COMENTARIO SOBRE ‘AMANECER DE OCASOS’, POEMARIO DE LA SALMANTINA MARY PAZ HERNANDEZ. POR MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

 

Mary Paz Hernández

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar esta reseña escrita por nuestro colaborador habitual el poeta y ensayista Manuel Quiroga Clérigo.

 

 ‘AMANECER DE OCASOS’

 

En “Epitalamio del prieto Trinidad”, novela tan divertida como cruel, deja escrito Ramón J. Sender “La vida es un ideal en marcha”. La salmantina Mary Paz Hernández, en “Amanecer de ocasos” (Mundopalabras 2019), parece suscribir esa frase. Su libro es una colección de afectos, paisajes y vivencias o el estudio de la existencia como algo que, desgraciadamente, sólo interrumpe la muerte.

 

Leemos completo uno de sus poemas, el titulado “Últimos relámpagos”: “Ahora que se alejan los últimos relámpagos/y se esfuma la llama que derrite la nieve, /me iré a ese bosque verde que puebla mi armadura/dorada, y bruñiré con esmero los metales/que reflejan la flecha con azul inflamada,/ en la entrada del túnel interior en que habito”. Si hablamos de esta época de políticos infames, de religiones adulteradas, despilfarro económico, crisis de identidades y otros dislates el que una poeta traiga a su libro palabras de concordia, insinuaciones del amor imposible o meditaciones sobre la trascendencia donde aparece el Ser Supremo en sus distintas advocaciones, entonces, parece que estamos cercanos a un universo donde lo espiritual cobra el valor de lo cercano.

 

En un escueto prólogo el filólogo y escritor José Nicas Montoto advierte que “éste es un libro profundamente espiritual, una especie de viaje iniciático en el que la autora da la mano al lector y lo lleva en peregrinación, ya desde el primer poema, a esa senda en que se funden lo humano y lo divino, sin que se pueda asegurar siempre en qué esfera nos movemos”. Bien, el gran valor de la poesía es, precisamente, despertar el entendimiento adormecido, algo que no hacen los medios habituales de una sociedad en decadencia. Y es que la espiritualidad es lo primero que abandonamos  los seres humanos. Ese ideal en marcha de Sender parece haber sucumbido ante la realidad de este materialismo permanente. Así que refugiarnos en versos como los de la escritora salmantina vienen a ser un bálsamo eficaz para el alivio de la soledad que nos ata.

 

 

Fotografía de José Amador Martín

 

 

 

“Amanecer de ocasos”, metafórico título que tal vez anuncie cierta complacencia ante la idea de una revitalización del ser humano ante la terminal opacidad de la existencia, es, sin embargo, un animoso alegato en favor de la confianza ante la búsqueda de la paz interior capaz de reinstalar en nosotros la fe en una especie de resurrección tras tantas cuestiones negativas como desean cercarnos. Las decenas de poemas que componen la obra están divididas en tres grandes partes. “Sentimiento espiritual y amor” , que nos recordaría ideas de Juan de Yepes, Sor Juana Inés de la Cruz, Teresa de Cepeda o el Unamuno más místico, contiene títulos verdaderamente admirables pero, además, en todos ellos hay una humilde postración ante el ser amado y, también, ante la confianza en una reparación del espíritu a través, no de la oración, de la confianza en, por ejemplo, esa exploración de los caminos que aparece en uno de los poemas: “Ha llegado el momento  del reinicio/rebuscando en espacios siderales,/estrellas que me alumbren los senderos,/y abrir las puertas blancas de la vida/que de nuevo desean hermanarse”.

 

Mary Paz Hernández consiguió el título de Maestría en Reiki comenzó a publicar sus versos en 2007 y en 2010 dio a la imprenta “Inspiraciones de luz”, es colaboradora de varios medios y activa participante en recitales y encuentros poéticos. En “Oriflama”, “Poliedros” y “Papeles del martes” de la Diputación de Salamanca han aparecido, también, sus creaciones.

 

 

Fotografía de José Amador Martín

 

 

Bien, otros poemas de esta primera parte que nos resultan interesantes pueden ser/son “Al borde del estanque” con una transparente que nos conduce a un espacio especialmente espiritual: “Con un candil atraviesa el remero/una barcaza en el margen del agua/e invita a Devaki a iniciar el viaje,/trasladando a otra orilla el velo azul/donde las parcas están esperando”. He aquí las antiguas imágenes de la barca de Caronte, del destino amargo, de la finitud del ser humano que, como escribió Alejandra Pizarnik tiene lugar con “la delicada urgencia del rocío”.

 

También nos resulta grato asistir al recuerdo del padre donde la autora, en “Semillando violetas”, escribe: “No sé cómo llegar a ti de nuevo,/mientras voy semillando las violetas/blancas, en un tapiz donde fundirme,/hasta que deje de sentir la rabia”. Es lo mismo que aquello que acontece ante los amores contrariados que, al fin, es otra forma de muerte, de negación, en el ánimo del abandonado, del desechado, del arrojado del edén en que ha confiado. La misma autora nos sitúa ante esos brocales en unos versos que pueden comprenderse como desahogo espiritual y, al tiempo, como la resolución a enfrentarse a tales abandonos: “No me dejes ahora sucumbir/sedienta de poder beber el agua,/de esa fuente que brota de lo eterno/donde reside la sabiduría”. Tal vez el hinduismo ande por encima de estas proposiciones o simplemente el deseo de no ver acabado algo importante. La poesía vuelve como consuelo, como alivio de la pena que nos embarga.

 

 

 

 

 

 

”Búsqueda interior”, también con versos rítmicos y tenacidad lírica, penetra en la propia intimidad de la autora, seguramente, deseosa de mostrar su tímida relación con el mundo a través de sus sentimientos más reservados. Hay un especial poema, el titulado “Que nada te distraiga”, que nos invita a estar atentos no sólo ante el pecado y las tentaciones mundanas sino, sobre todo, ante cuestiones que puedan afectar a nuestro itinerario vital, todo lo cual forma parte de esa necesaria aportación a nuestra vigilancia ante un universo capaz de transformar, de envenenar, nuestro espacio  espiritual en el ámbito de lo cotidiano: “Que nada te distraiga de la senda,/desviando la perfecta inclinación/apoyada en el centro de la diana,/con las coordenadas de tu rumbo”. La autora quiere así normalizar su inserción en los ámbitos poéticos, llevarnos al territorio de la realidad. Lo hace, por ejemplo en el soneto “Horas de latido”: “No es posible que fuera indiferente/un amor que rondara misionero,/posado en la ventana del alero/cuando lo picotea reticente”. Las suyas son imágenes diáfanas, de una gran calidad literaria, repensadas, bien transmitidas y repensadas. Y es que esta capacidad de entregar sus versos al lector tienen el gran valor de hacer sencillas sus confesiones, sus  desengaños, sus ideas de ilusionado futuro. “Donde fuiste feliz alguna vez/no deberías jamás volver” es un consejo poético que dejó Félix Grande y de ese consejo podrían partir algunos de los versos que escribir en el largo deambular del desánimo. No obstante, Mary Paz quiere dejar una puerta abierta, tal vez al deseo o al simple abrazo: “Se acortan las distancias de los cuerpos/persiguiendo la unión y fusionarse,/navegando en el mar de las pupilas/donde las almas gemelas se funden”. De todas formas siempre surgirán las contradicciones. Pizarnik anotó “Qué haré con el miedo”.  Y es que penetrar en instancias de la filosofía griega, en alusiones a Lovelock, como confirma el prologuista, o dulcificar la lírica de Calderón de la Barca, reinstalar expresiones del hinduismo militante o ver el mundo de la poesía con los ojos de Miguel Hernández o la recordada Edit Piaf convierten a la autora en una elegante diseccionadora del universo de la palabra.

 

Fotografía de José Amador Martín

 

Tercera parte: “De la sociedad y la naturaleza”. Aquí aparece la vena reivindicativa de una mujer contundente, molesta por habitar un mundo a la deriva repleta de truhanes y derrochadores de nuestro hábitat, no como militante en oenegés de la lucha en beneficio de los más desfavorecidos sino como alguien que pone el acento en la difícil situación de nuestros mares y en la caótica necesidad de llegar a fin de mes, además de la destrucción que suponen las guerras que incalificables seres planifican en despachos ovales, y donde también afloran sentimientos de esa espiritualidad de creencias como  las del Dios de los cristianos o las inclinaciones de otras formas religiosas, hinduismo  incluido. Entrañables los versos de “Espejos del Tormes”. Pero hay que releer poemas como “Vacío insondable”, algunas décimas espinelas o coplas castellanas, el soneto “Cauce que rebosa”: “Quisiera que volaran unos versos/con palabras aladas y sentidas,/que con amor mecidas y nacidas/hiciesen un refugio de universos”. En todos ellos hay una inclinación a transmitir temores, a evitar violencias y a contener la inevitable conexión entre nuestros deseos y los inmensos delitos que sigue perpetrando día a día el ser humano. Ya en “Blanco spirituals” (1966) Félix Grande escribía “Hoy el periódico traía sangre igual que de costumbre…”. Y esa sangre es la que duele a Mary Paz Hernández en “Memoria de quebrantos (Sobre la guerra de Siria)”: “Garganta seca de afanes,/de polvo que no germina,/desiertas están las calles/en memoria de quebrantos” y el dolor se amplía cuando se refiere al cambio climático, que hasta los escolares han detectado y no el Presidente yanqui, en “Tierra seca” cuando habla de ese “Incendio sobre tejados sedientos”, lo cual justifica un par de versos de Jesús Ferrero cuando viene a decir que nuestras palabras “Son/una oda al abismo”. Hay, de todas formas, como dice Nicas Montoto, una invitación a dirigirnos “a esa senda misteriosa en que se funden lo divino y lo humano, sin que se pueda asegurar siempre en qué esfera nos movemos”

 

Probablemente será, como aduce el poeta zamorano Jesús Hilario Tundidor, que escribimos “Desde aquel puerto de soledad que nadie/sabe, desde el origen del amor…”.

 

 

 

Manuel Quiroga Clérigo

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