El agua que inunda de plenitud la otra orilla

Felicidades a todos/as en esta época de paz y parábolas de amor. Seguimos inclaudicables construyendo utopías a través de la luz de la palabra. Abrazos en esta fecha decembrina y en el advenimiento de un nuevo año, los mejores augurios.

Aníbal Fernando
Diario El Telégrafo / 19 Dic 2012

 

 

Según Mario Benedetti, “Los poetas… cultivan las palabras con delectación, pero no como lujos verbales ni reverberos gratuitos; las cultivan porque constituyen la base de su juego o de su desafío… el poeta ejerce un cuidado corporal de la palabra: solo así esta podrá dar lo mejor de sí misma”.
Tal enunciado literario emerge desde la interioridad del rapsoda, quien recepta influjos externos de su realidad circundante, como elementos que alimentan al acto íntimo de la escritura. Eso implica una relación interpretativa: texto-vivencia. La esperanza y el desaliento, la rutina y la reinvención, el gozo y la aflicción, la totalidad y el vacío, el sacrificio y la redención, la pasión y el desafecto, la dicha y la tragedia se juntan y complementan, retroalimentan y nutren las líneas conducentes de la tarea lírica.
“El agua iluminada” (La Hoguera, 2010) se denomina el libro del poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola (1972), traducido al portugués y al italiano. Es una suerte de recopilación de versos añejados con el olor del tiempo, y que han visto la luz por decisión del propio autor. Medida por demás acertada ante la calidad poética y el rigor que se percibe en la exégesis de su propuesta enriquecida de lecturas y aconteceres particulares, desencantos y satisfacciones, parábolas y alegorías, momentos sombríos y amaneceres de resplandor. Por esto: “quiere beber del agua/ que lava la ceniza/ de los ojos del mundo”.
Gabriel es el prototipo del poeta entregado al refinamiento de la grafía, al minucioso cincelado de las letras, a la celebración de la tinta derramada en el alma trashumante. Habitante de perspectiva ecuménica, cultivado de intelecto y sensibilidad. Exquisito conversador. Comunicador de los hechos blindados de verdad y rabia, y de la belleza que destila el fulgor poético.
“El agua iluminada” contrae referencias bíblicas que nos devuelven la fe en la solitaria peregrinación de cada día. La imagen de la muchacha de las flores amarillas. La reminiscencia de aquellos seres queridos que conforman el círculo familiar y que confirman el paso del tren, la ausencia de la sabia mujer bordadora de quimeras, la irremediable demolición de la vivienda antigua, la caída de la tarde, el abrazo con los hilos intangibles del llanto y la soledad. Por otra parte, acrecienta el caudal del río entre la ceguera humana y la aparición repentina de personajes del séptimo arte y de las letras universales. Y el trazo romántico: “Tu corazón está lleno de vacíos, preguntas,/ de miradas de noche a los cielos ajenos/… Tu corazón está lleno de certezas, de credos/ mediodías alegres con los pies en la tierra./ Tu corazón es un aeropuerto/ una nota a pie de página/ una estación de paso/ la casa donde vivo”.
Cabe insistir en la esencia del arroyo: “… la luz es como/ el agua, el aire es como el agua, la/ noche es como el agua, la piel es como/ el agua/ primera/ donde/ fuimos felices/ y sin saberlo nos regocijábamos por ello/ y por todas las cosas/ nuevas/ bajo el sol/ sentados meciéndonos/ con los pies colgando alegremente/ sobre el techo”.
Al final, retomo a Benedetti: “El poeta es un peregrino cordial…, un expedicionario de los sentimientos, un reclutador de prójimos”. Características que cumple a plenitud Gabriel Chávez en su caudaloso arte poético.

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