DÍA DE BRASIL. POEMA DE ALFREDO PÉREZ ALENCART TRADUCIDO POR DAVID LEITE

 

 

Alencart, con la bandera brasileña pintada por el salmantino Miguel Elías usando las páginas de la novela ‘Caldeirao’, de Cláudio Aguiar

 

 

Crear en Salamanca se suma a la celebración del Día de Brasil (que viene desde el 7 de septiembre de 18822,  publicando dos textos del destacado poeta Alfredo Pérez Alencart, profesor de la Universidad de Salamanca y cuyo abuelo materno, José de Alencar era originario del Nordeste brasileño. El poema ‘Brasil’, escrito hace 20 años tras una visita a la tierra de su ancestro, ha sido traducido al portugués por el jurista y poeta David Leite, doctor por Salamanca. En el primer poema Alencart no quiere ser un turista más sino volver al lugar de los orígenes familiares. En el segundo recrea la cafetería de Puerto Maldonado (en la Amazonía peruana) regentada por su abuelo, a quien no conoció, así como imagina un encuentro donde él le presenta a la niña que luego sería su madre.

 

 

 

  Parte de los Alencar (Cobija, Bolivia)

 

BRASIL

 

 

No deseo verte

sino sentirte mientras palpo tanta tierra tuya,

bien caliente aún temprano

donde nacen los ríos que escucho a mi espalda

y brotan las hojas y los árboles crecen deprisa

por esas tormentas de siempre

en todas partes, menos en el Nordeste

donde está el osario

de mi Alencar ciñéndome a tu suelo, emigrante

desde que empezó la sed,

cuerpo sobreviviente con parte de su sangre

asumiendo el nombre tuyo en la garganta,

nombre no de Patria ni de Tierra

Prometida:

(eso ya lo dice todo el mundo).

 

Creo que hoy, cuando te siento,

mi pecho se abre a lluvias

y sequías

para mostrar la vieja llave guardada en la diáspora.

O más bien, ¿no será mi saudade la que ondea

-en el pico de un guacamayo-

camino al centro de tu mestizo corazón?

 

Que otros vayan viendo tu epidermis:

yo quiero taparme los ojos con un sombrero de paja,

echado en el suelo para recibir la brisa del mar,

saboreando los abacaxis que venden en Janga,

sin tópicos que ahoguen mi aventura,

ni grasientas palabras desfallecientes

oídas en su falsa historia.

Yo quiero sentir tus cosas como un juramento

de pan y barro

y susurros de la tierra debajo de mis pasos

que aceleran hasta quedarse quietos

ahora que lo siento todo.

 

Digo: “Xapuri o Crato, Guajará-Mirim o Exú”,

y logro fusionar la selva y el sertão.

Converso con José Martiniano y él acepta

que su novia Iracema baile conmigo

en las arenas de Boa Viagem, entre la cuajada luz

de la luna y el adivinado perfil de África.

Digo “¡Tío Raulino!” y aparecen

mis sobrinos Huirá, Tainá y Raoní

con una foto del pariente enterrado en Curitiba.

 

Nada termina a la deriva por el cielo de este aliento.

Nada me hace traficar con la faz

de mis ancestros.

Oh lluvias, laven a gusto mi corazón trashumante

y aplaquen la quemadura de este espíritu

libre de otras confesiones.

Que nadie diga de mí que estoy ciego

por el sol de estas tierras,

y que estoy como buscando sombras

dentro de un sueño.

Yo no deseo verte, Brasil:

deseo que hiervas en mis labios sin bagunçar

y me derrames tu polen sin cacarejo,

y oigas el adiós de mis olvidos

porque esta voz ya no se te irá con la bruma

ni se refugiará en la alta copa oscura

de alguna medianoche.

 

Así regreso a ti una caliente Navidad,

assumido

que tú no eres mi Patria ni mi Tierra Prometida

y que por ti no tengo que cantar

con una máscara sucia

ni disfrazarme de acreano o cearense

de habla atrapalhada.

 

Tú,

Brasil,

eres algo mío

que sigue creciendo

en los relámpagos de mi infancia.

 

 

(a Celia Salsa y Cláudio Aguiar)

 

 

A. P. Alencart y Jacqueline Alencar, otra ‘nordestina’

 

BRASIL

 

Não desejo ver-te

mas sim, sentir-te enquanto apalpo tanta terra tua,

bem quente ainda cedo

donde nascem os rios que escuto às minhas costas

e brotam as folhas e as árvores crescem depressa

por essas tempestades de sempre

em todas partes, menos no Nordeste

onde está o ossário

de meu Alencar ligando-me a teu solo, emigrante

desde que começou a sede,

corpo sobrevivente com parte de seu sangue

assumindo teu nome na garganta,

não nome de Pátria nem de Terra

Prometida:

(isso todo mundo já disse).

 

Creio que hoje, quando te sinto,

meu peito se abre às chuvas

e secas

para mostrar a velha chave guardada na diáspora .

Ou melhor, não será minha saudade que acena

— no bico de uma arara –

caminho ao centro de teu mestiço coração?

 

Que outros sigam vendo tua epidermes:

eu quero tapar-me os olhos com um chapéu de palha,

deitado no chão para receber a brisa do mar,

saboreando os abacaxis que vendem em Janga,

sem tópicos que afoguem minha aventura,

nem gordurosas palavras desestimuladoras

ouvidas em sua falsa história.

Eu quero sentir tuas coisas como um juramento

de pão e barro

y sussurros da terra debaixo de meus passos

que aceleram até ficarem quietos

agora que o sinto todo.

 

Digo: “Xapuri ou Crato, Guarajará-Mirim ou Exú”,

y consigo fundir a selva e o sertão.

Converso com José Martiniano e ele aceita

que sua noiva Iracema dance comigo

nas areias de Boa Viagem, entre a coalhada luz

da lua e o imaginado perfil da Africa.

Digo “Tio Raulino!” e aparecem

meus sobrinhos Huirá, Tainá e Raoni

com uma foto do parente sepultado em Curitiba.

 

Nada termina à deriva pelo céu deste alento.

Nada me faz traficar com a imagem

de meus ancestrais.

Oh chuvas, lavem abundantemente meu coração errante

e aplaquem a queimadura deste espírito

livre de outras confissões.

Que ninguém diga de mim que estou cego

pelo sol dessas terras,

e que estou buscando sombras

dentro de um sonho.

Eu não desejo ver-te, Brasil:

desejo que borbulhes em meus lábios sem bagunçar

e me derrames teu pólen sem cacarejo,

e escutes o adeus dos meus esquecimentos

porque essa voz já não irá com a bruma

nem se refugiará na alta copa escura

de alguma madrugada.

 

Assim regresso a ti em um cálido Natal,

assumido

que tu não és minha Pátria nem minha Terra Prometida

e que por ti não tenho que cantar

com uma máscara suja

nem disfarçar-me de acreano ou cearense

de fala atrapalhada.

 

Tu,

Brasil,

és algo meu

que segue crescendo

nos relâmpagos de minha infância.

 

 

(a Celia e Cláudio Aguiar)

 

Cláudio Aguiar, Alencart y José Alfredo (Olinda, 1996. Foto de Jacqueline Alencar)

 

 

 

 

Alfredo con el abuelo Pedro de Alencar

 

EL NORDESTINO

 

 

¿Qué viento ha traído a don Pedro de Alencar

desde el nordeste de Brasil? ¿Qué aventuras,

qué esperanzas, qué ajados litigios

hicieron perder su cielo a este buen hombre

que cortésmente sirve café a los parroquianos?

 

¡Si lo supiese Sinhá!

¡Si lo supiese Querubina!

¡Si lo supiesen Elena o Mariosa!

 

Desde la madurez de los años

parece esperar lo inevitable,

traspasado por lluvias

y sucesos.

 

Trae a la mesa un cafezinho

y me presenta a su niñita Carmen Rosa.

 

¡Qué misterioso es este encuentro,

pues todavía no he nacido del vientre de su hija

ni pude conocerte en esta vida!

 

Todo el amor que florece desde mis anhelos

está clavado en neuronas

de imborrable sementera.

 

No lo busco en otro firmamento

que no sea en la cafetería

donde nunca jugué al dominó

ni alcancé a darle un largo abrazo.

 

  Alfredo Pérez Alencart con su madre, Carmen Rosa

Pintura de Miguel Elías

   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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