ELISIO JIMÉNEZ SIERRA: TRES FACETAS DE SU OBRA LITERARIA. ENSAYO DE Gabriel Jiménez Emán

 

 

1 El escritor venezolano Elisio Jiménez Sierra

El escritor venezolano Elisio Jiménez Sierra

Crear en Salamanca se complace publicar este ensayo de Gabriel Jiménez Emán (Caracas, Venezuela,  1950), escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en Barcelona y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Oporto, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito.

 

 

2 Rafael Zárraga y Elisio Jiménez Sierra (Foto Archivo GJE)

  Rafael Zárraga y Elisio Jiménez Sierra (Foto Archivo GJE)

 

ELISIO JIMÉNEZ SIERRA:

TRES FACETAS DE SU OBRA LITERARIA

 

 

LA PASIÓN POÉTICA EN LA ALDEA SUMERGIDA

 

Con la misma pasión con que se dedicó a leer y estudiar los autores de la antigüedad clásica y los misterios paganos, escribir ensayos y traducir poetas italianos y franceses, escribir poemas de tema bíblico o construir parodias poéticas de simbolistas y parnasianos, Elisio Jiménez Sierra dedicó tiempo a recrear motivos de su aldea natal, un villorio del estado Lara llamado Atarigua. En ella transcurrió su infancia, en ella jugó y experimentó sus primeros asombros en un ambiente campesino, entre calles terrosas, una plaza, una iglesia, pulperías, hombres del campo y animales para la subsistencia que además formaban parte sustantiva del paisaje agreste. Agricultores, caminantes, viajeros, pulperos, arrieros y en los días de fiesta músicos, saltimbanquis y cómicos, prestidigitadores, brujos y otras especies de las que llegaban en los circos ambulantes, le cautivaron y asombraron.

 

Aquella vida campesina impresionó la sensibilidad de Elisio. El cielo, los árboles, los ríos y quebradas, el campanario de una iglesia, los pájaros y las situaciones pastoriles, los encuentros fortuitos con animales de toda especie fueron conformando un mundo de una identidad impresionante, que dejó en él una marca indeleble.

 

De esa aldea de Atarigua partió Elisio a estudiar en Carora y luego en Barquisimeto y Caracas, donde se llenó de lecturas en bibliotecas públicas, y de una curiosidad insaciable por los idiomas y la literatura clásica, desde los griegos y latinos de la antigüedad hasta los neoclásicos, románticos y modernistas, para ir accediendo poco a poco a la literatura hispanoamericana. Acaso sin proponérselo, realizó una lectura sistemática y diacrónica de los autores en sus lenguas originales, para lo cual se valió de diccionarios; en ellos fue aprendiendo progresivamente los idiomas. Con el tiempo y el estudio interiorizaría las imágenes de su terruño para elaborarlas y verterlas en poemas de rima consonante, asonante o versificación libre.

 

Regresaba con frecuencia a su pueblo a encontrarse con amigos y familiares. También nos llevaba a nosotros, que de niños pudimos apreciar los parajes de su infancia en paseos por calles del poblado, quebradas y playas del río Tocuyo, y excursiones hacia parajes lejanos (donde practicamos una suerte de arqueología ingenua, desenterrando vasijas, idolillos y cuentas de abalorios), en todo aquello pudimos apreciar particularidades de la vida cotidiana y doméstica, la cocina de leña, los solares, los cuartos humildes, los olores de los casas de adobe, las arepas de leña, el chivo asado. Y también por supuesto los cielos estrellados (que eran acaso el mejor regalo de la noche), las competencias de pelota criolla y de natación en el río, las bandolinas entonando valses en los corredores o puertas de las casas. Todo ello contribuyó a que entendiéramos mejor su origen humilde, su compenetración con las gentes del pueblo, su alma sentimental y su comprensión de las cosas sencillas, donde pueden residir algunos de los grandes secretos del mundo y de la vida.

 

3 Portada de La aldea sumergida

Portada de La aldea sumergida

 

El pueblo de Atarigua, como otras pequeñas aldeas del Municipio Torres, tuvo que ser sacrificada en aras de la construcción de una represa que iba a traer prosperidad  al resto del estado Lara. Así fue. Todas aquellas aldeas quedaron bajo las aguas, y con ellas los espacios de infancia de sus gentes. El gobierno regional las ubicó en tierra nueva, La nueva Atarigua, y construyó viviendas para compensarlas, y la gente no tuvo otra opción que acostumbrarse a estos nuevos espacios, los cuales poco a poco fueron adquiriendo las identidades que les imprimieron sus habitantes. El propio Elisio tuvo que aceptar esta realidad, pero dando cuenta de todo aquello que había ocurrido en su sensibilidad de poeta, y así nació La aldea sumergida.

 

Este libro posee diez partes; la primera de ellas, titulada “El alma de los bosques”, está dedicada a los pájaros (el loro, el chirigüare, la paraulata, el cardenal, el cheíto) y a otros animales como la cabra, sin dejar de incluir árboles como el cují y el dividive. Lo mismo ocurre en las partes cuarta y quinta intituladas “Dioramas del río Tocuyo” y “En la gran soledad de las quebradas”; en éstas, los textos se inspiran en la guacharaca, el pájaro locero, la pavita, la garza, el titirijí, los gavilanes o el alcaraván; sin dejar de referirse al río, los barcos, los árboles, insectos tan sugerentes como la cigarra y por supuesto también en juegos infantiles. En fin, Elisio nos sitúa en su Paraíso Recobrado, en sus juegos de niño y en sus diálogos con el paisaje y sus personajes (el crepúsculo, la cigarra, el pastor o el demonio) sus responsos tristes, sus solos frente a la iglesia, el cementerio, las estrellas, los espíritus y los fuegos fatuos, y hasta en los murciélagos halla Elisio motivos para emprender sus diálogos poéticos con las presencias animadas.

 

He querido incluir aquí una breve crónica de Jiménez Sierra inspirada en los mismos motivos, La aldea en el recuerdo, para complementar esta visión con un texto en prosa.

 

La segunda parte del volumen está constituida por las traducciones que Jiménez Sierra realizó de poemas de autores europeos; a la cual hemos titulado El anillo simbólico.

 

En la tercera y última sección de este libro incluí un Dossier con la memoria del Primer Coloquio Regional de Literatura “Elisio Jiménez Sierra” efectuado en la ciudad de San Felipe en el año 2005, a objeto de honrar la obra de mi padre, con un grupo de escritores y amigos residentes en las ciudades de San Felipe, Barquisimeto y Caracas, principalmente. Constituyó una experiencia muy grata congregar a todos esos escritores y a un extraordinario público que los oyó atentamente, para celebrar con ellos la vida y obra de alguien que nos legó sus escritos en libros de ediciones modestas, de tirajes limitados y agotados ya. Todo nos ha sido recompensado mediante el entusiasmo mostrado por escritores reconocidos nacional e internacionalmente como Rafael Cadenas, Adriano González León y Laura Antillano, y de ese músico admirable que es Alirio Díaz, quien compartió con Elisio varias aventuras juveniles por aquellas aldeas (Alirio proviene de una aún más pequeña, un caserío llamado La Candelaria), cuya conferencia nos conmovió y exaltó, y por la participación de poetas amigos de tanta valía que nos ayudan a mantener viva la memoria de un hombre que intentó por todos los medios vivir desde la poesía, en la poesía, por la poesía y para la poesía.

 

 

4 Alí Lameda, Gabriel Jiménez Emán, Alirio Díaz y Elisio Jiménez Sierra (Atenas, Grecia, 1985)

 Alí Lameda, Gabriel Jiménez Emán, Alirio Díaz y Elisio Jiménez Sierra (Atenas, Grecia, 1985)

 

EL ENSAYISTA

 

Resulta conmovedor y a la vez revelador observar cómo la vida de un hombre puede estar tan hilvanada hacia una pasión por la letra, por el idioma y las lenguas, por la literatura y el pensamiento; mucho más si esa pasión se produce en condiciones culturales precarias, en el entorno agreste de una aldea del Estado Lara llamada Atarigua, donde una iglesia, una plaza, unas cuantas calles terrosas que daban unas a un río, otras a precipicios y otras a ninguna parte, pudieron engendrar prodigios de inspiración en un niño que, con humildes ropas y ojos asombrados, supo ver en la naturaleza que le rodeaba suficientes signos para convertir sus vivencias elementales en una admirable experiencia interior. Ese niño, con sólo observar el cielo, los animales, la naturaleza y las gentes (el campesino, el arriero, el pulpero, el músico, el caminante, el cazador) y los contactos entre ellas, supo urdir su curiosidad natural a sus lecturas de misales de iglesia, periódicos o revistas que atraparían pronto su atención, para descifrar desde ella buena parte del mundo visible, e incluso para ir más allá de él.

 

Luego de cumplir su educación primaria, aquel niño –hijo de una tejedora de hamacas y de un cazador– se trasladaría a Carora y después a Barquisimeto, donde pudo concluir estudios secundarios y tomar contacto con personas del mundo del periodismo y las letras, como Roberto Montesinos, Luis Oropeza Vásquez, Cecilio Zubillaga Perera, Alí Lameda o Antonio Crespo Meléndez. Poco a poco fue creciendo en él la pasión por la literatura a través de los clásicos de siempre: Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Shakespeare; y también por supuesto con las lecturas bíblicas que había comenzado en su aldea natal gracias a los misales, a la Vulgata o Biblia popular, y sobre todo, como antes mencioné, gracias al trato permanente con la gente del pueblo, con sus quehaceres y palabras, sus creencias, conversas y actos mágicos para llevar la vida adelante con esperanza, en medio de esas proezas cotidianas que sólo se producen en el contacto pleno del hombre con la tierra.

 

Una vez cumplidas las lecturas de clásicos latinos y griegos, Jiménez Sierra entra en contacto con los autores del Renacimiento europeo: Dante, Petrarca, Bocaccio, Guido Cavalcanti y los poetas del Dolce Stil Nuovo, que multiplican su curiosidad hacia la lengua italiana, curiosidad que se extenderá luego a escritores posteriores como Giovanni Pascoli, Giacomo Leopardi, Giosué Carducci y Gabriele D’Annunzio, entre otros. A la par se halla complementada tal curiosidad por los escritores franceses de la Pléiade, encabezada por Ronsard y Du Bellay, y posteriormente por los parnasianos y simbolistas, como Leconte de Lisle y José María de Heredia (de Los Trofeos de Heredia realizó versiones que fueron elogiadas por Octavio Paz), para pasar luego a autores modernos como Baudelaire, Mallarmé o Rimbaud.

 

5 Elisio Jiménez Sierra

Elisio Jiménez Sierra

 

En las escasas bibliotecas de Barquisimeto y Carora –especialmente en las de Cecilio Zubillaga y Alí Lameda–  Jiménez Sierra se las ingenió para hallar algunos de estos libros;  pero  su llegada a Caracas en 1948 fue el hecho decisivo para su formación intelectual. Allí, en la Biblioteca Nacional y en otras librerías de raros y bibliotecas de amigos (especialmente la del poeta simbolista zuliano amigo suyo, Jorge Schmidke), Elisio continuaría sus estudios autodidactas, mientras trabajaba en ministerios y burós para ganarse el sustento y mantener a su familia. Se aviva también su pasión por el Romanticismo y el Modernismo hispanoamericanos. Esta última corriente le devuelve a un mundo clásico remozado y le permite refrescar su propio lenguaje, tanto en el abordaje de la prosa interpretativa como en el de su mundo lírico.          Asimismo, el soneto de origen petrarquino –heredado en España por Garcilaso de la Vega– le permite, merced a una visión eminentemente bucólica del mundo, abordar los temas de su aldea con la sobriedad, claridad y belleza formal que signaron al soneto de esta escuela, adaptadas ahora a la temperatura del trópico venezolano, lo cual consigue en su libro Sonata de los sueños (1950), donde se advierten claramente estos influjos. En cambio su libro anterior, Archipiélago doliente (1942) parece dominado más por la corriente tenebrosa y moderna que caracterizó a la tendencia representada por Baudelaire, Rimbaud y Verlaine, y rindió culto a una suerte de regusto por lo nocturno, lo melancólico y la vida extramuros. De esa bohemia sombría, Jiménez Sierra pasa a una bohemia luminosa, marcada por el mar, los puertos y los viajes oceánicos, desasida ya de los metros clásicos, como notamos en Los puertos de la última bohemia (1975), libro solar, signado por la sensualidad tropical, la aventura existencial en bares y puertos de nostalgia ultramarina, donde el verso libre es el mejor indicador verbal de ese periplo.

 

La obra ensayística de Jiménez Sierra comienza en Caracas durante los años 50, en colaboraciones para el diario «El Universal»; ahí registra sus preferencias por la literatura europea y aborda autores hispanoamericanos y venezolanos. Luego, residiendo en el pueblo costeño de Caraballeda, en el litoral central, escribe Psicografía del padre Borges, editado luego en San Felipe en 1965. Allí se verifica ya parte del estilo ensayístico de Jiménez Sierra, dominado por el exhaustivo seguimiento de influencias, la tendencia a examinar el temperamento humano del poeta estudiado, la maestría para establecer analogías, la asombrosa cultura literaria y el amplio dominio sensible del tema. Digo «sensible» aludiendo al ámbito humano del tema elegido, como queriendo atenuar su carga intelectual, para ir más dirigido hacia la personalidad del autor en cuestión que hacia una vertiente demasiado crítica o culterana del mismo. En Psicografía del padre Borges  (1965) hallamos breves tratados sobre el modernismo y la sensualidad pagana moderna, ocultos ambos tras la voluntad religiosa o la búsqueda del Dios cristiano.

 

Rasgos similares se advierten en De la horca a la taberna (1994), ensayo sobre la vida y obra de François Villon que puede leerse como novela o como relato de aventuras, tal es la fascinación que puede ejercer en el lector la intensa vida de este pícaro y bribón benigno considerado padre de la poesía francesa, con sus Baladas. Una vez más, Jiménez Sierra se identifica de tal modo con el personaje, que lo encarna y habla por él, en un ejercicio de ficción novelada combinado con el ensayo, logrando un diálogo experimental de géneros. Ya nuestro autor había realizado un ejercicio de novela-ensayo similar, aunque no tan logrado, al revisar el mito de María Lionza en su libro La Venus venezolana (1977).

 

6 Obra de Elisio Jiménez Sierra

Obra de Elisio Jiménez Sierra

 

En Viajes con Lovecraft a la ciudad del sol poniente (1997), toma como acicate un cuento del escritor norteamericano H.P. Lovecraft para acercarse a periplos visionarios e imaginarios que escritores   como Dante, Homero, Virgilio, Giovanni Papini o Pierre Loti han realizado por mares y cielos de todo el mundo, puestos en paralelo con los viajes de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo. De nuevo, Jiménez Sierra utiliza aquí el dispositivo del trazado de correspondencias para indagar en mundos de ciudades desaparecidas, cementerios y criptas secretas, y hallar en éstos claves mentales y culturales de la humanidad. En cambio, en Exploración de la selva oscura (2000), opera de otro modo: se trata de una revisión esencialmente literaria de textos, donde lleva a cabo una pesquisa sobre los principales rasgos estructurales de la Divina Comedia; mientras que en Petrarca se aproxima a un poeta romanista, necrofílico y alterado hasta el suicidio por el amor hacia su musa Laura; al tiempo que lo ubica con claridad en los contextos estéticos y sociales de su época.

 

En Estudios grecolatinos (2004) hallamos un repertorio muy diverso de temas, enlazados en su mayoría a lo poético, tanto en escritores de la literatura antigua de Grecia y Roma como Ovidio, Séneca, Homero, Tibulo, Propercio o Cneo Nevio, y en la resonancia que éstos ejercieron hacia el mundo europeo, especialmente Francia, Alemania y España, en autores como Goethe, La Fontaine o Quevedo. En la segunda parte nos encontramos con autores ubicados indistintamente dentro del Romanticismo, el Parnasismo o la Modernidad: Charles Baudelaire, Francisco Villaespesa, John Milton, Leconte de Lisle, Victor Hugo, Leon Tolstoi, Pierre Loti, Gérard de Nerval o Alfred de Vigny, son  poetas sobre quienes Jiménez Sierra traza esbozos verdaderamente personales.

 

En la tercera parte del volumen arribamos a dos autores que fascinaron siempre a Jiménez Sierra: Giovanni Pascoli y Gabriele D’Annunzio. Sobre éste último Jiménez Sierra estuvo investigando durante toda su vida, y nos legó un libro –aún inédito– Icaro y El Centaruro, acaso el estudio más completo que se haya realizado en América Latina sobre el escritor italiano. En esta ocasión, le dedica varios ensayos breves, junto a otros sobre Pascoli. La vida combativa, aventurera y sensual de D’Annunzio fue siempre motivante para Jiménez Sierra, a la par de su obra, de quien tradujo también unos relatos de juventud, extraídos de Los cuentos del río Pescara.

 

7 Elisio y Narcy

Elisio y Narcy

 

En la última parte del volumen se aproxima Jiménez Sierra a varios poetas venezolanos como Andrés Bello, Pérez Bonalde, Rufino Blanco Fombona, y a otro menos conocido: el caroreño Marco Aurelio Rojas, a quien trató y tuvo como maestro. Rojas fue humorista, bohemio, poeta de alto vuelo y de raigambre popular, que entusiasmó a Jiménez Sierra en su juventud, con su chispa y su talento natural. Justamente, Jiménez Sierra realiza en otro trabajo titulado «Dos rostros de la bohemia», un acercamiento a esta actitud, en las voces y personalidades de Ramón Hurtado y José Manuel Colmenarez; más adelante, pergeña un ensayo sobre las aves en nuestra poesía y otro donde reinvindica al murciélago como motivo poético, de una originalidad indudable. Ya Jiménez Sierra había mostrado su fascinación por las aves en su breve libro Cantos a vuelos de pájaros (1998). Como notas especiales se incluyen aquí dos trabajos un tanto fuera del tema central del libro: «Álbum de poesía china», donde revisa figuras importantes de la poesía oriental, y otro sobre un pintor que ambos admiramos siempre: Max Ernst, artista surrealista en cuyas obras traza analogías con la sensibilidad del ya referido narrador tenebroso norteamericano H.P. Lovecraft, –ilustraciones suyas han servido para ilustrar sendas portadas de libros nuestros–; un homenaje que no podía dejar de hacer a quien puede ser considerado un verdadero poeta de la pintura onírica.

 

Los ensayos de Estudios grecolatinos llevan el sello de tu personalidad y tu alta sensibilidad. Elevo al cielo mi plegaria por permitirme publicarlos. Te digo: Dios te cuide allá arriba, padre mío, bendícenos desde las almas de estos poetas que tanto amaste y admiraste (para Goethe, amar era admirar con el corazón) y que ahora están contigo, alumbrando siempre el arduo pero maravilloso camino de esta existencia terrena.

 

 

8 Alirio Díaz, Gabriel Jiménez Emán y Elisio Jiménez Sierra (Esparta, Grecia,1985)

Alirio Díaz, Gabriel Jiménez Emán y Elisio Jiménez Sierra (Esparta, Grecia,1985)

EL TRADUCTOR

 

 

La pasión de los escritores por los idiomas es, creo, algo innato, una disposición del ánimo intelectual que corre pareja a la conciencia literaria y, en el mejor de los casos, la complementa. La vocación de escribir cuentos, poemas o ensayos es independiente de ésta; sin embargo, es posible conjeturar que el conocimiento de otras lenguas ayude a conocer mejor la nuestra, ya sea por el contraste creado al comparar una de raíz sajona como el inglés con otra de origen romance como el castellano, y también obviamente debido a las similitudes derivadas de la raíz latina o griega que en el español, italiano o portugués podemos constatar cuando acudimos al diccionario para tener una noción más justa de los vocablos; a la vez ampliamos el léxico de ambas lenguas  y obtenemos una visión más amplia de su sintaxis o de las cualidades musicales o plásticas de cada una.

 

Detectar y degustar esas cualidades es lo que poco a poco va siendo parte constitutiva de la alegría de leer, del placer de adentrarse en los mundos creados por la escritura. El estilo de cada escritor es como una catadura diferente, como el saboreo de un vino o una sazón distintos.

 

Estoy convencido de que Elisio Jiménez Sierra creció con este gusto por las lenguas, con esta devoción por los idiomas que vio su reflejo primero en esos pequeños catecismos o misales de iglesia, donde aquellos libros nacarados y olorosos a incienso y misterio eran hojeados en los reclinatorios. Elisio, siendo monaguillo de la pequeña iglesia de su pueblo, se acercó a esos devocionarios como quien se aproxima a un secreto sagrado, entre los olores de mirra y sándalo de los altares humildes, mientras afuera en las calles se cocían los otros olores salvajes de arepas de leña, chivos asados, ubres de vaca y de flores y frutos de campo, en medio del calor de canícula reverberaban las ideas para trasladar de esos misales palabras el latín de la Vulgata,        –edición popular adaptada de la Biblia que se leía en las misas–, poblada de oraciones católicas traducidas para la comprensión inmediata del pueblo, sabiendo las autoridades eclesiásticas que el pueblo no se acerca a Dios sólo por la revelación de las palabras, sino por el acto de la liturgia, por el rito de la misa efectuado al amparo de las imágenes de los santos, las cuales de súbito adquieren mayor misterio en medio de esos atardeceres salvajes de pueblos donde los aleros de las iglesias sirven de hogar para los murciélagos, y las campanas anuncian nuevas tristezas en el cielo, en tanto los crepúsculos sirven de fondo perfecto para las cruces de los camposantos o los campanarios, para que el alma se pierda en una sola fantasía de nostalgias añejas que parecen surgir del interior mismo de la tierra reseca, bañada de ríos turbios e incandescentes, llena de lajas mágicas, de cuentos y de historias indígenas confundidas con leyendas en las cuerdas de los cuatros, en los cantos campesinos o en las pequeñas hazañas de cacería que hombres recios realizaban en escondrijos y caños, allí donde fue surgiendo lentamente la esperanza; la misma que pronto despertaba de su mediodía para integrarse a la ilusión de nuevas ciudades que, como Carora o Barquisimeto, querían ser centros del periplo del hombre civilizado.

 

 

9 Estudios grecolatinos, portada

Estudios grecolatinos, portada

Eso fue lo que hizo entonces Elisio, hijo de pulpero vendedor de cereales, quesos, kerosén y refrescos y de madre tejedora de hamacas, sobrino de cazadores y leñadores, amigo de ebanistas de maracas y de constructores de cuatros tocadores de tamunangue; en fin, heredero de toda esa mezcla de indios gayones trabajadores y soñadores, de gente hecha de paisaje que iba al río a buscar su fresca recompensa, a jugar pelota sabanera o a descansar bajo la sombra de un cují mordiendo alguna conserva de fruta o bebiendo una cerveza; por allí iban a comer chivo asado, a fumar sus cigarros o entonar sus canciones y a soñar con países que estaban tan, tan lejos que lo mejor era no pensar demasiado en ellos.

 

Seguramente Elisio primero convivió con los sonidos del latín litúrgico que oía en la iglesia, y los comparaba a la grafía del misal; después, en Carora, consultaría diccionarios y comenzaría a leer los primeros clásicos latinos; ahí también se iniciaba su afición por el griego y la literatura grecolatina, despojado ya un poco de la literatura sacra, para entrar a leer a los escritores del paganismo y la cultura antigua.

 

En Carora y El Tocuyo conoció y forjó amistad con Alí Lameda, un apasionado de la literatura y la lengua francesas, allí también conoció a los hermanos Alcides y Hedilio Losada y a Roberto Montesinos, acendrando aún más su conocimiento de los clásicos. En las bibliotecas de estos escritores y en la de don Cecilio Zubillaga encontraron Elisio, Alí Lameda y Alirio Díaz varias ediciones de libros clásicos provenientes de España, Argentina o México. Ahí  comenzó pues la aventura de leerlos; no como una necesidad imperiosa de acercarse a autores «importantes» sino porque sencillamente eran los escritores más conocidos –la literatura venezolana apenas estaba naciendo– junto a los autores del Renacimiento y del llamado Siglo de Oro español: Cervantes, Quevedo, Góngora y Garcilaso; los isabelinos como Shakespeare y después los simbolistas, románticos y neoclásicos. Más tarde el Modernismo se constituiría en la gran Escuela americana, como todos sabemos. La obra de Rubén Darío, Leopoldo Lugones y otros escritores de este movimiento fue centro de admiración devota por parte de mi padre.

 

Leer a contemporáneos resultó ser, paradójicamente, un proceso tardío, pues las rupturas realizadas en el siglo XX se fueron produciendo lentamente: Dostoievsky, Proust, Kafka y Joyce eran escritores de elites y costó trabajo para que fueran digeridos; fueron por ello menos conocidos que los escritores costumbristas o populares de España, Italia o Francia, como Pierre Loti, Mariano José de Larra o Mesonero Romanos. En fin, el mosaico de la literatura hacia la primera mitad del siglo XX no atravesaba aún los desordenados –y a veces rebuscados– conflictos formales de la modernidad, que son justamente los que agudiza la poesía en autores como Ezra Pound, T.S. Eliot o Fernando Pessoa, quienes a su vez habían heredado los conflictos del romanticismo y el simbolismo, especialmente del francés, visibles en la poesía de Jules Laforgue y Charles Baudelaire.

 

10 Salvador Garmendia y Elisio Jiménez Sierra en San Felipe, en la casa de éste último

Salvador Garmendia y Elisio Jiménez Sierra en San Felipe, en la casa de éste último

 

Elisio Jiménez Sierra se movió muy bien entre los autores románticos de lengua francesa, especialmente en Víctor Hugo. Hugo le hizo comprender la sensibilidad romántica «total», digámoslo así, mientras que Gabriel D’Annunzio (1864-1938) en Italia le mostraba un estado diferente del Romanticismo: el decadentismo trasladado a una forma de vitalismo, justo en la época del nacionalsocialismo propiciado en la Primera Guerra Mundial, cuando Mussolini, cegado por Hitler, llamó a Italia a unirse a un ideal de raza superior, D’Annunzio creyó ver en aquello una posibilidad de afianzar a su país en un nuevo orden de libertad y belleza, cuando sólo era uno de los crueles espejismos de la historia, donde se unía el regusto romántico del nacionalismo a la aventura vital del militar, del soldado que se juega el todo por el todo en la guerra, en la literatura, en la vida. Ezra Pound también fue víctima de este espejismo, sólo que en el plano del esteticismo, y pagó caro por ello.

 

De las otras piezas contenidas en El anillo simbólico debo reseñar brevemente los autores menos conocidos en Venezuela. En primer lugar, a Federico Mistral (Maillane, 1830-1914), uno de los poetas más notables en lengua provenzal.  Estableció una ortografía y una gramática provenzales a fines del siglo XIX. Escribió romances en verso  como Mireio, (1859) –al cual pertenece el poema «La llegada de los Segadores»  -varias novelas inspiradas en la historia medieval (Nerto, 1884) y un diccionario erudito de palabras provenzales y proverbios: Tesoro de Felibrige (1897), un conjunto de Memorias y una importante correspondencia. Ganó el Premio Nobel en 1905 y lo usó para expandir el patrimonio del Museo Aviaten, un museo de costumbres y vida provenzal que estableció en Arles y que aún se mantiene como testimonio de su genio.

 

Sully Prudhomme (Paris, 1839- Chatenay 1907) publicó su primer libro Stánces et poémes en 1865, y fue elogiado por Sainte Beuve. Durante la Guerra francoprusiana su indiferencia y repulsión por la fuerza bruta lo levó a inhibirse de todo patriotismo. Los problemas derivados de la guerra le ocasionaron una parálisis. Sus poemas, de perfección irreprochable, son calados de melancolía de la escuela parnasiana, aunque él mismo se negara a participar de esta tendencia. Melancólico, en claro antagonismo entre la razón y la emoción, buscó las sutilezas del deseo y la delicadeza cordial. Se movió entre el lenguaje simbólico y la precisión del filósofo. Entre sus obras se cuentan La naturaleza de las cosas (1869), Los destinos (1872), Las soledades (1869) y Mi testamento poético (1901).

 

Todos sabemos, por demás, que Pierre Ronsard es la figura central de la famosa Pleiáde de Francia, y uno de los forjadores de la poesía de su país. Su Soneto Helena es probablemente el más perfecto formalmente  de la lengua francesa.

 

11 Con venezolanos en Grecia

Con venezolanos en Grecia

 

De los proyectos de traducción de Elisio, el más ambicioso fue tal vez la adaptación en verso del cuento de Gustave Flaubert La leyenda de San Julián El Hospitalario. Imprimir cadencia rítmica a este relato y una estructura dialogada constituyó un enorme reto formal. Flaubert, como Paul Verlaine o como Pierre Louys son cifras mayores y conocidas de la literatura francesa y del mundo.

 

Léo Larguier (Francia, 1878) es un lírico cultivador del verso clásico que continúa la tradición romántica, heredero aventajado de Victor Hugo. Perteneció a la Academia Goncourt. Sus temas son el amor a la naturaleza, a la antigüedad clásica y a la gloria. Entre sus obras se cuentan La casa del poeta (1903), Orquestas (1904) y  Las sombras (1935).

 

François Coppée (Paris 1842- Paris 1908) fue conocido como el «poeta de los humildes». De imitar a Leconte de Lisle en El relicario (1865) desarrolló su propio estilo en Los humildes (1872) y El cuaderno rojo (1874) en los que cantó las penas de la gente ordinaria de París. También se destacó en el drama, con piezas como El pasante (que interpretó Sarah Bernhard). Escribió novelas religiosas y fue electo para la Academia Francesa en 1884.

 

Finalmente, habría que citar los memorables sonetos de Los Trofeos (1893) de José María Heredia, que mi padre vertió del francés en la edición publicada por la Universidad de los Andes, la cual fue poco comentada en Venezuela. Anota Elisio en el prólogo a la citada edición: «La escuela parnasiana francesa tuvo apenas dos figuras dignas de representar por sí solas su ideal estético: Leconte de Lisle y Heredia. Maestro y discípulo. La poesía de Heredia, en general la parnasiana, no es poesía augural, como lo fue la italiana de la misma tendencia. Y no siendo anunciadora de presagio alguno, limítase a describir el mundo antiguo tal como lo vieron sus contemporáneos. En ese sentido Los Trofeos son un espejo mágico, donde la evocación multiplica la imagen.» Él mismo Jiménez Sierra envió el libro a Octavio Paz en 1980. Apenas en el 2001 nos enteramos, a través de la correspondencia que Paz le dirigiera a Pere Gimferrer contenida en el libro Memorias y palabras. Cartas a Pere Gimferrer 1966-1997. (Seix Barral, España, 1999) que Paz consideró esta traducción en los siguientes términos: «Hace años recibí una traducción de cincuenta y pico de sonetos de Los Trofeos, hecha por Eliseo Jiménez Sierra. No lo conozco pero después de leer su traducción lo estimo. Es una traducción excelente, rimada en rotundos alejandrinos que revelan a un aventajado discípulo de Darío. Un modernista en la segunda mitad del siglo, ¿no es extraño? Nada sé de Jiménez Sierra excepto que el prólogo a su traducción está fechada en 1957. Él me la envió en 1980…»

 

Estas palabras de Octavio Paz fueron un estímulo suficiente para reunir sus traducciones y darlas a conocer en el ámbito de la lengua castellana.         

 

12 Ruta por el Peloponeso

Ruta por el Peloponeso

 

 

POEMAS INÉDITOS DE ELISIO JIMÉNEZ SIERRA

Del libro Un largo azul en el Peloponeso

 

 

-4-

 

                                   Así anduve por Grecia, sin agenda

                                   sin bastón sin reloj sin nada mío.

                                   Entre el otoño anduve y el estío,

                                   buscando al joven Eros sin la venda.

 

                                   Cuando advine a la Esparta de leyenda,

                                   ví de pronto brillar su egregio río

                                   bajo un puente precario de la senda,

                                   cuna de los Dioscuros. Y el erío

 

                                   De Esparta y de su escuálido paisaje

                                   retrajeron mi mente al suelo mío;

                                   pero Leda no estaba en el paraje.

 

                                   No estaba el cisne, pero sí la recia

                                   figura del pastor junto al cabrío,

                                   y el Eurotas-Tocuyo, oh Lara, oh Grecia.

 

 

-5-

 

                                   Me duele haberte visto en la maqueta

                                   que de ti fabricaron en los feos

                                   materiales en boga los museos,

                                   oh Grecia de mis cantos de poeta.

 

                                   Yo que singlé hasta ti con mis deseos

                                   de ver al fin tu múltiple silueta

                                   de madre universal, vi tu careta,

                                   y sentirte quizás como no eres.

 

                                   Pero tal vez así, tan pasajero

                                   que ni siquiera me perdí en Citeres,

                                   sea, mejor, porque mejor te quiero.

 

 

13 Patmos

Patmos

 

-6-

 

                                   Patmos. Una visión que rompe el hilo

                                   de la vida monótona y escueta:

                                   Juan visionario con perfil de asceta,

                                   al que los roquedales dan asilo.

 

                                   La frente inmensa como la de Esquilo

                                   todos los soles del exilio reta;

                                   y el mar cual un espejo de berilo

                                   borda la imagen con espuma quieta.

 

                                   Y como la del griego, aquella frente

                                   donde la gran Revelación destella

                                   y el futuro al pretérito conjuga,

 

                                   Confundirla pudiera de repente

                                   el águila marina, y contra ella

                                   lanzar desde lo alto una tortuga.

 

 

 

14 Puerta de los leones, Micenas

Puerta de los leones, Micenas

 

INVITACION AL VIAJE

 

                                                                       (A una amiga arqueóloga)

 

                                   Yo con la pluma y tú con la piqueta

                                   haremos la sagrada travesía.

                                   Tú excavarás, yo escribiré, y un día

                                   hallaremos la luz del Musageta.

 

                                   Así por siempre quedará sujeta

                                   al canon de esa luz mi poesía,

                                   y los dos filos de tu gris piqueta

                                   se volverán cinceles de armonía.

 

                                   Vamos, amiga. Nos aguarda el cinto

                                   fragante de las Cícladas. Cerinto,

                                   Salamina, Sición, Calcis, Micenas.

 

                                   Y cuando nos cansemos de Afrodita,

                                   iremos a rezar a una iglesita

                                   escondida entre pinos, en Atenas.

 

 

 

15 Canal de Corinto 2

Canal de Corinto

 

HACIA CORINTO

 

                                   Voy a Corinto. Y que la luz me sea

                                   propicia desde el alba hasta el ocaso,

                                   ya duerma dentro, ya pernocte al raso,

                                   ya sueñe con Creonte o con Medea.

 

                                   Voy a Corinto por seguir el paso

                                   de los recuerdos, en la luz febea.

                                   Voy a buscar la fuente de Pegaso,

                                   voy a cavar la sinagoga hebrea.

 

                                   Acaso nada encuentre ya, ni el puerto

                                   donde un día Jasón fue hallado muerto

                                   debajo de su prora aventurera;

 

                                   Ni los héroes de Píndaro, ni el canto

                                   de las Sirenas en el Istmo santo.

                                   Ni la mención de Sóstenes siquiera.

16 Corinto

Corinto

 

 

CASA EN CORINTO

 

                                   Vivir en una casa, allá en Corinto,

                                   así, de patio con losanjes viejos,

                                   donde mútilos yacen, o sin plinto,

                                   los dioses que llegaron de muy lejos.

 

                                   Llevar recado de escribir al cinto,

                                   para cifrar los últimos bosquejos

                                   de los cacharros y de los trebejos,

                                   disepultos de añoso laberinto.

 

                                   Soñar que todo vuelve y resucita:

                                   los cánticos del templo de Afrodita,

                                   la estela de Jasón, que  el viento abroga.

 

                                   Y que la voz de Saulo, voz serena,

                                   junto a la toga de Agalión resuena

                                   en el tumulto de la sinagoga.

 

 

17 Imagen de la antigua Corinto

Imagen de la antigua Corinto

BUSCADOR DE ILUSIONES

 

                                   Sigo buscando allá en Corinto, nada.

                                   Busco la soledad, busco el olivo,

                                   la rama con el búho pensativo,

                                   la luna sobre el mármol derramada.

 

                                   César aquí, sobre el altar votivo,

                                   restituyó a la diosa destronada.

                                   Aquí San Pablo predicó al Dios vivo,

                                   y bajó a meditar en esta rada.

 

                                   Todo me dice: «Vuélvete, es muy tarde,

                                   en el lar de los dioses ya no arde

                                   la mirra ni resuenan las plegarias.

 

                                   «Mira el Acrocorinto, mira el duelo

                                   de las ciegas estatuas, y en el cielo

                                   cómo Venus se extingue, solitaria».

 

 

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19 Gabriel Jiménez Emán

Gabriel Jiménez Emán

 

Un comentario
  • Anonimo
    septiembre 1, 2017

    Interesante ensayo… Los sonetos de Elisio son perfectos en fondo y forma, sencillo pero único. Saludos

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