AMORES DE ALTOS VUELOS, ROMANCE DEL ABULENSE JULIO COLLADO

 

 

El escritor Julio Collado (foto de Jacqueline Alencar)

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar  este relato romanceado que recrea el episodio del que arranca la acción de la novela “Como los pájaros de bronce”, del autor José Francés, publicada en el año 1921, novela que estuvo estuvo en el Índice de libros prohibidos.  Collado (Muñopepe, Ávila, 1949), es poeta, profesor, columnista del Diario de Ávila, conferenciante, coordinador de talleres literarios en institutos abulenses y en la sede de la Fundación Caja Ávila, así como guionista y presentador de Campañas de Animación a la Lectura en diferentes radios y televisiones de su ciudad. Como escritor tiene publicados cuatro libros de literatura infantil en la Editorial Edelvives, además de haber participado, con cuentos, poemas y relatos, en varios libros colectivos (Rutas literarias por Ávila y provincia; Una métrica diferente; Chile en el corazón, Arca de los afectos, Palabras del Inocente, No Resignación, por citar algunos). Participó, como poeta invitado, en el XVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos de Salamanca, dedicado a Gastón Baquero.

 

 

 

AMORES DE ALTOS VUELOS

 

 

Eran los años veinte

del siglo más alocado,

el de la Revolución rusa

y de guerras bien poblado

cuando a estas tierras llegó

un profesor de francés                      

y Moncada apellidado.

Tulio tenía por nombre

y morriña incorporada

pues venía de Galicia

de bruma y meigas sembrada

a estas tierras de secano,

a la ciudad Urbesacra.

 

Dejaba su mar gallega

y en el insti clases daba;

en la rúa Zapateros,

que hoy Vallespín se llama,

su saber francés desgrana

a unos chiquillos inquietos

con sabañones sin alma.

 

Por recordar la humedad

de su niñez galleguiña

quiso alquilar una casa

del Adaja en sus orillas.

Don Fulgencio era su dueño

y presumía de Ilustrísima

por ser de la Catedral

canónigo de canto y misa.

 

Era Tulio Moncada

un joven de bigote negro,

un poquito desgarbado,

dientes blancos y pequeños.

Frisaba ya los treinta y tres

y seguía aún soltero.

Con él a su tía se trajo

por combatir la morriña

y buscó casa adecuada

con buen huerto y buganvillas.

 

Un día cuando esperaba

a que saliera el canónigo

del coro donde cantaba,

en una de las capillas

vio moverse una figura.

Era una mujer bien alta

y de buena compostura.

Vestida de traje oscuro,

zapatos y grises medias;

ancho sombrero cubría

su rojiza cabellera.

José Francés en 1912

 

Un perfume penetrante

que Tulio desconocía

vino a alterar su mirada

sobre la estatua yacente

que dichoso contemplaba.

Era de Beatriz Vázquez

juvenil y bien tallada;

pero prefirió mirar  

a Elisa recién llegada.

Descotado era el corpiño

con línea acanalada

y una clara media luna

en la espalda dibujaba.

 

La forzosa castidad

en la ciudad de Urbesacra

en Tulio se rebeló

ante caderas sagradas

y su candor palpitante

de pronto le hizo pensar

en la Beatriz del Dante.

 

Diose la vuelta la dama

y Tulio desconcertado

sólo acertó a decirle:

—«Perdone si he asustado».

 

Sin contestarle siquiera

salió Elisa azorada

y Tulio salió tras ella.

Y se olvidó del canónigo

y de su casa arrendada

porque quería saber 

en qué lugar habitaba.

 

Era una casa muy noble,

de san Agustín la calle,

que hoy dicen san Millán

y mañana quién lo sabe.

Tiene un balcón con geranios

y de hierro barandilla       

que a la dama le recuerda

la de Madrid con su brida

donde su marido espera.

 

Tiene Elisa treinta años

sin hijos que la distraigan;

se aburre cual Bovary

y busca nuevas en Ávila.

Libre de la rutina,

joven y muy ilustrada,

quiere conocer ciudades

y así en esta recala,

tan rica en patrimonio

como en población escasa, 

donde todos se conocen

y de todas mal se habla.

 

 

 

Pronto las habladurías

crecieron como las malvas

y en los corrillos de amigos

y en los cafés y en solanas

y en el paseo del Grande

y en la de Cuesta de Gracia,

no se habla de otra cosa

que de Elisa y su llegada.

Y es que la forastera

atrae sin fin las miradas

y en la católica prensa

se hacen eco de su talla.

 

Pasaban así los días

y Tulio no descansaba

soñando con otro encuentro

y el perfume de su falda.

Recorría callejuelas

por si en ellas se encontraba

con la mujer misteriosa

que su bienestar robaba.

 

Un día la vio pasar

por delante del Casino

y sus ojos se perdieron

tras los pasos del destino.

Dejó la partida a medias

y salió tras de su vuelo

y cuando estaba a su vera

con un hilillo de voz

así le dijo muy quedo:

—Perdone si la molesto

pero hace ya algunos días

que absorbe mi pensamiento.

 

Elisa no se detiene

pero aminora su paso.

Tulio la mira sin ver

y ella se cubre el regazo.           

Así caminan un trecho

hasta que Tulio propone

ser su guía en la ciudad

que al dedillo se conoce.

Le cuenta que es profesor

nacido en tierras gallegas; 

que le gusta pasear    

y conocer gente nueva.

Julio Collado durante un paseo literario para difundir los escenarios de la novela

 

Elisa le mira y mira

y su propuesta le acepta.

Solo le pide a cambio

que obedezca esta receta:

quedar en cada lugar

siempre la calle evitando;

pues los viles cotilleos

pasan montañas y campos.

Que es mujer muy bien casada

con hombre que es ingeniero

y no quiere que el verano

le traiga desasosiego.

 

Tulio comprende al momento

y asiente muy encantado;

pues no quiere «comidillas»

si los vieran paseando.

Mejor es guardar las formas

en ciudad tan recatada

con tal de tener después

a la mujer que se ama.

 

Así sellaron el pacto

de mantener en secreto

los detalles de sus actos.

Campanas de la catedral de Ávila

 

 

Decidieron lo primero

visitar la Catedral

pues allí se conocieron

y es de sabios celebrar.

 

A la mañana siguiente

ambos a la puerta llegan

y a eso de las doce dadas

al oscuro templo entran.

Tira de la cuerda Tulio

y hace sonar la esquililla

que avisa al campanero

de tan singular visita.

—¿Quién llama?, alguien pregunta

y tiene franca la respuesta:

—Baje, señor Pedro, baje,

que quiero ver la torreta.

 

En un santiamén bajó

y les abrió la cancela.

En el coro, los canónigos

cantaban cual las abejas.

 

Elisa saborea atenta

la emoción de la subida

mientras Tulio la contempla

y no cabe en su camisa.

Entretanto, el campanero

un cabo de blanca vela

con una cerilla enciende

para alumbrar la escalera.

 

Comienza así la ascensión

por una escala empinada                       

que semeja a un caracol

que lleva a cuestas su casa.                 

Va el campanero delante;

detrás, Elisa se esmera

por no perderse la luz

que reluce a duras penas.

Tulio cierra la subida

y en Elisa solo piensa,

y en la falda que le cruje

cuando toca alguna piedra.

 

Cuando llegan al rellano,

con las fuerzas ya menguadas

se sientan a contemplar

el bronce de las campanas.

El viento azota los rostros

de Tulio y del campanero

y a Elisa cuando se asoma

se le vuela su sombrero

y sus faldas se recogen

jugando al son del viento.

 

 

Vistas de Ávila desde el campanario de la Catedral

 

Del decir del campanero,

Tulio no escucha nada

cuando explica emocionado

la historia de sus campanas.

Y cuando Elisa lo mira

con la sonrisa dispuesta

ya se pierde en las alturas

de su rojiza melena.

 

—«Es María Inmaculata»,

dice Pedro emocionado,

la más antigua de todas,

y señala con su mano

la inscripción que en ella pone

en un latín bien trabado:

«Fumera plango, excito lentos,

fulmina grango, dissipo ventos…». *

 

Elisa no perdía ripio

y golpeó la campana

para escuchar en lo alto

cómo extendía sus alas.

Tulio le rio la gracia

y el campanero añadió

que tenía que bajar

pues del coro lo llamaban.

 

Quedaron ellos dos solos

para ascender más arriba,

donde la huérfana torre

toda la ciudad domina.

Una claridad azul

se adentra por la escalera

y clarifica sus pasos

mucho mejor que la vela.

Llegan pronto a las campanas

y el viento les huele a hierba.

Con la ciudad a sus pies,

con el cielo en sus cabezas,

borrachos por la altura

y por la pura belleza

sin ojos que los vigilen

Elisa y Tulio se besan.

 

Se miraron como niños

entre piedras milenarias

y el baile de los vencejos

conquistaba la muralla.

Con las manos temblorosas

Tulio navegó sus pechos

y Elisa como un barquito

flotó en el mar del cielo.

—Chiquillo —musitó Elisa—,

Chiquillo, —le repitió—.

Y Tulio acertó a decir:

—Chiquilla, ¡qué bendición!

Jugando con los badajos,

como el Amor tan travieso,

hizo sonar las campanas

una ráfaga de viento.

Y el repique de campanas

los trajo a la vida luego

que el éxtasis de la carne

olvida fácil el tiempo.

 

José Francés y portada de su novela

 

 Con los cuerpos agotados

de lidiar en dulce brega

se sienta Tulio en el borde

y ofrece a Elisa sus piernas.

Mimados por el viento amigo

del tiempo se han olvidado

y cuando vuelven en sí

oyen que llaman abajo.

 

Agarrados de la mano

dejan su labor preciada

y bajan por la escalera

sin luz que los delatara.

Se ríen de su secreto

y de tan altos amores;

y sospechan que allá abajo,

en las calles y en rincones,

nadie sabe del milagro

que el destino sí conoce.

 

¿Quién dirá que tal Amor

no traspasa el ser humano

si la Torre testifica

que se fraguó en lo sagrado?

 

 

 

NOTAS

 

 1ª. Traducción de la inscripción latina en la campana:

 

*Lloro en los entierros, a los perezosos excito,

quebranto los rayos, los malos vientos disipo….

 

2ª. El relato romanceado recrea el episodio del que arranca la acción de la novela Como los pájaros de bronce, del autor José Francés». Publicada en el año 1921, estuvo en el Índice de libros prohibidos.  

 

3ª. Publicado en el libro colectivo Ávila amorosa. Asociación Cultural de Novelistas La sombra del ciprés. Páginas 165-175. Febrero, 2020.

 

Ávila y sus murallas

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