DESOLVIDO DEL POETA ARGENTINO MANUEL J. CASTILLA. SIETE POEMAS, CUARENTA AÑOS DESPUÉS

 

 

El poeta Manuel J. Castilla

 

Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar siete poemas del notable poeta argentino Manuel J. Castilla, quien nació en Cerrillos, Salta, el 14 de agosto de 1918 y murió en esa ciudad el 19 de julio de 1980. Hijo de Ricardo Anselmo Castilla y de  Dolores Mendoza Diez Gómez. Trabajó durante años como periodista del diario El Intransigente de su provincia donde ocupó el cargo de Director de la Biblioteca Provincial Victorino de la Plaza. Perteneció al grupo La Carpa que reunió a poetas, filósofos y ensayistas que afirmaron su voluntad de hacer de la región el material fundamental de sus obras. Así pues, fue su tierra y el paisaje y el hombre americano, el eje fundamental de su canto que abarcó también otras temáticas de diversa índole. Además es autor de una prolífica producción en el cancionero folklórico del país junto a músicos como Gustavo Leguizamón, Eduardo Falú, Rolando Valladares, Fernando Portal, Ramón Navarro, entre otros, la que, al igual que su poesía, alcanzaron difusión y reconocimiento internacional. Por su obra recibió diversas distinciones, entre ellas, el Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes; el Primer Premio Nacional de Poesía y el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Fue nombrado Doctor  Honoris Causa por la Universidad Nacional de Salta

 

Publicó los siguientes libros de poesía: Agua de lluvia (Tucuman,1941); Luna muerta (Editorial Schapire, Buenos Aires,1944); La niebla y el árbol (Ediciones La Carpa, Salta,1946); Copajira (Ediciones Amigos del Arte, Salta, 1949); La tierra de uno (Ediciones Amigos del Arte, Salta,1951);Norte adentro ( Ediciones El Estudiante, Salta,1954); El cielo lejos (Burnichon Editor, Salta,1959); Bajo las lentas nubes (Burnichon Editor, Buenos Aires,1963); Posesión entre pájaros (Burnichon Editor, Salta, 1966); Andenes al ocaso (Bartolomé Salas Editor, 1967); El verde vuelve (Burnichón Editor, Buenos Aires, 1970); Cantos del gozante ( Ediciones Buena Montaña, Jujuy,1972); Triste de la lluvia (Bartolomé Salas Editor, 1977) y Campo del cielo ( edición póstuma,2000). Muchos de sus libros tiene dos o tres ediciones y fueron recogidos en diversas antologías de su obra como El gozante (Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2000), Esta tierra es hermosa (Mondadori, Buenos Aires, 2000), Poemas de Manuel  J. Castilla (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1981) y Manuel  J. Castilla Poemes (Collection Nadir, Centre Culturel Argentin, París, 1989.  En prosa publicó De solo estar (Ediciones del Estudiante, Salta, 1957) Y ¿Cómo era? (Edición póstuma, 2000). Sobre su narrativa y su poesía se publicaron libros de autores tan destacados como Jorge Vehils, Ricardo Kaliman, Aldo Parfeniuk entre otros.  Es autor de libros de recopilación de coplas populares como  Coplas para cantar con caja (Ediciones El Estudiante, Salta, 1951 ) y Coplas de Salta (Fundación Michel Torino, 1973). Su poesía fue traducida al francés, italiano, inglés y alemán.

 

 

 

Manuel J. Castilla es uno de los grandes poetas telúricos de la lengua castellana, lo anote o no cualquier canon grandilocuente que apenas me convence: lo suyo es llegar a sentir el paisaje y sus gentes y, tras entrañarlos, devolvernos unos versos que nunca decrecen, pues flamean de inmensidad a inmensidad gracias al voltaje que los atiza. Me alegra que los salteños tengan en alto valor a esta referencia ineludible, a un poeta al que lo suyos si recibieron en vida y en trasvida. Salamanca, puente poético iberoamericano, no puede (ni quiere) dejar de difundir sus musicales textos. Brindemos por ellos.  (A. P. Alencart).

 

 

 

Bajo las lentas nubes

(1963)

 

                  

 

1

 

               Qué pena tiene la muerte

 cuando de su calavera

siente crecer en silencio

 la flor de la primavera .

 

Esta tierra es hermosa.

Crece sobre mis ojos como una abierta claridad asombrada.

La nombro con las cosas que voy amando y que me duelen:

montañas pensativas, lunas que se alzan sobre el chaco

como una boca de horno de pan recién prendido,

yuchanes de leyenda

en donde duermen indios y ríos esplendentes,

gauchos envueltos en una gruesa cáscara de silencio

y bejucos volcando su azulina inocencia.

Todo eso quiero.

y hablo de contrapuntos encrespados

y de lo que ellos paran virilmente sangrientos

cuando el vino en la muerte es un adiós morado.

 

Esta tierra es hermosa.

Déjenme que la alabe desbordado,

que la vaya cavando

de canto en canto turbio

y en semilla y semilla demorado.

Ocurre que me pasa que la pienso despacio

y que empieza a dolerme casi como un recuerdo,

y sin embargo, triste, la festejo.

Mato los colibríes que la elogian

como quien apagara los pétalos del aire,

hondeo como un niño ángeles y campanas

y cuando así, dolido, la desnudo,

cuando así la lastimo,

me crece, ay, una lágrima en la que apenas si me reconozco.

 

Digo que me le entrego.

Digo que sin saber la voy amando,

y digo que me vaya perdonando

y en un perdón y en otro que le pido digo

que alegremente voy sangrando.

 

 

 

Posesión entre paJaroS 

(1966)

 

 

lA CASA

 

A María Angélica de la Paz Lezcano

y a Juan Antonio Medel

 

Ése que va por esa casa muerta

y que en la noche por la galería

recuerda aquella tarde en que llovía

mientras empuja la pesada puerta,

 

 

ése que ve por la ventana abierta

llegar en gris como hace mucho e! día

y que no ve que su melancolía

hace la casa mucho más desierta,

 

ése que amanecido, con el vino,

se arrima alucinado al mandarino

y con su corazón lo va tanteando,

 

ése ya no es, aunque parezca cierto,

es un Manuel Castilla que se ha muerto

 y en esa casa está resucitando.

 

17 de marzo de 1964

 

 

 

 

 

Andenes al ocaso

(1967)

 

 

 

OTRA VEZ LA TIERRA

 

A Luis Víctor Outes (h)

A Eddy Outes

 

Yo tampoco sé nunca por qué me maravillas.

 

Te voy mirando y siento que mis ojos son húmedas semillas

[transparentes,

que dentro de ellos duerme tu silencio más grávido

y pares la granada de candor del rocío.

 

A veces tiendes desde tu vientre mineral más oscuro

el ademán sonámbulo invisible del imán, mano de tu memoria,

[y me acaricias.

 

Entonces cuento a todos que tú me has recordado,

que en mi barba se mueve tu corazón como un humo levísimo

y como un sueño que anda me fundo en el crepúsculo.

 

Me quedo viéndote lagrimear añares en la iguana,

crecer desde su cáscara de ananá madurando

y es como si sintiera moverse entre mis manos

amarillenta y vieja y melancólica la yema del otoño.

 

Hay noches en que el hombre vaciándose en un grito

parte como con sangre medio a medio tu monte.

Entonces te posee entre los griterías de los pájaros,

llena de sed la boca, el pelo de hojarasca estrujada,

sorbiéndote la piel hasta endulzarse entero.

 

Lejos, entre el viento y la escoria cariada de la piedra, en la Poma,

te ablandas como en la lana leve de los pastores.

Yo les hablo escarbando lo que callan. Les digo que te olviden

y ellos desde sus calles solas miran enmudecidos

el pedregal que cavan las uñas de sus muertos.

 

Otros días estallas en sus pechos cantando,

los mojas con tu savia golpeándolos con flores coloradas,

los paras en la danza con que te enguirnalda su alegría,

te hacen enternecer y te enamoran

hasta que yacen todos embriagados.

 

Tú, dormida,

los amamantas como a tu primer hijo, todavía.

 

Nunca sabré por qué me maravillas.

 

 

 

Cantos del gozante

(1972)

 

 

EL GOZANTE

 

A Ricardo E. Molinari

 

 

Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.

El que bajo las nubes se queda silencioso.

Pienso: si alguno me tocara las manos

se iría enloquecido de eternidad,

húmedo de astros lilas, relucientes.

Estoy solo de espaldas transformándome.

En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña

y miro por los ojos de las alas de las mariposas

un ocaso vinoso y transparente.

En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.

De mí nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego llorando

[con rocío.

 

Sé que en este momento, dentro mío, nace el

viento como un enardecido río de uñas y de agua.

Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.

A veces un lapacho me corona con flores blancas

y me bebo esa leche como si fuera el niño más viejo de la tierra.

 

Miro los cachos del banano,

veo arañar sus dulces dedos de oro

y en las sandías

los genitales verdes del verano llenan mi corazón de poblaciones.

 

Siento que estoy tapado por luciérnagas

y que en mi pelo crece la niñez del relámpago.

 

Lo que pisa mi piel igual que arena lo traga para siempre.

La sombra de los pájaros es como un agua negra que acaricia mi nuca,

una hormiga me deja su ají breve en la boca

y me voy a los tumbos en la noche

por el agujereado camino de los sapos.

 

¿Quién me arrima la paz de la tortuga?

¿Quién desempoza el tiempo de su cáscara?

 

Soy el que por la piedra lechosa del quirquincho

bebe en miel las abejas

como el rocío maduro de la música.

¿A dónde irán mis ojos llenos de hojas?

¿Por dónde en ellos vagará el cielo yéndose?

 

Me mira Dios y sé que aquí, yaciendo,

lo estoy haciendo despaciosamente.

 

De cara al infinito

siento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.

Si se me antoja, digo, si esperase un momento,

puedo dejar que encima de mis ingles

amamante la luna sus colmillos pequeños.

 

Miren mis ojos cuando yo estoy pensando a ver si es que les

[miento.

Zorros la cola como cortaderas, gualacates rocosos,

corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,

garzas meditabundas,

yararás despielándose,

acatancas rodando la bosta de su mundo,

todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste nada y mi alegría.

 

Después, si ya estoy muerto,

échenme arena y agua. Así regreso.

 

Junio, 1970

 

 

 

 

ESPERO QUE ME LLUEVA

 

Ese hongo anaranjado y húmedo pegado en la corteza de este tronco

                                                                                  [en el monte

es mi oreja y escucho, hasta el más leve, todos los ruidos de la tierra.

Puedo decir ahora de qué silencio nace el agua y qué oro la moja

 [para hacer el maíz

mientras crecen enfurecidas las hebras tiernísimas de las manos

                                     [del mamboretá mascador de las moscas.

 

Adivino, ya oscuro, qué savia se derrama y se endurece haciendo

[las luciérnagas.

Oigo abajo, disuelta, vagar perdida la negrura hasta quedarse quieta,

        [vuelta sangre molida en el lomo del escarabajo.

Estando así, sé del latido en yema del avestruz y su fuga inútil, ciega,

 como en el vientre de una noche redonda y sin salida.

 

Oigo la greda machacando los mármoles y volverse ceniza.

El esmeralda ahogado, entristecido, trepa por las raíces, se deshunde

y alarmado y gozoso vuela por naranjales en las alas del loro.

Estoy brotando húmedo y soy la misma saliva de la vida.

Si ahora me muriese, si un hachero aplastase distraído esta oreja,

tendría una pena como un río de larga, de irme yendo así solo a la

      [muerte.

Es apenas un miedo esto que digo. Un rocío que siente que va

[a pisarlo el viento.

 

             Sigo vivo mirando cómo teje la niebla

este helecho que al aire dice adiós al olvido,

cómo pasa rameando la víbora la cola enardecida

                                                           de su tigre perdido.

Están naciendo hundidos los colores. Sus picos, como pájaros,

                                     [quiebran la cal del huevo que los tiene.

 

             Debe ser el celeste el que aparece

y subiendo no sabe si sus ojos son cielo.

Ya trepa el rojo lastimado. Lame sus llagas con sus lenguas condolidas

                                  [el fuego.

Rosa en el cháguar, beberá su leche llena de espinas que lo irán

 [mordiendo.

Y cuando venga el blanco, ese que aún no es blanco todavía, sino

[sólo tinieblas,

irá a mojar los pies en la cuajada sombra de la luna.

El amarillo trae una semilla encima y triste que lo agobia en su otoño.

Cuando se halle a mi lado será como si estuviera regresando arrugado,

porque es de cobre el monte y es de muerte la hojarasca reseca.

 

             Todo lo estoy oyendo. Late insomne la vida y me estremece.

Voy a seguir creciendo y escuchando mientras sigo esperando que

 [me llueva.

 

Mayo, 1971

 

 

 

Triste de la lluvia

(1977)

 

 

RUINAS DE PALENQUE

 

Pienso en ustedes, mayas de Palenque y en México,

en su señorío desnudo y solo,

en los dioses grabados de perfil por dormirse

y que desde la piedra me miran lejanísimos

y vienen y preguntan por qué los miro,

por qué echo tierra al agua baya donde yacen en paz.

 

Mayas de Palenque,

dibujados vigilantes del alma, cuál de ustedes me dará esa alegría

de semilla naciendo en vuestros ojos

como el rocío de arena de la roca.

 

Ahora sus templos, tantos días dulcemente encimados,

suben y abrazan sus sueños mientras nosotros los pisamos.

Y si un pie mío trepa, al otro sin que sienta me lo traga la tierra

y soy entonces una liana rastrera

en el otoño pulposo que lo ciñe entre las lajas grises

jadeante todavía como una ramazón recién herida.

Miro los altos árboles agobiados de tanto verde vivo

y caigo desde ese cielo roto en una hoja dorada

como un golpe de azada deshaciéndose en humus.

 

El viento silba en las caries pedregosas

desde estos muertos sin perfil hacia el sol,

desde los yacentes guerreros taqueadas ya sus bocas

con el parche de un sapo de basalto borboteante y ahogándose.

 

Los devora este monte trepador y savioso,

los come con la boca sedosa de las flores

con unos dientes suaves de gusanos que sueltan

una baba de líquidos cuchillos.

En esta selva toda serpiente pétrea, cada pájaro,

cada bicho como una hormiga antigua

lleva un trozo de templo hasta su cueva

como para rezarle en la noche su oración silenciosa a dentelladas.

 

Sobre tanta indiferencia llena de cielo, mayas de Palenque,

la selva suelta nacientes mariposas aleteantes

como la última mirada de vuestros dioses al crepúsculo.

 

 

 

 

 

 

CAMPO DEL CIELO

(POEMAS INÉDITOS)

 

 

ALMACÉN

Al Pila Taibo y a las ginebras de Don Pedro

 

 

Bebo este vino en el almacén. Esta clara ginebra.

Y hablando con los otros bebedores

de a pedacitos me hundo en lloviznas de lana.

 

Un hombre canta solo

y escucha que una baguala larga le contesta de lejos.

Casi se duerme entonces.

 

Hay lluvias pequeñitas en la oscura balanza.

Lluvia de azúcar, lluvia de maíz, lluvia de trigo

y afuera lluvia de agua que no acaba.

De esos borrachos nace una alegría

y yo me pongo triste, y usted también y todos somos tristes.

 

Allí el tiempo amarillo en almanaques

y un hombre de bigotes

le brinda espiridinas al silencio.

 

Ahora huelo a cuero, a arreo larguísimo.

 

Aquí en el suelo y en silencio, quieto, el pan de sal

espera la caricia de la lengua del buey que lo disuelva.

 

Cuando eso ocurra, yo tampoco estaré sobre la tierra.

 

 

 

 

Homenaje del Ballet Folklórico de Salta

 

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