“El MUNDO DEL POETA”.  TEXTO DE FRANCISCO BRINES LEÍDO EN SALAMANCA

 

 

Francisco Brines, A. P. Alencart y Ramón Palomares en el Ayuntamiento de Salamanca (2004, foto de Jacqueline Alencar)

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar esta reflexión de Francisco Francisco Brines (Oliva, 1932), reciente Premio Cervantes de las Letras y uno de los poetas más respetados de España. Perteneciente a la Generación del 50, junto con José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Angel Valente, ángel González, y Claudio Rodríguez, entre otras grandes figuras, Brines ha recibido los más destacados reconocimientos de su país: el legendario Adonais (1959) de Poesía por Las brasas, su primer libro, el Premio de la Crítica (1966), el de las Letras Valencianas (1967), el Nacional de Poesía (1987), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1999) y el Premio Reina Sogía de Poesía Iberoamericana (2010). Francisco Brines ha reunido su obra en diversas antologías, entre ellas, destaca Ensayo de una despedida. Poesía completa, 1960-1997, editada por Tusquets (1997). En 2001 fue elegido miembro de la Real Academia Española y, tras su discurso de ingreso, ocupa la silla que dejó vacante a su muerte Antonio Buero Vallejo.

 

Este texto fue publicado en Salamanca el año 2004, como prólogo de su antología “Amada vida mía”, editada por Edifsa para la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes. La selección antológica fue realizada por el poeta Alfredo Pérez Alencart, puesto que el VII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca el 26 y 27 de noviembre de 2004, estuvo dedicado a él y al poeta venezolano Ramón Palomares.

 

Portada de la antología Amada Vida Mía, con retrato de Brines realizado por Miguel Elías

 

 

EL MUNDO DEL POETA

 

 

El mundo del poeta se va descubriendo a medida que la obra se realiza. Si hay temas que golpean una y otra vez, no aparecen por voluntad sino por fatalidad. Cuando tuve que reunir mis libros en un volumen, el conjunto lo titulé Ensayo de una despedida, buscando en él su significación esencial. Se trata, por un lado, de la despedida de la vida, concepto que se nos hace pre­sente cuando, ya muy pronto, tomamos conciencia de nuestro destino mor­tal. Por otro, esta despedida es también la conciencia de las sucesivas pérdi­das en que consiste el vivir. Asistimos a un empobrecimiento sin pausa desde la adolescencia a la vejez- Empezamos por perder la inmortalidad y, después, la inocencia. Es decir, dejamos de ser dioses y nos convertimos en culpables. Después de esas dos pérdidas, que califican al hombre en una inferior natu­raleza, las pequeñas e innumerables que se suceden.

 

En mi poesía es más vasta y rica la temática temporal que la estricta­mente amorosa. El tiempo es mi cuerpo y mi enigma, y también el fracaso definitivo; el amor es mi inserción en el tiempo con la intensidad máxima, el deseo de mi mejor realización posible, y es también un fracaso que, aunque no tan absoluto como el de la mortalidad, puede ser más doloroso. La rela­ción del tiempo y del amor en mi personal experiencia es una verdad distin­ta a esa misma relación expresada en el poema. No se corresponden exacta­mente; en el resultado poético la relación, por una parte, se profundiza, y por otra se empobrece. Yo diría que, en mi obra, la vida, entendida de un modo nada estricto, es el origen del poema, pero que, a su vez, esa vida, tal como se presenta al lector, es el resultado del poema. Son dos realidades dis­tintas, las dos verdaderas, que se complementan y que tan sólo en mí, no en el lector, alcanzan su unidad.

 

Mi  poesía es un resultado de mi persona, y mi vida es todo lo que me sucede. Estos sucesos, en densa continuidad, originan mis experiencias vita­les, conscientes unas veces, inconscientes otras. La poesía parte de esta rea­lidad existente para hallar una nueva realidad, la cual no le es conocida, pero que existe en potencia, y que por eso llegar a ser. El resultado final es una nueva y singular experiencia, que podemos  denominar experiencia poética.

Francisco Brines durante el homenaje al poeta cubano Gastón Baquero (Salamanca, 1992. Foto de Jacqueline Alencart)

 

 

Bastantes veces la realidad desde la que me llama el poema carece de cuerpo, y es sólo el sentimiento de una emoción informulada, que se me pre­senta como un poderoso y necesario impulso de escribir. Urge entonces pene­trar en ese territorio silencioso y oscuro, y para ello suelo servirme de unos soportes imaginativos (imágenes o experiencias) que se presentan azarosa­mente en palabras. Paulatinamente, y entonces con la ayuda también de la presencia lúcida de la conciencia, llega, con el desarrollo del poema, la mani­festación de una realidad desconocida.

 

Las más numerosas ocasiones son aquellas en que el poema parte de unas concretas experiencias vitales, cuyo sentido profundo sólo podrá descu­brírseme en la escritura, y con ella la posesión de un nuevo conocimiento. Cabe preguntarse ahora si en una determinada experiencia, que pasado el tiempo será la que origine el poema, las escondidas significaciones o las iné­ditas relaciones de tipo espiritual que se nos revelarán en el texto estaban ya allí, aunque de manera escondida, en aquel su transcurso vital. Mi respues­ta es que, en la mayoría de los casos, no lo estaban; al escribir solemos aña­dir al texto nuevas realidades que, aunque sólo fuesen imaginativas, alcan­zan la misma necesidad y verdad que el núcleo originador, y que gravitan con no menor fuerza.

 

Mas no olvidemos que el poema está siempre escrito desde el hombre. Y así las imaginaciones, o aun los mismos hallazgos del azar, todo en el poema está haciendo referencia única al que lo ha escrito, nada hay que no dependa de él. De ahí que en toda gran obra exista un mundo coherente que, con la identidad del estilo, se entrega absolutamente personalizado. La auto­nomía de la experiencia poemática respecto de la experiencia vital que mayoritariamente lo origina admite grados, pero siempre tienen ambas en común su absoluta dependencia respecto de una misma persona.

 

Poema inédito de Brines, publicado en Salamanca

 

Alguna vez, y es caso extremo, la concreta experiencia vital que me impulsa a la realización no aparece para nada en el poema; éste la rechaza y, si allí está, lleva una máscara que la invisibiliza, o es puro vacío: el único lector que sabe de su fantasmal presencia es el propio autor, y es posible que, pasado el tiempo, se le tome imposible también a él su reconocimiento.

 

De los emocionantes escombros de la vida surge la motivación del poema, pero sin que casi nunca sea mi voluntad la que elige. Desde allí algo ha brillado exigiendo la salvación por la palabra o el conocimiento de su lado oscuro. No accedo a esa llamada desde ningún sistema de valores que justi­fique ante mí aquella salvación, y aún sucede que cosas importantes de mi vida, no olvidadas nunca, y que incluso han influido fuertemente en la formación de mi persona, no piden existir en la poesía.

 

Por esta razón, hay poemas que me son particularmente deseados y, poreso, gratificadores. No se trata en ellos de sucesos o experiencias cuyo escondido sentido habré de conocer sólo en los versos, sino de experiencias, posi­blemente repetidas a través de la vida, cuya profunda significación me ha sido dada a conocer en un proceso vital, y aunque no escrito, semejante al poético: como estremecida revelación. Es un descubrimiento que continua­damente revivo, que no se gasta, y siempre se me presenta con el deslum­brante halo de su primera formulación. Es esto lo que posibilitará su exis­tencia en el poema. Siento que testimonia una parte fundamental de mi per­sona, y en su enunciación me parece haber aprehendido una manera mía de concebir el mundo, tan exacta y verazmente me siento allí expresado. El éxito del poema consistirá en realizarlo de tal modo que el lector, al recibir tal significado, lo perciba como dado sólo en el poema, y le represente una emoción aproximadamente semejante. No es fácil trasladar esta cristalizada significación al poema, de manera que en él no aparezca como una formu­lación sabida de antemano, sino que lo haga con la misma sorpresa o espon­taneidad que ocasionó su descubrimiento. El poema consistirá en revivir esa emoción, que no ha dejado nunca de actuar como tal en mi vida. Si la poe­sía es siempre un dificultoso rescate de la existencia, éste puede parecer al que escribe, por su índole y quizá engañosamente, el menos precario de todos. Son poemas muy escasos.

 

Manuel Rodríguez Ramos con Brines y en Oliva, durante el rodaje del documental que se proyectó en el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos

 

Me interesa también la poesía que, en su cuerpo de palabras, hace entrega de inteligentes percepciones de la vida. Con más modestia, sin aquella vasta comprensión de su alcance que veíamos en el caso preceden­te , el origen y el proceso de escritura son semejantes. La índole e intensidad de las emociones, vital y poética, también deberán ser lo más parecidas posi­ble. Estas percepciones pueden no representar el núcleo principal del poema, sino tan sólo uno de sus componentes, a veces de tan breve como exacta aparición.

 

Son muchas y muy variadas las motivaciones de la escritura. En oca­siones son ligeros apuntes poéticos no desarrollados, que pasado el tiempo, a veces los años, impulsan el poema. Mas éste ya no pertenecerá a aquel momento primero, sino al posterior, a ese exactamente en que se escribe, con los cambios que la evolución sufrida por el poeta, tanto estilística como humana, impondrán. O puede llegar de una imagen cinematográfica. O acaso de la lectura de otro poema, con la sorpresa de que casi nunca ambos textos tengan que ver entre sí. Considero extraño que esta motivación de la lectura no sea en mimas frecuente, porque si deseé el sino del poeta fue por­que lo descubrí en otros, y fue la lectura de aquellos poemas ajenos la que impulsó la primera aparición de los míos.

 

Una de las motivaciones más frecuentes en mí es la necesidad de ese intento desvalido de fijar el tiempo que se nos escapa, de salvar esos momen­tos de dicha o de dolor que tan precariamente nos pertenecen y que, en defi­nitiva, somos nosotros mismos. Creo que el conjunto de mi obra, aun en los momentos en que aparece el cántico, no es otra cosa que una extensa elegía.

 

Dedicatoria de Francisco Brines para Jacqueline y Alfredo Pérez Alencart

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