

Aquel que habló solito
delante del espejo
viéndose del revés.

Soy aquel hombre que hablaba
con las piedras
palabras desesperadas
que saltaban de la boca
como langostas enfermas.

Aquel hombre que conversaba
con los santos
en una iglesia sin puertas
y que decía silencios
en sílabas de yeso.

Soy aquel hombre
que se metió un puñal en el corazón,
como un poeta romántico del siglo 18

Soy aquel hombre casi lírico
que llamaba a los pájaros
para una cena de semillas.

Aquel hombre que oraba
con los ángeles expulsados del cielo,
sin saber que yo estaba
expulsado de mí.

Soy aquel hombre que amó 30 mujeres
y 29 veces se mató por amor.

Soy aquel hombre que al jugar ajedrez
huyó con la Reina
hacia un castillo medieval.

Aquel que deleante de Dios
pidió ser destruido,
pero como castigo me dejó vivir más.

Soy aquel hombre que amó
mujeres de porcelana,
con sexo de porcelana,
boca de porcelana,
beso de porcelana,
lengua de porcelana.

Soy aquel hombre de porcelana
que se quiebra como una taza
que cae de la mesa.

Soy aquel hombre hombre que salió
para dar una vuelta
y se olvidó de regresar.

(Leído por Alfredo Pérez Alencart)

EL HAMBRE

El hambre duele en el estómago
como una cuchillada en medio de la vida.
El hambre come el propio sueño
y se desvanece en  las bocas perdidas.
El hambre se forma en un cimiento
y construye un edificio
de treinta y tres pisos.
Cuando el hambre explota en la garganta
los dedos aprietan el gatillo
y la noticia se va del periódico.

(Leído por Juan Carlos López Pinto))

LA ESTRELLA

El corazón en la tierra,
la taza de las angustias
donde se bebe las gotas del sudor.
La flor más marchita,
un pez que se agita a la orilla del río,
venas, arterias,
el cuchillo, atravesado cuchillo
cortando invocaciones
y las horas del crepúsculo,
cuando las horas se retiran
y el cielo se cubre de negro.
Es muy simple morir de pronto
con las manos apretando la garganta,
los ojos quietos en el aire:

mientras,
ha de quedar la estrella y su brillo
donde la tiniebla permanece inmóvil,
debajo de la lengua.
El corazón
dentro de la tierra,
una serpiente que engaña y traga la paloma
y permanece escondida
detrás de las cajas
donde descansan los temores.

((Leído por Nines Moreno Plaza)

DESEO

Yo quería escribir
el poema con letras blancas,
paloma girando en el aire,
llevando un insecto en su pico,
volando
detrás de las torres
donde están las casas.
Yo quería escribir la palabra,
lo que resta de todas las frases,
de los ojos que recorren el techo
sin cerrar el párpado
tapa de un caja antigua
donde se depositan los sueños.
Yo quería ver la marcha
delante de la catedral,
llenando todas las plazas.
Yo quería escribir el calendario
de todos estos días que no pasan,
que se perdieran los números
y se hagan en silencio,
grito que la garganta enmudece,
cochera donde quedan los gemidos,
los cadáveres esposados.

(Leído por Verónica Amat)

SE BUSCA

Se busca a un hombre
que desapareció el día 14.

Llevaba zapatos negros
y vestía una especie de tristeza,
de esas que hay en cualquier lugar.

Acostumbra hablar solo,
especialmente cuando camina.

Cuando desapareció
cargaba una bolsa
con algunos poemas sin palabras
y ciertos gestos suicidas.

Comía mangos
cuando desapareció.

También cargaba
dos estrellas muertas
en el bolsillo izquierdo
de la camisa.

Decía que no tenía nombre,
pero era por olvido.

Se busca a ese hombre
que se marchó con algunos secretos.

Dijo que iba a hablar con las piedras
y desapareció el día 14.

Quien tuviese noticia alguna
de su paradero
se ruega
no informar a nadie.

(Leído por Luis Gutíerrez)

RECETA

Una tacita de veneno
es mucho más que un vaso de vino.
Sino, comprobemos:
una tacita de veneno adormece para siempre,
mientras el vino
sólo acalla ciertos momentos.
Una tacita de veneno tiene sabor de anís,
mientras el vino agrio se asemeja al vinagre
sorbido en cucharas de sobremesa.
Una tacita de veneno
es mucho más que una vaso de vino.
Con ajo, el veneno se multiplica
y no produce dolor alguno.
El vino engaña a la mente
y torna lentos los reflejos
para levantarse al inicio de la tarde.
Una tacita de veneno
es mucho más que un vaso de vino.
Mezclado en el café
el veneno parece té
y modifica la luz en una noche sin salida.
Una tacita de veneno
Es mucho más que el césped y que el tiempo.
Es tan dulce
como un vaso de vino tinto
que la gente rompe y derrama en la mesa.

(Leído por Miguel Elías)

MI PADRE

En la figura de ese pastor mirando la tarde
veo a mi padre.

Nada sé de él que esté guardado
sólo algunas palabras en un poema
de esos que pueblan el tiempo
que no se transforma.

Al anochecer siempre me llegan esas imágenes
como un caudaloso río corriendo detrás de la casa.

En esas aguas
siento a esa figura que está en las fotografías
algún rostro difuminado en los pliegues del papel
aquel gesto lento
en la clara imagen del día.

En la figura de ese hombre
que frente a mí acaricia una oveja
y que canta al presentir la tarde

en ese pastor que mira el verdor de las montañas
y camina despacio hablando solito

en la figura de ese hombre
andando por los páramos de Portugal
veo a mi padre
pastor caminando en el campo
descifrando los días venideros
y las noches por vivir.

(Leído por Javier Sánchez)

Lectores y poetas con Álvaro Alves de Faria

Dedicatoria de su libro, un honor.

Un comentario
  • Veronica Amat
    septiembre 25, 2012

    Alvaro Alves de Faría lleva la fortuna de poeta,del artista,del hombre de profundo pensar. Elevandose al
    sentimiento de amplios horizontes,de lo temporal a lo
    eterno,de lo finito a lo infinito.
    El sintió en su alma asperas disidencias y las expresó
    con el más íntimo abandono y con la mayor suavidad y
    dulzura.Gracias por permitirme ser tu amiga.
    Verónica Amat

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