Contra un juez avaro y otros poemas de Fray Luis de León (y 2). XVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Pinturas de Miguel Elías

 

Hemos llegado al final del principio. El que va al último es el primero. Falta un día para el comienzo de las actividades del XVI Encuentro de Poetas Iberoamericanos. Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar la segunda parte de la antología que, de los textos de Fray Luis de León, ha realizado Alfredo Pérez Alencart, poeta, profesor de la Usal y director del Encuentro. Dichos textos  han sido extraídos del volumen titulado Decíamos Ayer.


 

 

 

  

CONTRA UN JUEZ AVARO

 

 

    Aunque en ricos montones
levantes el cautivo inútil oro;
y aunque tus posesiones
mejores con ajeno daño y lloro;
 
    y aunque cruel tirano,
oprimas la verdad, y tu avaricia
vestida en nombre vano,
convierta en compra y venta la justicia;
 
    aunque engañes los ojos
del mundo a quien adoras: no por tanto
no nacerán abrojos,
agudos en tu alma; ni el espanto
 
    no velará en tu lecho
ni huirás la cuita y agonía,
el último despecho;
ni la esperanza buena en compañía
 
   del gozo tus umbrales
penetrará jamás; ni la Meguera
con llamas infernales,
con serpentino azote la alta y fiera
 
  y diestra mano armada,
saldrá de tu aposento sola un hora;
y ni tendrás clavada
la rueda, aunque más puedas, voladora
 
   del Tiempo hambriento y crudo,
que viene, con la muerte conjurado
a dejarte desnudo
del oro y cuanto tienes más amado;
 
    y quedarás sumido
en males no finibles y en olvido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 DE LA VIDA DEL CIELO 

    Alma región luciente,
prado de bienandanza, que ni al hielo
ni con el rayo ardiente
fallece, fértil suelo,
producidor eterno de consuelo.

   De púrpura y de nieve
florida, la cabeza coronado,
y dulces pastos mueve,
sin honda ni cayado,
el Buen Pastor en ti su hato amado.

   Él va, y en pos dichosas
le siguen sus ovejas, do las pace
con inmortales rosas,
con flor que siempre nace
y cuanto más se goza más renace.

   Y dentro a la montaña
del alto bien las guía; ya en la vena
del gozo fiel las baña,
y les da mesa llena,
pastor y pasto Él solo, y suerte buena.

   Y de su esfera cuando
la cumbre toca, altísimo subido,
el sol, Él sesteando,
de su hato ceñido,
con dulce son deleita el santo oído.

   Toca el rabel sonoro,
y el inmortal dulzor al alma pasa,
con que envilece el oro,
y ardiendo se traspasa
y lanza en aquel bien libre de tasa.

   ¡Oh, son!, ¡oh, voz! ¡Siquiera
pequeña parte alguna decendiese
en mi sentido, y fuera
de sí la alma pusiese
y toda en ti, oh, Amor, la convirtiese!

   Conocería dónde
sesteas, dulce Esposo; y desatada
de esta prisión adonde
padece, a tu manada
viviera junta, sin vagar errada.

 

 

 

 

 

 

LAS SERENAS

A Cherinto


   No te engañe el dorado
vaso ni, de la puesta al bebedero
sabrosa miel, cebado,
dentro al pecho ligero,
Cherinto, no traspases el postrero 


   asensio. Ten dudosa
la mano liberal, que esa azucena,
esa purpúrea rosa
que el sentido enajena,
tocada, pasa al alma y la envenena. 


   Retira el pie: que asconde
sierpe mortal el prado, aunque florido;
los ojos roba. Adonde
aplace más, metido
el peligroso lazo está, y tendido. 


   Pasó tu primavera;
ya la madura edad te pide el fruto
de gloria verdadera;
¡ay!, pon del cieno bruto
los pasos en lugar firme y enjuto, 


   antes que la engañosa
Circe, del corazón apoderada,
con copa ponzoñosa
el alma trasformada,
te junte nueva fiera a su manada. 


   No es dado al que allí asienta,
si ya el cielo dichoso no le mira,
huir la torpe afrenta;
o arde oso en ira,
o, hecho jabalí, gime y suspira. 


   No fíes en viveza;
atiende al sabio rey solimitano;
no vale fortaleza:
que al vencedor gazano
condujo a triste fin femenil mano.


   Imita al alto griego,
que, sabio, no aplicó la noble antena
al enemigo ruego
de la blanda Serena,
por do por siglos mil su fama suena.

   Decía conmoviendo
el aire en dulce son: «La vela inclina,
que, del viento huyendo,
por los mares camina,
Ulises, de los griegos luz divina.


   Allega y da reposo
al inmortal cuidado, y entretanto
conocerás curioso
mil historias que canto,
que todo navegante hace otro tanto.


   Todos de su camino
tuercen a nuestra voz y, satisfecho
con el cantar divino
el deseoso pecho,
a sus tierras se van con más provecho. 


   Que todo lo sabemos
cuanto contiene el suelo, y la reñida
guerra te cantaremos
de Troya y su caída,
por Grecia y por los dioses destruida».


   Ansí falsa cantaba
ardiendo en crueldad; mas él, prudente,
a la voz atajaba
el camino en su gente
con la aplicada cera suavemente. 


   Si a ti se presentare,
los ojos, sabio, cierra; firme atapa
la oreja, si llamare;
si prendiere la capa,
huye, que sólo aquel que huye escapa.

 

 

 

 

 

FELIPE RUIZ

 

 

   ¿Cuándo será que pueda,
libre desta prisión volar al cielo,
Filipe, y en la rueda,
que huye más del suelo,
contemplar la verdad pura sin duelo?

Allí, a mi vida junto,
en luz resplandeciente convertido,
veré distinto y junto
lo que es y lo que ha sido,
y su principio propio y ascondido.

Entonces veré cómo
la soberana mano echó el cimiento
tan a nivel y plomo,
do estable y firme asiento
posee el pesadísimo elemento.

Veré las inmortales
columnas, do la tierra está fundada;
las lindes y señales
con que a la mar hinchada
la Providencia tiene aprisionada;

por qué tiembla la tierra;
por qué las hondas mares se embravecen,
dó sale a mover guerra
el cierzo, y por qué crecen
las aguas del océano y descrecen;

de dó manan las fuentes;
quién ceba y quién bastece de los ríos
las perpetuas corrientes;
de los helados fríos
veré las causas, y de los estíos;

las soberanas aguas
del aire en la región quién las sostiene;
de los rayos las fraguas,
dó los tesoros tiene
de nieve Dios, y el trueno dónde viene.

¿No ves cuando acontece
turbarse el aire todo en el verano?
El día se ennegrece,
sopla el gallego insano,
y sube hasta el cielo el polvo vano;

y entre las nubes mueve
su carro Dios, ligero y reluciente;
horrible son conmueve,
relumbra fuego ardiente,
treme la tierra, humíllase la gente;

la lluvia baña el techo;
invían largos ríos los collados;
su trabajo deshecho,
los campos anegados,
miran los labradores espantados.

Y de allí levantado,
veré los movimientos celestiales,
ansí el arrebatado
como los naturales,
las causas de los hados, las señales.

Quién rige las estrellas
veré, y quién las enciende con hermosas
y eficaces centellas;
por qué están las dos Osas
de bañarse en el mar siempre medrosas.

Veré este fuego eterno,
fuente de vida y luz, dó se mantiene;
y por qué en el invierno
tan presuroso viene,
quien en las noches largas se detiene.

Veré sin movimiento
en la más alta esfera las moradas
del gozo y del contento,
de oro y luz labradas,
de espíritus dichosos habitadas.


 

 

 

A FELIPE RUIZ 

   ¿Qué vale cuanto vee,
do nace y do se pone, el sol luciente,
lo que el Indio posee,
lo que da el claro Oriente
con todo lo que afana la vil gente?

   El uno, mientras cura
dejar rico descanso a su heredero,
vive en pobreza dura
y perdona al dinero
y contra sí se muestra crudo y fiero;

   el otro, que sediento
anhela al señorío, sirve ciego
y, por subir su asiento,
abájase a vil ruego
y de la libertad va haciendo entrego.

   Quien de dos claros ojos
y de un cabello de oro se enamora,
compra con mil enojos
una menguada hora,
un gozo breve que sin fin se llora.

   Dichoso el que se mide,
Felipe, y de la vida el gozo bueno
a sí solo lo pide,
y mira como ajeno
aquello que no está dentro en su seno.

   Si resplandece el día,
si Éolo su reino turba, ensaña,
el rostro no varía;
y, si la alta montaña
encima le viniere, no le daña:

   bien como la ñudosa
carrasca, en alto risco desmochada
con hacha poderosa,
del ser despedazada
del hierro torna rica y esforzada;

  querrás hundille y crece
mayor que de primero y, si porfía
la lucha, más florece
y firme al suelo invía
al que por vencedor ya se tenía.

   Exento a todo cuanto
presume la fortuna, sosegado
está y libre de espanto
ante el tirano airado,
de hierro, de crueza y fuego armado;

   «El fuego —dice— enciende;
aguza el hierro crudo, rompe y llega,
y, si me hallares, prende
y da a tu hambre ciega
su cebo deseado, y la sosiega.

   ¿Qué estás? ¿no ves el pecho
desnudo, flaco, abierto? ¡Oh!, ¿no te cabe
en puño tan estrecho
el corazón, que sabe
cerrar cielos y tierra con su llave?

   Ahonda más adentro;
desvuelva las entrañas el insano
puñal; penetra al centro.
Mas es trabajo vano,
jamás me alcanzará tu corta mano.

   Rompiste mi cadena,
ardiendo por prenderme; al gran consuelo
subido he por tu pena;
ya suelto encumbro el vuelo,
traspaso sobre el aire, huello el cielo».


 

 

 

 

AL APARTAMIENTO 

   ¡Oh ya seguro puerto
de mi tan luengo error!, ¡oh deseado,
para reparo cierto
del grave mal pasado,
reposo dulce, alegre, reposado!;

   techo pajizo, adonde
jamás hizo morada el enemigo
cuidado, ni se asconde
invidia en rostro amigo,
ni voz perjura, ni mortal testigo;

   sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo,
adonde el vulgo ciego
ama el morir, ardiendo en vivo fuego:

   recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
la errada muchedumbre,
el trabajar perdido,
la falsa paz, el mal no merecido;

   y do está más sereno
el aire me coloca, mientras curo
los daños del veneno
que bebí mal seguro,
mientras el mancillado pecho apuro;

   mientras que poco a poco
borro de la memoria cuanto impreso
dejó allí el vivir loco
por todo su proceso
vario entre gozo vano y caso avieso.

   En ti, casi desnudo
deste corporal velo, y de la asida
costumbre roto el ñudo,
traspasaré la vida
en gozo, en paz, en luz no corrompida.

   De ti, en el mar sujeto
con lástima los ojos inclinando,
contemplaré el aprieto
del miserable bando,
que las saladas ondas va cortando;

   el uno, que surgía
alegre ya en el puerto, salteado
de bravo soplo, guía,
apenas el navío desarmado;

   el otro en la encubierta
peña rompe la nave, que al momento
el hondo pide abierta;
al otro calma el viento;
otro en las bajas Sirtes hace asiento;

   a otros roba el claro
día, y el corazón, el aguacero;
ofrecen al avaro
Neptuno su dinero;
otro nadando huye el morir fiero.

   Esfuerza, opón el pecho,
mas ¿cómo será parte un afligido
que va, el leño deshecho,
de flaca tabla asido,
contra un abismo inmenso embravecido?

   ¡Ay, otra vez y ciento
otras seguro puerto deseado!,
no me falte tu asiento,
y falte cuanto amado,
cuanto del ciego error es cudiciado.



 

 

 

A DON PEDRO DE PORTOCARRERO

 

 

No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad ni siempre atina
la envidia ponzoñosa,
y la fuerza sin ley que más se empina
al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo,
cuanto más alto sube, viene al suelo.
 
   Testigo es manifiesto
el parto de la Tierra mal osado,
que cuando tuvo puesto
un monte encima de otro y levantado,
al hondo derrocado,
sin esperanza gime
debajo su edificio, que le oprime.
 
   Si ya la niebla fría
al rayo que amanece odiosa ofende,
y contra el claro día
las alas escurísimas extiende,
no alcanza lo que emprende,
al fin y desaparece,
y el sol puro en el cielo resplandece.
 
   No pudo ser vencida,
ni lo será jamás, ni la llaneza
ni la inocente vida
ni la fe sin error ni la pureza,
por más que la fiereza
del tigre ciña un lado,
y el otro el basilisco emponzoñado;
 
   por más que se conjuren
el odio y el poder y el falso engaño,
y ciegos de ira apuren
lo propio y lo diverso, ajeno, extraño,
jamás le harán daño:
antes, cual fino oro,
recobra del crisol nuevo tesoro.
 
   El ánimo constante
armado de verdad, mil aceradas,
mil puntas de diamante
embota y enflaquece y, desplegadas
las fuerzas encerradas,
sobre el opuesto bando
con poderoso pie se ensalza hollando.
 
   Y con cien voces suena
la Fama, que a la sierpe, al tigre fiero
vencidos, los condena
a daño no jamás perecedero;
y con vuelo ligero
veniendo la Vitoria
corona al vencedor de gozo y gloria.

 

 

 

 

 

 

EN UNA ESPERANZA QUE SALIÓ VANA 

   Huid, contentos, de mi triste pecho.
¿Qué engaño os vuelve a do nunca pudistes
tener reposo ni hacer provecho?

   Tened en la memoria cuando fuistes
con público pregón, ¡ay!, desterrados
de toda mi comarca y reinos tristes,

   a do ya no veréis sino nublados,
y viento y torbellino y lluvia fiera,
suspiros encendidos y cuidados.

   No pinta el prado aquí la primavera,
ni nuevo sol jamás las nubes dora,
ni canta el ruiseñor lo que antes era.

   La noche aquí se vela, aquí se llora
el día miserable sin consuelo,
y vence al mal de ayer el mal de agora.

   Guardad vuestro destierro, que ya el suelo
no puede dar contento al alma mía,
si ya mil vueltas diere andando el cielo;

   guardad vuestro destierro, si alegría,
si gozo y si descanso andáis sembrando,
que aqueste campo abrojos solos cría;

   guardad vuestro destierro, si tornando
de nuevo no queréis ser castigados
con crudo azote y con infame bando;

   guardad vuestro destierro, que, olvidados
de vuestro ser, en mí seréis dolores:
¡tal es la fuerza de mis duros hados!

   Los bienes más queridos y mayores
se mudan, y en mi daño se conjuran,
y son, por ofenderme a sí traidores.

   Mancíllanse mis manos, si se apuran;
la paz y la amistad me es cruda guerra;
las culpas faltan, mas las penas duran.

   Quien mis cadenas más estrecha y cierra
es la memoria mía y la pureza;
cuando ella sube, entonces vengo a tierra.

   Mudó su ley en mí naturaleza,
y pudo en mí el dolor lo que no entiende
ni seso humano ni mayor viveza.

   Cuanto desenlazarse más pretende
el pájaro captivo, más se enliga,
y la defensa mía más me ofende.

   En mí la culpa ajena se castiga
y soy del malhechor, ¡ay!, prisionero,
y quieren que de mí la Fama diga:

   «¡Dichoso el que jamás ni ley, ni fuero,
ni el alto tribunal, ni las ciudades,
ni conoció del mundo el trato fiero!;

   que por las inocentes soledades,
recoge el pobre cuerpo en vil cabaña
y el ánimo enriquece con verdades;

   cuando la luz el aire y tierras baña,
levanta al puro sol las manos puras,
sin que se las aplomen odio y saña;

   sus noches son sabrosas y seguras;
la mesa le bastece alegremente
el campo, que no rompen rejas duras;

   lo justo le acompaña y la luciente
verdad, la sencillez en pechos de oro,
la fee no colorada falsamente;

   de ricas esperanzas almo coro
y paz con su descuido le rodean,
y el gozo, cuyos ojos huye el lloro».

   Allí, contento, tus moradas sean;
allí te lograrás; y a cada uno
de aquellos, que de mi saber desean,
les di que no me viste en tiempo alguno.

 

 

 

 

 

EN LA ASCENSIÓN 

   ¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, ¿te vas al inmortal seguro?

   Los antes bienhadados
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

   ¿Qué mirarán los ojos,
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

   Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno?, ¿quién concierto
al viento fiero, airado?;
estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?

   ¡Ay nube envidiosa!:
aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

 

 

 

 

AL SALIR DE LA CÁRCEL

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso.

 

 

 

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