CINCO POEMAS DE LA ECUATORIANA IVONNE GORDON. FOTOS DE JOSÉ AMADOR MARTÍN

 

La poeta y catedrática Ivonne Gordón

 

 

 

Crear en Salamanca se complace en difundir cinco poemas del nuevo libro de Ivonne Gordon Carrera Andrade (Quito, Ecuador, 1958). Doctora en Filología Hispánica y Teoría Literaria. Ejerce como catedrática de literatura latinoamericana en Estados Unidos. Es poeta, ensayista, crítica literaria y traductora. Ha publicado un libro de ensayos sobre la obra de Gabriela Mistral, La femineidad como máscara (1991); también ha publicado los poemarios, Nuestrario (Editorial Imprentei; México, 1987); Colibríes en el exilio (Editorial El Conejo; Ecuador, 1997) por este poemario fue finalista del Premio Extraordinario, Casa de las Américas; Manzanilla del insomnio (Editorial El Conejo; Ecuador, 2003) por el cual obtuvo el Premio Jorge Carrera Andrade; Barro blasfemo (Editorial Torremozas, España; 2010); Meditar de sirenas (Simon Editor; Suecia 2013, segunda y tercera edición, Editorial La Trastienda; Chile, 2014, 2019); Danza inoportuna, El Ángel Editor; 2016); El tórax de tus ojos (Amargord; Madrid, 2018); Ocurrencias del porvenir (Ediciones Hespérides; Argentina, 2018) Premio Internacional de Poesía Hespérides 2018; Diosas prestadas (Torremozas 2019), finalista del Premio Internacional Francisco de Aldana.

 

 

 

 

TEXTO DE STEFANIA DI LEO – ITALIA

(Contraportada del libro)

 

La poesía es nuestra eternidad más allá del tiempo, más allá de la distancia. Sólo eso nos salva de la indiferencia y del olvido. Este es el credo íntimo de Ivonne Gordon, una gran poetisa ecuatoriana, cuya voz intrínsecamente lírica, dedicada al canto de Apolo, no olvida el mundo humano, entretejido con sombras, inconstancia y negrura. Voz atenta a la realidad de la vida divina. Una voz pura, siempre. Inmaculada, intocable en su esfera de autenticidad radiante. Hija de Apolo. Aunque la melancolía a veces acecha y aparece en los intersticios de sus versos, Ivonne nunca nos incita a renunciar al nihilismo, en su voz de la esperanza, por excelencia, cree en un más allá, en un mundo sobrenatural y prestado. Sus versos están plasmados de la fragilidad humana y el fulgor de lo divino que nos habita. Una voz que nos asegura que el deseo de ser infinito nunca se desvanece porque eternos son los ojos que contemplan la belleza de las diosas (Keats).

 

 

 

 

 

CADA SILENCIO ES UN SACRIFICIO

 

 

El trayecto de la noche

se pierde en el sacrificio.

 

Cada silencio es un adiós

a la orilla de los ríos

 

a la intemperie

de las geografías pendientes.

 

Cada oscuridad ardiente

es un espacio en la tierra

 

cada cuerpo es un cofre de lluvia

emergente en la candidez del amor.

 

Cada silencio es un sacrificio

de las profecías de la luna.

 

Cada cueva es una habitación nocturna

donde las diosas cuecen

 

el origen del mundo entre los mares.

 

 

 

 

 

TRENZA ENTRE LAS PIEDRAS

 

Los cuerpos se rinden

y se buscan como bestias tiernas

 

en las cavernas de sus bocas

mientras la muerte espera.

 

En el mundo micénico

Ariadna está tranquila y paciente.

 

Nada mueve su inmutable silencio.

 

Detiene la muerte en una hoja de laurel

y esconde al minotauro en el laberinto del rey Minos.

 

El laberinto es el cuerpo de la diosa

que pide el sacrificio humano.

 

Nada puede contra su cuerpo tembloroso


su sed carnal cruje entre las bocas de los ríos.

 

Ariadna desenreda los hilos

de su hermético destino.

 

Las nubes cambian

para que la luna esté complacida.

 

Como toda mitología

 

lo único que cambia

es el rastro de tanta memoria encendida.

 

 

 

 

LA FUGA EN EL JARDÍN

 

 

La memoria es igual que la embriaguez.

 

Teseo recibió una orden del destino

y los súbitos vientos le llevaron a Ariadna.

 

La diosa de las serpientes y del deseo

esperaba con paciencia los mensajes

 

de Teseo, sentía en el corazón y en las sienes

el temblor de un chopo de agua en la orilla.

 

Mientras las palomas hacían el amor

ella sintió en su carne el fuego ignoto por Teseo.

 

Por las noches paseaban por las esquinas

de un amor indócil, su cuerpo estallaba

 

como el brío de un caballo negro en la noche

perdido en la pólvora de las constelaciones.

 

 

 

 

EL ABANDONO

 

 

La tierra palpita aromas de otros mundos.

 

El abandono cruel de Teseo

produjo un tufo nauseabundo

en cada rama del follaje.

 

Las lágrimas originarias de Ariadna se desparramaron

y cubrieron los rincones de la isla de Naxos.

 

Tejió la esperanza en el silencio

de otro cuerpo, de otro aleteo.

 

Dionisio apareció mientras ella dormía

su cuerpo se volvió suyo.

 

El calor de su boca abrigó el desasosiego

de la preñez del universo.

 

 

 

EL ÁRBOL REVELA

 

 

La muerte de Ariadna duró un instante

sus pies colgaron de un árbol.

 

El árbol confesó los secretos del sacrificio.

 

Dionisio al descubrir la malvada muerte

perdió la cabeza, no pudo concebir tanta crueldad

hacia un ser de bruma e inventarios de lluvia fresca.

 

Rescató a Ariadna de su sangre perdida

en las profundidades de Hades y

la elevó a la azotea espiral del Olimpo.

 

Ariadna preside como diosa de ojos visionarios.

 

Dionisio consagra con llaves de fuego

su amor inmortal, en el lecho enfebrecido

vive la llama de la impura madurez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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