DRÁCULA, OBRA CUMBRE DEL HORROR GÓTICO. ENSAYO DE GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

 

 

1 Bram Stoker, padre literaio de Drácula

 Bram Stoker, padre literaio de Drácula

 

 

Crear en Salamanca se complace publicar este ensayo de Gabriel Jiménez Emán (Caracas, Venezuela,  1950), escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en Barcelona y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Oporto, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito.

 

 

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PRIMEROS VAMPIROS LITERARIOS

 

La fantasía lírica, la fantasía simbólica, la fantasía gótica y macabra, la fantasía de aventuras, la fantasía metafísica e incluso la fantasía modernista provienen todas, tal y como las percibimos hoy, en mayor o menor grado, del romanticismo. No hay zona de la fantasía occidental, sea ésta literaria, plástica o musical, que no haya tenido origen, inspiración o rechazo en el romanticismo, el más poderoso movimiento anímico de la historia de Occidente en los últimos trescientos años. A él debemos lo mejor y lo peor, la inteligencia lúcida de Goethe y sus obras magnas Werther y Fausto, pero también las torpes sensiblerías españolas; le debemos  la sobriedad y la maravilla de Keats y las infames novelas románticas hispanoamericanas. Le debemos el androide Frankenstein–surgido de la imaginación juvenil de Mary Shelley-  y también el Drácula de Bram Stoker, un símbolo del mal que funciona como imagen latente de seducción. Este símbolo es a la vez el mayor de todos los mitos modernos. Nace de las cenizas, como el del moderno Prometeo, y es cultivado por igual en Alemania e Inglaterra, primero en las obras de los alemanes J.L. Tieck y  E.T. Hoffman, quienes tienen a mujeres vampiras como protagonistas de sus relatos, sobre todo Hoffman, en su Tratado sobre la condición de los vampiros. Estos a su vez se habían inspirado en leyendas centroeuropeas de succionadores de sangre. El vampiro acabó por imponerse como una efectiva manera de introducir las variantes mórbidas de la naturaleza humana en un solo animal –el benigno murciélago- creando un ente artificial –el vampiro humano-  que se cree inmortal pero no es más que una encarnación del demonio, un demonio culto, inteligente y extremadamente sensible.

 

Drácula es irreprochable. La perversión vampírica que alude a la sexualidad y la expone como una forma de seducción, nos confirma la imagen de la alteridad en lo romántico contemporáneo. Sobre ello se ha escrito mucho y bien, desde análisis psicoanalistas firmados por el mismísimo Sigmund Freud, hasta acercamientos sociológicos o morales. A su vez, el vampiro cuenta con una variada filmografía de donde sobresalen el Drácula de Tod Browning protagonizado por Bela Lugosi; el Nosferatu de Murnau y mucho después los de Terence Fischer donde resalta la interpretación de Christopher Lee en el papel del Conde y de Peter Cushing como Van Helsing: luego  Werner Herzog en su Nosferatu encarnado por Klaus Kinski; posteriormente, intenta hacerlo –sin lograrlo del todo– una inspirada producción de Francis Ford Coppola. Tan fuerte ha sido la personalidad de Drácula, que ésta terminó por vampirizar a su propio creador, Bram Stoker, quien contaba con 50 años cuando lo creó. Una buena edad, pienso, para madurar a un monstruo tan recio.

 

No hay que ser demasiado perspicaz –o culto– para darse cuenta de los antecedentes literarios del vampiro de Stoker. En primer lugar está el cuento The Vampire (1819) de John Pollidori, el célebre médico y secretario particular de  Lord Byron, cuyo relato está protagonizado por el joven libertino Lord Ruthwen, quien se va convirtiendo lentamente en vampiro; luego seduce a la hermana de un amigo suyo, Aubrey, para ahogarla más tarde en su noche de bodas. Es ciertamente un relato magnífico, muy sutil, elegante, donde no asistimos a explícitas escenas sangrientas, sino a un magistral desenvolvimiento del suspense, cuyo nudo dramático alcanza un verdadero clima de horror poético, óigase bien, porque aquí el horror, o el efecto de horror es anímico, y no se debilita ante la necesidad de presentar un crimen que luego va a ser tediosamente analizado o descifrado. Se trata de un relato típico de la época romántica, propiamente dicha.

 

 

 

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En cambio, Carmilla  (1872), de Sheridan Le Fanu es de otro tenor. Éste también estudió en el Trinity College de Dublín y fue amigo de Bram Stoker. Se hizo muy diestro en historias de misterio y suspenso (La casa del cementerio, Un cristal oscuro, Vidas encantadas, El vigilante) y escribe Carmilla, historia de una mujer vampiro, cuyas predilecciones sexuales no existen en verdad; o si existen, están dirigidas hacia ejemplares de su mismo sexo. Aunque no se trata de su mejor obra literaria, sí ofrece por primera vez este tipo de personaje para la ficción, e influyó de manera clara en su amigo Stoker, quien la trascendió con creces. La principal debilidad de Carmilla es su efectismo sexual no controlado, sus escenas expresas que nos transfieren a climas eróticos recurrentes y se imponen sobre la trama y sobre la escritura de la obra.

 

Este mito del vampiro subyace en muchas culturas y proviene quizá de una representación de los instintos reprimidos del ser humano, de sus deseos ocultos, no revelados a la luz del día, sino que viven al amparo de las sombras. Cuando estos deseos se unen al elemento de la sangre, logran una combinación poderosa de vida después de la muerte, de supervivencia del alma sobre el inevitable deterioro físico, y entonces hace su aparición el cadáver viviente que seduce, muerde y convierte a los otros en réplicas sumisas y degradadas de sí mismo.

 

Lo que hizo Bram Stoker fue investigar más profundamente en este tema, y se topó un buen día con el personaje siniestro de Vlad Dracul, a quien sacó de su contexto original de cruel empalador de cadáveres, para resucitarlo y recrearlo en otro contexto refinado de castillos góticos, buenas maneras, alta cultura y elegancia en el decir y el vestir. De hecho, tomó rasgos de sus amigos Oscar Wilde y Henry Irving, y hasta de Franz Liszt para describir los atuendos del Conde. Además Stoker hizo trabajo de campo in situ, investigó a profundidad los detalles del personaje primigenio en los montes Cárpatos y los fue mezclando de manera maestra en un relato epistolar, sin duda teniendo como modelo al Frankenstein de Mary Shelley, que había logrado un tremendo éxito de crítica y público utilizando esta técnica, la cual va como anillo al dedo para que la historia obtenga una mayor verosimilitud a través del testimonio de varios testigos narradores (y no sólo del narrador omnisciente) que impregnan a la historia de una veracidad espeluznante. Por supuesto, la técnica de Stoker difiere de la de Shelley en el estilo literario, pero el recurso es el mismo, lográndolo esta vez  Stoker con creces, ochenta años después.

 

 

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Tumba de Bram Stoke

 

 

ARGUMENTO SENCILLO, DIARIOS Y CARTAS CRUZADOS

 

El argumento sintetizado es el siguiente. Jonathan Harker, un joven abogado inglés de Londres, comprometido con la joven institutriz Wilhemina Murray (Mina) se encuentra en la ciudad de Bistritz y debe viajar a través del desfiladero del Borgo hasta el castillo del conde Drácula, en los Montes Cárpatos de Transilvania para cerrar unas ventas de propiedades con él. Durante un breve período de tiempo es huésped del conde, y va descubriendo la personalidad de Drácula, ser ruin y despiadado, que acabará convirtiéndole en rehén en el propio castillo, donde viven tres jóvenes vampiresas que una noche seducen a Jonathan y están a punto de succionar su sangre. Para evitarlo, Drácula les entrega un niño que ha secuestrado para que se beban su sangre. La madre del bebé no tarda en llegar al castillo para reclamarlo, pero el conde ordena a los lobos que la devoren. Teniendo Harker prisionero en su castillo, el Conde decide viajar a Londres, pero metido en una caja con tierra de Transilvania, pues debe descansar en la tierra sagrada de su patria; debe viajar en carruaje hasta un puerto cercano al estrecho del Bósforo, y desde allí proseguir en barco atravesando el estrecho de los Dardanelos. Mientras, la joven Mina Murray decide pasar una temporada veraniega con su amiga de infancia, Lucy Westenra, en la casa que ésta posee en Whitby, en la costa de Yorkshire. Lucy es una joven de clase acomodada que vive en una mansión junto a su madre viuda, la señora Westenra. Lucy padece de sonambulismo y Drácula se aprovecha de ello para chuparle la sangre en el cementerio de Whitby, hecho del cual Mina es testigo.

 

Mientras, Jonathan Harker sigue recluido en el castillo de Drácula, pero logra huir descendiendo por sus muros, cae al río que bordea el castillo y es arrastrado por la corriente. Lo encuentran unas monjas en una abadía cercana, y posteriormente se aloja en un hospital de Budapest, donde se recupera de una fiebre cerebral sufrida a raíz de los terribles hechos vividos en la morada de Drácula. Una monja del hospital se pone en contacto por carta con Mina, detallándole la situación de su prometido, y le pide que se desplace hasta ese lugar para cuidar de Harker, donde, según resuelve Mina, contraerán matrimonio. En Whitby, Lucy Westenra sufre extraños síntomas: palidez  y debilidad; aparecen dos orificios en su cuello: está convirtiéndose en vampiresa debido a que Drácula liba su sangre, la necesita para rejuvenecer. Los síntomas de Lucy se van agravando tras su regreso a Londres. Al no mejorar la salud de Lucy, su prometido Lord Arthur Holmwood (Lord Godalming) y su amigo Quincey Morris piden consejo al doctor John Seward (los tres se habían declarado a Lucy). Este médico es el director del manicomio en el que se encuentra el paciente Renfield, un enfermo sometido a la influencia de Drácula. Este interno, entre otras cosas, practica la zoofagia, caza y come moscas, arañas y pájaros. Al observar que la salud de Lucy empeora, Seward decide pedir consejo al doctor Abraham van Helsing, médico holandés experto en enfermedades misteriosas, profesor suyo durante su carrera. Tras numerosos tratamientos y transfusiones, Lucy y su madre mueren y son sepultadas.

 

 

 

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El doctor van Helsing sospecha que Lucy se ha convertido en no-muerta, y monta guardia frente al mausoleo familiar en el que ha sido sepultada la joven. A medianoche los hombres, armados de estacas y linternas, descienden al recinto en el que reposa el cuerpo de Lucy; al correr la tapa del sarcófago se percatan que el cuerpo no está dentro del ataúd; entretanto llega Lucy, convertida en no-muerta, cargando con un niño al cual le está bebiendo la sangre. El doctor van Helsing sella el sepulcro de Lucy con hostia consagrada, de manera que ésta no puede huir, y se sitúa detrás de la vampiresa con un crucifijo de oro. Los tres enamorados se horrorizan al ver lo que le ha sucedido a la muchacha que amaban. El doctor van Helsing le pide autorización a Arthur para «matar» al monstruo. El joven, destrozado por la transformación de su amada, acepta. El doctor van Helsing y sus ayudantes completan el rito para que la joven pueda descansar en paz: le clavan una estaca en el corazón, la decapitan y le llenan la boca de ajo. De esta manera Lucy Westenra deja de ser una vampiresa. El tormento abandona su alma, por lo que ya puede descansar en paz.

 

Mina Murray, ahora Mina Harker al casarse con Jonathan, tras volver de su boda se entera de la muerte del Sr. Hawkins, que era un gran amigo de ella y de Jonathan; ambos lo consideraban un padre. Al regresar del entierro, Jonathan descubre que el conde Drácula ya está en Londres, y además rejuvenecido. Al llegar a la casa que el Sr. Hawkins les dejó como herencia, Mina recibe un telegrama del Dr. van Helsing y, con gran dolor, se entera de la muerte de su amiga Lucy y la madre de ésta. Preocupado por su propia salud mental, Jonathan le pide a Mina que lea el diario que él escribió durante su estadía en el castillo de Drácula, en Transilvania. Mina lo lee y queda consternada, tras lo cual comparte esa experiencia con el doctor van Helsing, contándole todo lo que sospecha. Este averigua finalmente que el conde Drácula es un vampiro, por lo que deciden darle muerte.

 

Primero intentan acabar con él en Londres, buscando y purificando todos sus refugios, sin conseguir darle muerte. El conde hábilmente convence a Renfield para que le abra la ventana, ofreciéndole su pasión: animales vivos, en concreto ratas, debido a que Drácula no podía introducirse en un edificio donde no le hubieran permitido el paso. Aprovechando que los hombres se encuentran entretenidos buscándole, entra y le chupa la sangre a Mina. Al saber esto Renfield, que antes consideraba a Drácula su maestro y señor, decide luchar en su contra, porque además no ha cumplido la promesa de entregarlo a los animales, pero Drácula lo mata acusándolo de traición. Renfield, agonizante, confiesa sus actos a van Helsing y luego muere. Seguidamente, Drácula vuelve a morder a Mina y le hace beber de su sangre, para que quede de esta manera ligada a él. Este hecho será más tarde denominado por van Helsing «el bautismo de sangre del vampiro». Poco más tarde, Drácula se enfrenta a Jonathan y van Helsing, pero al no poder derrotarlos pese a su gran poder, huye de ellos y parte hacia su castillo en Transilvania, fracasando así su intento de asentarse en Inglaterra para conseguir víctimas femeninas que incrementen su harén de novias vampiresas.

 

 

 

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Todos los que querían acabar con Drácula  marchan tras él, pues saben que ha huido gracias a las sesiones de hipnosis que le practica van Helsing a Mina, quien ha caído bajo el influjo de Drácula. Tras varios días de viaje llegan a Galatz, donde se desvió el conde con el barco Zarina Catalina gracias a su poder de controlar los vientos y la niebla, y posteriormente llegan al castillo (se habían separado en dos grupos). Esa noche las tres vampiresas se les aparecen a Mina y a van Helsing durante un alto en su viaje en calesa y tratan de que Mina se les una, pero van Helsing logra ahuyentarlas con la hostia. Al amanecer, van Helsing entra al castillo y las mata atravesándoles el corazón con sendas estacas; luego sale del castillo, vuelve con Mina, y se van tanto a la búsqueda de Drácula como de sus amigos. Todos confluyen cerca del anochecer, durante una tormenta de nieve y acechados por los lobos. Drácula, quien no podía estar despierto a la luz solar, viajaba dormido y metido en una caja de tierra, llevado y flanqueado por los zíngaros, quienes también lo habían llevado hasta el puerto en su viaje a Londres. Se libra una batalla, la cual termina cuando el puñal de Jonathan corta el cuello del Conde, al tiempo que Morris atraviesa el corazón del vampiro antes de morir, víctima de la puñalada mortal propinada momentos antes por un zíngaro. Se termina así para siempre con el sangriento vampiro de Transilvania. Mina observa la paz que asoma al pálido rostro del vampiro tras abrírsele el camino al cielo. La cicatriz que la hostia consagrada había dejado en la frente de Mina desaparece tras la muerte de Drácula.

 

El epílogo de la obra  es la reflexión de Jonathan Harker, siete años después de los hechos. Habían tenido un hijo, y van Helsing sentencia que los diarios no serán necesarios para legitimar su historia: su hijo debería sentirse orgulloso de ellos.

 

A partir de Drácula, cumbre de la novela gótica, se desencadena el verdadero horror moderno; quiero decir, la imaginación emanada del romanticismo sufre un cambio radical en todo sentido, desplegando en el naciente siglo veinte una serie de productos culturales donde el horror se vuelve cosa, mercancía, con la ayuda de la publicidad capitalista, especialmente en el cine y la fotografía, iconos que influyeron decisivamente en el imaginario cultural del siglo pasado a través de un impresionante arsenal de obras de todo tipo. De estas obras, las más sobresalientes son quizá las cinematográficas. Ha sido tal el impacto de estos monstruos, que han permitido el desenvolvimiento de otros seres o pseudo-seres modernos o  postmodernos: el Golem, reedición del mito bíblico de Adán, hombre creado del barro; el Hombre-lobo, mezcla torpe de licántropo humano; Dorian Grey, un ser creado por Oscar Wilde, eternamente joven, que no envejece sino por dentro, mientras su físico se pudre en un retrato secreto; el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, quienes encarnan la ambigüedad moral del noble científico diurno que durante la noche se convierte en asesino; el Alienígena o extraterrestre, invasor pseudo humano del espacio interestelar; el Clon o doble genético, que en el fondo detesta al ser humano y desea someterlo, como el alienígena; el Zombi o muerto viviente, el más inconsistente de todos; el Robot, hombre máquina que obedece al hombre pero también puede destruirlo; Superman, degeneración de un ser superpoderoso de otro planeta que subyuga a los humanos. Estos y otros monstruos intermedios pueden mezclarse entre sí, y producir híbridos bastante repugnantes.

 

 

 

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Retrato de Bram Stoker

 

 

EL SECRETO DE BRAM STOKER

 

Abraham Stoker tenía un secreto entre varios: perteneció a una sociedad secreta: La «Golden Dawn in the outer», un círculo de amantes del ocultismo donde asistían William Butler Yeats, A. Conan Doyle y Robert Louis Stevenson, entre otros. Pero antes de llegar a este nivel había sido un gris funcionario público y un periodista. Datos de su vida nos informan que estudió en el Trinity College de Dublín –la Universidad protestante más célebre de Irlanda- (Oscar Wilde, James Joyce y Samuel Becket pasarán por ella luego) desde 1861, y que fue buen alumno en matemáticas. Dedicado desde la adolescencia a la filosofía y la gimnasia, destacó en ambas. Fue Director de la Sociedad Filosófica, al tiempo que se titulaba campeón universitario de atletismo. Según parece, esta afición por la gimnasia provino de un grave problema de salud que causó su invalidez siendo niño; le fue recomendada la gimnasia para rehabilitarse, y entonces la practicó obstinadamente hasta convertirse en atleta.

 

Stoker comenzó a escribir seriamente después de conocer a una figura clave en su vida: el actor Henry Irving. La devoción hacia éste dio un giro radical a su concepción del mundo. Trabaja como secretario de Irving desde 1878, después de una larga década como funcionario público (1867-1877) de la que poco se sabe. Comienza su afición al teatro y a la crítica de éste, en artículos que aparecen en la prensa de Dublín. Irving poseía una fuerte personalidad, que apabulló al principio a Stoker, lo cual hizo le hizo reaccionar radicalmente para librarse de su exagerada influencia. Hay biógrafos de Stoker que establecen un paralelo entre la relación de Stoker con Irving y la de Lord Byron con su médico y secretario John Pollidori,autor de El Vampiro que ya reseñamos. En la conocidísima apuesta en Villa Diodati, el grupo de románticos compuesto por Byron, Shelley y Pollidori, a manera de reto lúdico se propusieron escribir historias de vampiros y androides. Mary Shelley aceptó el reto y escribió Frankenstein; Pollidori el suyo y escribió Vampyr. Poco después Pollidori se suicidaría, y Lord Byron lo popularizaría hasta casi apropiárselo, gracias a su fama.

 

 

 

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Algo similar habría ocurrido entre Irving y Stoker, cuando ambos hablaban sobre la posibilidad de recrear la historia de Vlad Dracul, de Transilvania. Irving escribió una versión que está prácticamente olvidada, y en cambio su discípulo Stoker la convirtió en la admirable novela que todos conocemos. Admirable porque logra despojarla de un hálito romántico, y a través de una técnica epistolar, de informes y diarios en contrapunto, crea un nuevo modo de contar, fragmentario y nervioso, pero verosímil y objetivo. Tiene mucho de teatral, nunca es lineal ni convencional, y recuerda a las invenciones pseudo-científicas de Poe.

Stoker hubo de renunciar a sus funciones como Secretario de Irving para poder escribir su novela. Tomó notas  entre 1890 y 1895 y apartó tiempo para redactarla en dos años. Según parece, fue un proceso accidentado, donde realizó cambios y supresiones y donde el esquema narrativo central no estaba nada claro, cuestión que resultó ventajosa a la larga, pues crea ese efecto “nervioso” en el lector que produce el suspense. Stoker tomó en cuenta las narraciones orales del este de Europa en su aspecto estilístico.

 

De la presencia de la mujeres en Drácula se ha llamado la atención sobre una posible misoginia de Stoker, por la manera brutal y despreciativa de tratarlas que posee el Cond. Una lectura que podría desprenderse de la “chupada” de Drácula es la de la tiranía del sexo, del vértigo que constituye la insaciable sed sexual, muy bien adaptada al consumismo y hedonismo de nuestro tiempo. No es difícil advertir relaciones sádico-eróticas, algunas relacionadas directamente con el coito, sobre todo a través de las sensaciones descritas por las mujeres, como en el caso de una llamada Lucy: “ (…) tuve una vaga sensación de algo largo y oscuro con ojos rojos y de pronto me rodeó algo muy dulce y amargo a la vez, entonces me pareció que me hundía en agua verde y profunda y escuché un zumbido tal como he oído decir que sienten los que se están ahogando y luego todo pareció evaporarse y alejarse de mí, mi alma pareció salir de mi cuerpo y flotar en el aire”.

 

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Finalmente, al vampirizar a sus mujeres, Drácula las convierte en mujeres fálicas, despojándolas de sus atributos mentales o espirituales, o convirtiéndolas en poseedoras de pulsiones eróticas sin ningún tipo de inhibiciones, dispuestas a chupar a otras mujeres para convertirlas en nuevas mujeres fálicas. Recuérdese que Drácula jamás muerde a los hombres: Stoker previene al varón contra el tipo de mujer ninfómana. Sus heroínas no son tales, pues se desprecian de continuo a sí mismas y se presentan sumisas, maternales o inocentes, cuando no francamente torpes.  Sin embargo otra obra suya, La joya de las siete estrellas (alude a la constelación de la Osa Mayor), permite afirmar lo contrario: existe aquí una evidente afición hacia las mujeres, una devoción casi enfermiza.

 

Drácula no sólo ha vampirizado a su autor, sino a otras obras suyas como a estaJoya de las siete estrellas o La cueva del gusano blanco. La primera intenté leerla en inglés cuando era adolescente; a la segunda la disfruté en la traducción de Javier Gómez Mompou en la edición de Montesinos, Barcelona, España, (1987), advirtiendo en ella al comenzar su lectura que el autor hace recaer sobre un gato las sospechas de un asesinato. Esta novela se desenvuelve en un ambiente de momias, egiptología y olores embriagantes del pasado, y su estructura formal es perfectamente policial; el suspense es tratado de modo maestro, y no deja lugar a dudas: Stoker es uno de los grandes discípulos de Poe, e influyó notablemente a muchos escritores, entre ellos a H.P. Lovecraft. Me parece más sobrio y menos adjetivado que Lovecraft, y el conjunto de su literatura merece una relectura más allá de Drácula, que recién ha cumplido 120 años de su edición.

 

 

 

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Sin embargo, conviene resaltar algunas cuestiones. Primero, la ya citada resonancia de Le Fanu, que inspiró uno de los capítulos del libro, titulado «El invitado de Drácula», protagonizado por una vampira, que es también una Condesa, la Condesa Mircalla (del que Carmilla es un anagrama); luego está el capítulo donde el castillo del Conde es destruido totalmente, también suprimido pensando en una continuación de la historia, que nunca tuvo lugar. Estos son datos comprobados.

 

Si alguien que no ha leído el Drácula de Stoker desea imaginar a su vampiro, debe tener como referencia al Nosferatu calvo, con grandes uñas, manos peludas y dos grandes dientes filosos al centro, (y no los colmillos caninos), y no al dandy refinado de las películas de Terence Fisher protagonizadas por Christopher Lee. Lejos de cualquier purismo literario, creo que el Drácula cinematográfico ha creado una iconografía propia, paralela, que debe respetarse, para mí tan importante como la secuela producida en la literatura.

 

Bram Stoker murió en 1912. Su novela había vendido para esa fecha más de un millón de ejemplares, cifra astronómica entonces. Solucionó varios problemas económicos a su autor, no todos, ni por asomo. Era un hombre con muchas deudas. Poco después de su muerte, comenzaron las infinitas reediciones, que no han cesado hasta hoy. Su viuda Florence Stoker editó aquel capítulo que su esposo había suprimido a última hora, haciéndolo pasar como un relato independiente. Pero es justificable. Ella era su mujer.

 

 

 

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Stoker publicó 18 libros, poco citados en la literatura inglesa, aparte de Drácula. Los más logrados, al lado de los ya citados, son quizá El misterio del mar  (1902),  Impostores famosos (1910), Reminiscencias personales de Henry Irving (1906) y ante todo La dama del sudario (1909), este último dedicado también al tema del vampirismo, y poco divulgado. Por su parte, La joya de las siete estrellas ha corrido con mejor suerte, y ha sido llevada al cine dos veces, primero por Seth Holt y Michael Carreras con el nombre de  Sangre en la tumba de la momia (1972); luego por Mike Newell en El despertar, protagonizada por Charlton Heston. Recomiendo ampliamente esta última. En La joyade las siete estrellas y en La dama del sudario está el mejor Stoker, creo. Por su parte, Drácula sobrevivirá a las versiones fílmicas, pero en el fondo todas ellas tendrán que reconocer a Stoker la autoría de una obra sólida. A él, al inválido niño de Dublín, al adolescente atleta de Trinity College, al gris funcionario que durante diez años incubaría el germen de una literatura que tendría que diferenciarse forzosamente del primer prosista de su tiempo y miembro de la «Sociedad del Ocaso Dorado»: Robert Louis Stevenson, al tiempo de crear el nuevo género del horror gótico, que no había sido renovado desde los tiempos de Ann Radcliffe. Con su obra, Stoker reacciona contra la literatura de la época victoriana.

 

Admirable resulta su obra en conjunto, su visión asombrada de la naturaleza humana, donde no asoman las concesiones sentimentales ni los pretenciosos alegatos veristas de lo cotidiano –de los cuales tenemos ya suficiente– , sino lo contrario: un afán controlado por penetrar en la conciencia de la finitud, extrapolada y ampliada en la figura del muerto vivo, del vampiro inmortal, –vivir en la muerte es un destino horrible pero también una suerte de purificación– domando la fantasía en su condición omnipresente, y extrayendo de ella plenas verosimilitudes. Ello nos permite también asomarnos al secreto primordial del mal como posibilidad creadora; no como negación del bien, sino como manera de imbuir el espíritu en su doble faz masculino-femenina de seducción o placer,  y de desnudarla toda, en su triste y memorable acontecer.

 

 

 

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